miércoles, 22 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO FINAL

 

Abrazándose a él con fuerza, le dio cabida en su interior al tiempo que lo besaba.


–Te amo, te amo, te amo –susurró.


Pedro dejó entonces que su cuerpo hablara, asiéndola con fuerza, meciéndose en su interior más y más profundamente. La felicidad que su total entrega le produjo la arrastró hacia la cima, con un estallido de luz blanca tras la que llegó la oscuridad.


Entrelazados, se quedaron adormecidos hasta que Paula se movió porque su mente no dejaba que su cuerpo llegara a dormirse completamente.


–¿De verdad que has comprado el bar?


–Sí.


–Porque crees en mí.


Daniel abrió los ojos con expresión alerta.


–No te habría dado el trabajo si no hubiera confiado en ti.


–Pensaba que me lo habías dado porque me encontrabas irresistible.


–Ya te dije que no eras mi tipo.


–Tú tampoco el mío.


Pedro retorció un pezón de Paula entre sus dedos.


–Lo sé.


A Paula se le pasó otra idea absurda por la cabeza.


–¿Vamos a celebrar la boda en el bar?


–Ni hablar. Si lo hacemos, Camilo romperá todos los vasos.


Paula rió.


–¿La bañera de fuera es bastante grande para dos?


–Eso me ha dicho el dueño.


–Quizá debiéramos probarla.


Pedro le tomó la mano y tiró de ella para que se levantara.


–Querida, por fin estamos de acuerdo en algo.





NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 64

 

Sacando fuerzas de donde no le quedaban. Paula lo empujó hasta rodar sobre él y tomar la iniciativa. Lo miró fijamente con ojos ardientes y, agachándose, le succionó un pezón. Él se retorció y la asió por las caderas. Paula le deslizó un dedo por el abdomen. Continuó bajando la mano hasta rodear su sexo, luego se incorporó levemente para poder descender y tomarlo en su boca. El gemido de placer que arrancó de la garganta de Pedro la hizo sonreír, mientras él hundía los dedos en su cabello y le asía la cabeza.


–Paula… –susurró.


Ella alzó la cabeza y, con expresión pícara, dijo:

–Repite conmigo: Paula puede escuchar música country siempre que quiera.


Pedro dejó escapar lo que sonó entre la risa y el jadeo.


–Ni hablar.


Ella lo introdujo profundamente en su garganta antes de volver a alzar la cabeza.


–Repite conmigo Paula… –dijo, acompañando cada palabra con una caricia de su mano a un ritmo acelerado.


–Paula… –gimió Pedro–, te adoro.


Ella presionó su sexo con los dedos.


–Ya era hora de que lo dijeras –susurró, abandonando el tono de broma.


Pedro se sentó bruscamente, le tomó el rostro entre las manos y, tras mirarla fijamente, la besó con una pasión renovada.


–¿No lo sabías? Creía que era evidente –dijo tras separar sus labios de los de ella una fracción de segundo.


–¡Pero si es imposible adivinar lo que piensas! –dijo ella.


–No soporto estar sin ti.


Pedro cambió de nuevo el puesto con ella y le retiró el cabello de la cara.


–Cada acción, cada decisión de mi vida va a tener tu bienestar como objetivo. Me importas más que nada en el mundo, incluso más que mi trabajo.


–Tu entusiasmo por lo que haces es parte de tu atractivo, así que no quiero que lo dejes por mí.


–Pero a veces trabajo a horas intempestivas –dijo Pedro, sonriendo.


Ella sonrió y le besó.


–Igual que yo.


–Tendremos que pensar en coordinar nuestros horarios.


Paula sabía que Pedro pensaba en su padre y en su incapacidad para buscar tiempo para su madre.


–Y lo encontraremos –dijo.


Pedro deslizó la mirada hacia sus labios con ojos más dorados que nunca. Su sexo en erección presionaba el vientre de Paula. Ella separó las piernas y alzó las caderas.


–No llevo condón –dijo Pedro.


