martes, 24 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 40

 

Durante todo el trayecto de vuelta al trabajo, Pedro no dejó de maldecirse por ser un cobarde. Había ido a la casa de Pau con la intención de poner las cartas boca arriba, pero en el último instante había perdido el valor.


Al final llegó a la conclusión de que quizá fuera mejor de esa manera. Sin importar qué más sucediera, ella estaba demostrando ser una magnífica empleada. Cuando llegara el momento, lamentaría perderla.


Mientras no volviera a ceder a la tentación, como la noche anterior, y se arriesgara a perderlo todo… principalmente porque estar junto a ella sin tocarla era casi más de lo que podía soportar. Más le valía recordar que era muy afortunado de que no se hubiera marchado para siempre.


En el muelle de descarga había un camión y pudo oír el sonido de una carretilla elevadora sacando plataformas portátiles del tráiler. A pesar de que el encargado del almacén lo estaría supervisando todo, él quería cerciorarse de que había llegado el pedido completo.


Pensar en Pau, adorable con sus zapatillas de conejo, con el rostro maravillosamente limpio de maquillaje y el cabello tentadoramente desarreglado, tendría que esperar hasta que dispusiera de más tiempo. Aunque una cosa tenía clara… no pensaba abandonar.


A la mañana siguiente, Paula regresó al trabajo. Salvo por una pregunta que le hizo acerca de si había enviado los folletos a la imprenta, se esforzó en imitar a Pedro y comportarse como si entre ellos no hubiera ocurrido nada. No fue fácil, pero lo consiguió.


Él parecía más preocupado por la llegada de un pedido urgente que otra cosa. Mientras realizaba innumerables viajes desde su mesa hasta el despacho de Pedro, verificando información o haciendo preguntas, la proximidad entre ambos no pareció representar un problema para él.


Empezaba a darse cuenta de que fingir que no sabía lo que era besarlo como si fuera el último hombre de la tierra, sentir sus brazos fuertes sosteniéndola mientras el deseo le recorría las venas como burbujas de champán, era como tratar de que no luciera el sol.


A veces, cuando él se inclinaba sobre su mesa para mostrarle algo en la pantalla de su monitor y aspiraba la fragancia fresca y limpia que irradiaba, se sentía mareada. O captaba un atisbo de percepción en la mirada de él antes de que desviara la vista, una impresión fugaz que también a él le costaba fingir que no existía.


Sólo la certeza de que su incapacidad para controlar sus sentimientos significaría la pérdida de un trabajo que cada vez le gustaba más, era suficiente incentivo para soslayar esos momentos de comunicación silenciosa. De añoranza en apariencia mutua.


Después de convencerse de que los pensamientos lujuriosos que le inspiraba eran un camino directo al desastre, la desconcertó que a la mañana siguiente apareciera en su despacho para invitarla a almorzar.


—Me apetece una hamburguesa jugosa —dijo—. ¿Por qué no me acompañas?


Como oferta, no podría haber sido menos ceremoniosa. No como una cita para cenar.


—Claro —repuso ella con la misma tranquilidad—. Me encantan las hamburguesas.


—Bien —sin decir otra palabra, se marchó.


¿Qué había esperado? ¿Qué diera un triple salto mortal? Después de todo, sólo era un almuerzo.


Un almuerzo que se había convertido en costumbre. Mientras estaban en la furgoneta de Pedro comiendo pescado y patatas fritas el viernes, Pau se había dado cuenta de pronto de que la miraba fijamente.


—¿Qué? —preguntó, ladeando la cabeza para poder verse en el espejo retrovisor—. ¿Tengo mayonesa en la nariz?


—¿Cenarías conmigo mañana? —preguntó—. Nada especial, simplemente un restaurante chino en la parte vieja de la ciudad que me han dicho que es muy bueno.


La invitación sonó tan espontánea que Pau necesitó un momento para procesarla.


—A menos que no te guste la comida china —añadió él al verla titubear.


—No, me gusta —confirmó—. Es que…


—¿Tienes otros planes? —interrumpió.


¿No sabía que no había salido con nadie desde Damian, siempre que no se contara la recepción de Darío? Que Pedro había dejado bien claro que no era una cita.


—No —corrigió—. Me encantaría.


Se prometió que después de la cena del sábado, se bajaría del coche de Pedro y se iría a la cama sola. Aquel hombre no era para ella.



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