miércoles, 8 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 20

 

Pedro le preocupaban las salidas de emergencia, pero había otras muchas amenazas para la seguridad de los clientes. Paula sabía muy bien los riesgos que representaban algunos hombres sin escrúpulos. Por eso había instruido a Samantha para que pidiera a cualquier mujer joven que se identificara y evitar admitir a menores de edad con suficiente maquillaje y seguridad en sí mismas como para pasar por mayores. Paula había usado el truco más de una vez y había pagado un precio que quería evitar a cualquier otra joven.


Pero no hacía falta ser menor de edad para correr peligro, así que Paula también había dado instrucciones a Camilo para que se asegurara de que no había copas en los alféizares de las ventanas y que los clientes conservaban sus vasos consigo en todo momento. También se había asegurado de que los cuartos de baño estuvieran bien iluminados y había cerrado con llave el armario de la limpieza que quedaba enfrente de estos. Si duraba en el trabajo pensaba pedir además que se instalaran cámaras de seguridad para guardar un registro en caso de que alguna vez fuera necesario.


En su caso, ese había sido el problema: falta de pruebas, por eso la habían etiquetado como una adolescente mentirosa. Ni siquiera ella misma había sabido qué creer, porque su memoria se había visto afectada por el cóctel químico que había consumido sin saberlo.


Ahuyentó aquellos perturbadores recuerdos, empapándose del ambiente de diversión. En su local no pasaría nada malo. Miró a su alrededor, satisfecha con haber tenido el éxito que se había propuesto aunque Pedro no estuviera allí.


Miró el reloj por enésima vez diciéndose que le daba lo mismo, que no era más que un idiota en traje que no tenía ni idea de cómo pasarlo bien.


Entró tras la barra y sirvió copas, bromeando y charlando con los clientes, siempre manteniendo la distancia pero contribuyendo a crear un ambiente relajado. Rió con Isabel al ver que Camilo rompía una segunda copa y se colocó junto a él interpretando un papel que para entonces ya no asustaba a Camilo porque sabía que era más una pose que su verdadera naturaleza.


Cuando volvió a su lado de la barra, vio a Pedro al frente de la cola. No se había quitado el traje, su barbilla estaba oscurecida por una barba incipiente y sus ojos refulgían. El corazón de Paula se aceleró.


–¿Qué quieres tomar? Invita la casa –dijo con una sonrisa resplandeciente.


–Una cerveza rápida. No puedo quedarme.


Paula sacó una botella de la mejor cerveza esforzándose por disimular su desilusión.


Él miró a su alrededor.


–Ya lo veo. No necesitas de mi ayuda.


Su indiferencia irritó a ´Paula.


–¿No te gusta pasarlo bien, Pedro?


–Sí, pero prefiero la intimidad.


–¿De verdad? A mí me gustan las fiestas.


–Es evidente.


–Me encanta estar cerca de alguien en medio de una multitud sabiendo que no puedo aproximarme tanto como quisiera –no mentía. Adoraba el suspense, la tortura de la espera.


–Así que te gusta provocar –Pedro bebió antes de añadir–: Me lo imaginaba.


Paula tuvo el impulso casi incontrolable de abofetearlo, una reacción que le resultaba completamente extraña.Ni el cliente más molesto había logrado sacarla de sus casillas hasta aquel punto.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 19

 

Ésta y Samantha se sentaron en la mesa más alejada de él y hablaron con voz queda. Pedro se preguntó si debía darle una lección sobre nepotismo, pero descartó la idea. Si Samantha era la persona adecuada para el trabajo, no le pondría pegas. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse, como el caso que tenía entre manos. Sólo quería que el bar volviera a funcionar y confiaba en que Lara volviera lo antes posible para poder entregarle el testigo y olvidar a la mujer que ocupaba demasiado espacio en su mente.


Finalmente se concentró.


–¿Te has dado cuenta de que son más de las seis. ¿Cuándo vas a fichar? –dijo Paula.


–Trabajo hasta muy tarde.


