martes, 13 de julio de 2021

UNA GRAN NEGOCIACIÓN: CAPÍTULO 7

 


«¿Qué mujer en su sano juicio querría estar con alguien como él?».


Pedro se alejó diciéndose que la animadversión era recíproca, pero eso no impidió que aquellas palabras le dolieran.


—Esa mujer es una víbora —dijo al llegar junto a Miguel, que buscaba algo en el maletero de su modesto Toyota.


Miguel clavó sus ojos marrones en Pedro, que reconoció al instante, bajo su dulce apariencia, la mirada acerada del competitivo amigo con el que jugaba un partido de squash cada semana.


—Sonia va a ser mi esposa, Pedro, así que ten cuidado con lo que dices.


Pedro lo miró desconcertado.


—¡Tranquilo, hombre, no hablaba de ella, sino de la dama de honor!


—¿Paula? —Miguel cerró el maletero—. Ella y Sonia son amigas desde pequeñas. De hecho…


La mirada risueña que lanzó a Pedro hizo que éste alzara las manos a la defensiva.


—Ni se te ocurra insinuarlo —exclamó—. No es mi tipo.


Aquella mujer tenía demasiado carácter.


Miguel insistió.


—Quizá te convenga un descanso de las rubias. Sonia y yo pensábamos que podría ser el perfecto antídoto contra Dana.


Pedro sintió que le hervía la sangre al recordar cómo Sonia le había contado a su amiga que su novia le había dejado, y su expresión comprensiva cuando había dicho que estaba «disgustado». Pero ése no era su estado de ánimo, sino que se sentía furioso. Con Dana y hacia Jeremias.


Furioso con Miguel por haberlo contado. Furioso con la irritante bruja que le había obligado a pedir disculpas. Tomó aire.


—Veo que le has contado a Sonia lo de Dana.


Miguel sacó el llavero del bolsillo y apretó el botón del control remoto para abrir las puertas.


—Claro. Se habría enterado de todas formas.


—Mi novia y mi socio… Y yo ni lo sospechaba —Pedro intentó reírse mientras iba hacia el asiento del acompañante—. Parece una telenovela.


Sintió el mismo dolor que lo había atravesado dos días antes.


—Lo que ha hecho Jeremias es imperdonable —dijo Miguel con gesto severo—. Y Dana no era sólo tu novia. Llevabais dos años viviendo juntos. Hasta la nombraste directora de Harper-Alfonso.


Pedro cada vez se arrepentía más del arranque emocional que había tenido el miércoles por la noche, en el que» bajo la influencia de un exceso de alcohol, le había abierto su corazón a Miguel, contándole todos los detalles de cómo, al volver de un viaje de negocios a Sidney, Dana le había anunciado que tenía un amante, que resultó ser el hombre con quien él había ido a la universidad y con quien había fundado su negocio; su mejor amigo. O mejor, su antiguo mejor amigo.


—Durante las tres semanas que estuve de viaje, mi mundo se colapsó Pedro se pasó una mano por el cabello con brusquedad—. Mi vida estaba patas arriba y tú estabas organizando tu boda —sacudió la cabeza —. ¡Qué locura!


—No es ninguna locura. Aunque sólo llevemos un mes saliendo, conozco a Sonia desde hace tiempo.


—¿Un mes? —Pedro enarcó las cejas—. Después de dos años, yo no tenía ni idea de que Dana fuera capaz de traicionarme. Deberías haberte dado más tiempo.


—Un mes, un año, el tiempo no va a cambiar lo que siento por Sonia.


—¿Por qué estás tan seguro de que Sonia no quiere tu dinero?


Miguel rió.


—Porque, al contrario que tú, no soy millonario ni visto trajes caros — miró con sorna el que Pedro llevaba—, ni conduzco un Maserati, ni vivo en una mansión.


—Yo tampoco.


Pedro apretó los dientes al recordar que Jeremias ya se habría mudado a su antigua casa con Dana. Pero se vengaría de ellos sacándole lodo el dinero que pudiera a cambio de la casa y de su parte de Harper-Alfonso.


Tendrían que sufrir las consecuencias de sus actos.


—Perdona —la sonrisa desapareció de los ojos de Miguel—. Te aseguro que Sonia no se casa conmigo por dinero. Como yo, es profesora, así que tenemos sueldos muy parecidos.


Dana había intentado de todas las maneras que le diera un anillo de compromiso, y Pedro se preguntó súbitamente si Sonia habría recurrido al truco más viejo de la humanidad para atrapar a su amigo.


—¿Habéis hablado de tener hijos? —preguntó. Dana le había suplicado que los tuvieran. Él no había querido casarse y sospechaba que ése era el verdadero motivo de que Dana quisiera ser madre. Habría sido un terrible error. Ninguno de los dos tenía tiempo para niños.


Al ver que su amigo apretaba los dientes al poner el motor en marcha, se apresuró a decir:

—No te estoy preguntando si está embarazada. Me refería a si ya es madre y quiere que adoptes a sus hijos.


Miguel era tutor de alumnos con dificultades y sería el padre perfecto de los hijos de una madre soltera que necesitara apoyo económico y emocional.


—No tiene hijos —dijo, cortante.


—Qué alivio. Pensaba que podía estar desesperada.


Avanzaban por un camino estrecho que bordeaba el patio de la iglesia.


—Está divorciada, pero no desesperada —dijo Miguel con una expresión tensa que Pedro reconoció, pero que normalmente permanecía oculta tras su natural afabilidad—. Si le das una oportunidad, Sonia acabará gustándote, Pedro. No es ninguna trampa.


Pedro miró el perfil de su amigo y la sensación de que había perdido el control de su vida se incrementó. Sacudió la cabeza.


—No me estás escuchando. Siempre hay una trampa.


—Claro que te escucho.


—¿Pero…?


Algo en la actitud de Miguel convenció a Pedro de que era una de las pocas ocasiones en las que no lograría convencerlo.




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