lunes, 18 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO FINAL

 


El sol se reflejó en el anillo de Paula mientras salían del despacho de Pamela Adams a la mañana siguiente. Aunque tenía mucho trabajo para la siguiente gala de La Esperanza de Hannah, había accedido encantada a ocuparse de la organización de su boda para el mismo fin de semana.


Los dedos de Paula le apretaron el antebrazo mientras una amplia sonrisa se le dibujaba en el rostro.


–¿Feliz? –le preguntó él, aunque ya sabía la respuesta.


–No podría serlo más –respondió ella.





MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 83

 

Cuando la besó, Paula se vio inmediatamente asaltada por un deseo familiar que siempre acompañaba a las caricias de Pedro. Entonces, él le agarró las manos y la condujo por el pasillo hacia su dormitorio.


En la oscuridad de la habitación de su infancia, los labios de ambos volvieron a unirse y a fundirse. Las manos de Paula despojaron hábilmente a Pedro de la cazadora antes de centrarse en los botones de la camisa para abrirlos uno a uno. En cuanto lo tuvo con el torso desnudo, le deslizó las manos por la piel. Sintió un profundo hormigueo en los dedos y todo su cuerpo se despertó inmediatamente. Bajo las palmas de las manos, sintió cómo se le tensaban los pezones. Apartó los labios justo lo suficiente para besar los dos y estimularlos con la lengua. Le encantó el modo en el que el cuerpo de Pedro temblaba como respuesta.


Él no perdió tiempo en desnudarla a ella. El camisón cayó al suelo, seguido de las braguitas. Cuando estuvo completamente desnuda, la empujó suavemente sobre la cama y se quitó los zapatos y los calcetines, para despojarse finalmente de los pantalones y de los bóxer con un rápido movimiento.


Paula suspiró de felicidad cuando él cubrió su cuerpo con el suyo y gozó con el calor que emanaba de su piel y con las hábiles caricias. Cuando la empujó al orgasmo con los dedos, se colocó un preservativo y se hundió en ella.


Cuando Pedro comenzó a moverse dentro de ella, Paula acogió con anhelo cada movimiento. Las sensaciones fueron tensándola más y más hasta que dejó escapar un grito de placer tan completo que pensó que iba a perder el conocimiento. El clímax de Pedro llegó casi simultáneamente. Permanecieron tumbados juntos. Paula sostenía el peso del cuerpo de él con el suyo propio.


–Quiero que vuelvas a llevar mi anillo –dijo él–. Un día, cuando estés lista, quiero que seas mi esposa. ¿Qué te parece? ¿Quieres casarte conmigo?


¿Casarse con él? Paula casi sentía miedo de lo que estaba escuchando. Sus deseos estaban claramente impresos en sus ojos. Todas sus palabras eran sinceras, por lo que Paula sintió que la pena que le había rodeado el corazón comenzaba a desaparecer por fin.


–Sí –susurró–. Sí. Me casaré contigo.



MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 82


Al llegar a la calle de Paula, sintió las primeras dudas. Aquella sensación era desconocida para él.


Se detuvo frente a la casa y apagó el motor del coche. Permaneció sentado allí unos minutos. Aquello era una locura. Había ido sin avisar, sin saber siquiera si ella correspondía sus sentimientos. Lógicamente, sabía que ella sentía algo por él. Una mujer como Paula no se embarcaba en una aventura sexual con un hombre al que apenas conocía sin sentir algo. Repasó algunos de los momentos que habían vivido juntos, los momentos en los que ella había parecido más feliz. ¿De verdad podía esperar que Paula lo creyera cuando él le dijera que la amaba? ¿Podría incluso soñar con escuchar las mismas palabras dirigidas a él?


Solo había un modo de averiguarlo. Salió del coche y se dirigió a la puerta principal de la casa. La luz del porche no estaba encendida, por lo que dudó antes de llamar. Era tarde y podría ser que estuviera ya dormida. Pues tendría que despertarse. Aquello era demasiado importante para esperar al día siguiente.


