sábado, 13 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 12

 


La mirada recelosa de Pedro debía de ser igual a la de ella mientras bajaban las escaleras para el segundo viaje. Sin duda lo había enfadado al resaltar todos los fallos de seguridad de su retiro natural, pero por suerte parecía haber puesto las necesidades de su negocio por delante de su enorme ego al contratarla. Otro rasgo militar. El cuerpo del ejército antes que uno mismo, siempre.


De hecho era el cuerpo del ejército antes que todo lo demás, incluyendo familia, esposas, novias… e hijas tristes y solitarias.


En el salón, Pedro rechazó su ayuda, levantó el segundo tanque y lo subió por la escalera con mucha más facilidad que cuando lo habían hecho juntos. Paula lo siguió con una base de aluminio para los tanques en cada mano, haciendo un esfuerzo por ignorar el modo en que sus músculos se movían bajo la camiseta.


Finalmente los tres tanques estuvieron arriba e incluso el GI Joe resoplaba ligeramente por el esfuerzo. Paula intentó visualizar cómo habría podido conseguirlo ella sola. Le habría llevado horas, pero Pedro lo había hecho en menos de cinco minutos. La afrenta a su orgullo femenino y la manera en que su cuerpo traicionero respondía a las feromonas que él expulsaba con el sudor la enfadó aún más.


—Gracias por tu ayuda —dijo cuando regresaron abajo—. No debería entretenerte más. Estoy segura de que tendrás cosas que hacer hoy — añadió mientras abría la malla metálica de la puerta.


Nada de sutilezas.


Pedro la miró fijamente y se apoyó cómodamente en el quicio.


—Nada que no pueda hacer mañana.


Diez minutos antes no quería estar allí. Y ahora quería instalarse. Paula tomó aliento y sacó la artillería pesada.


—Casi he terminado con el salón. Después viene mi dormitorio. A no ser que estés ansioso por desempaquetar cajas de lencería…


Sus palabras tuvieron el efecto deseado. Pedro se apartó lentamente de la puerta y sacó las llaves del coche del bolsillo delantero. Paula miró por la ventana y vio un utilitario destartalado a lo lejos. Como si no hubiera querido incomodarla aparcando más cerca.


No necesitaba un vehículo para incomodarla. Solo tenerlo en la casa había hecho que perdiera la compostura. No era su intención teñir otra casa con la presencia militar.


Demasiado tarde.


—Me gustaría decir «te veo en el trabajo», pero por alguna razón no creo que te vea.


Él negó con la cabeza.


—Normalmente no me involucro mucho en las operaciones de WildSprings. Tengo personal para eso.


El recordatorio nada sutil de que ella formaba parte de su personal no le pasó desapercibido. Paula se estiró y dijo:

—Gracias por su ayuda, señor Alfonso.


Al pie de las escaleras, Pedro se fijó en su ceño fruncido. Así que habían vuelto a ser el señor Alfonso y la señorita Chaves. Aún tenía que pronunciar su nombre. Se volvió hacia su utilitario.


Probablemente fuese su culpa. Se sentía incómodo por haber entrado en su casa en un primer momento, pero cuando había colocado las manos en sus caderas, sus dedos habían sido casi como las alas del águila que tenía tatuada en la espalda. En aquel momento dos facetas de él habían entrado en conflicto; la faceta desconfiada y suspicaz que se lo tomaba como un recordatorio para no acercarse demasiado, y la faceta de exmilitar que pensaba que aquel tatuaje era la cosa más sexy que había visto en tres años. Para cuando había logrado controlar sus emociones, ella ya estaba lanzándole dagas con aquellos maravillosos ojos.




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