lunes, 25 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 21

 


Pedro dejó caer las manos a los lados y dio un paso atrás.


–¿No es esa la fantasía de todo hombre? –preguntó Paula, que perdió en un instante toda su confianza.


–No la mía. No. No quiero acostarme con una completa novata que no sabe lo que está haciendo, que se quedará tumbada como un tronco esperando a que yo haga todo el trabajo.


–No soy una completa novata –replicó Paula, tratando de no hundirse emocionalmente–. La virginidad es un mero tecnicismo –dijo, furiosa por el hecho de que Pedro pudiera enfriarse tan rápidamente. Había sentido la necesidad y el deseo que emanaban de su cuerpo–. Sé que estás interesado –añadió en tono desafiante–. Se nota por tu forma de mirarme.


Paula dio un paso hacia él y recuperó la seguridad al ver que no se apartaba.


–Y yo sé cómo tocar. No voy a ser ningún tronco inmóvil.


–¿En serio? –Pedro permaneció muy quieto–. Demuéstralo.


Se arrimó aún más a él, aunque no tenía intención de lanzarse a por lo evidente. No pensaba ponerle las cosas fáciles. Pensaba hacerlo sufrir por aquella humillación. Ladeó la cabeza de manera que sus labios quedaron a escasos centímetros del cuello de Pedro a la vez que exponía el suyo. Sopló con delicadeza contra el pulso que vio palpitar justo bajo su barbilla.


Pedro se contrajo.


Paula le deslizó un dedo por el antebrazo y sintió el calor que emanaba de su piel, la tensión de sus músculos. Se humedeció los labios con la lengua y luego los apoyó contra la salada piel de Pedro.


Él permaneció quieto como una estatua. Una estatua que respiraba con fuerza.


–He tenido un novio. Sé algunas cosas –susurró Paula contra su garganta–. Y he hecho unas cuantas… –deslizó la mano por el pecho de Pedro y rodeó con un dedo el tensó pezón que sobresalía contra su camiseta.


Acercó sus caderas a las de él y le volvió a posar los labios en el cuello. Llevaba tanto tiempo deseando saborearlo…


Al sentir su inmediata respuesta, presionó las caderas contra su poderosa erección, aunque se apartó en seguida.


Lanzó una rápida mirada a su rostro. Tenía los ojos firmemente cerrados, la mandíbula tensa, los brazos a los lados, con los puños cerrados. Paula experimentó un placer embriagador al ver cómo le afectaba.


Se puso de puntillas, le mordisqueó con delicadeza el lóbulo de la oreja y susurró: –No voy a limitarme a permanecer quieta, Pedro.


Además, le habría resultado imposible. Sus caderas parecían tener voluntad propia y habían empezado a rotar.


Finalmente, Pedro la atrajo con fuerza hacia sí, le clavó los dedos en las caderas y presionó con fuerza contra su vientre. Paula dejó caer atrás la cabeza para contemplar su ardiente mirada mientras le dejaba hacer.


–¿Por qué ahora? –preguntó Pedro entre dientes.


–Es un buen momento –dijo Paula, y era verdad.


–¿Y por qué yo?


–¿No es obvio? También es obvio que tú también me deseas.


–Solo un gay permanecería impasible ante una maniobra como esta, pero eso no significa que yo vaya a seguir adelante.


Paula sintió que su piel se enfriaba. Se irguió al sentir que Pedro se apartaba de ella.


–¿Por qué no?


–Me siento halagado, Paula –dijo él a la vez que la soltaba–. Pero no estaría bien.


–No soy ninguna niña.


–No, pero no tienes mucha experiencia. No creo que te hayas detenido lo suficiente a pensar en ello.


–No pienso reservar mi castidad para ningún príncipe azul. Han sido más las circunstancias que mi voluntad lo que ha hecho que siga virgen.


–No me digas que eres una virgen accidental –dijo Pedro en tono irónico.


–Supongo que lo soy –contestó Paula con naturalidad.


–Para eso es la otra botella de champán, ¿no? –dijo Pedro lentamente–. La botella con la V. ¡Cielo Santo! No se puede ser tan premeditado respecto de algo así.


–¿Por qué no? ¿No es mejor encontrar a alguien adecuado que tener una experiencia impulsiva con alguien inadecuado? –Paula quería un buen amante, y sabía que Pedro lo sería. Su reacción física ante él era muy intensa, y una auténtica novedad.


–¿Y esto no es impulsivo? –Pedro se pasó las manos por el pelo y luego se agachó para tomar la manguera y volverla hacia el jardín.