–Es evidente.


¿Qué insinuaba? ¿Que no tenía vida privada? Pedro tenía la sensación de ir a diario a uno u otro evento social. Y nunca le faltaban candidatas para acompañarlo. Mujeres hermosas, con ropa de diseño, no de segunda mano.


Giró el taburete para mirarla de frente y descubrió con placer que la tenía muy cerca. Ella hizo ademán de retroceder, pero él la detuvo, sujetándola por la muñeca. Ella se quedó paralizada. Pedro pensó que era tan suave como había imaginado. Demostrarle que no era tan aburrido como sospechaba iba a proporcionarle un enorme placer. Y lo haría pronto.


–¿Alguna vez has tenido un trabajo que adorararas, Paula?


–No por mucho tiempo.


–¿Por qué?


Paula se encogió de hombros y retiró la mano.


–La adoración dura poco.


Pedro no intentó retenerla. Acababa de darle la respuesta precisa para que recordara que representaba todo lo que despreciaba en las mujeres: la imposibilidad de confiar en ellas. Su deseo se atemperó.


–¿Lo tienes todo preparado para mañana? –preguntó. Al ver que ella asentía con la cabeza, él empezó a recoger sus papeles–. Tengo reuniones todo el día, así que no estaré aquí cuando abras.


–¿No vas a venir?


La desilusión con la que lo preguntó hizo que Pedro sintiera satisfacción.


–Me pasaré más tarde a ver cómo va todo.


–Pero…


–Puedes llamarme al móvil si me necesitas –Pedro la miró fijamente–, pero seguro que no me necesitas.


Paula tragó saliva. Claro que lo necesitaba, pero para nada relacionado con el bar. Quería que le hiciera compañía. Pedro no se había dado cuenta de que Samantha se había ido hacía más de una hora y que ella, que podía haber estado en el despacho arreglando papeles, había preferido entretenerse haciendo cosas en el local para poder estar cerca de él. La forma en que fruncía el ceño cuando se concentraba era encantadora. Le gustaban los rifirrafes en los que se metían; sentirse observada por él; que cuestionara su capacidad; que pareciera tan inquieto como ella se sentía en su presencia.


Había una química innegable entre ellos que les hacía comportarse como lobos próximos a una presa.


–Todo irá bien –dijo.


Abriría el bar, habría el alcohol necesario, sonaría la música y los clientes entrarían. Pero Paula tenía la fantasía de conseguir un éxito arrollador, de que no cupiera un alfiler en la pista de baile, de convertirse en la anfitriona de una gran fiesta. Y por encima de todo, quería que Pedro fuera testigo de ello y comprobara que no era un fraude, que no era una camarera que saltaba de un trabajo a otro. Dirigiría el local, no sólo para mantenerlo a flote, si no para llenarlo de vida. Así demostraría su valía, no sólo ante los ojos de Pedro, sino de sí misma.


Había pasado parte de la mañana recorriendo las tiendas de moda, las peluquerías y los cafés para hacer propaganda y dejar tarjetas. Estaba absolutamente convencida de que la mejor publicidad era el boca a boca.


Paula sabía que bastaba con atraer a mujeres hermosas para que los hombres las siguieran, así que hizo las llamadas oportunas, esforzándose por sonar entusiasta sin parecer desesperada. Ya solo le quedaba confiar en haber acertado y que la gente entrara en masa a pasarlo bien.


Tal y como había anunciado, Pedro no acudió a la apertura, y ni siquiera había llegado cuando llevaban más de la mitad del turno abiertos. Paula se dijo que le daba lo mismo porque todo iba sobre ruedas. Ni siquiera podía creérselo. ¿De verdad iba a tener éxito? ¿Ella, Paula la Fracasada? Samantha permanecía en la puerta con un audífono y un micrófono; su cabello rubio cayendo sobre su espalda como un río, reclamando la atención de los viandantes con su sola presencia.


