Pedro estaba casi listo para el partido. Había vendado un par de rodillas y tenía su botiquín portátil listo. Pero tenía la cabeza en otra parte. Se había vuelto loco por aquella provocativa y preciosa mujer a la que había puesto voluntariamente fuera de su alcance. Salió a dar una vuelta, decidido a recuperar la perspectiva. Caminaba por uno de los pasillos del estadio cuando estuvo a punto de pasar de largo junto a la sombra que se hallaba en los peldaños de una escalera. Pero su cuerpo reconoció de inmediato a Paula.
–¿Qué haces aquí, Paula?
–Nada. Descansar un momento. Vete, por favor.
–No –dijo Pedro con firmeza a la vez que se acercaba a ella–. Estás disgustada. ¿Qué pasa? ¿Te ha molestado alguno de los jugadores? –preguntó, apretando los puños.
–¿Qué? ¡No!
Pedro le creyó, pero también captó la emoción que emanaba de su voz. Había visto mucho miedo en su trabajo, y lo estaba viendo en Paula en aquellos momentos. Su forma de aferrar las manos juntas, el brillo de terror que había en su mirada…
–Dime lo que te pasa, por favor –dijo, preocupado, reprimiendo el impulso de abrazarla allí mismo para que se sintiera a salvo.
–Estoy bien. En serio. Solo me estaba tomando un respiro. El vestuario huele demasiado a perfume y a laca –Paula se dio cuenta de que estaba parloteando. ¿Por qué estaba parloteando?–. Quería dar un paseo para despejarme –miró a Pedro con los ojos abiertos de par en par, frenéticos–. Estoy nerviosa.
Pedro sintió un intenso alivio al saber que se trataba de eso, pero tenía demasiada experiencia sobre el asunto como para quitarle importancia y reírse de ella.
–Eres una buena bailarina. Lo harás muy bien.
Paula negó violentamente con la cabeza.
–Nunca había hecho antes. Nunca he bailado ante una audiencia.
–¿Qué? –tenía que estar bromeando.
–El estadio está lleno –Paula siguió hablando, cada vez más deprisa–, la televisión emite el partido y va a haber millones de personas viendo el partido. Hace años que no voy a una clase de baile. Bailé de pequeña, pero cuando la abuela se puso mala dejé de ir a clases. Soy autodidacta; no tengo la categoría suficiente para bailar junto a chicas profesionales y con experiencia. ¿A quién trato de engañar? No puedo hacerlo.
–Sí que puedes –dijo Pedro con firmeza.
Ella negó vehementemente con la cabeza, temblorosa, a punto de echarse a correr.
–Imagina que estás en el jardín y que nadie te está viendo –Pedro se acercó un poco más a ella y trató de hablar con mucha calma–. Bailas increíblemente bien en el jardín –la había visto a menudo y sabía cómo se movía. Un millón de veces mejor que cualquiera de las otras chicas.
Paula lo miró aún más asustada.
–No puedo hacerlo.