Sin un ápice de entusiasmo, Pau contempló su reflejo en el espejo que había en la parte interior de la puerta de su dormitorio.
Su hermana había tenido razón la noche anterior cuando ella le había abierto el corazón.
—Como no eres rica, lo primero que necesitas es otro trabajo —había afirmado Emilia—. Después de que hayas encontrado algo, entonces podrás sentarte a especular sobre Pedro, antes no.
Agradeció el pragmatismo de su hermana y supo que tenía razón.
Todo el día había esperado que Pedro llamara, aunque sólo fuera para hacer una pregunta sobre el trabajo, pero el teléfono no había sonado. Esa mañana, después de estudiar su exiguo saldo bancario, había hecho algunas llamadas.
La empresa de contabilidad para la que había trabajado no necesitaba a nadie, ni sus otros tres antiguos jefes. Eso la dejaba con dos opciones, ir a ver a Gastón Clifton o salir a la calle armada con su curriculum.
Ya había llamado para cerciorarse de que se encontraba en su despacho. Se enroscó otra cinta brillante alrededor de la coleta, dejando que los extremos colgaran, y luego giró la cabeza para estudiar el efecto. Incluso vestida con un sencillo jersey negro y unos ceñidos pantalones elásticos del mismo color, en vez del atuendo sexy y el maquillaje intenso que había usado en el pasado, se veía bastante bien. Además, lo que importaba era su experiencia detrás de una barra, no parecer un bombón.
Acercándose al espejo, añadió unos pendientes grandes en forma de aro y se aplicó un lápiz de labios brillante. Le lanzó un beso a su reflejo. Si la imagen lo era todo, se veía lo bastante bien como para pasar la inspección.
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