Camilo e Isabel trabajaban en el bar con ella. Ambos vestidos de negro y con un aspecto inmaculado, tal y como les había pedido. Su cabello, como de costumbre, caía indomable sobre su rostro y a menudo tenía que retirárselo. También ella vestía de negro, con una falda por encima de las rodillas y botas, pero llevaba una camiseta roja con remates negros, ni demasiado ceñida ni escotada, pero muy favorecedora.


Miró hacia la pista de baile y sonrió al ver a un grupo de mujeres bailando. Reían y lo pasaban en grande, mientras dos hombres que ocupaban un extremo de la barra no apartaban la vista de ellas.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 18

 


La miró a los ojos y vio que quedaban por encima de los suyos. De soslayo, podía ver a Paula observándolo. Era evidente que esperaba escandalizarlo, pero se equivocaba si creía que era un machista que no creía que las mujeres pudieran hacer cualquier trabajo de hombres. Sin embargo, por un segundo, se preguntó qué relación mantendrían, pues le costaba imaginar a Paula siendo tan afectuosa con cualquier otra persona, hombre o mujer.


Y lo más desconcertante de todo fue que volvió a tener un sentimiento que desconocía, de hombre primario, territorial y posesivo. Entonces llegó a una conclusión que le resultó suficientemente satisfactoria. El problema era que no había satisfecho el deseo que Paula despertaba en él. Si lo conseguía, podría olvidarse de ella. Que fuera distinta a las demás no significaba que las reglas tuvieran que ser también distintas.


Llegar a esa conclusión lo animó tanto, que dedicó una amplia sonrisa a Samantha. Ésta parpadeó sorprendida. Al igual que Paula.


–Estupendo, Samantha. Estoy seguro de que harás el trabajo maravillosamente, o Paula no te habría recomendado tan calurosamente.


La cara de estupefacción de Paula fue una fantástica recompensa para Pedro, que tuvo que contener la risa.


Samantha sonrió. Con al menos un metro ochenta y cinco, llevaba el cabello rubio recogido en una coleta y una camiseta y unos pantalones negros ceñidos. Bastaría una máscara para que se convirtiera en Catwoman.


–¿Haces artes marciales? –preguntó él.


–Claro –dijo ella–. Hace unos años entrené a Paula, Así fue como nos conocimos.


¿Por qué habría querido aprender Paula artes marciales? La curiosidad de Pedro aumentó.


Paula intervino.


–He conseguido convencerla de que necesita un trabajo de fin de semana.


–¿Es la primera vez que trabajas como portera de un local? –Pedro intentó no alarmarse.


–Claro –dijo Samantha, sonriente.


Pedro pensó que iba a matar a Paula en cuanto estuvieran a solas. Bueno, aunque quizá primero la besaría.


Ella pareció sentirse un poco incómoda, como correspondía.


–Tenemos que resolver algunas cosas, Pedro. ¿Piensas quedarte mucho tiempo?


¿Pretendía que se marchara?


–El resto de la tarde. Pero no os molestaré, me sentaré al final de la barra.


La mirada de pánico que le dirigió Paula lo satisfizo. Sacó el ordenador y unas carpetas. Le gustaba aquel rincón del local. Desde él, bastaba alzar la mirada para tener una visión general… y de Paula.





martes, 7 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 17

 

Pedro prestó atención a aquel comentario por la relevancia que podía tener para el caso que estaba estudiando. Se fijó con más atención en el personal. Se trataba de dos mujeres y dos hombres. Los cuatro, muy apuestos. A uno de ellos se le cayó el vaso, que se hizo añicos, y la mirada de pánico que lanzó a Paula hizo sonreír a Pedro. Era evidente que había conseguido que la temieran.


–Lo siento, Paula –balbuceó.


Paula se volvió y vio a Pedro. La sonrisa que asomaba a sus comisuras fue prueba de que contenía la risa, y él le devolvió una sonrisa de complicidad al tiempo que intentaba ignorar el placer que le producía ese pequeño gesto de intimidad. Desde que se conocían había mantenido una actitud tan hostil, que la ausencia de conflicto resultaba especialmente agradable


–No te preocupes, Camilo. No tardarás en aprender.