Llamó a la puerta y esperó. Los pasos al otro lado de la puerta indicaron que al menos alguien había en casa. La puerta se abrió. Fue Facundo el que apareció en el umbral.


–Señor Alfonso, ¿qué…?


–¿Está Paula en casa?


–Sí, pero se ha ido a la cama.


–Facundo, ¿quién es? –preguntó la voz de Paula desde el pasillo.


Pedro se tensó al escuchar su voz y miró a Facundo, que lo observaba con una extraña expresión.


–Tal vez debería salir un rato –comentó.


–Buena idea –dijo Pedro. Le dio a Facundo las llaves de su coche y le entregó la tarjeta de la suite de su hotel–. Puedes quedarte allí toda la noche.


Cerró la puerta ante el joven al mismo tiempo que Paula salía de su dormitorio. En el momento en el que ella lo vio, se arrebujó la bata.


Pedro se dirigió hacia ella.


–Tenemos que hablar –le dijo en un tono que no admitía réplica.


Paula no podía creer lo que veían sus ojos. Pedro Alfonso estaba allí, en su casa.


Lo condujo a la cocina y allí lo animó a que se sentara.


–¿Café? –le preguntó.


–Déjalo –respondió él mientras le agarraba la mano y la obligaba a sentarse en la silla que había a su lado.


Para ser un hombre que parecía tan dispuesto a hablar, estaba muy callado. Paula trató de encontrar un tema de conversación.


–¿Cómo fue la reunión con el señor Cameron?


Pedro se encogió de hombros.


–Me dijo que consideraría mis recomendaciones, pero no me prometió nada.


Paula suspiró. Sin embargo, fue él quien volvió a tomar la palabra.


–No he venido a hablar de trabajo.


–Entonces, ¿sobre qué? Eso es lo único que tenemos en común, ¿no?


–No. No es lo único que tenemos en común –respondió él–. Al menos, eso espero.


Paula esperó pacientemente. Casi no se atrevía a mover ni un músculo mientras él parecía pensar en lo que iba a decir.


–He venido porque no quiero estar lejos de ti. No quiero pasar otra noche más sin ti entre mis brazos. Nunca más.


Pedro la miró y ella comprendió que era sincero, pero quería más. No le bastaba con que él deseara su cuerpo. Tenía que quererla a ella entera. Cuerpo, mente y alma.


–¿Qué es lo que quieres decir exactamente con eso, Pedro? ¿Me estás pidiendo que volvamos a la situación en la que estábamos antes? –le preguntó.


–No. Fui un idiota al imaginar algo así. Jamás nos di la oportunidad de ser una pareja de verdad. De cortejarte. De mostrarte lo mucho que te amo y lo mucho que espero que tú, algún día, me correspondas. Quiero esa oportunidad ahora. Te amo, Paula. Quiero que volvamos a empezar.


¿Que la amaba? ¿Estaba soñando? No. Ciertamente Pedro estaba en su cocina, tan guapo como siempre. Lo miró sin saber qué hacer o decir.


–Paula, te ruego que me des otra oportunidad. No espero que correspondas mi amor inmediatamente. Sé que me he equivocado, pero espero que puedas perdonarme y darme una nueva oportunidad.


–Calla –susurró ella mientras le colocaba un dedo en los labios–. No tienes que decir más, Pedro. Yo te amo desde el momento en el que te vi por primera vez. Sé que parece una estupidez y que suena a algo terriblemente romántico, pero jamás había sentido un vínculo así con otra persona. Cuando me besaste, fue como si me transportaras a otro mundo. Temía admitir que pudiera sentir tanto tan pronto, pero cuando empezamos con nuestro compromiso fingido, supe que me estaba enfrentando a un imposible. Si no te hubiera amado, jamás podría haber estado contigo como lo estuve en San Diego. No me puedo creer que tú también me ames…


–Pues créelo.


Pedro se puso de pie y la hizo levantarse también a ella. Entonces, la tomó entre sus brazos y la miró a los ojos.


