A Pedro le preocupaban las salidas de emergencia, pero había otras muchas amenazas para la seguridad de los clientes. Paula sabía muy bien los riesgos que representaban algunos hombres sin escrúpulos. Por eso había instruido a Samantha para que pidiera a cualquier mujer joven que se identificara y evitar admitir a menores de edad con suficiente maquillaje y seguridad en sí mismas como para pasar por mayores. Paula había usado el truco más de una vez y había pagado un precio que quería evitar a cualquier otra joven.
Pero no hacía falta ser menor de edad para correr peligro, así que Paula también había dado instrucciones a Camilo para que se asegurara de que no había copas en los alféizares de las ventanas y que los clientes conservaban sus vasos consigo en todo momento. También se había asegurado de que los cuartos de baño estuvieran bien iluminados y había cerrado con llave el armario de la limpieza que quedaba enfrente de estos. Si duraba en el trabajo pensaba pedir además que se instalaran cámaras de seguridad para guardar un registro en caso de que alguna vez fuera necesario.
En su caso, ese había sido el problema: falta de pruebas, por eso la habían etiquetado como una adolescente mentirosa. Ni siquiera ella misma había sabido qué creer, porque su memoria se había visto afectada por el cóctel químico que había consumido sin saberlo.
Ahuyentó aquellos perturbadores recuerdos, empapándose del ambiente de diversión. En su local no pasaría nada malo. Miró a su alrededor, satisfecha con haber tenido el éxito que se había propuesto aunque Pedro no estuviera allí.
Miró el reloj por enésima vez diciéndose que le daba lo mismo, que no era más que un idiota en traje que no tenía ni idea de cómo pasarlo bien.
Entró tras la barra y sirvió copas, bromeando y charlando con los clientes, siempre manteniendo la distancia pero contribuyendo a crear un ambiente relajado. Rió con Isabel al ver que Camilo rompía una segunda copa y se colocó junto a él interpretando un papel que para entonces ya no asustaba a Camilo porque sabía que era más una pose que su verdadera naturaleza.
Cuando volvió a su lado de la barra, vio a Pedro al frente de la cola. No se había quitado el traje, su barbilla estaba oscurecida por una barba incipiente y sus ojos refulgían. El corazón de Paula se aceleró.
–¿Qué quieres tomar? Invita la casa –dijo con una sonrisa resplandeciente.
–Una cerveza rápida. No puedo quedarme.
Paula sacó una botella de la mejor cerveza esforzándose por disimular su desilusión.
Él miró a su alrededor.
–Ya lo veo. No necesitas de mi ayuda.
Su indiferencia irritó a ´Paula.
–¿No te gusta pasarlo bien, Pedro?
–Sí, pero prefiero la intimidad.
–¿De verdad? A mí me gustan las fiestas.
–Es evidente.
–Me encanta estar cerca de alguien en medio de una multitud sabiendo que no puedo aproximarme tanto como quisiera –no mentía. Adoraba el suspense, la tortura de la espera.
–Así que te gusta provocar –Pedro bebió antes de añadir–: Me lo imaginaba.
Paula tuvo el impulso casi incontrolable de abofetearlo, una reacción que le resultaba completamente extraña.Ni el cliente más molesto había logrado sacarla de sus casillas hasta aquel punto.