A Pedro se le pasaron múltiples pensamientos por la cabeza. Primero, quiso saber qué haría falta para que se dejase afectar. Segundo, tenía que ser su ex el que había trabajado en el ejército, porque jamás había sentido tantas vibraciones antimilitares en una persona. Tercero, era la primera persona que le llamaba arrogante a la cara sin ni siquiera parpadear. Pero sobre todo, deseaba escuchar su nombre en sus labios.
Julian iba a enfadarse tremendamente.
—Llámeme Pedro, señorita Chaves. Dado que vamos a trabajar juntos.
Ella se quedó mirándolo con desconfianza.
—¿Está contratándome?
Cuanto más trataba de disimular su excitación, más ruborizada estaba.
Pedro se preguntó si habría golpeado cada uno de sus puntos débiles intencionadamente. El niño. Los ojos. El rubor virginal.
—Hacen falta agallas para hacer lo que ha hecho hoy, así como una alta comprensión de las vulnerabilidades operacionales. Eso indica que sabe lo que hace y que está preparada para afrontar riesgos.
Su lenguaje corporal cambió al instante y se puso pálida.
—No puedo permitirme afrontar riesgos, señor Alfonso. Tengo que pensar en mi hijo. Si el trabajo representa algún tipo de peligro, entonces tendré que pasar.
—Pedro. Y no hay peligro; era una manera de hablar. Pero los chicos jóvenes siempre encontrarán problemas si los buscan. Tenemos verjas eléctricas y profundas franjas de maleza entre nuestros chalets de lujo — hizo una pausa y tragó saliva—. Aun así una propiedad salvaje sigue teniendo múltiples riesgos potenciales.
Ella lo miró con recelo.
—No más que la ciudad, imagino. Pero ofrece algo que la ciudad no puede ofrecer para un niño de ocho años fanático de la naturaleza. Vida salvaje. Lisandro se morirá cuando sepa que nos quedamos.
«Está haciéndolo por su hijo», pensó él. Aquella certeza le golpeó como un mortero. A pesar de asegurar estar buscando un desafío, en realidad buscaba un lugar seguro para criar a su hijo.
Un santuario.
Él no estaba en disposición de juzgar, dado que había ido a WildSprings precisamente por la misma razón.
—¿Sabe que el alojamiento forma parte del trato? —preguntó él. Si el joven Lisandro quería vida salvaje, no quedaría decepcionado. El kilómetro y medio entre su casa y la de ellos estaba repleto de todo tipo de criaturas.
Un kilómetro y medio. Lo más cerca que había estado de tener un vecino en… toda su vida. Tres años en WildSprings y once años en las Fuerzas de Defensa antes de eso. Sin dirección fija. ¿Qué diablos iba a hacer con un vecino? Aparte de lo evidente…
Ignorarlos.
—No lo sabía, no. Pero tiene sentido tener seguridad interna estando tan lejos de la ciudad.
—¿Puede imaginarse a sí misma con toda esta tranquilidad?
—Al contrario. Estoy deseando llevar una existencia tranquila.
Pedro se enderezó. Mensaje enviado y recibido.
A él le parecía bien. No tenía interés en jugar a los vecinos felices, sin importar a quién le recordara su hijo. Cuanto más espacio le diese Paula Chaves, más feliz sería él. No existía la posibilidad de que ella le permitiese acercarse lo suficiente para crear algún tipo de amistad y él no tenía interés en tener una.
Además era su jefe, lo cual condicionaría la probabilidad de que alguna vez pudiera surgir algo entre ellos. No era que ella fuese a volver a verlo; en doce minutos Pedro regresaría a la privacidad de su cabaña en el bosque, a su colección de DVDs, a su biblioteca y a su preciado estatus de desaparecido en combate.
La pequeña señorita irritable era oficialmente problema de su hermano. Observó a aquella mujer de uno sesenta de estatura poniéndose el abrigo y sonrió.
Julian iba a enfadarse tremendamente.
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