viernes, 6 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 43

 


Pedro cambió a Dante de brazo mientras dejaba que el agua cayera sobre ambos. El niño lo estaba pasando tan bien que aquella ducha conjunta tendría que convertirse en un ritual de los domingos por la mañana.


Besó la cabeza de Dante. Su hijo. Le vería crecer y descubriría los rasgos que había heredado. ¿Tendría sus ojos o los de Sonia? Algún día le llamaría «papá», pero él se ocuparía de que el recuerdo de Miguel y Sonia permaneciera vivo.


—Pero la altura la vas a heredar de mí —susurró. Y al pensar que Paula lo acusaría de arrogancia, sonrió para sí.


Paula… delicada como madre y fuego en la cama. La noche anterior le había permitido imaginar cómo podía ser el futuro y estaba decidido a empezar a consolidarlo desde ese mismo día.


De pronto se dio cuenta de que también Paula era mucho más que una mera tutora del niño y que, aunque no la uniera a Dante un vínculo biológico, lo amaba como si fuera su propio hijo. Lo lógico sería que ambos lo adoptaran, proporcionándole así un padre y una madre.


Sacudió al niño arriba y abajo hasta arrancarle una carcajada. Tenía muchas cosas que discutir con Paula. Lo harían mientras, tal y como planeaba, construían castillos de arena en la playa y descansaban al sol.


Aquel día era el primero del resto de su vida. Una frase que podía ser un cliché, pero que en aquel momento describía exactamente lo que sentía.


Cuando Pedro fue a buscar a Victoria con un Dante protestón en brazos, ella ya se había levantado. Había confiado en encontrarla todavía entre las sábanas, leyendo el periódico, pero la habitación estaba vacía, y la cama hecha.


En cuanto vistiera a Dante iría a por ella.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 42

 


Paula despertó con el sonido de vajilla. Al abrir los ojos se encontró en el dormitorio de Pedro y vio a éste sirviendo dos tazas de té, en calzoncillos, con Dante en brazos. Lentamente, Paula deslizó la mirada por el torso sobre el que la noche anterior había descansado la cabeza y sonrió para sí ante la intimidad doméstica de la escena.


Se desperezó y recordó retazos de la maravillosa noche.


—¿Ya estás despierta? —dijo Pedro, sonriendo con dulzura—.¿Quieres azúcar con el té?


Paula reflexionó sobre la rareza de la situación. Pedro, que era su marido aunque apenas se conocieran, acababa de mostrarle todas las maneras de hacerla enloquecer de placer. Por su parte, ella estaba empezando a enamorarse de su guapo marido, aunque se hubiera jurado no perder la cabeza por un hombre.


—Una cucharadita, por favor.


Pedro removió el té antes de colocarse a Dante en lo alto de la cadera y llevar la taza a la cabecera de la cama. Cuando la dejó en la mesilla, Dante se revolvió e intentó tomarla. Paula, para distraerlo, le tendió los brazos y él se lanzó hacia ella, riendo. Enseguida, le sujetó con fuerza un mechón de cabello y tiró de él. Paula protestó y Pedro le ayudó a liberarlo, al tiempo que recuperaba al niño y dejaba sobre la cama varios periódicos.


—¿Por qué no le relajas y lees el periódico mientras tomas el té? — sugirió.


Paula rió.


—¿Relajarme con Dante?


—Voy a ducharme con él.


—¡Le va a encantar! —Paula sonrió de oreja a oreja—. Gracias. Ya ni me acuerdo de la última vez que pude leer la prensa en la cama.


Sus miradas se cruzaron y ambos supieron que pensaban en el mismo día: aquél en el que recibieron la noticia de la muerte de sus amigos.


Para despejar la sombra de dolor, Pedro se inclinó y le besó la frente.


—Disfruta, Pau. Dante y yo desayunaremos después de ducharnos — se volvió hacia el niño y le hizo cosquillas—. ¿A que sí, grandullón?


