Los novios se hicieron una fotografía bajo una pérgola cubierta de rosas, así que la dama de honor había estado en lo cierto. Al mirarla, Pedro vio que sonreía y notó que su rostro se transformaba, les hizo gestos para que se acercaran.
—¡Pedro, Paula, venid!
¡Paula, claro!
—Nos llaman —dijo Pedro. Y al tomarla por el codo, notó que su piel era suave como la seda y se sintió asaltado por un súbito deseo que lo desconcertó.
Sonia insistía:
—¡Deprisa, queremos una foto con vosotros dos!
—Ya te lo dije —masculló Paula. Pedro la miró con desaprobación y la soltó, tomando la decisión de permanecer lo más alejado de ella que le fuera posible durante el resto del día.
Desafortunadamente, en cuanto entraron en el salón donde se celebraba la recepción descubrió que, en lugar de ocupar un asiento a cada lado de los novios, los habían colocado juntos.
—Así podréis charlar, ya que yo sólo pienso ocuparme de la novia — bromeó Miguel.
Pedro soportó la primera tanda de discursos ignorando completamente a Paula, aunque la suave fragancia de su perfume se lo puso muy difícil. Para Sonia cuando llegó su turno de proponer un brindis por los novios, ya había tomado tres copas de vino. Con las primera notas del vals, miró a su alrededor buscando un camarero que le sirviera un whisky.
—Vamos, debemos unirnos a ellos —dijo una voz a su lado.
—No pienso bailar —replicó Pedro, cortante, resignándose a tomar una copa de champán.
Paula frunció el ceño y miró deliberadamente a la copa.
—Espero que no pienses emborracharte en la boda de Sonia y Miguel.
Pedro alzó su copa con gesto provocador.
—Estoy celebrando el amor en el que todos parecéis creer.
—No seas tan cínico —dijo ella con desdén—. Es el día más feliz de Sonia y de Miguel y vas a estropearlo si sigues así. Y todo porque sientes lástima de ti mismo.
Pedro pestañeó con incredulidad. No podía haber oído bien.
—¿Qué has dicho? —todo el mundo a su alrededor había hecho lo posible por evitar mencionar su situación y aquella mujer osaba…
Sus miradas se encontraron. Los ojos de ella eran castaños, con pintas verdes y doradas, y Pedro vio en ellos más desprecio que lástima.
Así que debía de haber oído perfectamente. Indignado, tuvo la convicción de que aquella mujer era capaz de cualquier cosa.
—Piensa en alguien además de en ti mismo —añadió ella—. Y te aconsejo que dejes de beber.
—No sé quién te crees que eres —Pedro habló en un amenazador susurro—, pero te estás pasando.
—Soy Paula —dijo ella con una Fría sonrisa—. Y por si lo has olvidado, soy la mejor amiga de la novia. Lo que no consigo comprender es cómo Miguel te considera su amigo cuando yo no te he visto hacer nada para merecerlo.
Aquellas palabras hirieron a Pedro que, mecánicamente, se puso en pie.
—¡No tengo por qué escucharte!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario