Al mirar a Pedro vio en su rostro lo que nunca había visto en ningún otro.
–No necesito compasión, Pedro –dijo, molesta–. Hace más o menos un año habría estado bien –fue incapaz de no lanzarle un último reto–. Lo que necesito ahora es un poco de diversión y aventura. Ya ha pasado mucho tiempo –en aquella ocasión no habló en susurros, ni dedicó a Pedro una tímida sonrisa, sino que lo dijo con total sinceridad.
–No creo que lanzarse a lo más hondo sea la forma de arreglar las cosas –contestó Pedro de modo tajante.
Paula no podía creerlo. ¿El flirteo de hacía unos minutos solo había sido eso? ¿Pedro seguía negando aquello? No sabía cómo había adquirido su fama de playboy, pero estaba claro que se había equivocado con él. Y se sentía mortificada por haberse lanzado tan descaradamente a conquistarlo.
–¿Crees que no podría manejarlo? Me he enfrentado a más de lo que puedas imaginar –dijo, aunque no pensaba darle los detalles de su triste historia para ganar puntos. Ya estaba bastante enfadada consigo misma por haberle contado todo aquello. Lo último que quería era su compasión.
Pedro la miró atenta e intensamente durante unos segundos.
–Nos veremos en el partido mañana –dijo mientras se alejaba–. Baila con fuerza –añadió por encima del hombro
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