miércoles, 1 de septiembre de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 67

 


Al llegar al jeep, se sentó ante el volante sin arrancar mientras pensaba en lo que acababa de oír. Repitió mentalmente los comentarios de Pedro hasta quedar más confusa que nunca.


¿Por qué le importaba tanto que al principio se hubiera sentido atraído por su aspecto? ¿Acaso no era justo lo que ella había notado en él, mucho antes de que le ofreciera el trabajo en Alfonso International? ¿Antes de conocerlo en el trabajo y enamorarse perdidamente de él?


Si la situación hubiera sido a la inversa, ¿ella no habría creado la oportunidad de pasar más tiempo con él? ¿Era culpa de Pedro que ella siempre se sintiera juzgada por su aspecto? ¿Era motivo para negarles a ambos la posibilidad de encontrar juntos la felicidad? De repente, la discusión de la noche anterior careció de sentido.


Con desesperación miró el aparcamiento en busca de alguna señal de Pedro o de su coche. Como sólo había oído su voz, desconocía si iba disfrazado, pero aunque pensara asistir a la fiesta, probablemente iría en coche hasta las instalaciones principales.


Aunque esperó casi media hora, no apareció. De algún modo, no se habían visto.


Fue al hotel, cruzando lentamente el aparcamiento, pero no vio ni el Lexus ni la camioneta de Pedro. Negándose a aceptar la derrota, luego fue a su casa.


No tenía manera de saber si los dos vehículos se encontraban aparcados en el garaje, pero en la casa no brillaba ni una luz. Para estar segura, llamó al timbre, aunque no obtuvo respuesta. Quizá se hallara en la gala, después de todo.


Mordisqueándose el labio inferior, pensó en lo que debía hacer a continuación. No quería llamarlo al móvil, pero si no hablaba con él esa noche, quizá terminara por perder el valor.


Con una renovada dosis de determinación, volvió colina abajo de regreso a la ciudad.


La invadió la decepción cuando finalmente llegó a Alfonso International y vio el aparcamiento vacío y las oficinas a oscuras. Sin saber qué hacer, antes de irse decidió dar la vuelta hasta el almacén, aunque era obvio que todos se habían marchado



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 66

 


—¿Por qué quieres volver a trabajar al Lounge? —demandó Gaston Clifton mientras Paula se sentaba frente a él al otro lado del escritorio—. ¿Pedro no te paga lo suficiente?


Nada más llamar a la puerta del despacho de Gastón, había parecido complacido de verla. Incluso le había preguntado si iría a la gala benéfica que se celebraría para el hospital. Fue al sacar el tema de recobrar su antiguo trabajo cuando la sonrisa desapareció.


—Ya no trabajo para Alfonso International —admitió ella en ese momento, juntando las manos en su regazo con fuerza para evitar mostrar su nerviosismo.


Los ojos de Gastón mostraron incredulidad.


—No —exclamó, moviendo la cabeza—. Ni por un minuto creo que Pedro te dejara ir. Está loco por ti —de inmediato cerró la boca ante ese desliz—. Al menos es lo que he oído —se apresuró a musitar.


—De hecho, no me dejó ir. Dimití —admitió Paula—. Justo después de que rompiéramos —sabía que tarde o temprano Gastón lo averiguaría.


Ceñudo de repente, Gastón se reclinó en su sillón y la observó.


—Entonces, ¿qué es Pedro ahora —preguntó con un tono de voz cargado de sarcasmo—, otra marca en tu cama? ¿Quién será el siguiente, Paula? ¿Rodrigo Chilton? ¿Uno de los hermanos menores de Pedro? ¿Queda algún hombre en la ciudad con el que no hayas salido o a quien no hayas perseguido? —su voz había subido de forma gradual, hasta que gritó las dos últimas palabras.


Paula se quedó petrificada.


—Eso no es justo —la voz le tembló y tragó saliva—. Haces que parezca una especie de rompecorazones, pero si no lo has olvidado, Damian rompió conmigo.


Gaston hizo un gesto displicente con la mano.


—Cierto, pero he visto cómo te miraba Pedro cada vez que entraba en el Lounge. ¿Cómo has podido dejar plantado a un hombre bueno como él?


—Es una larga historia —respondió—, sobre la que no me apetece hablar. Lo único que deseo en este momento es volver a trabajar. Necesito un trabajo.


—¿Por abandonar a un buen amigo mío? —replicó Gaston—. ¿Debería contratarte para que le puedas romper el corazón a otro? ¡No lo creo!


