Pedro alzó la vista de una orden de compra que estaba estudiando y vio a su asistente temporal, de pie en el umbral.
—Ha venido Paula Chaves. Dice que usted le pidió que pasara, ¿tiene tiempo para verla ahora? —preguntó.
Se había convencido de que no se presentaría, en particular después de que le expusiera que el trabajo de contabilidad que había desempeñado había sido aburrido. ¿Qué estímulo ofrecían los equipos agrícolas para alguien que no fuera granjero?
—Hágala pasar —pidió impaciente mientras se ponía de pie.
¿Es que pensaba que si la hacía esperar más de diez segundos daría media vuelta y se marcharía?
Apenas dispuso de tiempo para mesarse el pelo antes de que Susana reapareciera con Paula, quien permaneció en la puerta mientras Susana le entregaba su curriculum.
—Siéntate —pidió él, esperando que su cara no mostrara el placer que sentía. Por dentro, se sentía radiante como un niño con un regalo nuevo—. Me alegro de que hayas venido —comentó cuando ella se sentó en el borde del sillón delante de él.
Llevaba una falda oscura que le llegaba casi hasta las rodillas. La acompañaba una blusa a medida y un maquillaje suave. Hasta los pendientes pequeños, muy distintos de los aros enormes que solía ponerse en el trabajo, hablaban de una candidata seria.
—¿Desea algo más? —preguntó Susana desde la puerta.
—¿Café? —sugirió Pedro al sentarse detrás de su escritorio.
—Nada, gracias —respondió Paula, cruzando una esbelta pierna sobre la otra.
—No me pase llamadas —le dijo a Susana—. Gracias —cuando la puerta se cerró, dejó a un lado los papeles de Paula sin mirarlos—. ¿Te ha costado encontrarnos? —inquirió.
El sol que entraba por la ventana convertía el cabello de ella en cien tonalidades de encendido cobre. Sin importar que ese festín visual fuera su color natural, resaltaba el chocolate de sus ojos.
—Mauricio me mostró el camino en una ocasión —respondió. En cuanto pronunció las palabras, se movió incómoda—. Quiero decir… no, no tuve ningún problema.
No era un secreto que había salido con su hermano antes de que Mauricio se enamorara de Mia Smith. De hecho, Mitch dudaba de que hubiera una chica en la ciudad que no hubiera salido con el Doctor Encandilados como a veces llamaba a su hermano.
—Por favor, no te sientas incómoda, Paula —la reafirmó—. Soy consciente de lo que es vivir en una ciudad pequeña en la que todo el mundo está al corriente de los asuntos de los demás. No pasa nada.
Ella pareció relajarse.
—Por favor, llámame Pau.
—¿Cómo te han ido las cosas?
—Probablemente ya sepas que no estoy prometida —extendió la mano izquierda desnuda como prueba—. Quizá lo notaste cuando estuviste en el Lounge la otra noche.
No lo había notado, pero trató de mostrarse triste por ella.
—Siento que no funcionara —de haber estado en un cuento de hadas, su nariz habrá crecido como la de Pinocho por soltar semejante mentira.
Ella movió la cabeza, haciendo que los pequeños pendientes de oro lanzaran reflejos dorados.
—Como tú mismo dijiste, no pasa nada.
Se preguntó cómo podía soportar Damian perderla, pero por una vez, su amigo no había dicho palabra.
—¿Tiene eso que ver con tu interés en cambiar de trabajo? —preguntó con curiosidad.
La pregunta pareció sorprenderla. Miró alrededor del despacho.
—Hizo que me diera cuenta de que sólo puedo depender de mí misma, de modo que es hora de ponerse seria y comenzar a desarrollar un plan profesional como mencioné la última vez que hablamos. Lo que pasa es que entonces no estaba preparada para hablar del abandono.
—Suena como si hubieras tachado de tu vida a los hombres —repuso Pedro con pesar. Quizá tratar de contratarla no fuera una buena idea, después de todo.
—Me pongo a mí primero —comentó con firmeza—. Quiero ser independiente, cuidar de mí misma en vez de depender de algún hombre —se adelantó—. Estoy dispuesta a trabajar duramente y a aprender lodo lo que pueda. Lo que pido a cambio es que me des una auténtica oportunidad.
Pedro estaba imaginándose que se inclinaba sobre el hombro de ella, que aspiraba su perfume mientras ella le entregaba una lista con todas las llamadas. Que admiraba sus piernas mientras ella se apoyaba en una esquina del escritorio o reflejaba admiración mientras él le esbozaba alguna idea para un producto nuevo.
A regañadientes, comprendió que había sido culpable de la peor clase de fantasías machistas entre un jefe y su asistente. Era una actitud injusta, y más cuando se consideraba un jefe progresista que le ofrecía a sus trabajadores respeto y lealtad.
En el prolongado silencio, Pau había empezado a jugar con el bajo de su falda. Alzó el mentón en un gesto que Pedro empezaba a reconocer como una reacción defensiva.
—Quizá he malinterpretado tu oferta —la voz de ella se había enfriado y el entusiasmo desvanecido mientras comenzaba a incorporarse.
Pedro le indicó que se quedara quieta.
—Créeme, mi necesidad de una asistente a jornada completa es real —insistió—. Busco a alguien que quiera que Alfonso International sea parte de su futuro —respiró hondo—. Vamos. Te explicaré más mientras te muestro el lugar.
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