martes, 22 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 9

 


—Por favor, Paula, ¿quieres dejar de comer esos asquerosos huevos fritos y hacerme caso? —Exclamó Marina—. Tienes que cenar con él. Te ha enviado rosas todos los días y el ama de llaves está cansada de apuntar sus mensajes. Esta casa está llena de flores y, en mi estado, voy a terminar con fiebre del heno.


Paula terminó sus huevos fritos y sonrió a su cuñada.


—Ya te he dicho que podéis tirar las flores a la basura. No me interesan.


—Mentirosa. Ninguna mujer es inmune a los encantos de Pedro Alfonso. El problema es que te dan miedo los hombres desde lo que pasó con Nicolás. No has salido con nadie en serio desde entonces.


—¿Moi? —Paula se llevó una mano al corazón—. Yo no tengo miedo de nadie, pero Pedro Alfonso es un demonio. No hay más que verlo.


—Tonterías…


—Es un hombre con el que ninguna mujer sensata tendría una relación.


—Olvídate de ser sensata y vive un poco. Llevas varios meses en casa y la investigación en el museo sólo te ocupa un par de días a la semana. Estamos en primavera, cuando los jóvenes piensan en el amor…


Pedro Alfonso no es precisamente joven.


—¿Qué más da que tenga diez o doce años más que tú? Una aventura apasionada con un hombre experimentado te vendría muy bien.


—No lo creo. Además, ahora mismo no tengo tiempo para esas cosas. Voy a ver apartamentos —respondió Paula para cambiar de tema porque Pedro Alfonso había ocupado gran parte de sus pensamientos desde que lo conoció y eso no le gustaba en absoluto. Se había negado a responder a sus llamadas, pero sobre las rosas no podía hacer nada.


—Por favor, olvídate del apartamento. Ésta es la casa de tu familia, lo ha sido durante generaciones y es suficientemente grande para todos.


Marina puso los ojos en blanco, sin entender que alguien quisiera irse a un apartamento teniendo una casa como aquélla en el corazón de Kensington.


—Ya tengo edad para vivir sola —dijo Paula.


—Yo no quiero que te vayas y a ti no te gustaría vivir sola, admítelo. Y también deberías admitir que Pedro Alfonso te gusta. Me he dado cuenta de que te pones colorada cada vez que alguien menciona su nombre. A mí no me engañas.


Paula suspiró.


—Tu problema, Marina, es que me conoces demasiado bien. Pero voy a buscar apartamento de todas formas. Después de todo, si voy a tener una apasionada aventura, debería tener mi propio apartamento. Supongo que no querrías que trajese a mis amantes aquí, donde tu preciosa niñita podría ver y oír cosas inconvenientes —dijo, sonriendo.


—¿Vas a hacerlo? ¿Vas a salir con él?


—No lo sé. Si vuelve a llamar a lo mejor me lo pienso. ¿Contenta?


—¿Qué vas a pensarte? —preguntó Tomas, entrando en la cocina con su hija en brazos.


—Paula va a salir con Pedro Alfonso —anunció Marina.


—¿Tú crees que eso es sensato? —Preguntó su hermano—. Es mucho mayor que tú. ¿Seguro que sabes lo que haces? Pedro Alfonso es un genio de las finanzas, pero como persona… es el tipo de hombre que hace que uno quiera encerrar a su mujer o a sus hermanas en casa. Tiene fama de mujeriego y…


—¡No me lo puedo creer! —Exclamó Paula—. Os quiero mucho, pero deberíais coordinar vuestras opiniones.


Riendo, salió de la cocina.





IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 8

 


Fue una sorpresa que Pedro Alfonso le pidiera el siguiente baile.


Paula iba a decir que no, pero Máximo había tomado la mano de Eloísa para llevarla a la pista y la mirada hostil que la mujer lanzó sobre Pedro dejaba claro que no le gustaba nada el cambio de pareja.


—Vamos, Paula—la animó su hermano—. A ti te encanta bailar. Y, por lo visto, Antonio y yo somos unos inútiles. Pedro es tu única oportunidad.


—Gracias, hermano —replicó ella, levantándose de mala gana.


—Tu hermano no es muy sutil —sonrió Pedro—. Pero si así consigo tenerte entre mis brazos, no me quejaré.


