miércoles, 8 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 19

 

Ésta y Samantha se sentaron en la mesa más alejada de él y hablaron con voz queda. Pedro se preguntó si debía darle una lección sobre nepotismo, pero descartó la idea. Si Samantha era la persona adecuada para el trabajo, no le pondría pegas. Tenía cosas más importantes de las que preocuparse, como el caso que tenía entre manos. Sólo quería que el bar volviera a funcionar y confiaba en que Lara volviera lo antes posible para poder entregarle el testigo y olvidar a la mujer que ocupaba demasiado espacio en su mente.


Finalmente se concentró.


–¿Te has dado cuenta de que son más de las seis. ¿Cuándo vas a fichar? –dijo Paula.


–Trabajo hasta muy tarde.


–Es evidente.


¿Qué insinuaba? ¿Que no tenía vida privada? Pedro tenía la sensación de ir a diario a uno u otro evento social. Y nunca le faltaban candidatas para acompañarlo. Mujeres hermosas, con ropa de diseño, no de segunda mano.


Giró el taburete para mirarla de frente y descubrió con placer que la tenía muy cerca. Ella hizo ademán de retroceder, pero él la detuvo, sujetándola por la muñeca. Ella se quedó paralizada. Pedro pensó que era tan suave como había imaginado. Demostrarle que no era tan aburrido como sospechaba iba a proporcionarle un enorme placer. Y lo haría pronto.


–¿Alguna vez has tenido un trabajo que adorararas, Paula?


–No por mucho tiempo.


–¿Por qué?


Paula se encogió de hombros y retiró la mano.


–La adoración dura poco.


Pedro no intentó retenerla. Acababa de darle la respuesta precisa para que recordara que representaba todo lo que despreciaba en las mujeres: la imposibilidad de confiar en ellas. Su deseo se atemperó.


–¿Lo tienes todo preparado para mañana? –preguntó. Al ver que ella asentía con la cabeza, él empezó a recoger sus papeles–. Tengo reuniones todo el día, así que no estaré aquí cuando abras.


–¿No vas a venir?


La desilusión con la que lo preguntó hizo que Pedro sintiera satisfacción.


–Me pasaré más tarde a ver cómo va todo.


–Pero…


–Puedes llamarme al móvil si me necesitas –Pedro la miró fijamente–, pero seguro que no me necesitas.


Paula tragó saliva. Claro que lo necesitaba, pero para nada relacionado con el bar. Quería que le hiciera compañía. Pedro no se había dado cuenta de que Samantha se había ido hacía más de una hora y que ella, que podía haber estado en el despacho arreglando papeles, había preferido entretenerse haciendo cosas en el local para poder estar cerca de él. La forma en que fruncía el ceño cuando se concentraba era encantadora. Le gustaban los rifirrafes en los que se metían; sentirse observada por él; que cuestionara su capacidad; que pareciera tan inquieto como ella se sentía en su presencia.


Había una química innegable entre ellos que les hacía comportarse como lobos próximos a una presa.


–Todo irá bien –dijo.


Abriría el bar, habría el alcohol necesario, sonaría la música y los clientes entrarían. Pero Paula tenía la fantasía de conseguir un éxito arrollador, de que no cupiera un alfiler en la pista de baile, de convertirse en la anfitriona de una gran fiesta. Y por encima de todo, quería que Pedro fuera testigo de ello y comprobara que no era un fraude, que no era una camarera que saltaba de un trabajo a otro. Dirigiría el local, no sólo para mantenerlo a flote, si no para llenarlo de vida. Así demostraría su valía, no sólo ante los ojos de Pedro, sino de sí misma.


Había pasado parte de la mañana recorriendo las tiendas de moda, las peluquerías y los cafés para hacer propaganda y dejar tarjetas. Estaba absolutamente convencida de que la mejor publicidad era el boca a boca.


Paula sabía que bastaba con atraer a mujeres hermosas para que los hombres las siguieran, así que hizo las llamadas oportunas, esforzándose por sonar entusiasta sin parecer desesperada. Ya solo le quedaba confiar en haber acertado y que la gente entrara en masa a pasarlo bien.


Tal y como había anunciado, Pedro no acudió a la apertura, y ni siquiera había llegado cuando llevaban más de la mitad del turno abiertos. Paula se dijo que le daba lo mismo porque todo iba sobre ruedas. Ni siquiera podía creérselo. ¿De verdad iba a tener éxito? ¿Ella, Paula la Fracasada? Samantha permanecía en la puerta con un audífono y un micrófono; su cabello rubio cayendo sobre su espalda como un río, reclamando la atención de los viandantes con su sola presencia.


Camilo e Isabel trabajaban en el bar con ella. Ambos vestidos de negro y con un aspecto inmaculado, tal y como les había pedido. Su cabello, como de costumbre, caía indomable sobre su rostro y a menudo tenía que retirárselo. También ella vestía de negro, con una falda por encima de las rodillas y botas, pero llevaba una camiseta roja con remates negros, ni demasiado ceñida ni escotada, pero muy favorecedora.


Miró hacia la pista de baile y sonrió al ver a un grupo de mujeres bailando. Reían y lo pasaban en grande, mientras dos hombres que ocupaban un extremo de la barra no apartaban la vista de ellas.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario