miércoles, 25 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 44

 


El día que tenían fijado viajar a Billings, Paula dejó la bolsa con su ropa en el coche. Cuando llegó la hora, depositó en su mesa una caja con los folletos que habían enviado de la imprenta y luego asomó la cabeza en el despacho de Nina.


—Te veré en uno o dos días —dijo—. Si surgiera algo, tienes el número de mi móvil.


Nina se puso de pie. Sentía predilección por los adornos navajos y ese día llevaba un collar de plata con turquesas ovaladas y pendientes a juego.


—Pásatelo bien —dijo—. Haz que Pedro te lleve al asador que hay frente al hotel. Sirven la mejor carne de Montana.


Pau experimentó una sensación completamente irracional de decepción.


—¿Tú ya has estado en esa conferencia? —preguntó.


La otra movió la cabeza.


—Le pido a mi marido que me lleve a cenar allí cada vez que vamos a Billings.


—Gracias por el consejo —dijo, animándose—. Adiós.


Mientras iba por el pasillo, oyó la voz de Pedro después de terminar una llamada telefónica.


—¿Lista? —preguntó, alzando la vista cuando ella titubeó en el umbral. También él llevaba unos vaqueros con una camisa con el logotipo de la empresa.


Con la partida inminente, Pau experimentó un ataque súbito de nervios. Estar durante un par de horas en el espacio reducido del habitáculo de su camioneta tendría que ser tenso.


Deseó poder decidir qué sería peor, si ver ese destello de interés en los ojos de Pedro o su total ausencia.


—Lamento que no podamos llevar el Lexus —dijo él una vez que salieron del aparcamiento—. El volquete es demasiado pesado para acoplarlo al coche.


—No pasa nada —repuso Pau.


Remolcaban un modelo nuevo montado en su propio tráiler. La unidad había quedado resplandeciente y en ese momento se hallaba cubierta con una lona azul para evitar que se manchara.


—Es un paisaje bonito, ¿verdad? —preguntó él pasados unos minutos—. Jamás me canso de él.


El camino serpenteaba por el pintoresco terreno montañoso en un descenso gradual. Aunque ya había nieve en las zonas más elevadas, el pavimento estaba limpio y húmedo.


—No creo que yo pudiera vivir en una ciudad grande —indicó Pau—. Me sentiría hacinada. ¿Y tú? ¿Te has sentido alguna vez tentado a trasladarte? —debía de haber obstáculos para dirigir un negocio internacional desde su pequeña ciudad.


Pedro rió entre dientes.


—Una de las ventajas de ser el jefe es que puedes elegir el lugar donde instalarte. Además, mi familia está aquí. Puede que los gemelos elijan vivir en otra parte una vez que se gradúen, pero la consulta de Mauricio está creciendo y mi padre tiene más trabajo que el que puede llevar.


—A mí me parece una excelente seguridad de trabajo —indicó sin pensárselo—. Y también para el resto de tus empleados —añadió de inmediato para que no pensara que daba por sentadas demasiadas cosas.


—A la mayoría le encanta vivir en Thunder Canyon, como a mí —convino—. Con el complejo hotelero abierto todo el año, creo que la gente seguirá trasladándose a la zona —miró por el retrovisor el tráiler que remolcaban—. Rodrigo lo odia, pero mientras el desarrollo esté controlado, creo que es bueno para todos los demás.


Tuvo ganas de preguntarle si pensaba casarse y establecerse, pero no quería que pensara que lo hacía por interés personal, de modo que guardó silencio.


—Hay unos cuantos CDs en la guantera —indicó él—. ¿Por qué no eliges algo para poner?


Curiosa por conocer su gusto en música, sacó unos cuantos y les echó un vistazo. Además de las selecciones de música country que prácticamente eran obligatorias si se vivía en Montana, había algunos artistas que no reconoció.


—¿Quién es? —preguntó, dándole la vuelta para leer la información posterior.


—Toca la guitarra acústica —explicó Pedro—. Algunos de los otros son de jazz. He descubierto que me calma mientras conduzco.


Paula dudó de que fuera la clase de persona que se volvía un energúmeno al volante, pero nunca se podía estar segura. Quizá bajo esa superficie serena que proyectaba, había turbulencias o pasiones desencadenadas.


¿Cómo sería perdiendo el control, dominado por el deseo, arrollado por el apetito de poseer a la mujer que adoraba? La imagen la hizo temblar, pero no de miedo.


—La expresión de tu cara despierta mi curiosidad por lo que pasa por tu cabeza —comentó él—. ¿Te apetece compartirlo?


Aturdida, logró esbozar una sonrisa de ecuanimidad.


—Ni lo sueñes. Una mujer tiene derecho a algunos secretos.


La mirada de él pareció atravesarla, pero no le quedó más opción que volver a concentrarse en la carretera.


—Quizá —concedió—, pero por lo general eso no detiene a un pobre hombre indefenso de tratar de descubrirlos.


QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 43

 

De camino a casa después de un partido informal de baloncesto con unos amigos al día siguiente, paró en el supermercado para hacer unas compras. No era un gran cocinero, pero tampoco le gustaba comer fuera todos los días. Al menos no si no tenía a Pau frente a él.


Al aparcar, se recordó que no había planeado besarla la noche anterior. Se preguntó si Pau comprendía que esa era la razón por la que había dejado el motor encendido, para no sucumbir a la tentación de quedarse. Pero entonces ella lo había mirado con esos enormes ojos castaños y labios carnosos que suplicaban que los besara.


Todas sus buenas intenciones se habían evaporado.


Lo que más había deseado había sido empujarla contra la puerta, besarla hasta dejarla sin aliento y luego llevarla dentro. Para darse un festín y mitigar el dolor del deseo que cada día que pasaba con ella se tornaba más fuerte.


Menos mal que había dejado el motor en marcha, sino aún podría hallarse con ella en vez de tratar de quemar su exceso de energía metiendo una pelota por un aro. Con un gruñido de irritación, bajó de la furgoneta y entró en el supermercado.


Al ver a Rodrigo en el pasillo de los congelados, se sintió tentado de dar la vuelta para ir en la dirección opuesta. A pesar de lo bien que siempre le había caído Rodrigo, empezaba a cansarse de la creciente actitud negativa de su amigo y de sus constantes comentarios pesimistas. Sin embargo, antes de que pudiera ejecutar su huida, el otro alzó la vista y lo vio.


—¡Pedro! —exclamó con una sonrisa—. ¿Cómo estás?


—Es el último sitio en el que pensaría que te encontraría —repuso Pedro, incapaz de resistir la pulla—. ¿Ir de compras al supermercado no es algo doméstico para un don juan como tú?


—Hasta un don juan tiene que comer —respondió Rodrigo—. ¿Cuál es tu excusa?


—La misma —convino.


—Por lo que he oído, habría pensado que últimamente hacías todas tus comidas fuera —añadió Rodrigo con tono desafiante.


Pedro sacó una bolsa de guisantes congelados de la nevera y los metió en el carrito.


—¿Y eso qué se supone que significa?


Por la expresión de Rodrigo, supo que había caído directamente en la trampa. Más le habría valido reaccionar como si el comentario le hubiera resbalado y luego dar una excusa para largarse de allí lo más rápidamente posible.


—Un pajarito me ha contado que has estado comiendo con tu nueva secretaria —provocó Rodrigo—. ¿Eso también incluye el desayuno?


Pedro apretó con fuerza el manillar del carrito. No supo qué preferiría hacer, si aclararle la situación a Rodrigo o darle un puñetazo por creer lo peor.


—Los dos estamos solteros —prefirió exponer—. No veo que sea asunto de nadie.


La expresión presumida de Rodrigo se evaporó.


—El problema, amigo mío —comentó con serenidad—, es que lo único que quiere esa chica es un anillo en la mano. Mientras la piedra sea lo bastante grande, no creo que le importe quién se lo dé.


Por lo general, a Pedro le costaba enfadarse, pero controlar su temperamento ante los comentarios de Rodrigo no fue fácil.


—¿No basta con que en un tiempo saliera con tu hermano? —continuó Rodrigo implacable—. No es ningún secreto que a punto estuvo de cazar a Damián porque estaba despechado de que su hermano se casara con su ex. Y ahora que Mauricio se ha comprometido con Mia, estás a punto de cometer el mismo error que Damián.