–Te amo, Paula Chaves, más de lo que yo nunca hubiera creído posible.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 81

 


Pedro salió a la terraza y se sentó en una de las sillas. Tenía una copa de whisky entre las manos. Se puso a observar el océano mientras que el agotamiento se apoderaba de él. ¡Menudo día!.


La reunión con Rafael había sido breve y concisa, pero Rafael no había desvelado sus cartas. Se había negado a tomar una decisión en aquel momento. En muchos sentidos, aquello era un juego para él. Rafael Cameron personificaba la historia del pobre que se hace rico. Esto hacía que su fijación por Industrias Worth resultara aún más intrigante.


No por primera vez, Pedro se preguntó qué empujaba a un hombre como Rafael. Había perdido a su madre a una edad temprana y su padre se había vuelto a casar. Durante un instante, Pedro se preguntó lo que habría sido para él perder a cualquiera de sus progenitores a una edad temprana.


En aquellos momentos, Rafael vivía en una casa espectacular con vistas al mar. El apartamento era muy caro y, en ocasiones, Rafael había comentado lo mucho que distaba aquello de donde él había crecido. Sin embargo, seguramente estaba solo en aquellos momentos. Solo como lo estaba Pedro.


En lo más profundo de su ser había un vacío que no podía ignorar. Aparentemente, tenía todo lo que quería. Tenía su apartamento en Manhattan, un trabajo que adoraba. Desafíos todos los días que ponían a prueba su habilidad mental.


Debería sentirse en lo más alto. Había hecho un excelente trabajo en la absorción de Industrias Worth, había descubierto, con la ayuda de Facundo Chaves, la persona que había estado robando a la empresa. Entonces, ¿por qué carecía en aquellos momentos del sentimiento de satisfacción que solía acompañar a un trabajo bien hecho? Algo ocurría.


Tomó un sorbo de whisky y lo tragó lentamente. ¿A quién estaba tratando de engañar? Por supuesto que le ocurría algo. Le faltaba Paula. Sólo pensar en su nombre acrecentaba el dolor que sentía. No tenerla a su lado, no verla sonreír o escuchar el sonido de su voz, no sentir la suavidad de su cuerpo bajo el de él…


Dejó el vaso sobre la mesa y lo miró. Nunca antes había sentido algo así por una mujer. Ella era lo primero en lo que pensaba al despertarse y lo último antes de irse a dormir. Después, ella se infiltraba en sus sueños con recurrente frecuencia.


Había sido un estúpido. Por fin había comprendido a su familia. Lo que querían para él. Había estado a punto de tenerlo con Paula, pero lo había estropeado todo.


Se incorporó en la silla.


Amaba a Paula Chaves. No se lo podía creer. Lo dijo en voz alta.


–Amo a Paula Chaves.


El vacío que sentía en el pecho comenzó a aliviarse. Volvió a decirlo en voz alta, con más fuerza, hasta que lo gritó y atrajo la atención de una pareja que pasaba por la playa.


La quería, la necesitaba a su lado. Para siempre. Regresó al interior de la suite, se puso una cazadora, agarró las llaves del coche y se marchó corriendo. No podía perder ni un momento más. Tenía que tratar de arreglar las cosas entre ellos.




domingo, 17 de octubre de 2021

MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 80

 

Aquel día, Paula se marchó a su casa sin estar segura de lo que debería estar sintiendo. Tenía miedo de esperar que Rafael Cameron aceptara la nueva propuesta de Pedro. Efectivamente, sobre el papel todo tenía sentido y las proyecciones de futuro resultaban muy prometedoras. Sin embargo, eso no significaba que Cameron lo aceptara. Resultaba evidente que había tenido algo en contra de Industrias Worth desde incluso antes de regresar. Los ácidos editoriales de Gabriela en la Gazette habían resumido sus decisiones para que todos los comprendieran. Fueran cuales fueran sus motivos, lo que parecía decidido a cumplir era la total destrucción de la única empresa que mantenía con vida la ciudad. Pau dudaba que se pensara siquiera la nueva propuesta de Pedro, por muy prudentes que fueran sus recomendaciones.