–Pensaba que apreciarías mi honestidad, pero veo que estaba equivocada –Paula respiró profundamente para controlar su enfado–. No volveré a cometer ese error.


–¿Qué quieres decir?


–La próxima vez que le haga una proposición a algún hombre no volveré a mencionar la palabra «virgen».


Pedro se quedó boquiabierto.


–¿Planeas ofrecerte a algún otro?


–Puede que hoy no, pero espero que pronto.


–Deberías desear a alguien de quien estés enamorada y que esté enamorado de ti.





domingo, 24 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 20

 


Avanzó hacia ella sin molestarse en no hacer ruido y, en un rápido movimiento, la rodeó con los brazos por la cintura con suficiente fuerza como para que no pudiera escapar. La manguera que sostenía Paula cayó al suelo y se contorsionó como una serpiente, mojándolos hasta que Pedro le dio una patada con el pie.


Cuando dejó que girara hacia él entre sus brazos, sintió su furia y su propio deseo al notar el roce de sus pechos contra el suyo. Estuvo a punto de gruñir de satisfacción al tenerla por fin tan cerca.


–¿Qué haces? –gritó Paula.


Pedro le quitó los cascos.


–No hace falta que grites. Estoy aquí mismo.


–¿Y se puede saber qué haces aquí mismo?


Pedro disfrutó de un placer casi enfermizo al sentir la agitada respiración de Paula contra su pecho. Él también estaba respirando con fuerza.

–Darte una lección –murmuró Gabe mientras la estrechaba con más fuerza entre sus brazos.

–¿De qué lección se trata?


–Mientras riegas y bailas escuchando música cualquiera podría asaltarte por detrás.

–Solo algún psicópata.


–Exacto. Por eso deberías tener más cuidado.


Paula se sentía atrapada entre el deseo y la furia. En un primer instante ganó la furia, de manera que dispuso la rodilla para alzarla con fuerza contra la entrepierna de Pedro, aunque contuvo el


Pedro abrió los ojos de par en par y se apartó, aunque un poco tarde, porque Paula lo rozó allí donde pretendía golpearlo.


–Tú también deberías tener más cuidado. Podría haberte hecho daño –murmuró.


Pedro asintió.


–Gracias por no habérmelo hecho. Nunca he querido tener hijos, pero prefiero conservar la capacidad física de tenerlos –se apartó un poco de ella, pero sin llegar a soltarla–. ¿Y si hubiera tenido un arma?


–¿Qué tratas de hacer exactamente? ¿Vas a decirme que no puedo sentirme a salvo en mi propio jardín? ¿Qué clase de lección es esa?


Pedro frunció el ceño.


–Solo creo que deberías tener más cuidado.


–Tengo cuidado, Pedro. Llevo un año viviendo aquí sola y nadie me había molestado hasta ahora –Paula no añadió que tampoco había ido a visitarla nadie.


El silencio que siguió a sus palabras se prolongó. Paula era consciente de su agitada respiración, de la de Pedro, de lo cerca que estaban. Pero lo que más llamó su atención en aquellos momentos fue la emoción que vio reflejada en los ojos de Gabe. No sabía lo que podía significar.


–Yo lo he hecho –contestó finalmente Pedro–. Quería hacerlo.


Paula no sabía qué pensar, y tampoco lograba dejar de mirar a Pedro. Se dio cuenta de que había estado corriendo. Era consciente de que tenía las manos apoyadas en sus hombros, pero no las movió. Era maravilloso, y muy excitante, sentir la calidez de su piel y su fuerza bajo las manos.


–¿Corres todas las mañanas? –preguntó con suavidad.


Pedro asintió.


–Me cuesta dormir.


–¿Te molesta que esté en el jardín?


–Si.


–Oh –Paula lo sentía, pero no pensaba cambiar de costumbres.


–¿Siempre sueles levantarte tan temprano para practicar y regar?


Paula asintió lentamente.


–Por eso estás morena y tan en forma.


–Por eso y por el baile.


–El baile –repitió él en un murmullo–. Sí.


–Me pongo los cascos porque no quiero alterar a los vecinos.


–Los alteras de todos modos. Por lo menos a este vecino –Pedro ciñó la cintura de Paula con más fuerza y deslizó una mano hacia arriba, creando un espacio entre la camiseta y su piel. Paula experimentó una incontrolada oleada de placer y anticipación. Aquello estaba bien. Estaba muy bien…


–Esto está mal –Pedro parecía estar hablando exclusivamente para sus labios–. Esto no está pasando.