—No me digas lo que estoy a punto de hacer —soltó Pedro con los dientes apretados—. Tú no conoces a Pau. No se parece en nada a lo que su reputación sugiere.


Rodrigo puso los ojos en blanco.


—Cuando recuperes la cordura, no digas que no te lo advertí.


Pedro lo agarró del brazo.


—Escucha, agradezco tu preocupación, pero te equivocas con la situación y realmente te equivocas con Pau. Sé lo que hago.


—Una cosa es desayunar con ella —arguyó Rodrigo—. Sólo recuerda que no tienes por qué comprar la vaca…


—Maldita sea —lo cortó—. ¡Cuida lo que dices! Aquí no me estoy rascando una simple picazón. ¡Estoy enamorado de ella!


Mientras se daba cuenta de lo que acababa de decir, Rodrigo lo miró fijamente, moviendo la cabeza.


—Hazme caso, amigo, lo que sientes puede que empiece con una A en mayúsculas, pero no quiere decir que sea amor.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 42

 

Paula miró alrededor, pero no reconoció a nadie de inmediato.


—He visto a la recepcionista del despacho de Mauricio en una mesa grande —indicó él mientras abría el menú—. ¿La conoces?


—Sí, la vi una vez en el despacho de él —respondió Paula—. ¿Representa algún problema?


Pedro le palmeó la mano con gesto tranquilizador.


—Claro que no. ¿Y para ti?


Sabía que algunas personas pensaban que había salido con todos los solteros disponibles de la ciudad, pero no le importaba. La gente iba a pensar lo que quisiera, ¿para qué preocuparse?


—Oh, sí —bromeó—. Creo que deberías meterte bajo la mesa.


Él rió entre dientes antes de volver a concentrarse en el menú. Decidieron pedir un plato de degustación para los dos. Mientras esperaban la cena, ella observó los peces multicolores.


—De pequeño tuve un acuario —comentó Pedro—. Principalmente con caracolas y peces de colores. ¿Y tú? ¿Tuviste alguna mascota?


—Una sucesión de gatos de un refugio para animales —repuso ella—. Y durante un tiempo mi hermano Eric tuvo una tortuga.


La camarera les llevó té caliente, que Pau sirvió en las delicadas tazas de porcelana.


—No sé nada sobre tu familia —indicó él—. ¿O sea, que tienes un hermano así como la hermana propietaria de la cabaña?


—Y otra hermana, Eliana. Emilia está casada y también Eric, que tiene dos hijos, así que soy tía.


La camarera regresó con una bandeja enorme llena de platos. Durante los siguientes minutos, Paula y Pedro llenaron sus respectivos platos y lo probaron todo. Pedro incluso le ofreció un poco de calamar, que ella jamás había probado.


—Mmm —musitó—. Algo gomoso, pero no está mal.


Ninguno de los dos tuvo espacio para pedir postre. Paula, miró, pero la recepcionista de Mauricio ya se había ido cuando se marcharon.


Paula mantuvo viva la conversación de regreso a la cabaña con la intención de ocultar su nerviosismo. Aún no había decidido si invitarlo a pasar, aunque bien podría haberse ahorrado el problema.


Cuando Pedro la acompañó hasta la puerta, con la mano apoyada ligeramente en su espalda, dejó el motor encendido. Parecía una señal bastante clara de que no pensaba quedarse.


—Me he divertido —comentó en el momento en que ella se volvía para mirarlo, con la llave en la mano.


—Sí —convino Paula, sonriéndole—. Gracias por invitarme —santo cielo, cualquiera que los oyera pensaría que apenas se conocían—. Bueno, buenas noches —intentó leer su expresión bajo el tenue resplandor de la luz del porche, deseando poder saber en qué estará pensando.


El viento le cruzó un mechón de pelo por la cara y él se lo apartó con un dedo.


—Paula… —dijo casi a regañadientes, acercándose—. Ah, Pau.


Ella olvidó respirar, olvidó pensar cuando la mirada de él se posó en su boca. La aferró por los hombros y Paula osciló hacia él al tiempo que cerraba los ojos.


Los labios de Pedro estaban frescos, pero el beso no tardó en encenderse. Y entonces, con la misma celeridad, se terminó y la soltó.


—Te veré el lunes —dijo él.