Le pasó un brazo firmemente por la cintura, la fuerte mano rozando su cadera. El roce era demasiado personal en opinión de Paula, pero en cuanto llegaron a la pista y la tomó entre sus brazos se estiró, decidida a resistir el inexplicable deseo de dejarse caer sobre su pecho.


—Bailas el tango de maravilla… la verdad es que Máximo me ha dado mucha envidia. Aunque, si quieres que te sea sincero, el baile no es uno de mis talentos. Espero que no te lleves una desilusión.


Desilusión… Paula no lo creía. Mientras bailaban, su capa negra los envolvía a los dos, creando una extraña intimidad. Y el roce de las piernas masculinas aceleraba su pulso. El maldito traje de látex no ayudaba nada; al contrario, enfatizaba cada roce. Y dudaba que Pedro Alfonso hubiera desilusionado alguna vez a una mujer. Desde luego, no a la bonita Eloísa.


Pensar eso la animó lo suficiente como para contestar:

—No lo creo.


Sabía que era atractiva y estaba acostumbrada a que los hombres intentasen coquetear con ella, pero desde que rompió con Nicolás había aprendido a quitárselos de encima sin ningún problema.


— Y también creo, señor Alfonso, que un hombre como usted es absolutamente consciente de sus talentos y los explota para su propio interés.


Pedro Alfonso podía hacer que su corazón se acelerase y sintiera calor por todo el cuerpo, pero no tenía intención de dejarse seducir por él.


—Como estoy segura de que las revistas del corazón, y su amiga Eloísa, podrían confirmar —añadió, irónica.


—Ah, veo que has estado escuchando cotilleos. ¿Qué te han contado, que crecí en un burdel rodeado de mujeres? Pues siento desilusionarte, pero no es verdad. Aunque mi abuela tenía uno —admitió él—. Y dice bien poco de los hombres que ganase tanto dinero. El suficiente para enviar a su hija a los mejores colegios de Suiza.


Paula lo miró, atónita por aquella admisión.


—En Europa se enamoró de un hombre griego que, desgraciadamente, estaba casado —siguió Pedro—. Pero tuvo la decencia de comprarle una casa en Corinto, donde yo nací. Murió cuando yo tenía doce años y mi madre decidió volver a Perú.


—Lo siento mucho. Pobrecito… —murmuró ella, compadecida.


—Debería haber imaginado que sentirías pena por mí. Eres tan ingenua —dijo Pedro entonces—. Como amante de un millonario, mi madre nunca fue pobre y tampoco lo fui yo —añadió, mirándola a los ojos—. Siento desilusionarte, pero estás desperdiciando tu compasión conmigo.


—¿Y por qué me has contado todo eso?


No parecía el tipo de hombre que desnudaba su alma delante de un extraño.


—Quizá porque quería que te relajases.


—¿Todo es mentira? —preguntó ella, sorprendida.


—No todo. Soy un bastardo —sonrió Pedro, deslizando la mano por su espalda, empujándola un poco más hacia su torso—. Y como tú misma has dicho, uso mi talento para conseguir lo que quiero. Y te quiero a ti, Paula Chaves.


Atónita, ella miró esos ojos negros y vio un brillo de deseo que no intentaba esconder.


—Eres un demonio…


—Un ángel caído —la corrigió Pedro, apretándola contra sí para que notase su evidente excitación—. Y por cómo tiemblas, sé que tú también me deseas. La atracción entre nosotros ha sido inmediata. Y no me digas que no porque yo sé que es así.


—Eres increíble —consiguió decir Paula. Aunque no podía negar que estaba temblando, no tenía la menor intención de sucumbir ante aquel hombre—. Coquetear conmigo cuando has venido con tu novia…


—Eloísa es una vieja amiga, no mi novia. Y está casada. Es una estrella de la televisión famosa en Sudamérica, pero quiere ser famosa en el mundo entero. Por eso está aquí. Ha venido para firmar un contrato como protagonista de un musical el año que viene. Mañana volverá con su marido, así que no tienes por qué estar celosa.


—¿Celosa yo? ¿Estás loco? Pero si ni siquiera te conozco…


—Eso podemos remediarlo. Mañana te llamaré para cenar —anunció Pedro, soltándola—. Pero ahora creo que lo mejor será volver a la mesa antes de que la gente empiece a murmurar. La música ha terminado.


Paula no se había dado cuenta y, avergonzada, lo siguió.