–Me da lo mismo –dijo ella, arrugando la nariz con coquetería.


–Nunca pensé que quisiera tener hijos –dijo él en tono solemne–. Pero si dentro de cinco años puedo tener uno con ojos verdes y cabello encrespado, quiero al menos uno.


–Haremos que sean dos… dentro de seis años.


–Ya discutiremos los detalles. Ahora sólo quiero amarte.


–Y yo a ti, Pedro. Te amo con todo mi ser.


Al ver la tensión expectante en la mirada de Pedro, fue consciente del poder que tenía para hacerlo feliz.




martes, 21 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 63

 

Permanecieron abrazados unos segundos en paz, relajados, hasta que la tensión volvió a acumularse. Él la tomó de la mano y dijo:

–Vamos en mi coche. Es mucho más seguro.


Paula, a su lado, se sentía como una niña a punto de dar saltos, pero se esforzó por parecer mínimamente madura.


Cuando llegaron al coche, vio sus botas en el asiento de acompañante, entró y las puso en el suelo.


–Espero que te las pongas para mí más tarde –dijo él, insinuante.


Paula decidió no pensar en ello porque les quedaba al menos una hora y media para estar juntos en la cama.


Pero en lugar de tomar el camino de vuelta directamente, eligió una carretera secundaria y se desvió hacia una bodega.


–¿Quieres comprar provisiones? –preguntó Paula.


–Vamos a pasar aquí la noche.


–¿Has hecho una reserva?


–Hace media hora, cuando he visto a dónde venías.


Pedro paró el coche delante del edificio principal, entró y volvió a salir a los pocos minutos. Por su mirada encendida y su aspecto, más desaliñado que de costumbre, Paula intuyó que no tardarían ni cinco minutos en estar en la cama.


Pedro entró en el coche y la gravilla crujió bajo las ruedas a medida que se aproximaban a un pequeño y discreto hotel que había en la propiedad. Aparcó, y Paula y él fueron corriendo de la mano. Aunque el edificio parecía casi en ruinas por fuera, las cuidadas flores del exterior daban la idea de que el interior ocultaba un secreto, y así era. Una elegante restauración había creado un ambiente sofisticado y cálido a un tiempo, una única habitación con una cama gigante.


–Hay una bañera en el exterior. Oculta por el seto. Luego podemos probarla –dijo Pedro, caminando hacia ella con mirada ardiente–. Llevo días sin dormir.


–Igual que yo.


–¿Quieres que nos pongamos al día?


–Estupendo.


Mientras se besaban y empezaban a desnudarse, Paula no pudo resistirse a tomarle el pelo.


–¿Cacahuetes o almendras?


–Almendras.


–¿Mayonesa o vinagreta?


–Mayonesa.


–¿Tapón de corcho o de rosca?


–Corcho


–¿Lo ves, somos incompatibles?


Completamente.


–¿Deprisa o despacio? –Paula se adelantó a contestar ella misma–. Yo quiero deprisa.


–Yo despacio.


–Podemos empezar despacio y acabar deprisa.


–Muy bien –dijo él, sonriendo al sentir las manos de Paula recorrerle el torso–. ¿Ves como estamos de acuerdo en las cosas importantes? Tú haces que me tome el trabajo con calma, yo te acelero.


Para entonces ya estaban desnudos y Paula lo empujó contra la cama y cayó sobre él, que estalló en una carcajada y la hizo girar sobre la espalda para quedar encima. Desde ese momento se dedicó a ella en cuerpo y alma, acariciando cada milímetro de su piel, besándola con apasionada lentitud, mordisqueándole los senos… Hasta que Paula gimió y jadeó bajo sus manos.


Pedro alzó la cabeza unos milímetros para decirle:

–Promete que te encargarás del bar.


–Sí –dijo ella.


Él la acarició en su lugar más sensible.


–Promete que te casarás conmigo.


–Lo prometo –dijo ella, electrizada.


Él profundizó la caricia.


–Di que me amas.


–¿Vas a interrogarme cada vez que hagamos el amor? –preguntó Paula, entrecortadamente.