Paula se acomodó sobre las almohadas y sonrió con melancolía al escuchar el nombre afectuoso que Pedro había usado.


—Gracias, Pedro. Va a ser como estar en el cielo.


—Recuerdo haber oído a Sonia llamarte Pau —dijo él, tras vacilar.


—Sí. Paulita nunca me ha gustado.


—¿Y Pau?


Paula sintió una punzada de dolor.


—Sólo me llamaban así Sonia y sus padres. Siempre ha sido un nombre muy especial.


Tras un breve silencio cargado de emoción, Pedro comentó:

—Me gusta. Te pega más que Paula.


—Si piensas eso, te dejo usarlo —dijo ella.


—¿Has oído? —dijo Pedro a Dante, sonriendo—. Podemos llamarla Pau —el niño rió y Pedro, volviéndose hacia Paula, añadió—: Está de acuerdo.


Paula se quedó pensando en el sorprendente giro que habían dado las circunstancias. Y aunque no podía medir las consecuencias de la noche anterior, no se arrepentía de nada, porque había descubierto a un Pedro generoso y apasionado.


Desde el cuarto de baño le llegaba el rumor de la grave voz de su amante y los grititos de placer de Dante. Quizá fuera posible llegar a crear una familia. Al menos eran sinceros, no habían hecho promesas que no pudieran cumplir.


Por un instante recordó que no le había dicho a Pedro que había sido la donante de los óvulos que sirvieron para concebir a Dante, pero se dijo que. si lo había guardado en secreto, era porque así se lo había prometido a Sonia. Aun así, llegaría un momento en que tendría que decírselo. Y lo haría.


Con un suspiro de bienestar, abrió el periódico. Los titulares eran demasiado deprimentes. Ni siquiera le interesaron las páginas de Economía, que solía devorar. Pasó a las de Sociedad y una fotografía reclamó su atención. Pedro… Al lado de otra fotografía en la que una pareja celebraba su boda.


¿Sabía Pedro que Dana y Jeremias se habían casado? 


Paula leyó precipitadamente. La noticia contaba cómo la relación entre Dana y Jeremias habían supuesto la ruptura entre los socios.


Pero fue la última frase lo que perturbó a Paula. Insinuaba que la discreta boda de Pedro el mismo día era una venganza de éste, que no había querido hacer declaraciones.


Dejando el periódico a un lado, Paula volvió la cabeza hacia la ventana con la mirada perdida. ¿Sería posible que Pedro la hubiera convertido en su arma de venganza?, que el rencor estuviera en la base de lo sucedido por la noche.


No podía ser. Era ella quien había sugerido mudarse a su casa… Pero él quien había hablado de boda. Y quizá la razón fuera que todavía amaba a Dana.


Se giró boca abajo y ocultó el rostro entre las almohadas con un gemido de dolor. Necesitaría tiempo para calmarse antes de enfrentarse a Pedro. Lo haría en cuanto se sintiera menos dolida, menos vulnerable.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 44

 


Un cuarto de hora más tarde, bajó y la encontró en la cocina, preparándose una tostada.


—Pensaba llevarte el desayuno a la cama —dijo desde la puerta.


—Lo siento, pero no puedo quedarme —dijo ella encogiéndose de hombros—. Tengo que trabajar.


—¿Hoy? —preguntó él, que sólo entonces vio que estaba vestida formalmente.


—Ha llamado Virginia. Tengo que ir al despacho.


Pedro fue a protestar, pero la amargura lo dejó sin palabras. Era evidente que la noche anterior no había significado nada para ella. 


Paula y él tenían distintas metas en la vida. Para ella, su profesión siempre sería lo primero. Había sido un estúpido interpretando sus caricias y su dulzura como una prueba de que compartían algo especial, de que quizá con ella las cosas serían diferentes.


Pero aunque Dana y ella fueran distintas, compartían la obsesión por alcanzar el éxito en su carrera profesional a costa de todo.