Parpadeando, ella se dio cuenta de que esperaba que entrara.


—Sí —logró responder sin tartamudear.


Abrió la puerta con dedos temblorosos.


Después de intercambiar otra ronda de buenas noches, entró y cerró a su espalda. Apoyándose contra ella, escuchó hasta que Pedro se marchó. No se movió hasta que ya no pudo oírlo.




martes, 24 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 41

 


El restaurante chino estaba lleno y el ambiente era muy ruidoso. Paula notó que Pedro le daba algo a la camarera, quien les encontró un reservado en un rincón detrás de un acuario de agua salada, con corales y peces de colores llamativos.


Se alegró de haber seguido su instinto y haberse vestido de forma casual. Debajo de la parka de color plata, llevaba un jersey verde y unos pantalones negros, con sus botas negras preferidas de tacón alto.


—Nuestro secreto se ha descubierto —dijo Pedro una vez sentados con los mentís—. No mires ahora, pero nos han visto




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 40

 

Durante todo el trayecto de vuelta al trabajo, Pedro no dejó de maldecirse por ser un cobarde. Había ido a la casa de Pau con la intención de poner las cartas boca arriba, pero en el último instante había perdido el valor.


Al final llegó a la conclusión de que quizá fuera mejor de esa manera. Sin importar qué más sucediera, ella estaba demostrando ser una magnífica empleada. Cuando llegara el momento, lamentaría perderla.


Mientras no volviera a ceder a la tentación, como la noche anterior, y se arriesgara a perderlo todo… principalmente porque estar junto a ella sin tocarla era casi más de lo que podía soportar. Más le valía recordar que era muy afortunado de que no se hubiera marchado para siempre.


En el muelle de descarga había un camión y pudo oír el sonido de una carretilla elevadora sacando plataformas portátiles del tráiler. A pesar de que el encargado del almacén lo estaría supervisando todo, él quería cerciorarse de que había llegado el pedido completo.


Pensar en Pau, adorable con sus zapatillas de conejo, con el rostro maravillosamente limpio de maquillaje y el cabello tentadoramente desarreglado, tendría que esperar hasta que dispusiera de más tiempo. Aunque una cosa tenía clara… no pensaba abandonar.


A la mañana siguiente, Paula regresó al trabajo. Salvo por una pregunta que le hizo acerca de si había enviado los folletos a la imprenta, se esforzó en imitar a Pedro y comportarse como si entre ellos no hubiera ocurrido nada. No fue fácil, pero lo consiguió.


Él parecía más preocupado por la llegada de un pedido urgente que otra cosa. Mientras realizaba innumerables viajes desde su mesa hasta el despacho de Pedro, verificando información o haciendo preguntas, la proximidad entre ambos no pareció representar un problema para él.


Empezaba a darse cuenta de que fingir que no sabía lo que era besarlo como si fuera el último hombre de la tierra, sentir sus brazos fuertes sosteniéndola mientras el deseo le recorría las venas como burbujas de champán, era como tratar de que no luciera el sol.


A veces, cuando él se inclinaba sobre su mesa para mostrarle algo en la pantalla de su monitor y aspiraba la fragancia fresca y limpia que irradiaba, se sentía mareada. O captaba un atisbo de percepción en la mirada de él antes de que desviara la vista, una impresión fugaz que también a él le costaba fingir que no existía.


Sólo la certeza de que su incapacidad para controlar sus sentimientos significaría la pérdida de un trabajo que cada vez le gustaba más, era suficiente incentivo para soslayar esos momentos de comunicación silenciosa. De añoranza en apariencia mutua.


Después de convencerse de que los pensamientos lujuriosos que le inspiraba eran un camino directo al desastre, la desconcertó que a la mañana siguiente apareciera en su despacho para invitarla a almorzar.


—Me apetece una hamburguesa jugosa —dijo—. ¿Por qué no me acompañas?


Como oferta, no podría haber sido menos ceremoniosa. No como una cita para cenar.


—Claro —repuso ella con la misma tranquilidad—. Me encantan las hamburguesas.


—Bien —sin decir otra palabra, se marchó.


¿Qué había esperado? ¿Qué diera un triple salto mortal? Después de todo, sólo era un almuerzo.


