martes, 18 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 14

 


Él la condujo hacia las mesas de comida. Charlaron amigablemente con los invitados mientras se llenaban los platos de comida. Encontraron una mesa vacía y se sentaron, concentrándose en lo que tenían delante y la gente los dejó en paz por un rato.


Paula se sentía extrañamente contenta por estar a solas con Pedro. Cuando estaba tranquilo su presencia la confortaba. Había una fuerza innata en él que se transmitía hasta ella. Podía comprender perfectamente la consternación de Johanna ante su matrimonio. Si él fuera suyo, suyo de verdad, podría encontrar duro, casi imposible el perderlo. Pero no era suyo. Incluso a pesar de compartir su apellido, no tenía derecho a nada más. Ese era el trato.


Suspiró en su interior y dejó a un lado el tenedor. ¿Cómo terminaría todo eso? Sus pensamientos y sentimientos la preocupaban, pero al mismo tiempo, el año que tenía por delante le proporcionaba una excitación que nunca antes había experimentado.


En ese momento, Pedro la miró.


—¿Qué te ofreció Carmichael? —le preguntó de repente, las palabras le salieron de la boca antes de que pudiera evitarlo.


—¿Ofrecerme? ¿De qué me hablas?


—Vamos a dejar de jugar, Paula. Los dos sabemos que estaban hablando de las acciones.


La sorpresa de Paula se reflejó en su rostro. No tenía ni idea de lo que él quería decirle.


—No hablamos de las acciones. Yo no le dije que las tuviera y no creo que él lo supiera. A no ser que tú se lo hayas dicho.


—¡No seas ridícula! Carmichael ha estado detrás nuestro durante años, tratando de conseguir un sitio en el consejo de administración.


—Bueno ¿y cómo demonios se suponía que yo iba a saber eso?


—Pues ahora te lo estoy diciendo.


—¿Es eso lo que hay entre vosotros? ¿Por lo que te has mostrado tan hostil con él?


—Tú también te mostrarías hostil con él si le hubiera hecho a tu familia lo que le ha hecho a la mía.


—¿Como qué?


—No me apetece hablar de eso ahora.


—¿Por qué no? Lo que haya sucedido en el pasado ahora me afecta a mí también. Creo que tengo derecho a saber.


Pedro apretó los dientes y ella se dio cuenta de que estaba sopesando cuánto debía de contarle.


—Él nos quitó una compañía. Era un negocio por el que mi padre había trabajado mucho y duramente durante años. Encontró de alguna manera la forma de apoderarse de ella y mi padre nunca se recuperó de esa pérdida. Murió de un ataque al corazón un poco después —le dijo Pedro mientras apartaba su plato; se le había pasado el apetito—. Ése es tu «agradable» señor Carmichael.


De alguna manera, Paula sabía que había más que eso, pero pensó que era una sabia medida el aceptar de momento esa explicación. Ya conocería el resto en otra ocasión.


—Entonces. ¿Qué es exactamente lo que me estabas diciendo, Pedro?


—Te estaba diciendo que te mantuvieras apartada de él. Si descubre que tienes una parte de la compañía, te seguirá los pasos de cerca.


—A mí no me digas con quién debo o no debo de hablar, Pedro. No voy a tolerar que me supervises mis amistades.


—Carmichael no es un amigo. Sólo lo parece para conseguir lo que quiere.


—Ya veremos —le contestó ella volviendo a comer, dando por zanjado el tema.


Pedro le dio un puñetazo a la mesa.


—¡No «veremos» Paula! ¡Mantente apartada de él!




EL TRATO: CAPÍTULO 13

 


Paula se enfrentó entonces con la mirada de enfado de Pedro.


—¿Por qué has sido tan mal educado? Parecía ser muy agradable…


—Las apariencias engañan —la interrumpió Pedro—. ¿Qué te estaba diciendo?


Eso era una exigencia, no una pregunta.


—¿Qué quieres decir? Estábamos charlando, eso es todo.


—¡Pues a mí no me parecía una simple charla! ¡Parecía como si fuera a darte un beso! Por Dios, se supone que eres mi esposa. No te preocupa lo que piense la gente, viéndote en una esquina con un hombre de una manera que parecía muy íntima.


