El trayecto que lo separaba de la casita en la que vivían Paula y su hermano era corto. Cuando detuvo el coche frente a la casa, permaneció en su interior unos instantes. Aunque sabía que tenía que hacerlo, todo su ser se negaba a ello. No podía comprenderlo. Tenían un acuerdo del que Paula había cumplido hasta la última coma. Él era el que se había equivocado. Dejarla marchar sería fácil.
Con renovada resolución, salió del coche y se dirigió hacia la puerta principal. Llamó con fuerza y esperó. En el interior, resonaron unos pasos que se acercaban a la puerta y que acrecentaron los latidos de su corazón.
Paula no pudo ocultar su sorpresa cuando abrió la puerta y lo vio allí.
–Pedro, ¿qué estás haciendo aquí?
–Hay algo que tengo que decirte.
–¿Quieres entrar?
Aunque había realizado la invitación, la voz de Paula carecía de la calidez que él siempre había asociado con ella.
–No hace falta. Puedo decirte aquí lo que tengo que decirte igual que en otra parte.
Ella esperó pacientemente con una mano sobre la puerta y la otra sobre el estómago, como si se estuviera preparando para algo muy malo. Pedro respiró profundamente.
–Al ver cómo has reaccionado esta tarde, te libero de nuestro acuerdo. Ya no tienes que fingir ser mi prometida. No me parece justo ni razonable tener que seguir con algo, o con alguien, a quien evidentemente desprecias tanto.
Ella palideció, pero permaneció en silencio. Pedro vio cómo el pulso le latía suavemente en la garganta. Sintió unos enormes deseos de besarla allí, pero ya no tenía derecho. Ella habló por fin.
–Entiendo. ¿Y la granja?
–He hablado con mi padre y le he contado la verdad. No está contento, pero lo solucionaremos.
–Siento oír eso –susurró ella. Entonces, respiró profundamente–. Entonces, todo ha sido una completa pérdida de tiempo.
Pedro quería decirle que no había sido así, pero se limitó a asentir.
–Durante el tiempo que siga trabajando en Vista del Mar, me gustaría que siguieras siendo mi ayudante, si te parece bien.
¿Por qué había dicho eso? En su despacho ya había decidido que seguir trabajando con ella, verla todos los días sería una tortura. Ya había escrito una carta de recomendación para que ella trabajara como asistente personal para otra persona de la empresa. Sin embargo, sabía que no podía dejarla marchar, al menos, no del todo, por muy buenas que fueran sus intenciones.
–Por supuesto. ¿Por qué no? –respondió ella fríamente–. ¿Y el trabajo de Facundo sigue a salvo?
Por supuesto, ella pensaba en su hermano antes que en cualquier cosa.
–Por el momento. Por cierto, he reabierto la investigación sobre el caso de Facundo.
Ella lo miró boquiabierta.
–¿De verdad?
–Tu hermano me presentó un argumento muy convincente y he investigado un poco más el asunto. Parece que tu hermano estaba diciendo la verdad –admitió Pedro.
–¿Significa eso que es inocente?
–Aún no está demostrado, pero así parece.
–Eso es fantástico. ¿Cuánto hace que lo sabes?
–Unos cuantos días. Tendremos identificado al culpable muy pronto. Espero.
–¿Hace unos cuantos días? ¿Y a ninguno de los dos se os ocurrió decirme nada?
–¿Habría supuesto alguna diferencia?
Pedro la miró y observó los sentimientos que se reflejaban en su hermoso rostro. ¿Habría renegado ella de su acuerdo si hubiera sabido antes las novedades sobre Facundo?
–¿Diferencia, dices? Todas las del mundo. No sé ni cómo me puedes preguntar eso. No tienes ni idea del peso que esto ha supuesto para mí. Pensar que mi hermano era un ladrón ha sido…
¿Y el peso que había supuesto para ella acostarse con él? ¿Había sido cada instante por el bien de su hermano? Pedro ya no lo sabría nunca. Se sentía muy vacío. Se alejó un poco de la puerta.
–Bueno, me marcho.
–Espera.
Pedro sintió que algo le florecía en el pecho hasta que vio que ella se estaba quitando el anillo de compromiso del dedo.
–Toma. Ya no lo necesito –dijo mientras se lo ponía en la mano.
Pedro observó el anillo y sintió que se le hacía un nudo en el pecho.
–Puedes quedártelo si quieres.
–No. No lo quiero. De verdad.
La voz de Paula sonaba tan distante… ¿Dónde estaba la cálida y afectuosa mujer que él había conocido? ¿Había perdido todo el respeto por él por aquel estúpido informe?
Pedro se metió el anillo en el bolsillo. No quería volver a verlo ni quería analizar por qué, de repente, se sentía tan a la deriva por el hecho de que ella se lo hubiera devuelto. En realidad, no habían estado comprometidos de verdad ni había habido sentimientos.
–En ese caso, te veré el lunes en el despacho –dijo antes de marcharse.
A sus espaldas, oyó que la puerta se cerraba de un portazo. El sonido resonó en sus oídos. Su intencionalidad era demasiado real.