Lo siguió como un cordero yendo al matadero, se dio cuenta después… mucho después.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 7

 


Aquella mujer no tenía miedo de exhibirse, pensó. Y, dado el fuego y la pasión que había mostrado durante el tango, no debía de ser tan inocente. Tanta pasión no podía ceñirse sólo a una pista de baile. Según el informe que le había enviado el investigador privado había estado prometida una vez y, seguramente, habría habido más hombres en su vida.


De repente, después de decidir que no la tocaría aunque fuese la última mujer en la tierra, Pedro estaba imaginando su cuerpo desnudo y tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse… algo que no le había pasado en años.


Pensativo, frunció el ceño mientras volvía con Eloísa a la mesa. Había decidido destruir a la familia Chaves quedándose con su empresa, pero ahora veía un escenario alternativo, una manera maquiavélica de conseguir lo que quería. Y esa posibilidad de justicia romántica le hizo sonreír de forma siniestra.


El matrimonio no le había interesado nunca pero tenía treinta y siete años, un momento ideal para casarse y tener un heredero. Él criaba caballos en Perú y, al menos físicamente, Paula Chaves parecía un buen espécimen para criar, pensó, sarcástico. En cuanto a sus valores morales, no le molestaba que hubiera habido hombres en su pasado. Claro que podría haber alguno en su vida en aquel momento, pero él no tenía miedo de la competencia. Con su dinero, el problema para él era quitarse a las mujeres de en medio. Y Paula había ido sola al baile, de modo que, por el momento, tenía el camino libre.


—Gracias, Máximo —Paula seguía sonriendo mientras su compañero de baile la llevaba a la mesa—. Lo he pasado muy bien.


—Me alegra comprobar que el dinero que se gastaron nuestros padres enviándonos a una escuela de baile no fue un gasto inútil —rió Tomas.


—En tu caso, sí —replicó Marina—. Me has pisado más de cuatro veces.


—A mí me pasa igual —protesto su tía Marisa—. Después de cuarenta años de matrimonio e innumerables intentos, Antonio sigue sin saber dar un paso de baile.


Paula soltó una carcajada, sin darse cuenta de que la otra pareja había vuelto a la mesa.




lunes, 21 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 6

 


Eloisa era muy guapa, pero no le atraía en absoluto. Lo único que le gustaba de ella era que se parecía un poco a su hermana. Por eso la había ayudado en un mal momento doce años antes, en Lima, cuando, sin que ella lo supiera, su representante la obligó a firmar un contrato para una película pornográfica. Él, además de romper el contrato, le había buscado un representante decente. Estaba casada con un amigo suyo y, sin embargo, siempre que tenía oportunidad intentaba seducirlo.


Seguramente era culpa suya porque una vez, diez años antes, había sucumbido a sus encantos una noche. Aunque enseguida se dio cuenta de que era un error. Su amistad había sobrevivido, sin embargo, y era un juego al que ella jugaba cada vez que se encontraban. Debería haberle parado los pies tiempo atrás.


Pensó luego en el informe que le había enviado su investigador privado sobre los Chaves. En ella había una fotografía de Paula en una playa desierta, con una gorra en la cabeza, una camiseta ancha y pantalones vaqueros. No podía saber si era alta, delgada, rubia o morena.


Y se había llevado una sorpresa al verla.


La foto no le hacía justicia, desde luego. Una ridícula diadema con cuernos sujetaba una larga melena rubia que caía por debajo de sus hombros, aunque no sabía si era natural o teñida. Tenía la piel muy blanca, unos magníficos ojos azules y unos pechos perfectos. En cuanto al resto, no podría decirlo porque sólo la había visto sentada. De estatura normal, seguramente. Pero, como buen conocedor de las mujeres que era, se reservaría el juicio hasta que la viese de pie. Podría tener un enorme trasero y los tobillos gruesos. Aunque eso no le importaba, claro. El hecho de que fuera una Chaves lo echaba para atrás. No la tocaría aunque fuese la última mujer en la tierra.


Elias Chaves se había casado con Sara Deveral, en la que había sido la boda del año en Londres, veintiséis años antes. Su mujer le había dado un hijo nueve meses después, Tomas, y una hija, Paula, un año más tarde. La familia perfecta…


Paula Chaves vivía una vida regalada. Lo tenía todo: una familia que la quería, la mejor educación, una carrera como arqueóloga marina, y se movía en la sociedad de Londres como pez en el agua. Pensar eso le hizo sentir una punzada de rabia, lo que sentía desde la muerte de su madre.