Pedro había sido víctima de ese tipo de comportamiento y había logrado sobrevivir, pero no estaba dispuesto a arriesgarse a sufrirlo por segunda vez, y menos cuando era Dante quien estaba en juego. No consentiría que Paula no cumpliera con su responsabilidad hacia él.


Hacia su hijo.


Pero esa conversación tendría que esperar. Hasta entonces le había ocultado que era el padre de Dante para no aumentar su temor a que le quitara la custodia. Pero en cuanto recuperara la calma, le diría lo que pensaba de su actitud hacia Dante y de las medidas que pensaba adoptar.


Había llegado la hora de que supiera quién llevaba las riendas.


—Como quieras —dijo. Y dio media vuelta.


—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella con evidente inquietud.


—Lo que había planeado: ir a la playa. Pasar un día familiar —dijo él, airado.


Al ver que el rostro de Paula se ensombrecía, sintió una agridulce sensación de triunfo. Cada cual debía asumir las decisiones que tomaba




jueves, 5 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 41

 


Pedro percibió que Paula se tensaba y actuó sin darle tiempo a reaccionar. Volvió a besarle la base de la garganta y ella dejó escapar un gemido al tiempo que se relajaba sin ofrecer signos de resistencia. Tirando con suavidad del lazo que la cerraba, Pedro le soltó la bata. Debajo llevaba un sensual camisón de seda y encaje con el que iba a volverlo loco.


Sólo tres botones le separaban de su piel, y los desabrochó en el mismo número de segundos. El escote abierto dejó a la vista el dulce surco entre sus senos, que brillaban, tersos y redondos como dos perfectas perlas.


—¡Maravillosos! —susurró al tiempo que los exponía y los cubría con sus manos—. ¿Ves? Encajan perfectamente. ¿Qué más puedo pedir?


Sintió su sexo endurecerse y se quitó la camisa. Paula le acarició el vientre y él gimió de placer. Agachó la cabeza y besó sus senos, atrapando sus pezones para mordisquearlos. Paula se arqueó contra él, jadeante.


—¿Te gusta? —preguntó Pedro, soplando sobre sus pezones y riendo cómo se endurecían y cómo se le ponía la piel de gallina.


Paula se limitó a emitir un sonido gutural de puro placer. Pedro sintió una excitación primaria y básica, tomó el camisón por la base y se lo quitó. Temblaba de deseo y el corazón le latía en los oídos. Poniéndose en pie, se quitó los pantalones y los calzoncillos.


—No pares —dijo Paula. Y al abrir los ojos y ver la prueba de cuánto la deseaba, sonrió con picardía.


Pedro temió que se echara atrás, pero no fue así. Al contrario.


Paula se irguió y alargó la mano para rodear con ella su sexo y acariciarlo. Pedro temió estallar. Dejándose caer en el sofá, la atrajo hacia sí.


—Ahora —susurró.


Paula se sentó a horcajadas sobre él, asió su miembro y lo acercó a su propio sexo. Con un suave pero decidido movimiento, lo introdujo en su interior. Pedro se sintió abrazado por su piel caliente, húmeda y pulsante.


Empezaron a moverse al unísono, incrementando el ritmo, haciéndolo cada vez más frenético. Pedro clavó la mirada en los ojos de Paula sin dejar de embestirla. Jamás había sentido nada igual… tan exquisito, tan perfecto.


—¡No puedo controlarme…! —dijo, jadeante.


Y el placer lo sacudió al tiempo que Paula estallaba en su propio orgasmo y sacudida por unas contracciones que Pedro sintió reverberar en su sexo.




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 40

 


En la casa reinaba el silencio.


Brian y Ana se habían ido y Paula, tras ducharse y cambiarse, daba el último biberón a Dante. Lo dejó a un lado y besó la cabecita del bebé, que ya dormía. Pedro la observaba desde el suelo, apoyado sobre el codo.


—¿Te pesa? —preguntó.