Lo que más le había sorprendido aquel día había sido el aparente y total compromiso de Pedro con la empresa. Estaba preparado para enfrentarse a Rafael Cameron, aun sabiendo que era poco probable que se aceptara su propuesta. Tal vez había cometido un terrible error de juicio con él. Se había dado mucha prisa en acusarle de ser un tiburón financiero como su jefe. Se preguntó si se habría equivocado con él y esto le molestaba.


¿Debería haberle escuchado? ¿Debería haberle permitido que tratara de convencerla para que pensara como él o acaso Pedro tan sólo había estado buscando una razón para dar por terminado su acuerdo? Tal vez se había cansado de ella. Lo que no comprendía era el cambio sobre la granja de la que había hablado con tanto entusiasmo. Había significado mucho para él a muchos niveles y, sin embargo, se había deshecho de ella sin dudarlo. No tenía sentido.


Comenzó a preparar la cena para Facundo y para ella aunque no tenía apetito alguno. Estaba a punto de sacar un pollo del horno cuando oyó que la moto de Facundo se detenía frente a la casa. No tardó en escuchar la puerta y los pasos de su hermano.


–¿Qué pasa? –le preguntó ella cuando entró en la cocina.


Como respuesta, él la tomó entre sus brazos y comenzó a dar vueltas con ella.


–¡Las cosas no podrían ir mejor!


Paula se echó a reír mientras que Facundo volvía a dejarla en el suelo.


–¿Qué ha ocurrido?


Observó el rostro de su hermano. No había estado más animado desde que se graduó en la universidad.


–Buenas noticias. No. Mejor aún. Noticias magníficas.


–Eso ya me lo has dicho.


–Me han exculpado. Me han exonerado. Se me ha pedido perdón por la acusación.


–¡Facundo, eso es maravilloso! Me alegro mucho por ti. Yo jamás debería haber dudado de ti –susurró. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que empezaron a caerle por las mejillas.


–Paula –dijo él mientras la tomaba entre sus brazos para darle un fuerte abrazo–. No importa. Sé que no siempre he sido un ángel, pero la última vez en los tribunales lo dije de corazón cuando te prometí que no te volvería a defraudar. Supongo que a partir de ahora me creerás.


Ella asintió y lo abrazó con fuerza.


–No quería echarme a llorar. Lo siento, es una excelente noticia, pero estoy llorando de felicidad.


–Lo sé.


–Bueno, cuéntame qué es lo que ha ocurrido –dijo Paula mientras sacaba el pollo del horno y lo servía.


–Ha sido increíble. Ella no lo sabía, pero la teníamos con la soga al cuello.


–¿A tu supervisora?


–Sí. Alfonso la está interrogando ahora. Por lo que hemos descubierto, ha estado metiendo mano a muchas otras cosas aparte de lo que quería atribuirme a mí.


–Eso es terrible. Y pensar que iba a dejar que tú cargaras con las culpas…


Paula añadió unas judías verdes a los platos y los llevó a la mesa. Facundo se sentó inmediatamente y tomó su tenedor.


–Y eso no es todo –añadió Facundo–. Alfonso me ha felicitado por mis habilidades contables que descubrieron las pistas que condujeron al verdadero culpable. ¿Sabes una cosa? Tal vez sea tan duro como el pedernal, pero, en lo más profundo de su ser, parece que le importa la gente. Cuando pensaba que yo era culpable, se mostró muy duro conmigo, pero ha sido lo suficientemente hombre como para darme la mano y disculparse cuando se ha dado cuenta de que yo era inocente.


El trozo de pollo que Paula acababa de comerse se le atascó en la garganta. Tuvo que tomar un poco de agua para tragarlo. El modo en el que Facundo había descrito a Alfonso no podría haber sido más acertado.


–¿Sabes una cosa? –prosiguió Facundo–. Yo estaba equivocado sobre los motivos de Alfonso. Ciertamente piensa en lo que más nos interesa. Siento haber sido tan duro con vosotros porque tú le ayudaras del modo en el que lo hiciste.


–No te preocupes –consiguió decir Paula–. Ya es agua pasada…


Facundo la miró fijamente, pero no insistió en el tema, algo que Paula le agradeció mucho.


