lunes, 21 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 4

 


Después de la cena, cuando la orquesta empezó a tocar y Pedro y Eloisa fueron a la pista de baile, Paula no podía dejar de mirarlos. Hacían una pareja fabulosa. Y por cómo se apoyaba Eloisa en él no había duda de que entre ellos había una relación íntima.


Paula se volvió hacia Antonio para preguntarle lo que llevaba casi una hora deseando preguntar: ¿Quién era Pedro Alfonso?


Según su tío, era el fundador de una empresa que conseguía enormes beneficios comprando, reestructurando y volviendo a vender empresas por todo el mundo. Por lo visto, era un hombre de gran influencia y poder. Y extremadamente rico. Era reverenciado en todo el mundo como un genio de las finanzas. Su nacionalidad no estaba muy clara; su nombre era hispano pero algunos lo consideraban griego porque hablaba el idioma como si hubiera nacido allí.


Había rumores de todo tipo sobre él. Según su tía Marisa, su abuela había sido madama de un burdel de lujo en Perú y su madre la amante de un magnate griego. Pedro Alfonso, decían, era el resultado de esa relación.


Su tía también le contó que tenía una magnífica villa en una isla griega, una enorme finca en Perú, un lujoso apartamento en Nueva York y otro en Sidney. Recientemente había adquirido un prestigioso edificio de oficinas en Londres, en cuyo ático residía cuando estaba en la ciudad, y seguramente tendría más propiedades. Ah, y las fiestas que organizaba en su yate eran famosas.


Antonio intentó dejar a un lado los cotilleos, contándole que había conocido a Pedro unos meses antes en una conferencia en Europa, donde se hicieron amigos. De ahí que Tomas lo hubiese invitado esa noche. De hecho, los expertos consejos de Pedro Alfonso habían sido fundamentales para su decisión de diversificar y ampliar Ingeniería Chaves, le dijo su tío casi con tono reverencial.


Para Paula era una noticia que la empresa familiar necesitara diversificarse y ampliarse, pero no tuvo tiempo de hacer preguntas porque su tía volvió a intervenir. Aparentemente, Pedro era un soltero tan famoso por las mujeres con las que había mantenido relaciones como por su habilidad en los negocios. Sus incontables aventuras con modelos y actrices eran, aparentemente, documentadas por la prensa del corazón.


En realidad, eso fue un alivio. De modo que su reacción ante aquel hombre era normal... emitía un magnetismo animal que probablemente afectaba a todas las mujeres de la misma forma. Y si había que creer lo que contaban de él, Pedro Alfonso se aprovechaba bien de eso. No era el tipo de hombre con el que una mujer que se respetase a sí misma quisiera tener una relación.


Después de su desastroso compromiso con Nicolas, Paula tenía ideas muy firmes sobre el tipo de hombre con el que quería casarse. Quería uno en el que pudiera confiar. Desde luego, no un mujeriego famoso en todo el mundo. Además, ella no tenía prisa por casarse. Le gustaba demasiado su trabajo como para interrumpir su carrera por un hombre.


Tomando un sorbo de café, sonrió cuando sus tíos se levantaron para ir a la pista de baile. Luego, mirando alrededor, comprobó que en la mesa sólo quedaban Maximo y ella.


Ella, que era una chica naturalmente alegre, también era realista y nunca dejaba que algo que no podía cambiar la molestase durante mucho tiempo. Creía firmemente en ser positiva y en aprovechar cada situación, por adversa que fuera. Ni el disfraz que su cuñada le había comprado ni su extraña reacción ante Pedro Alfonso iban a evitar que disfrutase de la fiesta.


—Bueno, Maximo, ¿quieres bailar? —le preguntó.


El hombre se levantó a toda prisa.


—Encantado —contestó, mirándola con admiración—. Es usted muy guapa, señorita —dijo luego, tomando su mano para llevarla a la pista de baile.


Máximo era un poco más alto que Paula y bastante más grueso, pero también era un buen bailarín y Paula decidió pasarlo bien.





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