–Así que admites que estamos haciendo el amor.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 62

 

Te cuesta hablar de tus sentimientos


Pedro se quedó paralizado.


–Te necesito –dijo, finalmente.


–Vamos, Pedro, aparte del sexo no tenemos nada en común.


–Ninguno de los dos puede dormir sin el otro.


–Me refiero a las cosas que importan de verdad –Paula se separó de él–. Tú vales mucho más que yo, eres ambicioso y necesitas tener a tu lado a alguien que esté a tu nivel, como Sara, que es guapa e inteligente.


–Me alegro de que me tengas en tan alta estima, Paula, pero no soy más que un abogado.


–No es verdad y lo sabes. ¡Puedes ser socio del bufete, profesor o juez!


–¿Y?


–Que no puedes quedarte con alguien como yo. ¡Un juez no puede tener como novia una camarera!


–¿Por qué no? Además, yo te quiero como esposa, no como novia.


Pedro… –Paula no sabía cómo suplicarle que dejara de ofrecerla la luna cuando ella no podía aceptarla.


–Paula, tú también tienes mucho talento. Nadie sabría llevar el bar como tú, ni organizaría al personal con tanta disciplina y simpatía. De hecho, desde que te has ido, el público ha bajado. Porque sabes crear un ambiente en el que la gente se relaja.


Percibió el escepticismo con el que Paula recibía el comentario, así que continuó:

–Es verdad, Paula. ¿Qué sería de la vida sin pequeños placeres? Sabes que adoro mi trabajo, pero incluso yo necesito relajarme. Lo he aprendido gracias a ti y te necesito para llevarlo a cabo.


–Te refieres al sexo, y eso perderá su interés. Pronto te aburrirás de mí.


–No. Además, no me refiero sólo al sexo. Somos mucho más que eso. Tú me retas continuamente, me haces reír, me haces ver el lado divertido de las cosas cuando me las estoy tomando demasiado en serio. Paula, consigues que mi vida sea real.


Paula tembló con más violencia. Pedro se había puesto la toga de abogado para acabar con su resistencia.


Pedro… 


Escucha, primero dices que tengo cabeza y luego decides qué es lo mejor para mí. Yo lo sé –Pedro palideció–: eres tú. Y no puedo soportar una semana más sin ti. Además, no pienso ser juez, nunca me ha interesado serlo.


–¿Y qué vas a hacer?


Pedro volvió a rodear a Paula por la cintura y le acarició la espalda para calmarla.


–Me han ofrecido una plaza en la universidad y me he dado cuenta de que lo que quiero es dedicarme a estudiar. De hecho, vas a estar contenta: voy a enseñar Pruebas y Ética.


Paula se relajó en sus brazos.


–Me dan pena tus alumnas de primer año.


–¿Por qué?


–Porque se van a enamorar todas de ti.


–No todo el mundo me ve con tan buenos ojos como tú –dijo Paula mientras seguía tranquilizándola con sus delicadas caricias–. Mi despacho siempre estará abierto. Voy a ser el profesor más deseado de la facultad, con una esposa dueña del bar más de moda de la ciudad.


Paula finalmente suspiró y le rodeó la cintura con los brazos. La habilidad de encontrar la respuesta adecuada en todas las circunstancias iba a acabar por volverla loca. Pero eso contribuía aún más a que lo amara.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 61

 


La mente de Paula se aceleró. Pedro había comprado el bar y quería que ella fuera la encargada. Debía alegrarse y aceptar la oferta, pero la invadía una profunda tristeza y sintió que se le humedecían los ojos. Era evidente que Pedro seguía queriéndola en su cama, pero para ella eso ya no era suficiente. No podía arriesgarse a que la dejara cuando se aburriera de ella, o a que la compartiera con otras amantes. Así que, aunque estuviera ofreciéndole el trabajo ideal, no podía aceptarlo. El precio a pagar era demasiado elevado.


-Gracias, Pedro, pero no puede ser.


–¿Por qué no? ¿Conseguiría convencerte si te dijera que lo he comprado para ti? ¿Que sólo tú puedes dirigirlo?


Desafortunadamente, ni siquiera eso era bastante si su corazón no estaba incluido en el trato.


–Lo siento, Pedro, pero no es suficiente –Paula lo miró fijamente, queriendo ser lo más honesta posible sin decir demasiado. Lo que vio en sus ojos no fue desilusión, sino una expresión de triunfo.


Se puso en pie pero no fue capaz de salir corriendo, tal y como habría querido, porque era incapaz de dejar basura sin recoger. Él la imitó y le rodeó los hombros con el brazo, creando una prisión de la que ni quería ni sabía escapar.


–Dime que no quieres quedarte –susurró él.


Paula no sabía mentir.


–Dime que no me deseas –la presionó.


Pedro sabía perfectamente que era suya y que no podía vivir con él si lo tenía plenamente para ella.


Él la estrechó contra sí y la obligó a mirarlo. En un tono aún más dulce, insistió:


–Dime que no me amas.


Paula abrió los ojos, a los que asomaban las lágrimas, desmesuradamente. Un sollozo ascendió por su garganta.


–¿Por qué me haces esto, Paula? –le susurró él al oído. Besó las lágrimas que rodaron por su mejilla–. No voy a consentirlo. No puedo permitir que te vayas.


Paula no podía concebir tanta crueldad, la idea de vivir en una permanente tortura.


–Por favor, Pedro, déjame ir.


Él le tomó el rostro entre las manos.


–No –dijo, besándola de nuevo. Y entre beso y beso, fue diciendo–: Porque te deseo, porque adoro abrazarte, porque te quiero a mi lado en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para siempre.


Paula lo miró perpleja.


–¡Qué! Pedro, tú no crees en las relaciones estables, y mucho menos en el matrimonio.


–Como el Derecho, lo considero una institución imperfecta, que puedo mejorar desde dentro.


Paula empezó a temblar de pies a cabeza, negándose a creer la implicación de lo que oía. Pedro volvió a hablar:

–Aunque no lo digas, sé que me amas.


Paula lo miró en silencio. La emoción le atenazaba la garganta. Pedro desplegó una sonrisa radiante.


–Claro que me amas. Y yo no puedo vivir sin tu amor –dijo con una mirada cálida y luminosa.


Paula se sintió invadida por una mezcla de miedo, duda y desesperación. Aun creyéndolo, no podía olvidar que no era la mujer adecuada para él. Y lo amaba demasiado como para destrozar su carrera.


–La respuesta sigue siendo «no» –tomó aire–. Tanto al bar como a ti.



lunes, 20 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 60

 


Las emociones intensas te influyen poderosamente


 –¿Por qué no vas a verlo?


–¿A quién?


Samantha miró a Paula mientras hacía un ejercicio de estiramiento.


–A Pedro. Lleva toda la semana yendo al bar con aspecto abatido.


–Espero que no le hayas dicho que estoy aquí –dijo Paula, fingiendo desinterés.


Sabía que debía marcharse del apartamento de Samantha, pero no se decidía hacerlo. Aun así, decidió salir a explorar e incluso pasó por delante del bar y se le encogió el corazón al ver que el cartel de se vende había sido sustituido por otro: vendido.


Tendría que mudarse a otra ciudad, ganar dinero y quizá algún día abrir su propio local. Lo que no haría jamás era enamorarse, porque no podía arriesgarse a que le rompieran de nuevo el corazón.


Buscó entre sus cintas y puso una a todo volumen mientras conducía. Su coche era tan viejo que amenazaba con romperse en cada cuesta y cada curva, así que decidió apagar la música para que toda la fuerza se concentrara en el motor. Cuando llegó a la zona de viñedos de Martinborough se contagió de la calma del paisaje ordenado y uniforme. Allí podría encontrar trabajo como camarera o en una de las bodegas.


