Permanecieron abrazados unos segundos en paz, relajados, hasta que la tensión volvió a acumularse. Él la tomó de la mano y dijo:
–Vamos en mi coche. Es mucho más seguro.
Paula, a su lado, se sentía como una niña a punto de dar saltos, pero se esforzó por parecer mínimamente madura.
Cuando llegaron al coche, vio sus botas en el asiento de acompañante, entró y las puso en el suelo.
–Espero que te las pongas para mí más tarde –dijo él, insinuante.
Paula decidió no pensar en ello porque les quedaba al menos una hora y media para estar juntos en la cama.
Pero en lugar de tomar el camino de vuelta directamente, eligió una carretera secundaria y se desvió hacia una bodega.
–¿Quieres comprar provisiones? –preguntó Paula.
–Vamos a pasar aquí la noche.
–¿Has hecho una reserva?
–Hace media hora, cuando he visto a dónde venías.
Pedro paró el coche delante del edificio principal, entró y volvió a salir a los pocos minutos. Por su mirada encendida y su aspecto, más desaliñado que de costumbre, Paula intuyó que no tardarían ni cinco minutos en estar en la cama.
Pedro entró en el coche y la gravilla crujió bajo las ruedas a medida que se aproximaban a un pequeño y discreto hotel que había en la propiedad. Aparcó, y Paula y él fueron corriendo de la mano. Aunque el edificio parecía casi en ruinas por fuera, las cuidadas flores del exterior daban la idea de que el interior ocultaba un secreto, y así era. Una elegante restauración había creado un ambiente sofisticado y cálido a un tiempo, una única habitación con una cama gigante.
–Hay una bañera en el exterior. Oculta por el seto. Luego podemos probarla –dijo Pedro, caminando hacia ella con mirada ardiente–. Llevo días sin dormir.
–Igual que yo.
–¿Quieres que nos pongamos al día?
–Estupendo.
Mientras se besaban y empezaban a desnudarse, Paula no pudo resistirse a tomarle el pelo.
–¿Cacahuetes o almendras?
–Almendras.
–¿Mayonesa o vinagreta?
–Mayonesa.
–¿Tapón de corcho o de rosca?
–Corcho
–¿Lo ves, somos incompatibles?
Completamente.
–¿Deprisa o despacio? –Paula se adelantó a contestar ella misma–. Yo quiero deprisa.
–Yo despacio.
–Podemos empezar despacio y acabar deprisa.
–Muy bien –dijo él, sonriendo al sentir las manos de Paula recorrerle el torso–. ¿Ves como estamos de acuerdo en las cosas importantes? Tú haces que me tome el trabajo con calma, yo te acelero.
Para entonces ya estaban desnudos y Paula lo empujó contra la cama y cayó sobre él, que estalló en una carcajada y la hizo girar sobre la espalda para quedar encima. Desde ese momento se dedicó a ella en cuerpo y alma, acariciando cada milímetro de su piel, besándola con apasionada lentitud, mordisqueándole los senos… Hasta que Paula gimió y jadeó bajo sus manos.
Pedro alzó la cabeza unos milímetros para decirle:
–Promete que te encargarás del bar.
–Sí –dijo ella.
Él la acarició en su lugar más sensible.
–Promete que te casarás conmigo.
–Lo prometo –dijo ella, electrizada.
Él profundizó la caricia.
–Di que me amas.
–¿Vas a interrogarme cada vez que hagamos el amor? –preguntó Paula, entrecortadamente.
–Así que admites que estamos haciendo el amor.