¿A quién intentaba engañar? Era evidente que era un torpe. Pedro se puso alerta al ver que dedicaba una luminosa sonrisa a Paula, que ésta devolvía.


–Escuchad –dijo ella, señalando a Pedro–. Éste es Pedro. Fue él quien cerró el local la semana pasada y no dudará en volver a hacerlo y dejarnos en la calle, así que más nos vale hacer un buen trabajo.


Cuatro pares de ojos lo miraron con aprensión mientras él los miraba impasible. Se había enfrentado en los tribunales a suficientes miembros de bandas callejeras como para no sentirse intimidado por cuatro camareros atractivos.


Paula continuó dando instrucciones y él aprovechó para recorrer el local y ver qué cambios había hecho. Todas las ventanas estaban abiertas y en cada alfeizar había velas con quemadores de aceites perfumados. Pedro se acercó a uno para olerlo. Olía como ella: cálido y levemente exótico.


Cuando se volvió, los demás se marchaban, evitando cruzar la mirada con él. Paula se aproximó y Pedro puso freno a sus calenturientos pensamientos.


–Gracias por la simpática presentación.


–Alguien tiene que hacer de poli malo.


–Pensaba que te gustaría desempeñar ese papel.


–¡En absoluto! Yo soy siempre buena.


Pedro lo dudaba, pero se guardó el comentario.


–¿De verdad crees que ese tipo puede hacer el trabajo? –dijo, indicando con la cabeza a Camilo, que había sido el último en marcharse tras barrer.


–Puede cargar pesos y es muy guapo.


–¿Ser guapo basta?


Paula puso los ojos en blanco.


–En parte sí. A todo el mundo le gusta ver algo bello.


–Pero no todo el mundo tiene el mismo concepto de belleza.


–No te preocupes, Camilo va a satisfacer a muchos clientes. Y sabe hacer buenos combinados –dijo ella, sonriendo de una manera que inquietó a Pedro. ¿Qué tenía aquel tipo para que se le cayera la baba?–. Los clientes tienen que entrar, y en cuanto vean que se les atiende bien, que la música y el ambiente son buenos, se quedarán y gastarán dinero.


Pedro asintió. No parecía un objetivo demasiado difícil.


–¿Qué piensas hacer con todo eso? –preguntó, indicando las bebidas de la barra–. ¿Una fiesta privada?


–A no ser que los quieras tú, se irán por el desagüe –dijo ella con gesto desafiante–. No es un desperdicio. Lo necesitaba para ver qué tal hacían las mezclas.


–No pretendía insinuar eso. ¿No quieres una copa?


–Yo no bebo.


Pedro la miró sorprendido.


–¿Nunca?


–No mientras trabajo ni en un local público. Si acaso, una copa de vino en casa, con amigos.


Pedro estaba a punto de preguntarle por qué cuando oyó pisadas de tacón alto subir las escaleras precipitadamente.


–Paula, cariño, siento llegar tarde.


Pedro se volvió y vio entrar como una exhalación a la mujer más alta que había visto en toda su vida. A la misma velocidad, Paula fue directa a ella con los brazos abiertos. Luego se separaron como para mirarse a la cara y vio que Paula le guiñaba un ojo.


Pedro, ésta es Samantha. Es la persona de la que te he hablado para la puerta.


Una mujer de portera. Vaya. Eso sí era una novedad.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 16

 

Siempre haces un seguimiento de la evolución de las medidas que adoptas


La oficina de Pedro tenía una vista privilegiada del centro de poder de Nueva Zelanda, el Parlamento y el Tribunal Supremo, así como de la mejor facultad de Derecho. En aquel pequeño perímetro se legislaba, se enseñaban las leyes y se aseguraba que se cumplieran. Y Pedro se sentía en su casa.


Pero aquel día estaba ansioso por ir a otra zona donde las tiendas de moda se mezclaban con los cafés y los clubes más modernos, donde pasaba su tiempo de ocio la población más cosmopolita del mundo del cine y de la moda.