Sus palabras eran tan injustas, su expresión tan crítica, que las lágrimas afloraron a los ojos de Pau.


—Sí cambias de parecer…


—Créeme, encanto —le interrumpió Gastón—, mientras yo esté al mando aquí, no habrá trabajo para ti en estas instalaciones —la miró de arriba abajo—. ¿Hemos terminado? Tengo trabajo —abrió una carpeta en su escritorio y procedió a repasar su contenido como si ella no estuviera presente.


Apretando los dientes para contener los sollozos de humillación que querían escapar por su garganta, Pau se puso de pie. Se sentía una completa idiota por haber ido allí, por haber dado por hecho que podría recuperar su antiguo trabajo sin ningún problema. No podría haber estado más equivocada.


Lo único bueno de todo ese episodio humillante fue que la mesa fuera del despacho de Gastón se hallaba vacía, de modo que pudo ir a los aseos sin que la vieran. De la forma más dura había aprendido que en esa ciudad no había secretos, de manera que estaba preparada para escapar sin iniciar un rumor nuevo.


Después de permanecer sentada en un cubículo el tiempo suficiente para recobrar el control, se arriesgó a mirarse en el espejo grande. Tenía la cara hecha un desastre, los ojos hinchados, la nariz roja y las mejillas pálidas como la muerte, salvo por las líneas oscuras del rímel que, evidentemente, no era resistente al agua, después de todo. Necesitó unos minutos para arreglar el daño que le permitiera emprender la huida.


Al salir en silencio al pasillo vacío, lo primero que oyó fue la elevada voz de Gastón que emergía por la puerta abierta de su despacho.


—¿Cómo puedes defenderla después de lo que hizo? —demandó—. ¡Pensé que estarías agradecido de que la echara, no que querrías arrancarme la cabeza!


A pesar de la ansiedad por escabullirse sin que la detectaran, titubeó con la espalda pegada contra la pared. Parecía como si hablara con alguien acerca de ella.


—¡Serías afortunado si la recuperaras! Es la mejor camarera que has tenido jamás.


Al instante reconoció la voz de Pedro y una oleada de melancolía amenazó con destruir su trémula ecuanimidad. Entonces comprendió lo que él había dicho. ¡A pesar de lo que ella le había hecho, la estaba defendiendo!


—Las mujeres atractivas abundan por docenas —respondió Gastón con tono desdeñoso—. Amigo, necesitas comprender que Paula Chaves no es nada especial.


—Ahí es donde te equivocas, amigo. Mi error fue no darme cuenta hasta que fue demasiado tarde de que Pau es mucho más que otra mujer hermosa. Es inteligente, divertida y muy trabajadora.


Reinó un momento de silencio en el que Pau deseó poder ver la cara de Pedro.


—No sólo he perdido a la mejor asistente que podría haber tenido —continuó con más serenidad—, sino que me temo, a pesar de lo melodramático que pueda sonar, que también he perdido a mi alma gemela.


Una puerta se abrió en el otro extremo del pasillo y apareció una chica. Pau no tuvo más alternativa que marcharse antes de que la sorprendieran escuchando a hurtadillas.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 65

 


—Créeme —gruñó Pedro—, no estoy de humor para una fiesta —lamentaba haber contestado al teléfono cuando llamó Mauricio, o que se le escapara que Paula y él habían roto. Lo único que quería era ir a casa y sentarse ante el fuego con media botella de buen whisky y emborracharse placenteramente.


—No aceptaré un no por respuesta —repuso Mauricio—. Todos los beneficios se destinan a la fundación del hospital para ayudar a los pacientes que no disponen de medios. Prometiste que asistirías y todo ayuda.


—¿Cuánto cuesta el cubierto? —demandó Pedro—. Te mandaré un condenado cheque.


Mauricio rió entre dientes.


—No sería lo mismo, hermano. Espero que pujes fuerte en la subasta. Como no aparezcas por aquí en una hora, y disfrazado, iré a buscarte en persona.


Antes de que pudiera decirle lo que podía hacer con su persona, el Doctor Encanto colgó. Quizá tenía razón y lo que necesitaba era salir un par de horas en vez de sentarse en casa a beber solo. Al menos si llevaba puesta una máscara, nadie podría leer «estúpido» escrito en su frente.


Resignado, fue al vestidor a comprobar qué disfraz podía encontrar.




martes, 31 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 64

 

Sin un ápice de entusiasmo, Pau contempló su reflejo en el espejo que había en la parte interior de la puerta de su dormitorio.


Su hermana había tenido razón la noche anterior cuando ella le había abierto el corazón.


