viernes, 20 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 27

 


Cuando llegaron al aeropuerto unos minutos más tarde, él aparcó la furgoneta cerca de uno de los hangares que había a lo largo de la pista. Pau sabía que allí aterrizaban bastantes aviones privados que transportaban a esquiadores a las instalaciones próximas y a otros recién llegados a la ciudad, que había pasado de ser una tranquila atracción del oeste a una creciente oportunidad de inversión.


—Vayamos a comprobar si el piloto está listo para despegar —Pedro abrió el camino hasta la diminuta oficina conectada con el hangar. Encima, con grandes letras azules, un letrero que decía: Hansen Air Service.


Lo siguió en silencio con la esperanza de que el transporte no resultara ser una avioneta pequeña de un solo motor. Después de que Pedro se ocupara del papeleo, entraron por otra puerta al enorme hangar. Casi toda la pared más alejada se hallaba abierta, revelando la pista que había detrás. Aparcado allí había un jet aerodinámico que parecía un aparato que podría ser propiedad de una celebridad.


Pau casi esperó que una azafata apareciera en lo alto de la escalerilla.


—Vaya —musitó sin darse cuenta cuando pudo ver el elegante interior—. ¿Es tuyo?


—En absoluto —Pedro se quitó la cazadora y luego la ayudó con la suya—. No soy John Travolta.


—Si lo fueras, lo pilotarías tú mismo —sonrió ella.


Pedro alzó la vista cuando la puerta de la cabina se abrió y reveló a una rubia atractiva con un uniforme de camisa y pantalón. Llevaba el pelo muy corto, lo que enfatizaba los pómulos altos y el cuello largo.


—¡Pedro! —exclamó—. Bienvenido.


Después de que intercambiaran un breve abrazo, las presentó.


—Erika es una piloto experimentada con quien ya he volado —añadió—. No tienes que preocuparte de nada.


Por la mirada que le dedicó Erika a Pedro, Paula se preguntó si la rubia bonita y él eran algo más que conocidos. Se dijo que tampoco le importaba.


—Si estáis preparados, la torre nos ha dado luz verde para despegar —explicó Erika.


Paula se sentó en el mullido sillón de piel que Pedro le indicó y se abrochó el cinturón de seguridad. Él ocupó el sillón de enfrente e hizo lo mismo.


—¿Estás lista? —le preguntó él.


Ella asintió al tiempo que respiraba hondo. Su experiencia previa había estado limitada a aviones grandes, pero no pensaba reconocer que se sentía nerviosa.


Como si pudiera leerle la mente, él le palmeó la mano.


—Adelante —le dijo a Erika a través del teléfono interno.





QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 26

 

Cuando las luces traseras del vehículo de Pau desaparecieron en una esquina, Pedro respiró hondo y obligó a sus músculos rígidos a que se relajaran.


Al parecer, no era tan bueno como había creído en eso de ocultar sus sentimientos. Había sido sincero al querer cerciorarse de que llegaba a casa a salvo, pero no habría rechazado una invitación a entrar. Aparte de eso, no había dejado que su imaginación volara.


Exceptuando unos pocos momentos en el pasillo desierto en la recepción, cuando Pau había reflejado la misma percepción que él había tenido de ella, dudaba de que lo viera como más que un acompañante. Era algo que pretendía corregir a su debido tiempo.


Incluso las mujeres entregadas a su vida profesional a veces necesitaban un descanso. Si las cosas salían como quería, pasaría esos descansos con él.


Antes de irse a casa, comprobó si tenía algún mensaje en el móvil. No le extrañó que su hermano le hubiera dejado uno de texto.


«¿Dos bodas? ¿Estás loco?»


Con un bufido divertido, se guardó el teléfono en el bolsillo. Que Mauricio se devanara los sesos hasta el día siguiente.


Cuando el lunes por la mañana, Paula cruzó la puerta de la oficina, todo volvió a la normalidad. Dudaba de que Pedro le pidiera salir otra vez. Aunque se había demostrado que era capaz de pasar tiempo con un hombre sin pensar en él como posible marido, ¿por qué abusar de su suerte? Como el chocolate negro, Pedro Alfonso era demasiado tentador.


Con la excepción del tercer grado al que la sometió Karen Costner para que le diera todos los detalles de la boda, el resto de su fin de semana había estado ocupado con las tareas habituales. Había limpiado la cabaña, hecho la compra y la manicura.


Su hermana Emilia la había llamado el domingo, pero ella no le había mencionado la boda. Emilia era como un perro pastor, decidida a cuidar de todos. Si pensaba que estaba viendo a alguien, no descansaría hasta sonsacarle toda la información.


Ante sí misma, justificó la omisión como algo que no valía la pena mencionar… a pesar del hecho de que asistir con Pedro era exactamente la clase de asunto que normalmente le habría contado a su hermana mayor.


Antes de que tuviera la oportunidad de sentarse, Pedro apareció en el umbral de su oficina.


Con su camisa verde de «Alfonso International» y sus vaqueros ajustados, parecía menos un jefe y más uno de sus propios trabajadores. Pero, por desgracia, no menos atractivo que con el traje del viernes por la noche.


—No te da miedo volar, ¿verdad? —le preguntó antes de que ella pudiera saludarlo.


—¿Volar? —repitió Paula cuando él se acercó—. No, ¿por qué?


—Mañana tengo una reunión en Spokane —repuso él, frotándose la mandíbula—. Puedes venir conmigo para conocer al distribuidor, Harían Kingman. Vende más equipamientos agrícolas que nadie en el este de Washington.


—¿Spokane? —empezaba a sentirse como un loro, capaz sólo de repetir las palabras clave—. ¿Cuánto tiempo estaremos fuera?


—Te traeré de vuelta antes de que acabe tu jornada laboral —repuso Pedro—. Harían quiere mostrarnos su nueva sala de exposición y llevarnos a comer. Tampoco estaría mal que miraras su página Web cuando tengas un minuto. Kingmantractores.com.


Pedro ya le había dicho que viajaría de vez en cuando, pero se sintió un poco aliviada de que no fueran a pasar la noche fuera. Antes de que eso sucediera, quería estar convencida de que no sentía nada por él.


Pedro se volvió para marcharse.


—Saldremos a las ocho y media —comentó por encima del hombro—. No te quedes dormida.


No sólo había estudiado la página Web del negocio de Harían Kingman, sino que había repasado la ficha que tenían de él. Sumado a su anterior estudio del equipo que vendía Alfonso International, sintió que podía tratar con cualquier cosa que le surgiera.


Mientras esperaba que él terminara de hablar por teléfono y le indicara que era hora de marcharse, fue a dejar una serie de facturas para Nina. Al pasar por delante del despacho de Pedro a la vuelta, asomó la cabeza por la puerta abierta.


—Buenos días —saludó—. ¿Cómo estás?


Al verla, él sonrió y apartó su sillón. Tenía papeles diseminados por el escritorio como si ya llevara trabajando un rato.


—Se te ve muy bien —comentó, observando el jersey gris marengo y los pantalones a rayas a juego que llevaba Pau.


Ella no supo cómo interpretar el comentario.


—Gracias —murmuró.


Pedro llevaba una camisa de vestir abierta por el cuello y unos vaqueros negros. Se puso una cazadora de lana de estilo deportivo con mangas de piel, con los familiares colores verde y dorado de la empresa.


—He de hablar con Julián en el almacén —dijo, metiendo el ordenador portátil en su funda—. Nos veremos en la entrada en cinco minutos —echó un último vistazo alrededor, siguió a Pau fuera y cerró la puerta.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 25

 

Cuando Pedro se detuvo delante de Alfonso International, Pau se soltó el cinturón de seguridad.