Sin embargo, antes de poder marcharse tuvo que atender una serie de interminables reuniones y resolver problemas inesperados, y era ya tarde cuando finalmente fue al bar. Aunque en la puerta estaba puesto el cartel de cerrado, ésta estaba abierta de par en par. Mientras subía las escaleras, oyó la voz de Paula, y ascendió lentamente para poder oír lo que decía.


–Quiero profesionalidad. Sé que las cosas no han ido bien desde que Lara se ha marchado, pero desde ahora eso va a cambiar. Ya habéis visto lo que le ha pasado al encargado esta semana. Pues si no arrimáis el hombro, vosotros seréis los siguientes. Quiero que uséis el negro como uniforme. Elegid entre vuestro vestuario lo más favorecedor, pero que sea sutil; no somos un club de strippers. Quiero elegancia y discreción. En cuanto al comportamiento, recordad que los clientes han de estar contentos, así que no quiero malas caras ni gestos contrariados. Es preferible un cierto grado de coquetería. Recordad que esto es un bar y que la gente viene a pasarlo bien en un ambiente exclusivo. Para hacerlos felices tenemos que proporcionarles su bebida con prontitud y cortesía, pero la palabra clave es «prontitud». Después de todo, lo que queremos es ganar dinero.


Pedro sonrió al oír el comentario de «malas caras», y se preguntó qué pensarían si la hubieran visto aquella mañana en la piscina. Al llegar a lo alto de la escalera vio a cuatro trabajadores tras la barra y una selección de bebidas sobre ésta. Pedro registró todo en una fracción de segundo y luego le clavó la mirada a Paula. Ésta estaba al otro lado de la barra, una vez más en vaqueros, con las piernas entreabiertas y el peso repartido entre ambas. O estaba dándoles una lección en combinados o se disponían a emborracharse.


–Último ejemplo –dijo ella–. Algo para los conductores: limón, lima y bitter.


Los cuatro se movieron al unísono, mezclando las bebidas en un vaso.


Los vaqueros que llevaba debían estar prohibidos por ley. La forma en que se ajustaban a sus caderas, cómo enfatizaban sus largas piernas eran una tortura para Pedro, que sólo podía pensar en quitárselos y enlazar aquellas piernas a su cintura.


–Preguntad siempre si prefieren beber en vaso o directamente de la botella.


NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 15

 

Paula lo sorprendió tardando sólo un cuarto de hora. Llevaba el cabello, todavía mojado, suelto, y las ondas caían por su espalda como una cascada. Pedro había dicho que prefería el cabello peinado, pero mentía. Sus dedos ardían por acariciárselo y por enredarse en su densa mata y que ésta acariciara su cara.


Trasmitía un aire más calmado, con una expresión que parecía retarlo a provocarla. Pedro estaba dispuesto a hacerlo. Había disfrutado mucho con los combates verbales que había disputado el día anterior.


Alzando la barbilla, Paula arqueó las cejas en un gesto interrogativo. Él aceptó el reto, dio media vuelta y fue hacia la puerta confiando en que ella lo siguiera. Como así fue, sintió que la adrenalina le corría por las venas.


Caminó a largas zancadas.


–¿Voy demasiado deprisa? –preguntó, mirando de soslayo el sensual vaivén de las caderas de Paula.


–Me suele gustar tomarme las cosas con más calma, pero no importa –dijo ella, mirándolo a los ojos–. Sé que estás muy ocupado.


Pedro contestó como si no hubiera captado su tono sarcástico.


–El tiempo es muy valioso. Normalmente llevo conmigo un dictáfono y trabajo mientras camino.


–Me lo imagino. Eres increíble. 


Él sonrió.


–Tengo muchos talentos ocultos.


–No lo dudo.


Sujetó la puerta de la cafetería para que Paula entrara.


–¿Quieres café?


–Sí. Solo, doble, con tres azucarillos.


Pedro fue a la barra mientras ella se sentaba en una mesa junto a la ventana. Cuando él se aproximó percibió la tensión en sus hombros y la fuerza con la que entrelazó los dedos, se dio cuenta de que no miraba por la ventana, sino al reflejo de Pedro en el cristal. Sus ojos verdes se encontraron con los de él, que aminoró el paso; se observaron y la temperatura aumentó. El instante se quebró cuando dejó las tazas en la mesa. Paula lo miró y compuso una fría y educada sonrisa, como si la ardiente mirada no se hubiera producido.


Pedro se sentó frente a ella.


–¿Qué quieres saber? –preguntó Paula.


–¿Vas a poder sacar adelante el bar?


–Sí. Hoy por la mañana voy a hablar con los proveedores y he convocado al personal para una reunión. Después localizaré al DJ. Lo que queda de la limpieza puede hacerlo el equipo. En cuanto tengamos los suministros, podremos abrir, y sólo hará falta que hagamos un poco de propaganda.


–Pero si apenas hay tiempo…


–Lo más importante es hacer correr la voz. Si puedo avisar a la gente adecuada, no habrá ningún problema.


–¿Y vas a poder?


Paula sonrió con aplomo.


–Seguro que sí.




lunes, 6 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 14

 

Pedro se había fijado en el bikini de flores, tenía un cuerpo espectacular.


Pedro había realizado centenares de agotadoras sesiones en la piscina, pero nunca había sentido que le faltara la respiración, tal y como le pasaba en aquel instante. Y se alegraba de estar cubierto porque temía que su cuerpo manifestara espontáneamente cuánto apreciaba el cuerpo que tenía ante sí.


No lo tomaba por sorpresa porque ya el día anterior se había dado cuenta de que los vaqueros y la camiseta ocultaban un cuerpo digno de ser exhibido, tal y como conseguían en aquel momento los tres trozos de tela que apenas lo cubrían.


Aquel bikini era más apropiado para una playa. Preferiblemente una privada y con él como única compañía, junto con unas bebidas refrescantes imprescindibles para saciar la sed después de…


Parpadeó. ¿Estaba teniendo una fantasía erótica en una piscina pública? Volvió a parpadear. Así era. Pero era imposible borrarla cuando tenía una visión tan tentadora ante sí.


El cuerpo era musculoso, con las curvas exuberantes, como las que amenazaban con escapar de la parte de arriba de su bikini, tras el que se apreciaban unos pezones endurecidos que parecían estar pidiendo a gritos una boca que los mordisqueara y lamiera. La suya.


Pedro frunció el ceño y bajó la mirada, decidido a librarse de aquel salto de lascivia tan inoportuno. En lugar de las botas vaqueras encontró unas uñas pintadas de rojo sangre.


Era imprescindible llevar la conversación a un terreno neutro.


–Ahora voy a la oficina, pero luego te iré a ver al bar.


–Te estaré esperando.


Pedro vaciló.


–¿Puedes ir a casa sola?


–Claro. ¿Tú vas directamente al trabajo? –preguntó ella, sorprendida. Acababan de dar la siete.


Pedro sacudió la cabeza.


–No. Antes compro un café y voy a casa a cambiarme –sin ser consciente de que se le pasara por la cabeza, le salió invitarla antes de poder reprimir el impulso–: ¿Por qué no vienes y me cuentas los planes que tienes para el bar? –para demostrar que hablaba como jefe y que no se trataba de una proposición personal, añadió–: Porque supongo que tendrás algunas ideas que quieras comentar…


–Desde luego. De hecho tengo una lista.


Paula parecía incómoda y Pedro se dio cuenta de que ni siquiera había tenido la oportunidad de envolverse en la toalla.


–Vamos, ve a cambiarte. Tendré un café listo para cuando salgas. Me parece que lo necesitas –al ver que palidecía, Pedro sintió una creciente curiosidad, así que decidió no darle la oportunidad de rechazarlo–. Nos vemos en la puerta en veinte minutos