Había más de una manera de llegar a conocer a alguien. En especial alguien tan atractivo como ella. Como el mundo de Paula lo ponía tan nervioso, esperaba poder llevarla al suyo.
Por la expresión sorprendida de ella, comprendió que había logrado desconcertarla.
—Pienso en trabajar en otra parte a todas horas —reconoció ella, dirigiendo una cautelosa mirada a Moses—. Ya he cambiado de trabajo tantas veces que no sabría si sería una buena idea hasta que apareciera algo realmente perfecto.
Él ignoró la súbita sensación de titubeo.
—¿O sea, que podrías estar abierta a sugerencias?
Ella pestañeó de forma exagerada, sin pensar que hablara en serio.
—¿Y qué tienes en mente?
Pedro resistió la tentación de dejar que su atención se trasladara de los ojos brumosos a los labios dulces y llenos.
—Una oferta de trabajo seria —respondió—. Lo prometo.
Paula estudió a Pedro alfonso, tratando de descubrir su juego. En ese trabajo la abordaban en todo momento, pero él no parecía de ésos. Era inteligente y reservado… y tan atractivo como su hermano Mauricio. En particular cuando sonreía como en ese momento.
Quizá era más jugador que lo que en un principio había pensado. Dudaba de que buscara empleados en los bares.
Curiosa, apoyó los codos en la barra de madera barnizada.
—Supongo que no me hará ningún mal escuchar —repuso, sin hacer caso de la inexplicable sensación de decepción de que fuera como los otros hombres.
—¿Estás familiarizada con mi empresa, Alfonso International?
—Claro. Fabricas tractores, ¿no? —había pasado por delante del gran complejo en el linde de la ciudad sin prestar mucha atención. Con su nuevo plan de ponerse a sí misma primero, necesitaba hacer un hábito del reconocimiento de oportunidades, sin importar lo improbables que fueran.
—Tractores —repitió Pedro—. Se acerca bastante, supongo. En realidad, fabricamos cajones hidráulicos para alzar e inmovilizar al ganado. Los llamamos ladeavacas —movió la cabeza y sonrió con pesar—. Aquí es donde se te ponen los ojos vidriosos y contienes un bostezo.
Fingir interés en algún tema masculino que a ella le resultaba mortalmente aburrido era una de las habilidades que había perfeccionado en la adolescencia. Con mirada impertérrita, fingió fascinación.
—Pero, ¿por qué alguien iba a estar interesado en ladear a una vaca?
—Buena pregunta.
El teléfono que había detrás del bar comenzó a sonar. Miró a Moses, pero éste se hallaba ocupado reponiendo botellas de whisky.
—Discúlpame un momento —dijo.
Pedro asintió.
—Por supuesto.
Mientras bebía la cerveza que ya debía de estar caliente y sin espuma, Pau atendió la llamada y recitó el horario de carrerilla.
—Lo siento —dijo después de colgar—. ¿Hablabas de ladear vacas?
—De hecho, se las eleva e inmoviliza por diversos motivos, como limarles las pezuñas —explicó—. No te aburriré ahora con el argumento de ventas —deslizó la botella unos centímetros a la derecha, luego la volvió a poner donde había estado—. Lo que busco es una asistente para la oficina. Susana se marcha, de modo que necesitaré a alguien que atienda el teléfono, controle mis citas y realice algunas tareas más de oficina.
El interés de Pau se avivó, pero entonces irrumpió la duda.
—¿Cómo sabes siquiera que sé usar un ordenador? —preguntó.
—Acabas de decir que trabajaste en una gestoría de contabilidad —le recordó—. Dudo de que lo esencial sea muy diferente. Lo que no sepas, podrás aprenderlo. La habilidad de las personas no se enseña, y por lo que he podido ver, la tuya es excelente.
El cumplido resultó gratificante, en particular porque no tenía nada que ver con su cara o sus pechos. ¿Hacía cuánto que alguien no reconocía su valía en algo menos obvio que su aspecto?
Desde luego, había captado su atención.
—El trabajo aquí es fácil y las propinas son buenas —replicó—. Casi todo el tiempo, es divertido —sin contar con el dolor de pies, los borrachos groseros, los ocasionales pellizcos y las palmaditas y los turnos del fin de semana—. No obstante, un cambio podría estar bien.
—¿Por qué no te pasas una de estas mañanas por la oficina y rellenas una solicitud? —sugirió él—. Podremos hablar un poco más.
Era hora de comprobar si él iba en serio, ya que en su experiencia la mayoría de los hombres sólo parecía desear lo que no podía tener.
—Si de verdad considerara la posibilidad de dejar este lugar, sería por algo más que otro trabajo sin salida —explicó cuando un grupo de cuatro hombres entró y se sentó a una mesa próxima—. En seguida estoy con vosotros —les dijo—. Hablando de trabajo —añadió—, será mejor que vaya a ocuparme del mío.
—Primero termina lo que decías —instó Pedro, tocándole levemente la muñeca— acerca de lo que buscas.
Soslayando una vez más el fogonazo de percepción de él como hombre, un hombre atractivo, triunfador y libre, como habría notado la antigua Pau, se mantuvo en su nueva determinación.
—Buscó una oportunidad de carrera —afirmó—, una auténtica oportunidad para progresar en el mundo.
Los ojos castaños de él, más claros que los de Mauricio y con motas doradas, se entrecerraron unos instantes y luego sacó su cartera. Después de extraer un par de billetes, deslizó una tarjeta comercial hacia ella.
—Ven a verme —repitió—. Hablaremos.
Perpleja, lo observó irse sin mirar atrás y luego bajó la vista a la tarjeta. Como en ningún momento había dirigido la vista hacia su escote, quizá la oferta realmente era diferente de la mayoría.
Alfonso International, ponía la tarjeta con letras verdes sobre un fondo marfil. Pedro Alfonso, Presidente, seguido de sus números de teléfono.
El chasquido de unos dedos la distrajo.
—Eh, encanto, mueve el cuerpo.
Un trío de chicos jóvenes había entrado sin que ella lo notara. Sentados ante la barra, reían como si acabaran de inventar el humor.
Pau dibujó una amable sonrisa en su cara.
—Ahora mismo estoy con vosotros, chicos.