—Gracias de nuevo —dijo animada mientras abría la puerta—. No hace falta que te enfríes.


Antes de que él pudiera reaccionar, ella bajó del coche. En el trayecto desde la recepción, Pau se había dicho que debía dejar de tratar de adivinar si realmente Pedro había querido besarla. Era la clase de pregunta que habría consumido a la antigua Pau en su búsqueda por conseguir un marido.


La nueva Pau no pensaba esperar para ver qué sucedía a continuación. Había tomado las riendas de su nueva vida y establecía sus propias reglas. Además, el propio Pedro había afirmado que el motivo para invitarla había sido no tener que asistir solo.


Paula abrió la puerta y bajó.


En sus prisas por abrir el jeep, ella dejó caer las llaves. Los dos se agacharon al mismo tiempo y a punto estuvieron de que las cabezas chocaran cuando él se adelantó a recogerlas.


—¿Va todo bien? —preguntó él, devolviéndole el llavero con una peculiar mirada.


—Por supuesto —después de abrir la puerta, Paula le dedicó otra amplia sonrisa—. Bueno, se hace tarde y mañana tengo mucho que hacer, así que me marcho.


La brisa agitó el pelo de Pedro mientras metía las manos en los bolsillos del abrigo. La miró como si intentara descifrarla.


—¿Quieres que te siga a casa? —preguntó.


Pau se puso rígida.


—¿Por qué?—soltó.


—Me ofrecía a asegurarme de que llegaras a casa a salvo —respondió con calma—. Es lo único que tenía en mente.


—Oh —a pesar del aire frío, sentía como si tuviera las mejillas en llamas—. Lo siento —farfulló, sintiéndose como una idiota por su reacción—. No es necesario, en serio, gracias.


Pedro asió el borde de su puerta y la mantuvo abierta con expresión inescrutable.


—No es ningún problema. Y para que quede constancia, jamás querría hacer que te sintieras incómoda, así que no tienes nada de qué preocuparte.


Sus palabras hicieron que se sintiera peor. Mientras esperaba que se subiera al jeep, alargó la mano y le tocó la manga.


—Debería haberlo sabido —afirmó—. ¿Te gustaría venir a tomar un café?


La invitación salió de sus labios antes de que se diera cuenta que pretendía ofrecerla. En ese momento la consideraría indecisa aparte de estar a la defensiva.


Él sonrió.


—¿Es una especie de prueba? —preguntó—. ¿La paso si me niego?


Se burlaba de ella. Se mordió el labio para evitar empeorar las cosas.


A su alrededor reinaba el silencio y la calle estaba vacía, pero se sentía a salvo con él. Su instinto le decía que no era la clase de hombre que fuera a aprovecharse. De hecho, seguro que intervendría para protegerla si necesitara ayuda.


—No soy tan complicada —le respondió—. Sólo es un café, para mostrarte que siento haber sacado conclusiones precipitadas.


Él alargó la mano y le pasó un dedo por la mejilla.


—En otra ocasión.


Su negativa la sorprendió y el contacto ligero le provocó un escalofrío. No quería volver a disculparse y no parecía que quedara nada más por decir. Asintió y subió al coche. Él cerró la puerta y retrocedió mientras arrancaba, se despedía una última vez y se marchaba.


Al mirar por el retrovisor, lo vio aún de pie bajo un rayo de luz, una figura solitaria y quieta. Se preguntó si alguna vez se sentía solo. Luchando contra el deseo de dar la vuelta, siguió hacia su casa.




jueves, 19 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 24

 

Adivinaba cuando un hombre quería besarla y Pedro mostraba todos los síntomas mientras el silencio giraba en torno a ellos. Los ojos, clavados en los suyos, se habían oscurecido y tenía los pómulos un poco encendidos. La expectación la dejaba sin aliento.


