Pedro se quedó un momento paralizado. Había olvidado por completo la picadura y su mente se había llenado de imágenes de ropa interior femenina. Entonces Paula alzó ligeramente un pierna para mostrarle la picadura y Pedro captó un destello de las braguitas de encaje que cubrían su entrepierna. Tuvo que reprimir el impulso de arrodillarse para lamerla allí, para lamerle todo el cuerpo…
Frunció el ceño y trató de dejar de pensar en el delicado encaje que acababa de atisbar. Tragó saliva, molesto consigo mismo por el poco control que estaba demostrando.
–No dejes de darte más crema –espetó.
Paula abrió más los ojos.
–¿Por qué estás tan gruñón?
–No estoy gruñón.
–Claro que sí –Paula sonrió–. Pero creo que lo demás sigue ahí, bajo tu ceño fruncido.
–¿Lo demás?
–La habilidad para divertirte.
¿Ya estaba flirteando de nuevo?
–Oh, claro que me divierto –dijo Pedro en tono deliberadamente pausado–. Pero soy muy selectivo respecto a con quién me acuesto.
–Eso está muy bien. Yo también soy muy selectiva.
–¿En serio? ¿Y hasta qué punto has llegado a divertirte?
Paula bajó la mirada y estuvo a punto de hacer un mohín.
–No lo suficiente.
Pedro alzó la mirada para no sentirse tentado por aquellos carnosos labios.
–Parece que hoy te has divertido un rato –dijo a la vez que señalaba una pequeña botella vacía que se hallaba en una mesa.
Paula se volvió para ver a qué se refería.
–Oh, eso… –sonrió con expresión pícara– estaba muy bueno.
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