—No me lo creo —Eloisa inclinó a un lado la cabeza—. Máximo está bailando un tango…


Pedro siguió la dirección de su mirada y se quedó perplejo al ver a su jefe de seguridad y guardaespaldas, aunque Maximo era más un amigo que otra cosa, bailando el tango apasionadamente. Y lo más curioso era que su pareja seguía cada uno de sus pasos como si fuera una profesional.


Y su pareja era Paula Chaves. Una mujer impresionante. Tenía unas piernas interminables, el trasero respingón, la cintura estrecha y unos pechos altos y firmes. El traje rojo parecía pegado a su cuerpo como una segunda piel, sin dejar nada a la imaginación. Pedro no tenía duda de que todos los ojos masculinos estaban clavados en ella en aquel momento.


El pelo rubio caía sobre sus hombros con cada giro… y menudos giros.


Una placentera sensación, aunque inconveniente, empezó a hacer cosquillas entre sus piernas.


—Qué ridículos. Ya nadie baila así —dijo Eloisa, desdeñosa.


—¿Qué? Ah, sí... —Pedro no la estaba escuchando.


Curiosamente, Máximo y Paula hacían una pareja estupenda y todos los invitados estaban pendientes de ellos. Cuando el tango terminó, Paula se incorporó, riendo, y todo el mundo empezó a aplaudir.



IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 5

 


Pedro Alfonso no pudo disimular una sonrisa de satisfacción. Cierto, el hombre al que quería conocer, Elias Chaves, había muerto un año antes, pero su familia y su empresa seguían existiendo y servirían de igual modo a sus propósitos.


Luego miró alrededor, haciendo una mueca de desdén. La élite social de Londres soltándose el pelo en un baile de disfraces con objeto de recaudar dinero para los niños de África, aparentemente uno de los proyectos favoritos de la familia Chaves. No se le escapaba la amarga ironía. Sus ojos negros brillaron, furiosos.


En diciembre pasado su madre, como si intuyera que el final estaba próximo, por fin le había contado la verdad sobre la muerte de su hermana Solange veintiséis años antes. En realidad, Solange era su hermanastra, pero para él siempre había sido su hermana mayor, la que cuidaba de él.


Él creía que había muerto en un accidente de tráfico, trágico pero inevitable. Pero la realidad era que se había lanzado deliberadamente a un acantilado, dejando una nota que su madre había destruido inmediatamente.


Solange se había suicidado porque estaba convencida de que era su condición de hija ilegítima por lo que su novio, Elias Chaves, la había dejado para casarse con otra mujer. Razón por la que su madre le había hecho jurar que nunca se avergonzaría de su apellido ni de su familia.


Pensando en ello, Pedro no podía evitar la amargura. Le había puesto a su empresa el nombre de su hermana, pero ese nombre tenía ahora más significado que nunca. La carta que había descubierto entre sus papeles personales le confirmó que le había contado la verdad. Y Pedro había jurado sobre la tumba de su madre vengar el insulto.


Él no era aficionado a los bailes de disfraces y normalmente se negaba a acudir, pero en esa ocasión tenía un motivo oculto para aceptar la invitación de la familia Chaves.


Nunca en su vida había tenido problema alguno absorbiendo una empresa e Ingeniera Chaves debería haber sido una adquisición sencilla. Su primera idea había sido lanzar una OPA hostil para luego destruirla, pero después de estudiar la documentación tuvo que admitir que ese plan no iba a funcionar.


La empresa Chaves era propiedad exclusiva de los miembros de la familia, aunque una pequeña porción del negocio estaba divida en acciones para los empleados. Desafortunadamente para él, los Chaves la dirigían bien y daba beneficios. Originalmente se había basado en la propiedad de una mina de carbón pero, ahora que las minas de carbón estaban en declive en Gran Bretaña, la firma había encontrado un sitio en el mercado construyendo tuneladoras y maquinaria de construcción.


Después de un par de discretas averiguaciones, quedó claro que ninguno de los accionistas estaba dispuesto a vender... incluso a un precio muy generoso. Y, aunque aún no había abandonado la idea de comprar la empresa, se veía obligado a diseñar una nueva estrategia.