Sonó un portazo y él se irguió de golpe, haciendo que ella se preguntara si hubiera seguido adelante o habría resistido la tentación. Mientras les llegaban voces del pasillo, él se metió las manos en los pantalones.


—¿Volvemos dentro? —preguntó él.


Asintiendo, lo siguió de regreso al ruido y a la multitud. Con la vista clavada en sus anchos hombros, habría dado mucho por saber qué pensaba.


—¿Te apetece otra copa? —preguntó, indicando el bar con un gesto de la cabeza—. La cola se ha hecho más corta.


—Lo que me gustaría es que nos marcháramos, si no te importa —respondió.


Lo había acompañado, pero no le apetecía alternar socialmente. Lo único que lamentaba era no tener la oportunidad de volver a bailar lento con él, aunque probablemente no sería una buena idea. No mientras su proximidad le provocara un cosquilleo en la piel.


—Claro, no hay problema —Pedro apoyó la mano fugazmente en su espalda—. Primero despidámonos de Darío y Ailín.


A pesar de su resolución, se sintió un poco triste cuando él no trató de disuadirla de marcharse.


Pedro estaba decepcionado. Había pensado en sacarla a bailar otra vez, pero ella lo había acompañado como un favor, de modo que no podía insistir en que se quedaran.


—Discúlpame un minuto —le dijo ella después de despedirse de la feliz pareja—. ¿Quedamos en la puerta?


—Iré a buscar los abrigos —la observó moverse entre la multitud con una mezcla de orgullo e irritación cuando las cabezas masculinas giraron para seguirla con la vista.


No sólo era hermosa, sino una buena compañía. Hacía tiempo que no se sentía tan relajado con una mujer. En el pasillo, había sentido la tentación de robarle un beso, pero no había querido precipitar las cosas.


—¿Has conseguido tu cita de rebote? —preguntó Mauricio detrás de Pedro mientras éste recogía los abrigos—. Te has dado cuenta de que a Damián no se lo ve por ninguna parte, ¿verdad?


—Me ha dicho que es algo que ya ha superado —Pedro observó a la gente que los rodeaba—. ¿Dónde está tu acompañante?


—Debes referirte a mi novia, Mia —lo corrigió Mauricio con expresión satisfecha.


Pedro extendió la mano.


—Felicidades hermano. No puedo creer que al fin vayas a sentar la cabeza.


—Yo tampoco —Mauricio meneó la cabeza—. Nuestros padres van a llevarse una sorpresa. Creo que esperaban que llegaras antes al altar, siento tú el serio y todo eso.


Pedro vio a Paula junto a la puerta.


—No me descartes todavía —dijo, medio para sí mismo—. Esa es mi intención.


También Mauricio se volvió.


—O sea, que he tenido razón en todo momento… bebes los vientos por ella —palmeó a Pedro en la espalda—. ¡Bien hecho! Sólo asegúrate de que tu cerebro mantiene el ritmo de tu…


—No es eso —lo interrumpió Pedro, mientras agitaba la mano para llamar su atención—. Se merece mucho más de lo que alguien como Damián podría darle jamás.


Pau le devolvió el gesto mientras lo esperaba.


—¿Y crees que eres tú quien se lo va a dar? —preguntó Mauricio—. Perdona lo que he dicho. Pero no te precipites en nada, ¿de acuerdo?


—¿De modo que está bien para ti pero no para mí? —le preguntó Pedro, irritado por la actitud de Mauricio—. Y yo que iba a preguntarte qué te parecería una boda doble.


Por una vez, Mauricio no tuvo una réplica ingeniosa mientras Pedro se marchaba con una sonrisa. Había hecho ese último comentario para irritar a su sabelotodo hermano. Pero al llegar junto a ella y ayudarla a ponerse el abrigo blanco, supo exactamente lo que quería.


Simplemente, a Paula.




QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 23

 


—¿Conoces a todos los asistentes? —preguntó cuando Pedro se sentó a su lado.


