Paula contempló las cajas que quedaban y su mirada recayó sobre los tres terráriums de Lisandro. Su pelotón de ranas arbóreas descansaba temporalmente en un tanque, pero sabía que al niño le encantaría meterlas en sus alojamientos habituales. Ver a las cinco ranas instaladas era la manera más rápida de conseguir que Lisandro se instalara, y subir sesenta kilos de cristal por dos tramos de escaleras ella sola no aparecía en su lista de actividades favoritas.
—Si me ayudas con los terráriums para las ranas de L, te lo agradecería.
—¿Tiene ranas? —preguntó él, y se acercó a los tanques para verlas.
—Desde que tenía seis años.
—Eso es bastante peculiar para un niño.
—Él es bastante peculiar… para ser un niño.
Cargaron y subieron el primer tanque por las escaleras, tambaleándose como dos bailarines torpes, hasta que finalmente entraron en la habitación de Lisandro, situada en el ático. Allí dejaron el tanque con cuidado.
La habitación era ideal para un niño con una imaginación desbordante.
La enorme ventana daba a una hondonada plagada de árboles situada detrás de la casa como un cuadro viviente. Además había espacio de sobra entre las vigas para colgar pósters, y una pared entera para colocar los terráriums de Lisandro.
Por suerte el niño no era aún lo suficientemente alto para golpearse la cabeza con el techo abuhardillado. Paula recordaba vagamente que el hombre que lo había engendrado era también de estatura normal. De hecho era normal en todos los aspectos, por eso no podía recordar gran cosa sobre él nueve años después de la noche que había cambiado su vida para siempre. Si hubiera sido un gigante, como Pedro Alfonso, era probable que Lisandro ya tuviese un chichón en la frente.
Tomó aliento.
Vio que Pedro se fijaba en las maquetas de ciencia ficción, en los pósters de reptiles y en las montañas de libros que esperaban una estantería en la que ser colocados.
—Has hecho un buen trabajo aquí —dijo—. Parece…
¿Otra vez la reticencia? Si no quería hablar con ella, ¿por qué se empeñaba en comenzar conversaciones?
—… muy distinta a cuando era mi habitación.
La cara de Lisandro se iluminó al oír eso.
—¿Ésta era tu habitación? ¡Genial!
—Yo crecí en este ático. Luego viví en la casa durante los dos últimos años mientras construía mi casa al otro lado del valle. Cuando regresé del… —entonces pareció contenerse— del extranjero. Siempre preferí la vista desde esta habitación.
La imagen de Pedro estirado bajo aquel techo abuhardillado en una calurosa noche de verano, envuelto solo con la luz de la luna, puso a Paula de mal humor. Y además se había construido su propia casa… «Parece un GI Joe».
—¿Perdón? —el brillo en su mirada indicaba que tal vez lo hubiese dicho en voz alta.
—Deberíamos ir a por el siguiente tanque —contestó ella.
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