Quería convencerlos de que, con sus expertos consejos y generoso apoyo económico, sería posible ampliar el negocio en Estados Unidos y China. Y luego, cuando estuvieran endeudados hasta el cuello, les quitaría la alfombra bajo los pies para hacerse cargo de la firma, arruinando a la familia Chaves. Con eso en mente había hecho amistad con el hijo de Elias Chaves, Tomas, director gerente de la empresa.


El único fallo en su estrategia era que estaba tardando más de lo esperado en arrastrar por el suelo el nombre de la familia. Tres meses de maniobras y aún no había logrado su objetivo. El problema era que el hijo y el tío eran competentes como hombres de negocios, pero muy conservadores. Y, de nuevo desafortunadamente para él, ninguno de los dos era avaricioso ni quería arriesgarse innecesariamente.


¿Y por qué iban a hacerlo? La empresa tenía ciento sesenta años y ninguno de los dos había tenido que luchar para ganarse la vida o para ser aceptados por la sociedad.


Pedro, cariño, ¿en qué estás pensando?


La experiencia le había enseñado a contestar a esa pregunta con una mentira.


—Estaba pensando en las cifras del Dow Jones… nada que te interese, Eloisa.


—En lo único en lo que deberías estar pensando es en mí —respondió ella, apoyando la cara en su hombro.


—Ahórrate los coqueteos para tu marido. Yo soy inmune —replicó Pedro.


IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 4

 


Después de la cena, cuando la orquesta empezó a tocar y Pedro y Eloisa fueron a la pista de baile, Paula no podía dejar de mirarlos. Hacían una pareja fabulosa. Y por cómo se apoyaba Eloisa en él no había duda de que entre ellos había una relación íntima.


Paula se volvió hacia Antonio para preguntarle lo que llevaba casi una hora deseando preguntar: ¿Quién era Pedro Alfonso?


Según su tío, era el fundador de una empresa que conseguía enormes beneficios comprando, reestructurando y volviendo a vender empresas por todo el mundo. Por lo visto, era un hombre de gran influencia y poder. Y extremadamente rico. Era reverenciado en todo el mundo como un genio de las finanzas. Su nacionalidad no estaba muy clara; su nombre era hispano pero algunos lo consideraban griego porque hablaba el idioma como si hubiera nacido allí.


Había rumores de todo tipo sobre él. Según su tía Marisa, su abuela había sido madama de un burdel de lujo en Perú y su madre la amante de un magnate griego. Pedro Alfonso, decían, era el resultado de esa relación.


Su tía también le contó que tenía una magnífica villa en una isla griega, una enorme finca en Perú, un lujoso apartamento en Nueva York y otro en Sidney. Recientemente había adquirido un prestigioso edificio de oficinas en Londres, en cuyo ático residía cuando estaba en la ciudad, y seguramente tendría más propiedades. Ah, y las fiestas que organizaba en su yate eran famosas.


Antonio intentó dejar a un lado los cotilleos, contándole que había conocido a Pedro unos meses antes en una conferencia en Europa, donde se hicieron amigos. De ahí que Tomas lo hubiese invitado esa noche. De hecho, los expertos consejos de Pedro Alfonso habían sido fundamentales para su decisión de diversificar y ampliar Ingeniería Chaves, le dijo su tío casi con tono reverencial.


Para Paula era una noticia que la empresa familiar necesitara diversificarse y ampliarse, pero no tuvo tiempo de hacer preguntas porque su tía volvió a intervenir. Aparentemente, Pedro era un soltero tan famoso por las mujeres con las que había mantenido relaciones como por su habilidad en los negocios. Sus incontables aventuras con modelos y actrices eran, aparentemente, documentadas por la prensa del corazón.


En realidad, eso fue un alivio. De modo que su reacción ante aquel hombre era normal... emitía un magnetismo animal que probablemente afectaba a todas las mujeres de la misma forma. Y si había que creer lo que contaban de él, Pedro Alfonso se aprovechaba bien de eso. No era el tipo de hombre con el que una mujer que se respetase a sí misma quisiera tener una relación.


Después de su desastroso compromiso con Nicolas, Paula tenía ideas muy firmes sobre el tipo de hombre con el que quería casarse. Quería uno en el que pudiera confiar. Desde luego, no un mujeriego famoso en todo el mundo. Además, ella no tenía prisa por casarse. Le gustaba demasiado su trabajo como para interrumpir su carrera por un hombre.