Él se encogió de hombros.


—Supongo. Probablemente fui a la escuela con la mayoría. Es gracioso —añadió—, pero la gente se absorbe tanto con su propia vida, que puedes vivir en la misma ciudad y no verlos jamás, salvo en ocasiones como ésta.


—Darío y Ailín parecen tan felices —murmuró Pau, encogiéndose por dentro al darse cuenta de lo nostálgica que había sonado. Si no andaba con cuidado, Pedro pensaría que su principal intención era conquistar al jefe.


—Necesitaron tiempo para aclarar las cosas —indicó él entre bocados—. Tanto Darío como Damián estaban locos por ella —de inmediato lamentó haberlo dicho—. Claro que eso fue hace mucho tiempo —añadió, mirándola de reojo.


—No hieres mis sentimientos —insistió Paula, con la esperanza de no parecer a la defensiva—. Creo que sabía que no iba realmente en serio conmigo —Pau bebió un poco de vino—. No le guardo ningún rencor.


—Damián no es un mal chico —Pedro se acercó—. Lo que pasa es que aún no está preparado para asentarse —pinchó una gamba con el tenedor—. Yo envidio a Darío.


—¿Por qué?


Él movió la cabeza.


—Supongo que asistir a una boda hace que empieces a pensar en sentar la cabeza.


Pau pudo imaginarlo en una casa grande, con hijos y un perro. Lo que no podía imaginar, o no quería hacerlo, era a la mujer que tendría al lado.


—¿Qué me dices de ti? —preguntó él—. ¿Quieres una familia?


—Claro, algún día —repuso ella de forma evasiva—. No pienso casarme en mucho tiempo. Primero quiero establecer una carrera sólida.


Un gesto inescrutable pasó por la cara de él antes de llevarse la gamba a la boca. Pau se preguntó si habría sido muy directa. Quizá había esperado oír que nada se antepondría jamás al trabajo.


—¿Has terminado? —preguntó él.


Cuando bajó la vista, la sorprendió ver que había dejado limpio el plato sin siquiera notarlo.


—Sí —repuso, preguntándose si debería explayarse en lo que acababa de decir. Antes de poder decidirlo, él se puso de pie y alargó la mano.


—¿Bailas? —invitó.


La orquesta tocaba otra canción animada y la pista estaba llena de parejas que daban vueltas. En realidad, no podía imaginar a Pedro tan desinhibido, pero sintió curiosidad, de modo que aceptó. Quizá lograra que se relajara un poco.


Para su sorpresa, formaban una buena pareja de baile, pero antes de que pudieran animarse, la canción terminó. Cuando las primeras notas de una balada conocida sonaron por la sala, Pedro alargó los brazos.


Una súbita sensación de expectación hizo que Paula titubeara. No podía negarse y dejarlo allí plantado, de modo que tragó saliva y entró en el círculo de sus brazos. Él la acercó, dejando las manos unidas entre ambos.


Seguirlo no requirió esfuerzo, como si ya hubieran bailado mil veces juntos. La mejilla de él se posó levemente sobre su cabello. Paula dejó que sus ojos se cerraran. El aliento cálido de Pedro le hizo cosquillas en la piel mientras flotaba en la música y la calidez.


Alguien tropezó con ella y la hizo trastabillar contra Mitch. Pedro los ojos al tiempo que los brazos de él se cerraban más en torno a ella en un gesto protector.


Giró la cabeza y miró directamente a Rodrigo Chilton, quien bailaba con la abuela de alguien. Sin molestarse en disculparse, se alejó con su pareja de baile de ellos.


—¿Estás bien? —murmuró Pedro.


Ella asintió.


—Esto empieza a llenarse demasiado.


—Tomémonos un descanso —murmuró.


Sin soltarle la mano, la condujo fuera de la pista y entre la gente.


