martes, 21 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 61

 


La mente de Paula se aceleró. Pedro había comprado el bar y quería que ella fuera la encargada. Debía alegrarse y aceptar la oferta, pero la invadía una profunda tristeza y sintió que se le humedecían los ojos. Era evidente que Pedro seguía queriéndola en su cama, pero para ella eso ya no era suficiente. No podía arriesgarse a que la dejara cuando se aburriera de ella, o a que la compartiera con otras amantes. Así que, aunque estuviera ofreciéndole el trabajo ideal, no podía aceptarlo. El precio a pagar era demasiado elevado.


-Gracias, Pedro, pero no puede ser.


–¿Por qué no? ¿Conseguiría convencerte si te dijera que lo he comprado para ti? ¿Que sólo tú puedes dirigirlo?


Desafortunadamente, ni siquiera eso era bastante si su corazón no estaba incluido en el trato.


–Lo siento, Pedro, pero no es suficiente –Paula lo miró fijamente, queriendo ser lo más honesta posible sin decir demasiado. Lo que vio en sus ojos no fue desilusión, sino una expresión de triunfo.


Se puso en pie pero no fue capaz de salir corriendo, tal y como habría querido, porque era incapaz de dejar basura sin recoger. Él la imitó y le rodeó los hombros con el brazo, creando una prisión de la que ni quería ni sabía escapar.


–Dime que no quieres quedarte –susurró él.


Paula no sabía mentir.


–Dime que no me deseas –la presionó.


Pedro sabía perfectamente que era suya y que no podía vivir con él si lo tenía plenamente para ella.


Él la estrechó contra sí y la obligó a mirarlo. En un tono aún más dulce, insistió:


–Dime que no me amas.


Paula abrió los ojos, a los que asomaban las lágrimas, desmesuradamente. Un sollozo ascendió por su garganta.


–¿Por qué me haces esto, Paula? –le susurró él al oído. Besó las lágrimas que rodaron por su mejilla–. No voy a consentirlo. No puedo permitir que te vayas.


Paula no podía concebir tanta crueldad, la idea de vivir en una permanente tortura.


–Por favor, Pedro, déjame ir.


Él le tomó el rostro entre las manos.


–No –dijo, besándola de nuevo. Y entre beso y beso, fue diciendo–: Porque te deseo, porque adoro abrazarte, porque te quiero a mi lado en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, para siempre.


Paula lo miró perpleja.


–¡Qué! Pedro, tú no crees en las relaciones estables, y mucho menos en el matrimonio.


–Como el Derecho, lo considero una institución imperfecta, que puedo mejorar desde dentro.


Paula empezó a temblar de pies a cabeza, negándose a creer la implicación de lo que oía. Pedro volvió a hablar:

–Aunque no lo digas, sé que me amas.


Paula lo miró en silencio. La emoción le atenazaba la garganta. Pedro desplegó una sonrisa radiante.


–Claro que me amas. Y yo no puedo vivir sin tu amor –dijo con una mirada cálida y luminosa.


Paula se sintió invadida por una mezcla de miedo, duda y desesperación. Aun creyéndolo, no podía olvidar que no era la mujer adecuada para él. Y lo amaba demasiado como para destrozar su carrera.


–La respuesta sigue siendo «no» –tomó aire–. Tanto al bar como a ti.



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