sábado, 13 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 10

 

Mudarse de casa iba en contra de todo lo que siempre había deseado para su hijo. Sacarlo de la escuela y arrastrarlo a trescientos kilómetros de distancia, en mitad del bosque. Pero la oportunidad de alejarlo de aquel vecindario podrido en el que vivían, y de su abuelo, le había parecido demasiado buena para dejarla pasar. Incluso aunque aquello le trajese recuerdos incómodos de cuando se mudaba de una base a otra.


—¿Has encontrado el aire acondicionado? —la mirada escéptica que dirigió a su apariencia hizo que la pregunta fuese redundante.


¿Tenían aire acondicionado? Habría sido bueno saberlo dos horas antes. Paula se estiró y se pasó una mano por el pelo empapado en sudor.


—En realidad no tenía tanto calor como para ponerme a buscarlo —mentirosa—. ¿Dónde está el control?


Pedro se levantó de la silla y cruzó el salón hasta la pequeña puerta situada bajo las escaleras; el almacén que Paula había designado para todas esas cajas de embalar. Abrió la puerta y se agachó en el interior.


Luego salió con un control remoto en la mano.


—Lo instalé aquí para que no estuviera a la vista.


—¿Tú pusiste el sistema de aire acondicionado?


Pedro apuntó con el mando al dispositivo colocado en el techo, y que Paula pensaba que era el detector de incendios, y apretó un botón. Como por arte de magia, comenzó a sonar un ligero ruido por toda la casa y el aire frío comenzó a salir por las rendijas.


—¡Increíble! ¡Aire acondicionado! —gritó Lisandro desde el piso de arriba.


—Gracias. Tengo la sensación de que nos salvará la vida cuando estemos en pleno verano —agarró el mando y lo devolvió a su escondite bajo las escaleras. Se agachó hacia delante y buscó el soporte en la penumbra.


—Está en la pared de enfrente —dijo él por encima de su hombro.


Paula retrocedió y observó el panel situado junto a la puerta, pero golpeó accidentalmente un par de troncos de árbol. Las piernas de Pedro. La agarró por las caderas para evitar que se cayera y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Masculló una disculpa y luego estudió los controles del aire acondicionado intensamente para darles a sus mejillas tiempo para enfriarse.


Otro gran momento en las primeras impresiones. Retroceder y chocarse con los muslos de su jefe.


No necesitaba la experiencia sexual para saber lo que debía de haberle parecido desde su perspectiva. Había una sombra nueva en su expresión.


Paula sintió un vuelco en el estómago. Tal vez le hubiera visto el tatuaje…


Tiró del top hacia abajo y tragó saliva al sentir sus críticas silenciosas.


El pitido del hervidor le proporcionó la vía de escape perfecta. Atravesó la cocina y sirvió dos cafés mientras pensaba en algo que decir. No estaba inspirada.


—¿Necesitas que te eche una mano moviendo cosas? ¿Colchones? ¿Muebles grandes? —preguntó él. Parecía un ofrecimiento sincero, aun así sonaba molesto de estar haciéndolo. Como si sus labios actuasen contra su voluntad.



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