—No le hagas caso a Rodrigo —dijo después de que hubieran cruzado una puerta que daba a un pasillo vacío—. Lleva crispado desde que se produjo el primer cambio en la zona —rodearon una esquina y Pedro se detuvo—. Si fuera por él, Thunder Canyon seguiría siendo una diminuta comunidad ranchera y las mujeres estarían en casa cuidando bebés.


—¿Y lavando los calcetines de sus hombres? —bromeó ella—. ¿Tú qué piensas al respecto?


Pedro apoyó la mano en la pared junto a la cabeza de Pau.


—No me parece el momento ni el lugar para una discusión filosófica.


Estaba tan cerca que ella podría haberlo besado. Si no fuera su jefe… se habría sentido muy tentada. Desde luego, si él la besara, no protestaría. Incluso podría ser una buena idea quitarse eso de encima, para que pudieran trabajar juntos sin que ella se preguntara…



QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 22

 


Mientras Paula se servía una ensalada de gambas y pasta, aún podía sentir la marca cálida de las manos de Pedro sobre sus hombros. Aunque sabía que él no había pretendido que leyera nada especial en el gesto, hacía que se sintiera especial.


Mientras esperaba que la hilera de gente avanzara, lo miró y sonrió. Se preguntó por qué no le había prestado atención todas las veces que había ido al bar mientras ella trabajaba allí. ¿Había sido demasiado adicta a los chicos malos como para notar su presencia?


—Gracias por invitarme —le dijo en aquel momento.


Con los platos llenos, ella buscó un lugar donde sentarse.


Probablemente Pedro querría unirse a uno de los grupos de personas que ya conocía, pero el hecho de haber salido con unos pocos de los hombres o haberles servido en el Gallatin Room, no hacía que sintiera que sería bien recibida.


—Ahí hay una mesa vacía —señaló Pedro—. Ocupémosla antes de que nos la quiten.


Después de retirarle la silla para que se sentara y de preguntarle qué le apetecía beber, fue al bar. Mientras lo esperaba, Paula echó un vistazo a los atuendos que lucían las mujeres. Algunos de los vestidos mostraban más piel que el suyo y más de un escote debería haber quedado asegurado con cinta aislante. Un par de las faldas eran lo bastante cortas como para permitir que se patinara cómodamente con ellas.


Tenía que contarle todos los detalles a Karen. Su amiga no había ocultado la envidia que le causaba que asistiera.


Vio a Pedro avanzar hacia ella con una copa en cada mano. Varias personas lo saludaron, pero no se detuvo a charlar.


En un punto, una rubia despampanante con un bronceado falso lo agarró del brazo. Pau la reconoció como clienta habitual del Lounge a la que le gustaba beber… y que a menudo olvidaba dejar propina. Cuando él indicó la mesa en que ella lo esperaba, la otra mujer la miró con desdén, pero Pedro logró zafarse sin derramar una sola gota de las copas.


Habló brevemente con Gastón Clifton, cuyo brazo se hallaba alrededor de una mujer que Pau conocía de los establos. Stephanie daba clases de equitación, pero esa noche había cambiado la ropa de montar por un vestido verde que resaltaba las mechas doradas de su bonito cabello rubio.


Con ellos se encontraba Ramiro Douglas, el jefe de Gastón en el complejo hotelero, y su esposa Lisa. La pareja era dueña de una mina en la localidad bautizada con el nombre de La Reina de Corazones. Todo el mundo había creído que estaba agotada hasta que un par de años atrás se había descubierto una nueva veta de oro en una sucesión peculiar de acontecimientos.




miércoles, 18 de agosto de 2021

QUIERO TU CORAZÓN: CAPÍTULO 21

 

Pedro no había esperado sentirse tan emocionado por una sencilla ceremonia nupcial, pero el amor que brillaba en las caras de Darío y Ailín mientras intercambiaban votos le había parecido algo poco común y más bien valioso. Era un recordatorio de todo lo que dos personas podían encontrar juntas si eran afortunadas. Lo que él esperaba encontrar con Paula.


