martes, 26 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 25

 


Paula tuvo que aprender a conducir por necesidad, para poder acudir al hospital o a una farmacia en caso de urgencia. Podría haberse sacado el carné, pero también había querido disfrutar un poco vengándose de las autoridades, de las instituciones que la habían abandonado a ella y a su familia. No habían contado con ningún apoyo. Recibieron la visita de un trabajador social al principio y luego nada. Paula acababa de cumplir los diecisiete y su abuela acababa de morir, dejándola sola a cargo de su abuelo en el comienzo de lo que acabó siendo una larga enfermedad. No había contado con nadie.


Pedro la miró con expresión seria y alargó una mano hacia ella.


–Dame las llaves.


Paula suspiró dramáticamente.


–¿Quién te crees que eres?


–Dame las llaves o llamo a la poli.


Paula se quedó boquiabierta ante el inconfundible tono de amenaza de Pedro.


–No serías capaz.


–Pruébame –replicó Pedro sin apartar la mano–. Dámelas.


Paula se quedó un momento mirándolo. Finalmente le entregó las llaves de mala gana.


Pedro giró sobre sí mismo, abrió la puerta del coche y se sentó ante el volante con una sonrisa de oreja a oreja. Luego abrió la ventanilla.


–Siempre he querido conducir uno de estos. ¿Puedo conducirlo a casa?


–¿Y tu coche? –preguntó. Se trataba de un coche deportivo que debía valer una fortuna y que se hallaba aparcado a pocos metros del suyo.


Pedro sacó unas llaves de su bolsillo y se las dio.


–Condúcelo tú.


–Ni hablar.


Pedro rio.


–¿Por qué no?


–Porque vale ochenta veces más que el mío –protestó Paula mientras se esforzaba por seguir enfadada con él–. No podría permitirme pagar una posible reparación si lo rayo, o algo peor.


–Qué prudente –dijo Pedro con una molesta expresión de suficiencia.


–¿Y qué si lo soy?


–Sigue así –dijo Pedro.


Paula frunció el ceño al escuchar aquello.


Pedro sostuvo la puerta para que Paula ocupara el asiento tras el volante.


–Conduce con cuidado… –se inclinó hacia la ventanilla y añadió en un ronco murmullo–: A menos que quieras que te lleve yo.


Paula lo miró un instante. Luego hizo un mohín y batió las pestañas.


–Ya sabes que quiero que me lleves… –susurró–… pero no en mi coche.


Pedro rio mientras se erguía y cerraba la puerta. Luego metió la mano por la ventanilla y le acarició con los nudillos la mandíbula a Paula.


–Sigue practicando. Estoy seguro de que algún día obtendrás el título de muñeca retozona.


Paula le dedicó una mirada de pocos amigos a la vez que arrancaba el coche.




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