Al llegar a la calle de Paula, sintió las primeras dudas. Aquella sensación era desconocida para él.
Se detuvo frente a la casa y apagó el motor del coche. Permaneció sentado allí unos minutos. Aquello era una locura. Había ido sin avisar, sin saber siquiera si ella correspondía sus sentimientos. Lógicamente, sabía que ella sentía algo por él. Una mujer como Paula no se embarcaba en una aventura sexual con un hombre al que apenas conocía sin sentir algo. Repasó algunos de los momentos que habían vivido juntos, los momentos en los que ella había parecido más feliz. ¿De verdad podía esperar que Paula lo creyera cuando él le dijera que la amaba? ¿Podría incluso soñar con escuchar las mismas palabras dirigidas a él?
Solo había un modo de averiguarlo. Salió del coche y se dirigió a la puerta principal de la casa. La luz del porche no estaba encendida, por lo que dudó antes de llamar. Era tarde y podría ser que estuviera ya dormida. Pues tendría que despertarse. Aquello era demasiado importante para esperar al día siguiente.
Llamó a la puerta y esperó. Los pasos al otro lado de la puerta indicaron que al menos alguien había en casa. La puerta se abrió. Fue Facundo el que apareció en el umbral.
–Señor Alfonso, ¿qué…?
–¿Está Paula en casa?
–Sí, pero se ha ido a la cama.
–Facundo, ¿quién es? –preguntó la voz de Paula desde el pasillo.
Pedro se tensó al escuchar su voz y miró a Facundo, que lo observaba con una extraña expresión.
–Tal vez debería salir un rato –comentó.
–Buena idea –dijo Pedro. Le dio a Facundo las llaves de su coche y le entregó la tarjeta de la suite de su hotel–. Puedes quedarte allí toda la noche.
Cerró la puerta ante el joven al mismo tiempo que Paula salía de su dormitorio. En el momento en el que ella lo vio, se arrebujó la bata.
Pedro se dirigió hacia ella.
–Tenemos que hablar –le dijo en un tono que no admitía réplica.
Paula no podía creer lo que veían sus ojos. Pedro Alfonso estaba allí, en su casa.
Lo condujo a la cocina y allí lo animó a que se sentara.
–¿Café? –le preguntó.
–Déjalo –respondió él mientras le agarraba la mano y la obligaba a sentarse en la silla que había a su lado.
Para ser un hombre que parecía tan dispuesto a hablar, estaba muy callado. Paula trató de encontrar un tema de conversación.
–¿Cómo fue la reunión con el señor Cameron?
Pedro se encogió de hombros.
–Me dijo que consideraría mis recomendaciones, pero no me prometió nada.
Paula suspiró. Sin embargo, fue él quien volvió a tomar la palabra.
–No he venido a hablar de trabajo.
–Entonces, ¿sobre qué? Eso es lo único que tenemos en común, ¿no?
–No. No es lo único que tenemos en común –respondió él–. Al menos, eso espero.
Paula esperó pacientemente. Casi no se atrevía a mover ni un músculo mientras él parecía pensar en lo que iba a decir.
–He venido porque no quiero estar lejos de ti. No quiero pasar otra noche más sin ti entre mis brazos. Nunca más.
Pedro la miró y ella comprendió que era sincero, pero quería más. No le bastaba con que él deseara su cuerpo. Tenía que quererla a ella entera. Cuerpo, mente y alma.
–¿Qué es lo que quieres decir exactamente con eso, Pedro? ¿Me estás pidiendo que volvamos a la situación en la que estábamos antes? –le preguntó.
–No. Fui un idiota al imaginar algo así. Jamás nos di la oportunidad de ser una pareja de verdad. De cortejarte. De mostrarte lo mucho que te amo y lo mucho que espero que tú, algún día, me correspondas. Quiero esa oportunidad ahora. Te amo, Paula. Quiero que volvamos a empezar.
¿Que la amaba? ¿Estaba soñando? No. Ciertamente Pedro estaba en su cocina, tan guapo como siempre. Lo miró sin saber qué hacer o decir.
–Paula, te ruego que me des otra oportunidad. No espero que correspondas mi amor inmediatamente. Sé que me he equivocado, pero espero que puedas perdonarme y darme una nueva oportunidad.
–Calla –susurró ella mientras le colocaba un dedo en los labios–. No tienes que decir más, Pedro. Yo te amo desde el momento en el que te vi por primera vez. Sé que parece una estupidez y que suena a algo terriblemente romántico, pero jamás había sentido un vínculo así con otra persona. Cuando me besaste, fue como si me transportaras a otro mundo. Temía admitir que pudiera sentir tanto tan pronto, pero cuando empezamos con nuestro compromiso fingido, supe que me estaba enfrentando a un imposible. Si no te hubiera amado, jamás podría haber estado contigo como lo estuve en San Diego. No me puedo creer que tú también me ames…
–Pues créelo.
Pedro se puso de pie y la hizo levantarse también a ella. Entonces, la tomó entre sus brazos y la miró a los ojos.
–Te amo, Paula Chaves, más de lo que yo nunca hubiera creído posible.