Mientras daba una puntada al dobladillo del vestido de Sonia, Paula no lograba olvidar la embriagadora sensación de estar en brazos de Pedro.
«Según Miguel, necesito una mujer».
Debía de hacer demasiado tiempo que no salía con un hombre, porque de otra manera era imposible que se sintiera atraída por uno al que despreciaba. Dio una última puntada y cortó el hilo con un rabioso mordisco.
—Ya está.
—Paula, necesito que me hagas un favor.
Paula, que estaba de rodillas al lado de Sonia, buscó la mirada de su amiga en el espejo de la pared.
—¿Qué quieres? —preguntó, al tiempo que arreglaba la falda alrededor de Sonia.
Siguió un profundo silencio.
—Me cuesta pedírtelo.
El tono titubeante de su amiga hizo que Paula la mirara con atención.
—Sabes que puedes pedirme lo que sea.
—Esto es más difícil, y tienes que jurarme que no se lo contarás nunca a nadie.
La curiosidad de Paula aumentó.
—¿Peor que decirle a tu madre que habías destrozado sus rosales con el coche? —dijo para arrancar una sonrisa de Sonia.
Al ver que su amiga no reía, Paula se inquietó.
—¿Tienes dudas respecto a Miguel?
Sonia abrió los ojos desmesuradamente.
—¡No! Miguel es el hombre de mis sueños.
La certeza con la que Sonia se expresó despertó un pasajero sentimiento de envidia en Paula que ahuyentó al instante.
—Podías haber recordado súbitamente tu juramento de no casarte — bromeó.
Paula se refería a la promesa que Sonia había hecho una tarde, tras una cita particularmente desagradable con su abogado para resolver el divorcio de su primer matrimonio.
—Esta vez, es distinto. Mi matrimonio con Miguel tiene que durar — dijo Sonia, mirándose al espejo. Luego se giró bruscamente para mirar Paula de frente—. Tú sabes mejor que nadie que quiero tener una relación como la de mis padres.
Los padres de Sonia se adoraban, eran cariñosos y buenos, y se habían convertido en el refugio de Paula cada vez que su padre desaparecía con alguna de sus amantes y su madre se entregaba a la autocompasión. En casa de Sonia siempre había tenido una cama, comida y afecto.
Cuando murieron en un accidente, Paula había sufrido tanto como Sonia. A menudo se preguntaba qué habría sido de ella de no haber contado con ellos.
—Espero que seas tan feliz como tus padres —le dijo a Sonia—. Es maravilloso que hayas encontrado a la persona ideal.
Sonia se abrazó a ella. Paula la estrechó con fuerza. Su único deseo era que su amiga fuera feliz.
—Deja de fruncir el ceño, Pau —dijo Sonia, separándose de ella para mirarla—. Recuerda que es el día de mi boda.
—¡Cómo voy a olvidarlo!—hizo un gesto con el brazo—. Tú estás preciosa vestida de novia, las flores, esta suite…
—Es un regalo de Pedro. Y también el viaje de novios. ¿No te parece encantador?
Paula no estaba dispuesta a admitir que Pedro pudiera hacer nada bien.
—Me habías preocupado al hablarme de favores y de secretos, pero ya veo que no hay razón para ello.
La miró con una expresión de angustia que volvió a inquietarla.
—¿Qué pasa, Sonia? Algo no va bien. Cuéntamelo.
—Miguel sabe que mi relación con Tomas fracasó porque yo no podía… —Sonia tragó saliva —tener hijos.
Paula le tomó las manos y se las apretó. Sonia continuó:
—Sabes que recurrimos a la inseminación artificial y que no funcionó. Así que acudimos a un especialista, y en su opinión, todavía hay alguna posibilidad de que me quedara embarazada.
—¡Eso es maravilloso!
—Pero sólo si damos con un donante de óvulos —concluyó Sonia precipitadamente, al tiempo que se volvía a tomar su ramo de flores.
—¿Y quieres que sea yo?