Aparcó el coche en la calle principal de Beinhem. Aunque sólo eran las once, estaba exhausta. No tenía fuerzas para fingir una animación que no sentía y ofrecerse como trabajadora, así que compró algunas cosas en un supermercado y fue al parque, donde la gente tomaba su almuerzo bajo la sombra de los árboles. Encontró un lugar libre, puso la chaqueta sobre la hierba y picó algo antes de echarse para intentar descansar. Cada vez que cerraba los ojos, sentía aún con más intensidad la presencia de Pedro, su aroma, su sonrisa, su humor… Y prefería aquel estado de sueño ligero en el que podía inventarse una realidad paralela en la que todo iba bien.


Ahuyentó una mosca que le hacía cosquillas en la mejilla. Volvió a posarse y se la intentó quitar de nuevo a la vez que abría los ojos. Unos ojos dorados la observaban. Pedro, en cuclillas, le pasaba una brizna de hierba por la cara con expresión sombría.


–Se ve que ya no me necesitas para dormir.


Paula se incorporó de un salto pensando que soñaba despierta.


–¿Cómo demonios me has localizado?


–Tengo amigos en la policía a los que les he dado la matricula de tu coche.


–No tenías derecho a…


–Has tenido suerte de que no te multaran por contaminar.


–Debería darte vergüenza usar así tu poder. 


Pedro suspiró.


–No he venido a discutir contigo, Paula.


–Es lo que hacemos mejor.


–Mentira. Lo que hacemos mejor es esto –dijo Pedro. Y la besó delicada, tentativamente.


Paula lo empujó con suavidad.


–¿Por qué has venido? –preguntó, esforzándose por dominar su deseo.


–Quiero hacerte una propuesta.


–¿Cuál? –preguntó ella con el corazón latiéndole con tanta fuerza que temió que Pedro pudiera oírlo.


–Necesito alguien para llevar el bar –dijo él tras una pausa.


Paula sintió que el corazón se le contraía. Así que se trataba de trabajo.


–Que yo sepa, ya se ha vendido.


Pedro sonrió con picardía.


–Lo he comprado yo.


Paula lo miró boquiabierta.


–¿Por qué?


–Porque me gusta. Y ya sabes que me gustan los retos.



NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 59

 

Paula se fue sin saludar a sus compañeros. Bajó la cabeza y bajó la escalera de dos en dos mientras Pedro se quedaba en el despacho, inmóvil, mirando las botas vaqueras que habían quedado sobre la mesa. Miró a su alrededor y pensó en lo distinto que estaba todo desde el primer día que entró y descubrió al encargado borracho, entre papeles revueltos. Paula no sólo había conseguido que el bar fuera bien, sino que había ordenado los estantes y archivado los papeles. Pedro tomó el papel que había sobre el teclado del ordenador y leyó por encima un informe sobre el bar y proyectos futuros.


El dolor que sentía en la mano fue un reflejo del que le despertó la lectura. Paula había hecho un buen trabajo, había deseado conservaría. Era él quien se había equivocada. No se había marchado por la inminente venta del local, sino porque creía que él buscaba una sustituta porque no confiaba en su trabajo.


Pedro había intuido que bajo su exterior desafiante había un dolor y fragilidad que él mismo había causado. De hecho, había sentido el impulso de quitarle la máscara y confortarla hasta hacer desaparecer el dolor.


A Paula le importaba el trabajo… La cuestión era si la emoción que sentía era sólo porque le gustaba el trabajo o porque lo amaba a él. Pedro no osaba albergar esperanzas en ese sentido. No había hecho nada para merecerlo.


Jamás se había sentido tan inseguro y odiaba ese sentimiento. Peor aún era que Paula creyera que no creía en ella. ¿Por qué pensaba que no confiaba en ella si le había dado las llaves de su casa, del local y de su corazón… aunque no se lo hubiera dicho? De hecho, él no lo había adivinado hasta hacía poco. Y siendo Paula como era, no sabía cómo lograría convencerla.


Pero estaba decidido a ganar aquel caso. Le demostraría sin que le cupiera la menor duda hasta qué punto creía en ella.