—Como no eres rica, lo primero que necesitas es otro trabajo —había afirmado Emilia—. Después de que hayas encontrado algo, entonces podrás sentarte a especular sobre Pedro, antes no.


Agradeció el pragmatismo de su hermana y supo que tenía razón.


Todo el día había esperado que Pedro llamara, aunque sólo fuera para hacer una pregunta sobre el trabajo, pero el teléfono no había sonado. Esa mañana, después de estudiar su exiguo saldo bancario, había hecho algunas llamadas.


La empresa de contabilidad para la que había trabajado no necesitaba a nadie, ni sus otros tres antiguos jefes. Eso la dejaba con dos opciones, ir a ver a Gastón Clifton o salir a la calle armada con su curriculum.


Ya había llamado para cerciorarse de que se encontraba en su despacho. Se enroscó otra cinta brillante alrededor de la coleta, dejando que los extremos colgaran, y luego giró la cabeza para estudiar el efecto. Incluso vestida con un sencillo jersey negro y unos ceñidos pantalones elásticos del mismo color, en vez del atuendo sexy y el maquillaje intenso que había usado en el pasado, se veía bastante bien. Además, lo que importaba era su experiencia detrás de una barra, no parecer un bombón.


Acercándose al espejo, añadió unos pendientes grandes en forma de aro y se aplicó un lápiz de labios brillante. Le lanzó un beso a su reflejo. Si la imagen lo era todo, se veía lo bastante bien como para pasar la inspección.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 63

 

A las nueve de la mañana siguiente, Pedro tuvo que enfrentarse al hecho de que había subestimado seriamente a Paula Chaves. Al parecer había hablado muy en serio cuando le dijo que dimitía.


Unos minutos antes, le había gritado a Nina al ofrecerse ésta a llamar a Pau para averiguar si se hallaba bien. En ese momento no le quedaba más alternativa que admitir la verdad y pedirle que llamara a la agencia de trabajo temporal para solicitar que enviaran a alguien de inmediato. Antes de volver a enfrentarse a Nina, miró en el escritorio de Pau y encontró la tarjeta del fotógrafo. Entonces lo llamó por teléfono.


Como tuviera que explicarle a otro empleado disfrazado que había olvidado qué día era, gritaría.


—Simplemente, envíeme la factura por su tiempo —le dijo a la secretaria del fotógrafo después de cancelar la sesión—. Quizá podamos programar algo para el futuro, pero ya se lo comunicaré.


En ese momento, sacar fotos de una maquinaria agrícola parecía insignificante comparado con todo lo que estaba sucediendo. Después de cortar, alzó la vista y vio a Nina en el umbral de su oficina con los brazos cruzados sobre su disfraz de bailarina del vientre para Halloween.


—¿Qué está pasando? —demandó.


Resignado, le indicó que pasara.


—Cierra la puerta, Nina.


—¿Le ha pasado algo a Paula? —inquirió Nina al sentarse frente a él y redistribuir las faldas de colores con campanillas. Hacía demasiado tiempo que conocía a Pedro como para andarse con rodeos.


Él se pasó la mano por la cara. Varias tazas de café no habían terminado de compensar una noche de insomnio. Sentía la mente como pegamento espeso.


—Supongo que se podría decir que sí —repuso—. Anoche vino a cenar a mi casa.


—Ah —confirmó Nina con expresión perspicaz—. Así que yo tenía razón.


—Si has adivinado que estoy loco por ella, estarías en lo cierto —replicó—. Para lo que me ha servido.


—¿Y a qué viene la autocompasión? —quiso saber ella—. No es típico en ti.


—Tuvimos una discusión. Ella quiso dejarlo, yo la puse a prueba y lo dejó.


—¿Dejó su trabajo? —insistió Nina.


—Sí. Su trabajo, a mí, todo —no podía creer que estuviera manteniendo esa conversación con una mujer vestida como Salomé, pero sabía que podía confiar en Nina para que mantuviera la boca cerrada. Podía ser dolorosamente directa con él, pero también era extremadamente leal.


—¿Qué hiciste? —quiso saber.


La presuposición de Nina de que debía de ser culpa suya lo habría irritado de no haber tenido un estado de ánimo tan sombrío.


—Le conté la verdad —respondió—. Ese fue mi primer error —le ofreció la versión censurada desde el comienzo, cuando había tratado de hablar con Paula en el bar sin llegar a ninguna parte. Cuando terminó de describir la discusión mantenida en su casa, Nina ya movía la cabeza.