—¡Una manera muy íntima! ¡Y eres tú el que lo dice! Cuando estabas ahí con esa… esa mujer ¿o debo decir «señorita»? colgándote del cuello. Por lo menos yo tuve la decencia de irme a una esquina. ¿Qué estoy diciendo? ¡Yo no estaba haciendo nada! Ese hombre sólo se estaba comportando amablemente. Estaba cansada y bastante disgustada y él trató de consolarme. ¿Y por qué me molesto en contarte esto? ¡No te debo ninguna explicación!


Paula empezó a marcharse, pero Pedro la agarró por la muñeca y la hizo volverse tan de golpe que ella perdió el equilibrio.


—¡Tú eres mi esposa!


—¡Y tú mi marido!


Pedro se quedó mirándola durante un largo instante, luego respiró profundamente y la soltó.


—De acuerdo, tienes razón. Me he pasado. Vamos a hacer un trato ¿de acuerdo? Durante el próximo año, lo que tarde esto en resolverse, procuraremos no avergonzar al otro en público. ¿Qué te parece?


Paula se apartó de él.


—¿Y en privado?


—Paula—le previno—, no…


—¿No qué? ¿Que no piense? ¿Que no sienta? Que sólo actúe o reaccione. ¡No sé cómo voy a poder soportarlo!


—Los dos convinimos que era la mejor forma.


—Sí, pero estoy empezando a arrepentirme enormemente de esa decisión.


Pedro se quedó mirando al suelo por un momento y luego la tomó de la mano. Le acarició lentamente los nudillos y se quedó maravillado de lo pequeña y delicada que era esa mano. Esto no iba como lo había planeado desde el mismo momento en que la vio. ¿Por qué había reaccionado tan fuertemente cuando la vio junto a Carmichael?


Si esa «boda» iba a tener que funcionar medio bien iba a tener que controlarse mucho en lo que a ella se refería. Pero, maldición ¡esa mujer podía sacarlo de quicio! Respiró profundamente y miró al cielo como en busca de una respuesta. Control, se dijo a sí mismo. Primero y sobre lodo, control.


—Mira, lo siento. Trataré de no volver a comportarme así en el futuro. Hemos tenido un mal comienzo hoy y te pido disculpas por ello. Vamos a hacer lo que podamos para disfrutar del resto del día ¿de acuerdo?


Paula se soltó lentamente la mano. Sus palabras la habían tranquilizado un poco, pero su contacto era turbador. La verdad era que lo que más quería en ese momento era aceptar la rama de olivo que él le estaba ofreciendo. Estaba más confusa que nunca por sus cambiantes emociones.


—Sí, de acuerdo —le dijo, mirando a donde se servían los canapés—. ¿Vamos a comer algo? Me muero de hambre.


—Y yo. Vamos —le contestó Pedro sonriendo.


Por segunda vez ese día, ella se puso nerviosa por la transformación que sufría su rostro cuando sonreía. El efecto era tan completo que era como si la traspasara. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que no se le ocurría otro sitio donde pudiera estar mejor que a su lado. Se sentía muy atraída por él y, teniendo en cuenta las circunstancias, esa atracción no era solamente estúpida, sino también peligrosa.




EL TRATO: CAPÍTULO 12

 


A pesar de eso, el verlos abrazados le revolvía el estómago. «No te pertenece, Paula», se dijo a sí misma. Estaba tan ocupada observándolo que no se dio cuenta de que Darío le estaba hablando.


—¿Qué? Perdóneme, señor Carmichael, estaba pensando en otra cosa.


Dario miró en la dirección de Johanna y Pedro, quienes ahora estaban separados y charlaban amigablemente.


—Sí —dijo—. Ya me doy cuenta en qué. No deje que Johanna la impresione. Había planeado esto muy cuidadosamente. Trata de consolar a un corazón roto.


—¿Son amantes? —preguntó Paula.


El rostro de Dario reflejó la sorpresa que le causaba esa pregunta.


—¿Amantes? Realmente no lo sé. Supongo que puede ser. Estuvieron saliendo juntos una temporada. Pero creo que, fuera lo que fuese lo que había entre ellos, estaba más en la mente de Johanna que en la realidad. Durante años ha sentido «algo» por Pedro. Incluso antes que Marcia.


—¿Marcia? ¿Su primera esposa?


Dario asintió.


—Para ser su novia, me parece que sabe muy poco de su esposo.


Paula sintió cómo él la estudiaba, como si quisiera leerle los pensamientos.