—Un poco —dijo ella.


Pedro se puso en pie de un ágil movimiento.


—Lo meteré en la cuna. Luego podemos bajar a brindar por nuestro matrimonio —actuó sin dar tiempo a que Paula reaccionara.


El vacío que quedó en sus brazos la llenó de una irracional inquietud y tuvo que recordarse que tenía toda la vida para pasarla junto a Dante, que lo vería crecer y convertirse en un adulto. Casarse con Pedro le había proporcionado esa seguridad.


Se acercó a la cuna, donde Pedro acomodaba al niño.


—Está creciendo deprisa —dijo con orgullo de madre—. Va a ser muy alto.


—Sólo es un bebé y ya dependen de él nuestros sueños y esperanzas.


Aquellas palabras conmovieron a Paula.


—¿Tú también piensas eso?


Pedro se volvió hacia ella, pero su rostro quedó parcialmente ocultó en la penumbra.


—Lo adoro.


Paula no había imaginado que Pedro fuera capaz de amar y, sin embargo, quería a Brian y miraba a Dante con una ternura que la emocionó.


Tal y como había explicado su hermano, Pedro no hablaba de sí mismo, así que tendría que ser ella quien consiguiera que expresara sus sentimientos, ya que lo poco que lograba atisbar de él le hacía pensar que merecía la pena seguir indagando.


En el primer piso las luces iluminaban el salón y la gran terraza de madera desde la que se veía la piscina, que lanzaba destellos bajo las estrellas.


—¿Una copa de champán? —ofreció Pedro. Y Paula asintió.


Pedro apretó unos botones para reducir la potencia de las luces y crear un ambiente más acogedor. Luego sacó una botella del frigorífico y dos copas de un armario. Se acercó a Paula y, al darle una de ellas, le tomó la mano.


Al instante Paula se sintió invadida por sensaciones contradictorias y demasiado parecidas al deseo como para poder relajarse. Sin embargo, en lugar de soltarse, dejó que Pedro la guiara hasta un sofá mientras su corazón latía con tanta fuerza que le retumbaba en los oídos.


—Preferiría sentarme en la terraza y tomar el aire, pero hace un poco de frío —dijo Pedro, aumentando su confusión al sentarse a su lado. Tras llenar ambas copas, añadió—: Es el precio que debemos pagar por haber tenido un día tan despejado.


—No me extraña que te guste salir a la terraza. La vista es espectacular —dijo ella, esforzándose por mantener la conversación impersonal.


Pedro alzó su copa para brindar.


—Por la novia —dijo con una expresión que Paula no supo interpretar.


—Por el novio —replicó a su vez, decidiendo aceptar el brindis sin suspicacias ni dobles sentidos.


Entrechocaron las copas y bebieron mirándose por encima del borde.


El aire se cargó de electricidad y Paula acabó por desviar la mirada.


Pedro se quitó la corbata y se desabrochó el primer botón de la camisa. Paula contuvo el aliento al ver que su pulso acelerado palpitaba en la base de su garganta. Pedro se deslizó sobre el sofá, acercándose.


Ella se quedó paralizada al sentir el roce de su muslo. Él se inclinó unos centímetros hacia ella.


—Será mejor…


—Creo que debería…


Hablaron al unísono. Paula rió con nerviosismo v lanzó una mirada furtiva a Pedro.


—Iba a decir que debería irme a la cama. Estoy cansada.


—Y yo iba a decir que debería besar a la novia —dijo él con sorna.


—Ah.


La maliciosa sonrisa de Pedro indicó a Paula que le divertía haberla alarmado.


—De hecho, sigo pensando lo mismo —Pedro superó la distancia que los separaba y presionó sus labios contra los de ella. Luego alzó la cabeza—. No es como para asustarse, ¿verdad?


—No estaba asustada —protestó ella sin poder apartar la mirada de sus ojos grises.


Pedro le pasó la mano por la frente.


—¿Y por qué tienes los ojos desencajados?