—Lo que no logró entender es cómo los hombres han podido dirigir el mundo durante miles de años sin aniquilar a toda la especie humana. ¿Cómo podéis ser todos tan torpes?


—Supongo que se trata de una pregunta retórica —indicó él con igual sarcasmo—. ¿En qué puede ayudar insultar a mis ancestros?


Ella se puso de pie y fue hacia la puerta y regresó.


—Eres un hombre lo bastante inteligente como para dirigir esta empresa, pero no tienes ni idea cuando se trata de entender a una mujer que afirmas amar.


—¡La amo! —protestó—. Pero, no, no sé cómo funciona su mente.


Debió de parecer tan perdido y confuso como se sentía, porque Nina dejó de caminar y volvió a sentarse.


Pedro, cariño, ponte en su lugar. Piensa en cómo te sentirías tú si ella te confesara que en un principio se había sentido atraída por ti porque eres rico y triunfador, aunque no supiera nada más de ti —calló para dejar que sus palabras surtieran efecto.


Él asintió con impaciencia.


—Continúa.


—Ahora intenta centrar tu pequeña mente de varón en la idea de ser una chica bonita con un buen cerebro —lo señaló con un dedo como una maestra—. Sólo que a nadie le importa si eres lista. Lo que cuenta es tu aspecto —enarcó las cejas—. ¿Me sigues hasta ahora?


—Si —Pedro veía hacia donde se dirigía.


—Entonces aparece el príncipe —continuo ella—. Parece darse cuenta que eres una mujer inteligente. Que tienes otras cualidades aparte de un cabello lustroso y unas piernas largas. Es tu cerebro el que lo fascina y todo es color de rosa en el reino.


Pedro empezaba a sentirse enfermo.


—Pero luego admite que es como los demás —continuó él—. Le encanta tu cara bonita, pero poco puede importarle que seas dulce, inteligente y divertida…


—Creo que has captado el cuadro —Nina volvió a ponerse de pie—. Ya he terminado mi trabajo aquí —fue hacia la puerta y la abrió—. El siguiente paso es tuyo.


—No es tan sencillo —musitó ante la puerta que ella acababa de cerrar. Solo empezaba a percibir lo mucho que había herido a Pau con su egoísmo.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 62

 

Después de permanecer bajo la ducha hasta haber dejado de temblar, se secó y se puso un pijama de franela, su bata más vieja y las zapatillas forradas. Se preparó una taza de té, sacó una galleta del bote pintado con una abeja, y pensó en llamar a Emilia.


Su hermana mayor siempre había sido como una segunda madre para ella. Emilia no sólo le diría lo que quería oír, como podría hacer Karen, sino que no se andaría con medias tintas y ella necesitaba saber si estaba totalmente confundida o si tenía razón en sentirse furiosa con Pedro.


Por supuesto, lo primero que haría sería soltarle un discurso por haber dejado un trabajo más, probablemente el mejor que había tenido jamás, y luego la reprendería por enamorarse de Pedro tan rápidamente. Emilia pensaba que había cambiado de trabajo demasiadas veces y no se había molestado en ocultar la opinión que le había merecido su compromiso con Damián.


Hizo una mueca al recordar la reacción de Emilia. Quizá lo mejor era no llamarla. Añadió miel al té y lo removió mientras rumiaba sus ideas.


Sin importar si su hermana se mostraba exasperada con ella, necesitaba desesperadamente hablar con alguien que la conociera, con defectos y todo. Aunque parecía que hacía días que había ido a la casa de Pedro, tan llena de jubilosa expectación, tal vez aún fuera temprano para llamar a Emilia. Y aunque la despertara, no se quejaría. Era una de las pocas personas a las que le encantaba que la necesitaran, y ella la necesitaba en ese momento.




lunes, 30 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 61

 


Cuando Paula llegó a la cabaña, el dolor en su pecho no se había mitigado, aunque a él se había sumado una sensación de pánico.


No sólo había dejado al hombre al que amaba, sino que le había arrojado a la cara su trabajo… el mismo trabajo que necesitaba para pagar sus facturas. ¿En qué había estado pensando?


Apoyó la frente contra el volante, escuchando el batir de la lluvia sobre el techo del jeep. Luego, sintiéndose como si hubiera recibido una paliza, recogió el bolso y el abrigo, respiró hondo y subió a la carrera los escalones.


Mojada y con frío, abrió la puerta y entró. Los dientes le castañeteaban. Necesitaba una ducha y una taza caliente de té. Luego debería sentarse y pensar qué iba a hacer.


Una cosa era segura… quedaba descartado pedirle a Pedro que le devolviera el puesto de trabajo.