martes, 24 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 39

 

Tenía que saber si, de algún modo, había malinterpretado completamente la situación de la noche anterior. ¿Se había excedido en su reacción ante una insinuación superficial, una mera degustación con el fin de saber si estaba dispuesta a algo más? El debate interno la había mantenido despierta casi toda la noche, y en ese momento quería respuestas.


Él dejó la cuchara de sopa en el plato.


—He venido para asegurarme de que te encuentras bien. Y ahora acábate la sopa antes de que se enfríe y luego hablaremos.


Pau pudo ver que no iba a decir nada más hasta que obedeciera, de modo que se acabó el plato.


Levantándose, él recogió la mesa sin hacer caso de las protestas de ella.


—¿Tampoco tienes lavavajillas? —preguntó.


—Me temo que no. La cabaña puede ser primitiva para tus cánones, pero yo no cambiaría el entorno por un ático en la ciudad —con el éxito de las instalaciones de esquí, empezaban a aparecer apartamentos de lujo, pero no la habrían tentado aunque hubiera podido permitírselos.


—¿No te molesta estar tan lejos de tus vecinos? —preguntó mientras llenaba el fregadero y echaba un poco de detergente—. ¿Has pensado en tener un perro? ¿Un perro grande con grandes colmillos?


Ella llegó a la conclusión de que era inútil que protestara porque su invitado se ocupara de los platos, de modo que lo dejó pasar.


—Me encantaría tener un perro —repuso—. Pero no lo tengo porque paso mucho tiempo fuera de casa, y el animal estaría muy solo.


—Yo me preocuparía por ti —Pedro se secó las manos.


—No es asunto tuyo —afirmó Liz cuando él se volvió a sentar delante de ella—. La cabaña es de mi hermana y siempre me ha gustado vivir aquí.


—No fue mi intención ponerte en una situación incómoda —soltó de repente él—. Te besé porque quise hacerlo, pero no significa que tú no pudieras apartarme o decirme que no lo hiciera por el hecho de ser tu jefe —por su cara pasó una expresión de desagrado—. ¡Dios! Imagino que debería haberte explicado eso antes de haber llegado a tocarte.


A pesar de la seriedad del tema, Pau sintió que su humor mejoraba.


—O tal vez podrías haberme entregado un pliego de descargo o de responsabilidad —sugirió.


Él se reclinó en la silla con expresión ofendida, pero luego no pudo dejar de esbozar una sonrisa renuente.


—Ahora comprendes por qué no pasé por todo eso antes de atacar.


—¿Quién iba a pensar que un simple beso podría complicarse tanto? —murmuró, asombrada otra vez por el magnetismo de su sonrisa.


—Eso no es excusa para el modo en que me comporté después —una vez más la expresión de Pedro se puso seria—. Lo único que puedo decir es que me convertí en un imbécil. Estaba enfadado conmigo mismo, lo pagué contigo y lo siento.


Ella extendió la mano.


—Disculpa aceptada… y he de añadir que ha sido una disculpa hermosa.


Deseó poder añadir que quería que fuera algo más que su jefe, pero no tenía el valor. ¿Y si él no sentía lo mismo? ¿Y si decidía que tener una asistente embobada por él no justificaba los problemas?


Le tomó la mano brevemente entre la suya.


—Gracias —por un instante, mientras se la soltaba, dio la impresión de que podría decir algo más, pero entonces echó la silla para atrás—. ¿Por qué no duermes un poco? —sugirió mientras se ponía la cazadora—. Si mañana no te sientes mejor, dime si hay algo más que pueda hacer.


—Ya empiezo a sentirme mejor —lo siguió a la puerta—. Debe de ser la sopa —«o las flores, o su compañía», añadió para sus adentros.


Él se detuvo en los escalones con las manos en los bolsillos.


—Bueno, nos vemos luego —comentó con vivacidad.


—Gracias de nuevo por todo —le dijo al ver cómo se marchaba.


Él agitó la mano sin volverse, de modo que Pau cerró la puerta. Se quedó ante la ventana frontal y lo vio girar con la furgoneta, pero no alzó la vista. Mientras se marchaba, Paula se sintió aliviada de no haberle contado cómo se sentía en realidad.



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