–Se ha tomado muchas molestias por mí en este asunto, Paula. Ha recomendado al jefe de mi división que me ofrezca una beca de la empresa para que pueda volver a estudiar y especializarme en Contabilidad Forense, dado que parece que se me da muy bien. Me dijo que tenía una aptitud natural para ello. Considera que yo seré un pilar para la empresa en el futuro.


Paula casi no podía creer lo que estaba oyendo. Facundo siguió hablando ante las posibilidades que se abrían ante él.


Sin embargo, por mucho que se Paula se alegrara de lo de su hermano, ¿qué ocurriría con ellos si la fábrica se veía obligada a cerrar?


Fuera como fuera, Pedro Alfonso terminaría regresando a Nueva York o al lugar al que Rafael Cameron quisiera enviarlo. Él se llevaría consigo su corazón hecho pedazos.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 79

 

El hecho de haberle dicho que su acuerdo había llegado a su fin no le había servido de nada. Pedro llegó a esta conclusión mientras observaba cómo ella meneaba las caderas mientras se marchaba de su despacho con el trabajo que él acababa de darle.


Se rebulló en el asiento para aliviar la incomodidad que tenía en la entrepierna, una incomodidad que a pesar de sus esfuerzos, no le prestaba atención y se presentaba cada vez que ella estaba a pocos metros de distancia.


Notó con cierto grado de irritación que Paula no parecía sufrir dificultad alguna. Cada día se sentaba serenamente en su escritorio y realizaba su trabajo de un modo ejemplar. Era como si lo que había habido entre ellos no hubiera ocurrido jamás. Como si la pasión que había ardido entre ellos no hubiera existido nunca.


Debería haberse sentido aliviado. Después de todo, él se había tenido que librar de suficientes relaciones a lo largo de su vida como para saber que la respuesta de Paula era una bendición, en especial dado que seguían trabajando juntos. Sin embargo, había una parte de él que había empezado a lamentar haberla liberado de su acuerdo. Sabía que había sido lo correcto, pero, por primera vez en su vida, lo correcto parecía estar completamente equivocado.


La echaba de menos. Lo había admitido. La echaba de menos en su cama, en su vida. Efectivamente, compartían despacho, pero era como si ella estuviera en una burbuja protectora y fuera inmune a todo lo que le rodeaba. Las cosas que más le gustaban de ella, como su sentido del humor, su asombro por todo lo que era nuevo, su habilidad para dar, habían desaparecido para siempre.


El despacho se había transformado en un lugar sombrío. El informe que había presentado a Rafael y al Consejo había sido recibido con bastantes discusiones. Sin embargo, el consenso general indicaba que lo mejor era aceptar sus recomendaciones y, como si todo el mundo lo hubiera presentido, se había empezado a notar una gran animadversión hacia él por parte de los empleados. Afortunadamente, Pedro tenía la cabeza bien alta.


Justo antes de la hora de comer, Paula entró en su despacho. Tenía el rostro más animado de lo que se lo había visto desde hacía días, a pesar de que la animación suponía ira. Una ira directamente dirigida a él.


Le arrojó unos papeles sobre la mesa.


–¿A qué estás jugando? –le preguntó.


Pedro se reclinó en su butaca.


–¿Te importa explicarme a qué te refieres?


–A eso –le respondió ella señalando los papeles–. Estas recomendando exactamente lo opuesto del último informe. ¿Estás tratando de cometer un suicidio profesional? Por lo que tengo entendido, Rafael Cameron está decidido a desmantelar lo que queda de Industrias Worth aunque se pueda encontrar una solución más beneficiosa para nosotros. Ciertamente parecía encantado con tu otro informe. ¿Por qué te molestas con este?


–El informe es lo que es –afirmó Pedro–. He recopilado mis últimos descubrimientos y los he presentado en ese informe. ¿Me estás diciendo que, una vez más, no estás de acuerdo con mi recomendación?


–Por supuesto que no, pero, ¿por qué no dijiste esto en un principio?