Un almuerzo que se había convertido en costumbre. Mientras estaban en la furgoneta de Pedro comiendo pescado y patatas fritas el viernes, Pau se había dado cuenta de pronto de que la miraba fijamente.


—¿Qué? —preguntó, ladeando la cabeza para poder verse en el espejo retrovisor—. ¿Tengo mayonesa en la nariz?


—¿Cenarías conmigo mañana? —preguntó—. Nada especial, simplemente un restaurante chino en la parte vieja de la ciudad que me han dicho que es muy bueno.


La invitación sonó tan espontánea que Pau necesitó un momento para procesarla.


—A menos que no te guste la comida china —añadió él al verla titubear.


—No, me gusta —confirmó—. Es que…


—¿Tienes otros planes? —interrumpió.


¿No sabía que no había salido con nadie desde Damian, siempre que no se contara la recepción de Darío? Que Pedro había dejado bien claro que no era una cita.


—No —corrigió—. Me encantaría.


Se prometió que después de la cena del sábado, se bajaría del coche de Pedro y se iría a la cama sola. Aquel hombre no era para ella.



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 39

 

Tenía que saber si, de algún modo, había malinterpretado completamente la situación de la noche anterior. ¿Se había excedido en su reacción ante una insinuación superficial, una mera degustación con el fin de saber si estaba dispuesta a algo más? El debate interno la había mantenido despierta casi toda la noche, y en ese momento quería respuestas.


Él dejó la cuchara de sopa en el plato.


—He venido para asegurarme de que te encuentras bien. Y ahora acábate la sopa antes de que se enfríe y luego hablaremos.


Pau pudo ver que no iba a decir nada más hasta que obedeciera, de modo que se acabó el plato.


Levantándose, él recogió la mesa sin hacer caso de las protestas de ella.


—¿Tampoco tienes lavavajillas? —preguntó.


—Me temo que no. La cabaña puede ser primitiva para tus cánones, pero yo no cambiaría el entorno por un ático en la ciudad —con el éxito de las instalaciones de esquí, empezaban a aparecer apartamentos de lujo, pero no la habrían tentado aunque hubiera podido permitírselos.


—¿No te molesta estar tan lejos de tus vecinos? —preguntó mientras llenaba el fregadero y echaba un poco de detergente—. ¿Has pensado en tener un perro? ¿Un perro grande con grandes colmillos?


Ella llegó a la conclusión de que era inútil que protestara porque su invitado se ocupara de los platos, de modo que lo dejó pasar.


—Me encantaría tener un perro —repuso—. Pero no lo tengo porque paso mucho tiempo fuera de casa, y el animal estaría muy solo.


—Yo me preocuparía por ti —Pedro se secó las manos.


—No es asunto tuyo —afirmó Liz cuando él se volvió a sentar delante de ella—. La cabaña es de mi hermana y siempre me ha gustado vivir aquí.


—No fue mi intención ponerte en una situación incómoda —soltó de repente él—. Te besé porque quise hacerlo, pero no significa que tú no pudieras apartarme o decirme que no lo hiciera por el hecho de ser tu jefe —por su cara pasó una expresión de desagrado—. ¡Dios! Imagino que debería haberte explicado eso antes de haber llegado a tocarte.


A pesar de la seriedad del tema, Pau sintió que su humor mejoraba.


—O tal vez podrías haberme entregado un pliego de descargo o de responsabilidad —sugirió.


Él se reclinó en la silla con expresión ofendida, pero luego no pudo dejar de esbozar una sonrisa renuente.


—Ahora comprendes por qué no pasé por todo eso antes de atacar.


—¿Quién iba a pensar que un simple beso podría complicarse tanto? —murmuró, asombrada otra vez por el magnetismo de su sonrisa.


—Eso no es excusa para el modo en que me comporté después —una vez más la expresión de Pedro se puso seria—. Lo único que puedo decir es que me convertí en un imbécil. Estaba enfadado conmigo mismo, lo pagué contigo y lo siento.


Ella extendió la mano.


—Disculpa aceptada… y he de añadir que ha sido una disculpa hermosa.


Deseó poder añadir que quería que fuera algo más que su jefe, pero no tenía el valor. ¿Y si él no sentía lo mismo? ¿Y si decidía que tener una asistente embobada por él no justificaba los problemas?