Tomando un sorbo de café, sonrió cuando sus tíos se levantaron para ir a la pista de baile. Luego, mirando alrededor, comprobó que en la mesa sólo quedaban Maximo y ella.


Ella, que era una chica naturalmente alegre, también era realista y nunca dejaba que algo que no podía cambiar la molestase durante mucho tiempo. Creía firmemente en ser positiva y en aprovechar cada situación, por adversa que fuera. Ni el disfraz que su cuñada le había comprado ni su extraña reacción ante Pedro Alfonso iban a evitar que disfrutase de la fiesta.


—Bueno, Maximo, ¿quieres bailar? —le preguntó.


El hombre se levantó a toda prisa.


—Encantado —contestó, mirándola con admiración—. Es usted muy guapa, señorita —dijo luego, tomando su mano para llevarla a la pista de baile.


Máximo era un poco más alto que Paula y bastante más grueso, pero también era un buen bailarín y Paula decidió pasarlo bien.





domingo, 20 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 3

 


Sí, era el disfraz perfecto para él. Negro y amenazador. Paula lo miró a los ojos y le pareció ver algo un brillo de… ¿ira? ¿Por qué? No tenía ni idea, pero decidió que debía controlar su loca imaginación. Ningún hombre la había afectado nunca de esa forma. Había conocido a muchos y se había sentido atraída por unos cuantos, pero nunca de esa forma.


Tenía veinticuatro años, era arqueóloga marina y había pasado los dos últimos, después de terminar la carrera, haciendo prácticas. Sus colegas eran en su mayoría hombres, exploradores, buceadores y compañeros arqueólogos, dedicados a localizar pecios y artefactos en el fondo del mar.


Algunos de ellos le parecían atractivos, pero nunca había sentido aquel calor, aquella excitación que Pedro Alfonso despertaba con una sola mirada.


«Tranquilízate», se dijo. Había ido con una mujer guapísima que debía ser su novia y, mientras ella se consideraba pasablemente atractiva, no era competencia para la tal Eloisa.


¿Competencia? ¿En qué estaba pensando?


A los veintiún años, después de un desastroso compromiso que había terminado abruptamente cuando encontró a su prometido en la cama con su compañera de facultad, había decidido olvidarse de los hombres para siempre.


Nicolas era contable en la empresa de su padre.


Un hombre del que se había enamorado a los dieciséis años; un hombre que la había besado el día que cumplió los dieciocho, diciendo sentir lo mismo por ella; un hombre que le había ofrecido consuelo y apoyo cuando su madre murió y cuya proposición de matrimonio había aceptado poco después. Un hombre que, cuando lo encontró en la cama con su compañera, admitió que llevaba un año engañándola. Su compañera, y supuesta amiga, clavó un poco más el cuchillo en su corazón diciéndole que era una tonta; Nicolas sólo estaba interesado en ella por su dinero y sus contactos.


Lo cual era de risa. Sí, seguramente la casa de sus padres valía millones, pero ellos vivían allí, habían vivido allí durante generaciones. Y aunque el negocio familiar aportaba dividendos a los accionistas todos los años, no era una fortuna. Pero en ese momento, sintiéndose traicionada, juró que jamás competiría por un hombre. Y, la verdad, durante los años siguientes nunca había sentido la necesidad de hacerlo. Quizá por eso no había vuelto a tener una relación importante, pensó, irónica.


—Sí, claro, ahora lo veo —respondió por fin—. Un ángel caído.


—Te perdono —dijo Pedro con una sonrisa que le robó el aliento.


—No recuerdo haberme disculpado —replicó ella cuando pudo hablar.


En ese momento llegaron los dos últimos invitados y Paula suspiró aliviada. Eran su tía Marisa, la hermana mayor de su padre, y su marido, Antonio Browning, que además era el presidente del consejo de administración de Ingeniería Chaves desde la muerte de su padre.


Pero un comentario de Pedro Alfonso, hecho en voz baja, volvió a sorprenderla:

—Pero si te gusta más un demonio, seguro que se puede arreglar.


Paula lo miró, atónita. ¿Habría oído mal? ¿Estaba coqueteando descaradamente con ella sin conocerla de nada… y con su novia al lado?