—Porque habíamos quedado en que no habría sexo —dijo ella precipitadamente—. El trato era que nos casábamos por la estabilidad de Dante


—Un trato millonario por un bebé —dijo él, trazando la línea de su barbilla.


A Paula no le gustó la implicación.


—Sabes que no quiero tu dinero —dijo con una Firmeza que contradecía la sensación interior de estar derritiéndose bajo la caricia de Pedro.


Este detuvo los dedos bajo su mentón.


—¿Debería haberte ofrecido dinero para que cedieras la custodia?

No podía estar hablando en serio, pero por si acaso, decidió aclararlo.

—Estás loco. Dylan es más valioso para mí que cualquier cantidad de

dinero.

—Lo mismo digo —Connor avanzó con el dedo hasta la delicada piel

de detrás de su oreja—. Así que no podemos librarnos el uno del otro.

—Lo que no significa que vaya a haber sexo entre nosotros —dijo ella,

jadeante.

—Si estás tan segura, ¿por qué tienes el pulso acelerado? —dijo él, sonriendo con malicia—. Acabaremos haciéndolo. Y te aseguro que repetiremos.


—¡Eres tan arrogante!


—¿Tú crees? —Pedro se acercó y, sin darle tiempo a reaccionar, la atrapó entre sus brazos—. No pienso soltarte.


—Pero acordamos…


—Pensar en estar casado y no hacer el amor es… —Pedro dejó la frase suspendida en el aire y le besó el cuello.


—¿Es qué? —preguntó ella, intentado retener el uso de la razón.


—Una estupidez —Pedro abrió los labios sobre su piel—. ¿A quién se le ocurrió semejante idea?


—No lo sé —dijo ella con voz ronca.


Pedro sopló suavemente y a Paula se le puso la carne de gallina.


—Ahora te voy a hacer la pregunta del millón: ¿Qué quieres que haga en este momento, Paula?


¿Le estaba pidiendo permiso? ¿De verdad le importaba lo que ella quisiera o la tomaría sin más para después dejarla, tal y como habían hecho todos los hombres de su vida?




UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 39

 

—Brian tenía quince años —dijo él.


Paula aceptó la rama de olivo. Alzó la barbilla y se dejó llevar por el impulso de querer saber más cosas sobre él.


—¿Y tú?


—Veintidós.


—¡Veintidós! Asumiste una gran responsabilidad —tras esperar en vano una respuesta de Pedro, añadió—: Fuiste muy bueno cuidando de él.


—Cualquiera habría hecho lo mismo.


—Sabes que no es verdad —Paula pensó en la incapacidad de su padre para cuidar de su madre y de ella. Miró a Pedro y admiró la determinación de su gesto, la firmeza de su mentón y el cabello negro que la brisa alborotaba, dándole un atractivo aire informal—. Y ahora vuelves a actuar de la misma manera con Dante.


Pedro se encogió de hombros.


—Miguel era mi amigo. De hecho, era mi mejor amigo, tal y como descubrí con el tiempo.


A Paula no se le escapó el tono sarcástico del comentario.


—Háblame de tu socio.


—Brian también te ha hablado de Jeremias.


—No.


—Entonces, ¿a qué se debe esta súbita curiosidad?


La mirada penetrante de Pedro puso nerviosa a Paula, que ocultó los ojos tras unas gafas de sol.


—Me gustaría comprender por qué alguien puede comportarse de esa manera.


—¿Insinúas que yo le provoqué?


—¡En absoluto! —protestó Paula—. Pienso que actuó de una manera despreciable.


—¿Y qué opinas de lo que hizo Dana?


Paula lo miró fijamente.


—Lo mismo.


Pedro asintió lentamente, como si la respuesta le resultara satisfactoria. Luego, clavando una mirada acusadora en ella, comentó:

—En cierta ocasión te oí decirle a Sonia que no te extrañaba lo que Dana había hecho.


—¿Cuándo?