–¿Por qué no? –preguntó Paula, y a continuación se humedeció instintivamente los resecos labios con la lengua.


Pedro se tensó aún más.


–No estoy interesado en una relación.


–Yo tampoco –aseguró Paula–. Pero quiero que… me hagas un favor…


–¿Qué favor?


–Acuéstate conmigo.


Cuando Pedro la miró, Paula le sostuvo la mirada y alzó levemente la barbilla.


–¿Has desayunado champán? –preguntó él.


Paula pensó que era una lástima no haberlo hecho.


–Quiero que seas mi amante –se mordió el labio inferior antes de añadir–: Mi primer amante.


Pedro abrió los ojos de par en par.


–¿Qué?


Paula esperó, consciente de que le había escuchado perfectamente.


Pedro la zarandeó ligeramente con las manos.


–¿Tu primer amante? –preguntó con tensión.


Tal vez había sido un error mencionar que sería su primera vez. Pero quería que lo supiera.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 19

 

Pedro siguió trotando por el parque. Si no hubiera alquilado ya su apartamento, habría vuelto a instalarse en él. Porque averiguar la edad de Paula no había supuesto precisamente una ayuda. Tenía edad y sofisticación suficiente como para tratar de provocarlo. Pero seguía siendo su casera y una bailarina en su trabajo.


Y también estaba la tortura del agua. Cada mañana.


La segunda noche que pasó en la Casa del Árbol se despertó a causa del sonido del agua corriendo. Al asomarse a la ventana comprobó quién era la persona que se ocupaba del jardín a las cinco de la mañana… y lo bien que bailaba. Las siguientes mañanas fue estimulado a despertarse para contemplar el espectáculo de Paula regando las plantas y haciendo yoga. Llevaba algún tipo de reproductor musical en la cadera, unos cascos, y no dejaba de balancear el cuerpo. Era suficiente para volver loco a cualquier hombre.


Reconocía que se estaba muriendo de deseo. Aquello no solo le alteraba el sueño, sino que asaltaba su imaginación en cualquier momento del día.


De manera que había decidido salir a correr cada mañana por el parque para mantenerse alejado de la tentación. Pero aquella mañana, una semana después de haberse trasladado, corrió más y más rápido que nunca, de manera que estuvo de regreso antes de lo habitual. Paula seguía en el jardín, regando, inclinada con los pantalones cortos más cortos que Pedro había visto en su vida. Como de costumbre, llevaba los cascos puestos.


Respirando con fuerza, y no solo por el esfuerzo de correr, se acercó a ella por detrás. Era peligroso. Cualquiera podría haberla asaltado en aquellas circunstancias. Cualquiera que la viera bailando en su jardín se sentiría tentado. Necesitaba recibir una buena lección; sus pantalones debían ser un poco más largos, los cascos tenían que desaparecer y debía reservar sus bailes para el interior.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 18

 


Paula apretó los dientes. Por lo visto, Pedro había tenido una adolescencia normal, algo de lo que ella había carecido. No lamentaba el motivo por el que no la había tenido, pues le había encantado poder cuidar de sus abuelos, pero ya había llegado el momento de disfrutar de la libertad y la diversión de las que había carecido a los dieciocho años. Más valía tarde que nunca.


–Pues yo ya soy lo suficientemente mayor como para vivir por mi cuenta y para beber lo que quiera.


Hubo un momento de silencio y Pedro volvió a mirar la nevera.


–¿Y comes algo?


Paula sabía que se había fijado en que no había horno. Pero tenía microondas y una cocinilla portátil de un solo fogón. Era casi como si estuviera viviendo de cámping, pero solo iba a estar así una temporada y el esfuerzo merecía la pena.


–Normalmente tomo ensaladas, o cosas parecidas.


–De tu huerto, supongo –Pedro asintió lentamente–. Pues, dado que te has tomado las pastillas, trata de comer lo suficiente esta noche y de no beber más champán –añadió mientras se encaminaba hacia la puerta.


Paula lo siguió y se apoyó contra el quicio de la puerta, consciente de que, al alzar la mano, también se alzaba la camiseta. Al notar que Pedro dirigía de inmediato la mirada a sus pechos, sintió que los muslos le ardían… y no precisamente por la picadura. Envalentonada, contestó con un tono especialmente suave y femenino.


–Creía que ya habíamos dejado claro que no soy ninguna niña.


La mandíbula de Pedro se tensó visiblemente.


