domingo, 24 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 19

 

Pedro siguió trotando por el parque. Si no hubiera alquilado ya su apartamento, habría vuelto a instalarse en él. Porque averiguar la edad de Paula no había supuesto precisamente una ayuda. Tenía edad y sofisticación suficiente como para tratar de provocarlo. Pero seguía siendo su casera y una bailarina en su trabajo.


Y también estaba la tortura del agua. Cada mañana.


La segunda noche que pasó en la Casa del Árbol se despertó a causa del sonido del agua corriendo. Al asomarse a la ventana comprobó quién era la persona que se ocupaba del jardín a las cinco de la mañana… y lo bien que bailaba. Las siguientes mañanas fue estimulado a despertarse para contemplar el espectáculo de Paula regando las plantas y haciendo yoga. Llevaba algún tipo de reproductor musical en la cadera, unos cascos, y no dejaba de balancear el cuerpo. Era suficiente para volver loco a cualquier hombre.


Reconocía que se estaba muriendo de deseo. Aquello no solo le alteraba el sueño, sino que asaltaba su imaginación en cualquier momento del día.


De manera que había decidido salir a correr cada mañana por el parque para mantenerse alejado de la tentación. Pero aquella mañana, una semana después de haberse trasladado, corrió más y más rápido que nunca, de manera que estuvo de regreso antes de lo habitual. Paula seguía en el jardín, regando, inclinada con los pantalones cortos más cortos que Pedro había visto en su vida. Como de costumbre, llevaba los cascos puestos.


Respirando con fuerza, y no solo por el esfuerzo de correr, se acercó a ella por detrás. Era peligroso. Cualquiera podría haberla asaltado en aquellas circunstancias. Cualquiera que la viera bailando en su jardín se sentiría tentado. Necesitaba recibir una buena lección; sus pantalones debían ser un poco más largos, los cascos tenían que desaparecer y debía reservar sus bailes para el interior.




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