Le tomó la mano brevemente entre la suya.


—Gracias —por un instante, mientras se la soltaba, dio la impresión de que podría decir algo más, pero entonces echó la silla para atrás—. ¿Por qué no duermes un poco? —sugirió mientras se ponía la cazadora—. Si mañana no te sientes mejor, dime si hay algo más que pueda hacer.


—Ya empiezo a sentirme mejor —lo siguió a la puerta—. Debe de ser la sopa —«o las flores, o su compañía», añadió para sus adentros.


Él se detuvo en los escalones con las manos en los bolsillos.


—Bueno, nos vemos luego —comentó con vivacidad.


—Gracias de nuevo por todo —le dijo al ver cómo se marchaba.


Él agitó la mano sin volverse, de modo que Pau cerró la puerta. Se quedó ante la ventana frontal y lo vio girar con la furgoneta, pero no alzó la vista. Mientras se marchaba, Paula se sintió aliviada de no haberle contado cómo se sentía en realidad.



lunes, 23 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 38

 

Volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo de la cazadora y estaba a punto de entrar cuando una camioneta se detuvo detrás de la furgoneta de él.


Pau no esperaba ninguna entrega.


—¿Quién…? —musitó.


—¿Te importa si llevo esto directamente a la cocina? —preguntó Pedro—. No quiero que el sorbete se derrita.


—Claro —distraída, observó a una mujer mayor acercarse con un ramo de flores grande.


—¿Paula Chaves? —preguntó.


Cuando Pau asintió, la mujer le entregó un arreglo de rosas. Durante un momento, Pau se quedó demasiado aturdida para hablar.


—Aguarde —dijo cuando la mujer retrocedió por los escalones—. Espere que vaya a buscar mi cartera.


—Todo está pagado —repuso con una sonrisa—. Disfrútelas.


Confusa, llevó el ramo dentro. ¿Quién le enviaría flores en esa época del año? No era su cumpleaños.


¿Podía ser que Damián hubiera experimentado un tardío ataque de arrepentimiento por romper el compromiso de forma tan brusca? ¿Tenía que buscar en el cielo cerdos que volaran o finalmente el infierno se había congelado a pesar de las señales del calentamiento global?


Cuando dejó el ramo en la cocina, Pedro hurgaba en los armarios.


—¿Tienes un cazo para la sopa? —preguntó—. ¿Cómo te arreglas sin un microondas?


—Mira en el cajón debajo del fogón —extrajo la tarjeta—. Ahí tengo una cazuela —añadió distraída.


Él dijo algo más, pero ella no le prestó atención, estaba demasiado ocupada leyendo el mensaje manuscrito.


Perdóname. Pedro.


Ceñuda, se volvió para estudiarlo. Él le devolvió la mirada con la cazuela en una mano.


¿Qué lamentaba, las cosas que había dicho o el beso que las había precedido? Tocó uno de los delicados capullos. Eran blancos y cada capullo tenía un reborde rosa.


—Son preciosas —susurró—, pero no eran necesarias.


—No estoy de acuerdo —repuso con voz suave. Luego carraspeó y se ocupó de la sopa—. El sorbete de naranja está en el congelador —agregó con su voz normal—. Es bueno para la garganta irritada.


—¿Por qué estás aquí? —quiso saber ella.


—¿Los platos hondos y las cucharas?


Al parecer, no tenía intención de contestar a su pregunta. Señaló en silencio. Tarareando, puso la mesa para dos. Ella permaneció mirando las flores. Alrededor del jarrón había atada una cinta rosa. Unas ramitas blancas formaban un delicado contraste con el verde oscuro de las hojas. Él removió la sopa, sirvió agua en los vasos y encontró unas galletas saladas.Después de servir los dos platos, retiró la silla que había frente a Pau y se sentó. El plato que había depositado delante de ella olía demasiado bien para poder resistirlo.


—¿Le llevas sopa a todos tus empleados enfermos? —preguntó Pau, sosteniendo la cuchara con una mano que le temblaba.


Él frunció el ceño.


—¿Tú qué piensas?


La primera cucharada se deslizó por la garganta de Pau, pero apenas notó el sabor.


—¿Por qué has venido? —insistió.