—El día que nos conocimos. Dijiste que era un estúpido.


Paula abrió los ojos como platos tras las gafas.


—¿Me oíste?


—Así que te acuerdas.


—Sí, estaba furiosa contigo por atacar a Sonia —tras una breve pausa, Paula preguntó—: ¿Por eso fuiste tan desagradable conmigo en la boda?


—En parte, sí.


Paula intentó justificar su comportamiento.


—Sonia me había contado que se iba a casar durante un fin de semana en el que había trabajado a destajo —hizo una pausa y decidió contar toda la verdad—. Estaba preocupada por ella y agotada, así que no pude soportar que te comportaras con tanta arrogancia —por eso reaccionó como lo hizo, echando a rodar con ello una bola de nieve—. ¿Qué otro motivo hubo para que me trataras tan mal? —preguntó con curiosidad.


—Es complicado de explicar.


Paula decidió intentarlo por el lado humorístico.


—Vamos, no puede ser tan complicado. Se supone que los hombres sois simples.


—Personalmente, soy facilísimo —dijo él con cara inexpresiva.


Paula puso los ojos en blanco.


—No te salgas por la tangente jugando a las insinuaciones sexuales.


—Quería que volvieras a sonrojarte tan encantadoramente como acostumbras.


—Yo no me sonrojo —dijo ella, sintiendo que lo hacía a la vez que lo negaba de palabra.


—Ha sido mucho más sencillo de lo que esperaba —bromeó él con ojos chispeantes.


—¡Déjalo ya y dime la otra razón de una vez!


—Me recordaste a Dana —dijo Pedro sin titubear.


Paula se quedó perpleja.


—Yo jamás haría lo que ella te hizo.


En ese momento Pedro se volvió hacia Brian y Ana, que se aproximaban con Dante.


—No me confundas con Dana, Pedro, no tengo nada que ver con ella.


—No, claro —dijo él. Pero no sonó convencido.





miércoles, 4 de agosto de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 38

 


La boda tuvo lugar menos de una semana después de que Pedro se lo pidiera a Paula.


Al contrario que la de Sonia y Miguel, se trató de una ceremonia civil discreta, en un juzgado impersonal. Después, acompañados del hermano de Pedro y de Ana, que habían actuado de testigos, fueron a un encantador restaurante en el parque de Auckland. Sentados en una mesa en la terraza, desde la que se divisaba un estanque surcado por cisnes y rodeado de sauces llorones, Paula miró de reojo a Dante, que estaba sentado en una sillita alta, atendido por Ana, y finalmente se relajó.


Estaba casada. Había conseguido asegurarse un lugar en la vida del niño.


—Enhorabuena —dijo Brian, alzando una copa de champán—. Bienvenida a la familia.


Paula sonrió y alzó su copa en respuesta. La personalidad de Brian le había sorprendido. Era más joven que Pedro y tenía un estilo coqueto de relacionarse que le resultaba divertido.


Pedro necesita estar casado —añadió Brian, mientras Pedro organizaba el menú con el dueño del restaurante.


—¿Cómo que necesita estar casado? —preguntó ella con una sonrisa de escepticismo.


—Desde luego. Le encanta la vida doméstica.


—¿A Pedro? —Paula miró hacia el hombre que con un solo gesto había atraído la atención del dueño y de tres camareros. Su hermano pequeño debía de estar equivocado. A Pedro le gustaba la vida doméstica tanto como a un tigre de Bengala.


Brian asintió enfáticamente.


—Sufre el síndrome del nido vacío —Paula lo miró desconcertada, así que Brian explicó—: Desde que me fui de casa. ¿No te ha dicho que me crió?


—No.


Paula se dio cuenta de que no sabía nada del hombre con el que se había casado.


—Hasta hace unos días ni siquiera sabía que tuviera un hermano.


—¿Qué maldades le estás contando a la novia? —preguntó Pedro nada más acabar la conversación con el dueño.


