La miró a los ojos y vio que quedaban por encima de los suyos. De soslayo, podía ver a Paula observándolo. Era evidente que esperaba escandalizarlo, pero se equivocaba si creía que era un machista que no creía que las mujeres pudieran hacer cualquier trabajo de hombres. Sin embargo, por un segundo, se preguntó qué relación mantendrían, pues le costaba imaginar a Paula siendo tan afectuosa con cualquier otra persona, hombre o mujer.
Y lo más desconcertante de todo fue que volvió a tener un sentimiento que desconocía, de hombre primario, territorial y posesivo. Entonces llegó a una conclusión que le resultó suficientemente satisfactoria. El problema era que no había satisfecho el deseo que Paula despertaba en él. Si lo conseguía, podría olvidarse de ella. Que fuera distinta a las demás no significaba que las reglas tuvieran que ser también distintas.
Llegar a esa conclusión lo animó tanto, que dedicó una amplia sonrisa a Samantha. Ésta parpadeó sorprendida. Al igual que Paula.
–Estupendo, Samantha. Estoy seguro de que harás el trabajo maravillosamente, o Paula no te habría recomendado tan calurosamente.
La cara de estupefacción de Paula fue una fantástica recompensa para Pedro, que tuvo que contener la risa.
Samantha sonrió. Con al menos un metro ochenta y cinco, llevaba el cabello rubio recogido en una coleta y una camiseta y unos pantalones negros ceñidos. Bastaría una máscara para que se convirtiera en Catwoman.
–¿Haces artes marciales? –preguntó él.
–Claro –dijo ella–. Hace unos años entrené a Paula, Así fue como nos conocimos.
¿Por qué habría querido aprender Paula artes marciales? La curiosidad de Pedro aumentó.
Paula intervino.
–He conseguido convencerla de que necesita un trabajo de fin de semana.
–¿Es la primera vez que trabajas como portera de un local? –Pedro intentó no alarmarse.
–Claro –dijo Samantha, sonriente.
Pedro pensó que iba a matar a Paula en cuanto estuvieran a solas. Bueno, aunque quizá primero la besaría.
Ella pareció sentirse un poco incómoda, como correspondía.
–Tenemos que resolver algunas cosas, Pedro. ¿Piensas quedarte mucho tiempo?
¿Pretendía que se marchara?
–El resto de la tarde. Pero no os molestaré, me sentaré al final de la barra.
La mirada de pánico que le dirigió Paula lo satisfizo. Sacó el ordenador y unas carpetas. Le gustaba aquel rincón del local. Desde él, bastaba alzar la mirada para tener una visión general… y de Paula.
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