Le había tomado la mano durante la ceremonia y ella no había puesto objeción. Mientras los dos subían por el pasillo, pensó que las vidas de sus amigos estaban cambiando ante sus ojos, haciendo que se sintiera ansioso de experimentar la misma clase de felicidad.


—Ha sido bonito —musitó Pau unos momentos después, de camino a la recepción—. Se los veía muy bien juntos.


—Puedo decir que jamás había visto a Darío tan feliz.


Delante, vio a su hermano con Mia Smith. Mauricio le había confiado hacía un tiempo que se había enamorado de la recién llegada a Thunder Canyon. Había terminado de sorprenderlo al añadir que Pau había sido responsable en parte de que invitara a salir a Mia. Como eso había sido cuando Mauricio y ella estaban saliendo, dio por hecho que entre ambos no había funcionado la química.


No se le había dado bien ocultar su propio interés por ella ante Mauricio. Por suerte para él, en su momento éste había estado demasiado centrado en Mia como para darse cuenta.


Al parecer, seguía igual, ya que sonrió a Pau sin notar que él estaba detrás de ella.


Con el brazo enlazado en el de Pedro, Pau titubeó en la puerta.


—Oh, qué bonito —exclamó por encima del sonido de la música procedente del interior—. Jamás he estado en París, pero es así como lo imaginó.


Una vez dentro, Pedro miró alrededor del salón que había sido transformado en un bistro francés. Alrededor de las columnas se habían colocado unas enredaderas y en las paredes había carteles de la Torre Eiffel, el río Sena y el Arco del Triunfo. Todo el personal llevaba chaquetas con rayas rojas y pantalones negros. En cada extremo de la mesa del bufé lucían banderas de Francia. Hasta la música tenía un vago aire francés.


La gente se hallaba ante el bar y en pequeños grupos mientras esperaba que aparecieran los novios. Pedro reconoció a la mayoría de los invitados, pero dio por hecho que quizá no fuera así con Pau. A menos que les hubiera servido copas en el bar. «O hubiera salido con ellos», pensó ceñudo.


Aquellos pensamientos se vieron interrumpidos cuando ella se desabotonó el abrigo.


—Me gustaría colgarlo —dijo Paula cuando él se lo quitó de los hombros.


Al volverse para mirarlo, Pedro estuvo a punto de soltar el abrigo, que en ese momento sostenía con dedos casi laxos. Siempre había sabido que era preciosa, pero al parecer su apariencia formal en el trabajo lo había hecho olvidar que era deslumbrante.


El vestido rojo bombero que le dejaba los hombros al desnudo y resaltaba sus piernas largas, largas, era un extraordinario recordatorio. Durante un momento, sólo fue capaz de mirarla fijamente.


Antes de que pudieran decir nada, una puerta se abrió en el extremo del salón y aparecieron Darío y Ailín, recibidos con vítores, aplausos y silbidos.


—Lo siento —se disculpó con Pau por la fijeza de su mirada—. Estás fantástica.


Mientras Darío ofrecía un pequeño discurso, agradeciendo la presencia de todos, Pedro apoyó las manos con gesto protector en sus hombros desnudos y sedosos. Pudo sentir la tensión, así que apretó con suavidad para transmitirle serenidad, tentado a inclinarse más e inhalar su fragancia. Antes de poder perder la cabeza y besarle el cuello, recuperó la cordura. Por suerte, nadie parecía prestar la más mínima atención.


—¿Te apetece comer o beber algo? —sugirió cuando Darío y Ailín se vieron rodeados por gente que fue a desearles lo mejor—. Podemos esperar a que se despeje un poco la multitud a su alrededor para ir a saludarlos.


Paula se movió para poder mirarlo con sus enormes ojos castaños.


—Me muero de hambre —repuso con una leve sonrisa—. Veamos qué hay en el bufé.