miércoles, 25 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 42

 

Paula miró alrededor, pero no reconoció a nadie de inmediato.


—He visto a la recepcionista del despacho de Mauricio en una mesa grande —indicó él mientras abría el menú—. ¿La conoces?


—Sí, la vi una vez en el despacho de él —respondió Paula—. ¿Representa algún problema?


Pedro le palmeó la mano con gesto tranquilizador.


—Claro que no. ¿Y para ti?


Sabía que algunas personas pensaban que había salido con todos los solteros disponibles de la ciudad, pero no le importaba. La gente iba a pensar lo que quisiera, ¿para qué preocuparse?


—Oh, sí —bromeó—. Creo que deberías meterte bajo la mesa.


Él rió entre dientes antes de volver a concentrarse en el menú. Decidieron pedir un plato de degustación para los dos. Mientras esperaban la cena, ella observó los peces multicolores.


—De pequeño tuve un acuario —comentó Pedro—. Principalmente con caracolas y peces de colores. ¿Y tú? ¿Tuviste alguna mascota?


—Una sucesión de gatos de un refugio para animales —repuso ella—. Y durante un tiempo mi hermano Eric tuvo una tortuga.


La camarera les llevó té caliente, que Pau sirvió en las delicadas tazas de porcelana.


—No sé nada sobre tu familia —indicó él—. ¿O sea, que tienes un hermano así como la hermana propietaria de la cabaña?


—Y otra hermana, Eliana. Emilia está casada y también Eric, que tiene dos hijos, así que soy tía.


La camarera regresó con una bandeja enorme llena de platos. Durante los siguientes minutos, Paula y Pedro llenaron sus respectivos platos y lo probaron todo. Pedro incluso le ofreció un poco de calamar, que ella jamás había probado.


—Mmm —musitó—. Algo gomoso, pero no está mal.


Ninguno de los dos tuvo espacio para pedir postre. Paula, miró, pero la recepcionista de Mauricio ya se había ido cuando se marcharon.


Paula mantuvo viva la conversación de regreso a la cabaña con la intención de ocultar su nerviosismo. Aún no había decidido si invitarlo a pasar, aunque bien podría haberse ahorrado el problema.


Cuando Pedro la acompañó hasta la puerta, con la mano apoyada ligeramente en su espalda, dejó el motor encendido. Parecía una señal bastante clara de que no pensaba quedarse.


—Me he divertido —comentó en el momento en que ella se volvía para mirarlo, con la llave en la mano.


—Sí —convino Paula, sonriéndole—. Gracias por invitarme —santo cielo, cualquiera que los oyera pensaría que apenas se conocían—. Bueno, buenas noches —intentó leer su expresión bajo el tenue resplandor de la luz del porche, deseando poder saber en qué estará pensando.


El viento le cruzó un mechón de pelo por la cara y él se lo apartó con un dedo.


—Paula… —dijo casi a regañadientes, acercándose—. Ah, Pau.


Ella olvidó respirar, olvidó pensar cuando la mirada de él se posó en su boca. La aferró por los hombros y Paula osciló hacia él al tiempo que cerraba los ojos.


Los labios de Pedro estaban frescos, pero el beso no tardó en encenderse. Y entonces, con la misma celeridad, se terminó y la soltó.


—Te veré el lunes —dijo él.


Parpadeando, ella se dio cuenta de que esperaba que entrara.


—Sí —logró responder sin tartamudear.


Abrió la puerta con dedos temblorosos.


Después de intercambiar otra ronda de buenas noches, entró y cerró a su espalda. Apoyándose contra ella, escuchó hasta que Pedro se marchó. No se movió hasta que ya no pudo oírlo.




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