–Puede que no seas una niña, pero eres demasiado nena como para sentirme cómodo cerca de ti –tras mirarla una vez más de arriba abajo, añadió–: Así que creo que será mejor que nos mantengamos alejados el uno del otro.


Paula vio cómo bajaba las escaleras de tres en tres, como si estuviera escapando de alguna peligrosa amenaza. Volvió a entrar en su estudio y sonrió. Pedro Alfonso suponía un reto en muchos aspectos, y ella nunca se había echado atrás ante un reto.


Ni siquiera ante el más imposible.




sábado, 23 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 17

 

Pedro aprovechó la circunstancia para entrar en la habitación. Estaba abarrotada de muebles amontonados y cajas, que apenas dejaban sitio para una diminuta cama bajo la ventana. ¿Cómo podía vivir Paula en un sitio como aquel?


–Supongo que no piensas vivir aquí –dijo en tono nuevamente gruñón.


–¿Por qué no?


–Porque no hay sitio.


–Hay sitio de sobra para mí.


Pedro se volvió a mirar a Paula de nuevo, pero en seguida apartó la mirada. Al hacerlo se fijó en que en la etiqueta de la botella había escrita una H.


–¿Y esa H?


Paula miró la botella y su expresión se volvió culpable.


–¿Tienes más? –bromeó Pedro a la vez que miraba a su alrededor. A sus espaldas estaba la nevera. La abrió. Dentro había tantas botellas que parecía un mueble bar. No esperaba aquello–. ¿Cuántas botellas hay?


–Cinco –contestó Paula a la defensiva–. Y solo son medias botellas.


Pedro sacó una, vio que llevaba otra inicial escrita en la etiqueta y en seguida comprobó que las demás también llevaban iniciales.


–¿Qué quieren decir esas iniciales?


Paula se cruzó de brazos. No pensaba admitir que se había gastado parte del dinero que Pedro le había entregado en la peluquería y en comprar ropa interior y media docena de medias botellas de champán.


–No es asunto tuyo.


–Vamos, Paula. Es evidente que significan algo.


Paula suspiró.


–De acuerdo. La H es por haber ido a la peluquería –dijo a la vez que deslizaba la mano por su pelo, casi suficientemente largo como para cubrirle el pecho. Casi–. Llevaba tiempo esperando –pero no había tardado mucho en bebérsela para celebrar que había conseguido un inquilino y el dinero para la peluquería.


–¿Y la P? –preguntó Pedro.


–Por mi primera actuación en público –Paula decidió seguir con las explicaciones para que Pedro se fuera cuanto antes–. La B es para cuando consiga el billete para viajar al extranjero. La C es para cuando consiga mi carnet de conducir. La A es para la audición, para celebrar haber entrado en el grupo de animadoras de los Blade. Esa la beberé más tarde.


–¿Con quién vas a celebrarlo?


–Es solo media botella, así que tendré que bebérmela sola.


Pedro alzó las cejas.


–¿Has tomado la primera sola?


–Totalmente –Paula sonrió, satisfecha con la habilidad que estaba demostrando para seguir hablando a pesar del magnífico ejemplar de hombre que tenía delante.


–¿Y te ha gustado?


–Me ha encantado.


Pedro volvió a sonreír.

 

–¿No tienes dolor de cabeza?


–Por eso he comprado una buena marca –Paula se sentía cada vez más mareada, pero no a causa del champán, sino por la sonrisa de Pedro.


–Aunque sea una buena marca, tendrás resaca si bebes lo suficiente. Deberías compartirlas con alguien –añadió.


–Nunca. ¿Sabes lo que cuesta cada una de esas botellas? Son mías. Solo mías.


Pedro rio y volvió a mirar la nevera.


–¿Y la V? ¿A qué se refiere?


Paula esperaba que hubiera olvidado la última botella. Tragó saliva mientras trataba de buscar una respuesta.


–¿A la victoria? –añadió Pedro.


Paula asintió con entusiasmo. Ya no tenía por qué admitir que la última botella era para celebrar la pérdida de la virginidad que ya llevaba demasiado tiempo arrastrando consigo.


–Es para cuando los Knights ganen el trofeo.


–¿Bebes champán todo el rato?


–Solo en ocasiones especiales –contestó Paula, aunque lo cierto era que, hasta la noche anterior, nunca lo había probado.


Tras cerrar la puerta de la nevera, Pedro la miró con expresión seria.


–¿Te importa que te haga una pregunta personal?


–Adelante.


–¿Cuántos años tienes?


Paula no esperaba aquella pregunta.