Pedro se reclinó sobre la butaca y se colocó las manos en la nuca.


–No disponía de toda la información. Ahora sí. El otro informe era preliminar. Desde entonces, he recibido más información. Esta noche voy a reunirme con Rafael para hablar al respecto. Creo firmemente que esta fábrica es viable si cambian de productos y se especializa. Por supuesto, a Cameron le va a costar mucho dinero realizar estos cambios, pero, a la larga, los beneficios serán enormes. Espero que esa sea la zanahoria que atraiga el interés de Cameron. Además, así la comunidad seguirá siendo saludable económicamente y creará más empleos de los que crea en la actualidad.


Paula lo miró como si le hubieran salido dos cabezas.


–¿Hablas en serio? Si eso sale adelante, harías feliz a mucha gente. La moral está por los suelos. ¿De verdad crees que él lo aceptará?


–Probablemente no, pero no podía dejarlo pasar sin hacérselo ver –dijo él. Se inclinó sobre la mesa y recogió los papeles–. Por mucho que te agradezca la rapidez con la que has trascrito esto, no creo que se lo pueda dar a Rafael con este aspecto. No quiero que tenga excusa alguna para tirarlo a la basura antes de leer su contenido.


Paula se inclinó sobre él y le quitó los papeles de las manos.


–No te preocupes –le dijo–. Estarán perfectamente encuadernados y de nuevo sobre tu escritorio dentro de diez minutos.




MENTIRAS DE AMOR: CAPITULO 78

 

Oyó que Facundo entraba en la casa. Se lavó rápidamente la cara y se retocó el maquillaje para aparentar normalidad.


Tendría que haberse imaginado que sus esfuerzos serían en vano.


–¿Qué te ha pasado? –preguntó Facundo en el momento en el que la vio.


–Nada –respondió ella.


–Pues a mí no me parece que no haya pasado nada. Dime, Pau. ¿De qué se trata?


–Nada… Tan sólo acabo de cometer la mayor estupidez de toda mi vida –susurró ella–, pero no te preocupes, lo superaré.


Facundo negó con la cabeza.


–¿Te refieres a olvidarte de él?


Paula trató de tragarse el nudo que se le había formado en la garganta. Sólo pudo asentir.


–Ay, Pau. ¿Por qué has tenido que enamorarte de él?


Facundo abrió los brazos para abrazar a su hermana. Pau se reconfortó con la fuerza de su hermano. Resultaba extraño ver cómo los papeles se cambiaban.


–No pude evitarlo, Facundo. Simplemente ocurrió.


Permanecieron así durante mucho tiempo, abrazándose y dándose y recibiendo consuelo. Por fin, Paula se apartó de su hermano.


–Gracias.


–¿Por qué?


–Por no decir que ya me lo habías advertido… Facundo negó con la cabeza.


–Ya eres una mujer hecha y derecha, Pau. Ya va siendo hora de que empieces a cometer tus propios errores en vez de tratar de subsanar los míos.


–¿Qué quieres decir?


–Necesitas una vida propia. Has estado tan entregada a mí y al hecho de asegurarte de que nuestras vidas fueran tan normales como fuera posible que se te olvidó completamente tomarte tiempo para ti. Paula Chaves se perdió por el camino. Te agradezco todo lo que has hecho por mí, en especial renunciar a tus sueños de ir a la universidad para que fuera yo, pero… Dejé de necesitarte hace mucho tiempo. Tengo veinticuatro años, Pau. Tengo que salir adelante yo solo y tú tienes que permitírmelo.


Los ojos de Paula volvieron a llenarse de lágrimas. Facundo tenía razón.


–Está bien. Lo comprendo, pero podría llevarme un tiempo. Sin embargo, lo haré. Por cierto, Pedro me ha dicho que podría ser que fueras exonerado de lo que se te ha acusado. ¿Por qué no me lo has dicho?


Pedro me pidió que no dijera nada hasta que pudiéramos identificar al verdadero culpable.


–Siento mucho haber dudado de ti. Yo sólo…


–Lo sé… –la interrumpió Facundo.