Las emociones intensas te influyen poderosamente
–¿Por qué no vas a verlo?
–¿A quién?
Samantha miró a Paula mientras hacía un ejercicio de estiramiento.
–A Pedro. Lleva toda la semana yendo al bar con aspecto abatido.
–Espero que no le hayas dicho que estoy aquí –dijo Paula, fingiendo desinterés.
Sabía que debía marcharse del apartamento de Samantha, pero no se decidía hacerlo. Aun así, decidió salir a explorar e incluso pasó por delante del bar y se le encogió el corazón al ver que el cartel de se vende había sido sustituido por otro: vendido.
Tendría que mudarse a otra ciudad, ganar dinero y quizá algún día abrir su propio local. Lo que no haría jamás era enamorarse, porque no podía arriesgarse a que le rompieran de nuevo el corazón.
Buscó entre sus cintas y puso una a todo volumen mientras conducía. Su coche era tan viejo que amenazaba con romperse en cada cuesta y cada curva, así que decidió apagar la música para que toda la fuerza se concentrara en el motor. Cuando llegó a la zona de viñedos de Martinborough se contagió de la calma del paisaje ordenado y uniforme. Allí podría encontrar trabajo como camarera o en una de las bodegas.
Aparcó el coche en la calle principal de Beinhem. Aunque sólo eran las once, estaba exhausta. No tenía fuerzas para fingir una animación que no sentía y ofrecerse como trabajadora, así que compró algunas cosas en un supermercado y fue al parque, donde la gente tomaba su almuerzo bajo la sombra de los árboles. Encontró un lugar libre, puso la chaqueta sobre la hierba y picó algo antes de echarse para intentar descansar. Cada vez que cerraba los ojos, sentía aún con más intensidad la presencia de Pedro, su aroma, su sonrisa, su humor… Y prefería aquel estado de sueño ligero en el que podía inventarse una realidad paralela en la que todo iba bien.
Ahuyentó una mosca que le hacía cosquillas en la mejilla. Volvió a posarse y se la intentó quitar de nuevo a la vez que abría los ojos. Unos ojos dorados la observaban. Pedro, en cuclillas, le pasaba una brizna de hierba por la cara con expresión sombría.
–Se ve que ya no me necesitas para dormir.
Paula se incorporó de un salto pensando que soñaba despierta.
–¿Cómo demonios me has localizado?
–Tengo amigos en la policía a los que les he dado la matricula de tu coche.
–No tenías derecho a…
–Has tenido suerte de que no te multaran por contaminar.
–Debería darte vergüenza usar así tu poder.
Pedro suspiró.
–No he venido a discutir contigo, Paula.
–Es lo que hacemos mejor.
–Mentira. Lo que hacemos mejor es esto –dijo Pedro. Y la besó delicada, tentativamente.
Paula lo empujó con suavidad.
–¿Por qué has venido? –preguntó, esforzándose por dominar su deseo.
–Quiero hacerte una propuesta.
–¿Cuál? –preguntó ella con el corazón latiéndole con tanta fuerza que temió que Pedro pudiera oírlo.
–Necesito alguien para llevar el bar –dijo él tras una pausa.
Paula sintió que el corazón se le contraía. Así que se trataba de trabajo.
–Que yo sepa, ya se ha vendido.
Pedro sonrió con picardía.
–Lo he comprado yo.
Paula lo miró boquiabierta.
–¿Por qué?
–Porque me gusta. Y ya sabes que me gustan los retos.
Ayyyyyyyyyyyy qué lindo, al fin van aflojando los 2. Me tiene fascinada esta historia.
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