–Veintidós. ¿Te sorprende? –preguntó al ver la expresión de Pedro.


–Pensaba que eras más joven.


–¿Cuántos años me habías echado?


–Unos dieciocho.


–¿Y cuántos tienes tú?


–Treinta y uno.


–Así que hay menos de una década entre nosotros –dijo Paula, encantada.


–Sigo siendo bastante mayor que tú.


–Sí, pero no lo suficiente para ser mi padre… a menos que fueras demasiado adelantado para tu edad –bromeó Paula, que disfrutó al ver la expresión horrorizada de Pedro.


–Era muy adelantado para mi edad en varios terrenos –replicó Pedro, recuperando su abierta arrogancia–. Pero no empecé a hacer el tonto hasta la adolescencia.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 16

 


Pedro se quedó un momento paralizado. Había olvidado por completo la picadura y su mente se había llenado de imágenes de ropa interior femenina. Entonces Paula alzó ligeramente un pierna para mostrarle la picadura y Pedro captó un destello de las braguitas de encaje que cubrían su entrepierna. Tuvo que reprimir el impulso de arrodillarse para lamerla allí, para lamerle todo el cuerpo…


Frunció el ceño y trató de dejar de pensar en el delicado encaje que acababa de atisbar. Tragó saliva, molesto consigo mismo por el poco control que estaba demostrando.


–No dejes de darte más crema –espetó.


Paula abrió más los ojos.


–¿Por qué estás tan gruñón?


–No estoy gruñón.


–Claro que sí –Paula sonrió–. Pero creo que lo demás sigue ahí, bajo tu ceño fruncido.


–¿Lo demás?


–La habilidad para divertirte.


¿Ya estaba flirteando de nuevo?


–Oh, claro que me divierto –dijo Pedro en tono deliberadamente pausado–. Pero soy muy selectivo respecto a con quién me acuesto.


–Eso está muy bien. Yo también soy muy selectiva.


–¿En serio? ¿Y hasta qué punto has llegado a divertirte?


Paula bajó la mirada y estuvo a punto de hacer un mohín.


–No lo suficiente.


Pedro alzó la mirada para no sentirse tentado por aquellos carnosos labios.


–Parece que hoy te has divertido un rato –dijo a la vez que señalaba una pequeña botella vacía que se hallaba en una mesa.


Paula se volvió para ver a qué se refería.


–Oh, eso… –sonrió con expresión pícara– estaba muy bueno.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 15

 


Unas horas más tarde, Pedro condujo de vuelta a su nueva casa pensando. Paula estaría allí durante los partidos, pero entonces el solía estar ocupado con los jugadores. Además, había tomado por norma no asistir a las fiestas que solía haber después de los partidos. De manera que, aunque la viera de pasada de vez en cuando, eso sería todo. Podía adaptarse a aquellas circunstancias durante una temporada. Seguro que sí.


Pero al llegar a la Casa del Árbol no pudo evitar mirar a las ventanas. Las cortinas no estaban corridas, pero no había señales de vida. La puerta de garaje estaba cerrada y un montón de cajas bloqueaba la vista por la ventana, de manera que no pudo ver si había un coche dentro. Solo podría averiguar si Paula estaba en casa llamando a su puerta.


Paula vivía justo al borde del parque, lo más probable era que en aquel parque hubiera drogadictos y vagabundos de noche. La inquietud se transformó en auténtica preocupación. La única manera de librarse de ella era asegurarse personalmente de que estaba bien. Y ese era el único motivo por el que deseaba verla.


Finalmente subió las escaleras de dos en dos, haciendo todo el ruido posible para anunciar su llegada. Llamó a la puerta con fuerza. Llamó con más fuerza. Gritó el nombre de Paula. Estaba planteándose tirar la puerta abajo cuando esta se abrió.


Al principio, todo lo que vio fue la camiseta de tirantes. Una fracción de segundo después se dio cuenta de que aquello era todo lo que vestía Paula.


–¿Va todo bien? –preguntó Paula, adormecida.


–Eso venía a preguntarte –murmuró Pedro en un tono apenas inteligible.


Los ojos de Paula parecían destellar incluso cuando estaba medio dormida. Entonces Pedro cometió el error de bajar la mirada. Muslos, pantorrillas, tobillos. Unas piernas morenas, largas y esbeltas, pero también fuertes. Sintió el deseo de deslizar las manos a lo largo de ellas, de hacerle abrirlas de nuevo para él…


–Creo que está bien –dijo Paula con voz ronca–. No parece haber empeorado.