—Ninguna… todavía. Por ahora quiero darle una buena impresión. Ya llegaremos a los detalles escabrosos.


Pedro sonrió con malicia.


—Esos sólo te corresponden a ti, hermano.


El almuerzo se desarrolló en un ambiente divertido y ruidoso al que Dante contribuyó con sus gorjeos. La comida era exquisita y la luz dorada del atardecer contribuyó a la relajada atmósfera. Las bromas entre los hermanos hicieron reír a carcajadas a Ana y a Paula.


En cierto momento Dante pareció cansarse de estar sentado.


—Le llevaré a ver a los cisnes —dijo Ana, poniéndose en pie y tomando al niño—. Probablemente necesite que le cambie los pañales.


—Voy a por una manta al coche para que puedas echarlo —sugirió Pedro.


—Habrás notado que Pedro apenas habla de sí mismo —comentó Brian a Paula cuando su hermano se fue. Paula le sonrió con complicidad—. ¿Sabías que nuestros padres fallecieron? —preguntó él.


—Sí, pero no sé nada de los detalles.


—Murieron en un accidente de tren —tras una pausa, Brian siguió—. Por eso la muerte de Miguel resultó aún más dolorosa. Creo que le hizo revivir el pasado.


Paula comprendió que Pedro hubiera intentado ocultar su dolor bajo una forzada frialdad.


Brian se inclinó hacia ella con aire conspiratorio.


—¿Te ha hablado de Dana?


—¿Su ex?


—La víbora.


—¡Brian! —dijo Paula sin poder contener la risa.


—Tengo que reconocer que fue un alivio. Estaba aterrorizado de que se casara con ella.


—¿Crees que su nueva mujer debe tener ese tipo de información?


—Es esencial que lo sepas —bajó la voz—. Dana era puro veneno. Le dijo a Pedro que quería tener un hijo, pero él no la creyó.


Paula no pudo reprimir la curiosidad.


—¿Por qué?


—Pensaba que su trabajo era demasiado importante para ella como para que le dedicara tiempo a un hijo.


Eso explicaba sus suspicacias respecto a ella y Dante.


—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Paula.


Brian se reclinó en el respaldo de la silla y tomó un palillo.


—Soy muy observador. Además, cuando rompieron, Pedro vino a Londres y lo llevé a tomar unas copas —al ver que Paula fruncía el ceño, añadió—: Fue terapéutico. Sólo así conseguí que me lo contara.


—Eres astuto.


—Mucho —dijo Brian con satisfacción—. Y será mejor que no lo olvides, porque cuento contigo para hacer feliz a mi hermano.


Paula rió, pero su risa quedó congelada cuando sintió una mano en la cintura y la grave voz de Pedro susurrándole al oído:

—Ten cuidado con mi hermano pequeño.


—Me estaba advirtiendo que podía ser muy peligroso —bromeó ella, mirándolo de reojo.


Pedro apoyó el brazo en el respaldo de su silla e, inclinándose aún más sobre ella, añadió:

—Lo peor es que no miente.


Paula se estremeció al sentirse envuelta en el calor y la fragancia de su cuerpo.


—¿Ves? Quedas advertida —dijo Brian con expresión inocente—. Ahora me voy a contarle unas cuantas cosas a Dante.


—Mejor dirás, a flirtear con Ana —dijo Pedro. Y ocupó el asiento que su hermano dejó vacío.


Paula sintió que el nudo que tenía en el estómago se apretaba y la sonrisa abandonó sus labios.


—Brian me ha dicho que lo criaste.


—Exagera un poco.


—¿Cuántos años tenía cuando vuestros padres murieron?


—Veo que te lo ha contado todo —dijo él con expresión distante.


—No ha tenido suficiente tiempo. Pero creía que era su obligación. Recuerda que ahora soy tu mujer.


—Sólo en teoría.


La fría respuesta fue como una bofetada para Paula. Bajó la mirada para ocultar su dolor.