—Es cierto —dijo ella—. No nos conocemos muy bien.


—Se podría decir que nos habéis tomado por sorpresa. Nadie sabía que Pedro estuviera saliendo con alguien en serio y, mucho menos, que estuviera pensando en casarse.


—Hemos tenido un noviazgo muy corto —le contestó Paula bajando la mirada, incapaz de mirarlo a la cara para decir semejante mentira.


Dario la tomó de la barbilla, obligándola a mirarlo.


—Paula, usted parece ser una persona muy dulce, y muy vulnerable. No sé exactamente lo que está pasando aquí y me parece que usted no quiere hablar de ello, pero si lo hace alguna vez, prométame que pensará en mí. Yo puedo representar un hombro muy agradable sobre el que llorar, especialmente en lo que se refiere a los Alfonso. Y, querida, parece como si estuviera necesitando uno.


Su amabilidad la debería de haber consolado, pero sucedió todo lo contrario. Luchó contra las lágrimas, pero no pudo controlarlas. Dario le tomó el rostro entre las manos y se las enjugó.


—Hey —le dijo suavemente—. No…


—Ya veo que conoces a mi esposa, Carmichael.


La voz de Pedro les llegó alta y clara. Los dos dieron un respingo y él le quitó las manos del rostro. Paula se sintió como si la hubiera cogido con las manos en la masa y, tal como la miraba Pedro, él pensaba lo mismo.


—Hola, Pedro. Estábamos hablando de tu matrimonio —le dijo Dario sonriéndole tranquila y sinceramente, mientras le ofrecía la mano—. Enhorabuena.


Pedro no le dio la mano y Darío retiró la suya sorprendido. Paula sabía que Pedro estaba enfadado por ese gesto de la mandíbula que ya le estaba resultando tan familiar. Le agradecía a Dario que se hubiera retirado sin decir nada, más por ella que por él mismo. Notaba que algo iba muy mal entre los dos hombres, algo que iba mucho más lejos y era más profundo que el episodio que acababa de suceder. Asintió levemente cuando Dario se disculpó y se marchó. Pero instintivamente sabía que no iba a ser la última vez que lo viera.



lunes, 17 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 11

 


—¡Ah, aquí estás, querida! —dijo Eleonora—. Ven por aquí, todo el mundo se muere de ganas de conocerte.


Paula murmuró algo, pero la siguió. Trató de ver a Pedro, pero no estaba por ninguna parte. Tenía que detener eso. Lo conocía sólo desde hacía unas horas y se estaba transformando rápidamente en una obsesión. Era necesario que encontrara la mejor forma de tratar con un hombre que estaba tan claramente fuera de sus círculos habituales. Era un hombre sofisticado, sarcástico, exigente, y nada parecido a nadie que hubiera conocido anteriormente. Lo más fácil podría ser ignorarlo. Cerró los ojos por un momento y se repitió mentalmente que no existía.


Con ese pensamiento sólidamente implantado en la mente, Paula alcanzó su reserva interior de encanto y logró sonreír a un montón de gente que le presentaba Eleonora. Una hora más tarde, estaba agotada y segura de que no había nadie a quien no hubiera saludado. Le parecía como si Eleanora la estuviera arrastrando más que guiándola.


Paula estaba a punto de pedirle un momento de respiro, cuando se percató de un hombre alto y pelirrojo que estaba al lado de una mujer muy atractiva. Le hacía señas a Eleonora para que se les acercara.


—Oh, querida —dijo Eleonora—. Me había olvidado de él. Y de ella. Ven, es mejor que te los presente ahora mismo y terminemos cuanto antes.


—¡Eleanora! —dijo el hombre dándole la mano—. ¡Me encanta volverte a ver! Gracias por invitarme a esta fabulosa celebración! Yo creía que era «persona non grata» por aquí.


—¡Dario! No seas tonto. Sean cuales sean las diferencias que tengáis en los negocios Eduardo y tú, se dejan en la puerta. Ya lo sabes. ¡Hemos sido amigos durante años!


—Bueno, te lo agradezco sinceramente. Por favor, preséntanos a esta hermosa novia.


Paula estaba estudiando al hombre mientras hablaba. Era tan alto como Pedro, pero mucho más grande, más ancho. Su cabello rojizo y los brillantes ojos azules estaban como fuera de lugar en su ruda complexión, lo que sugería que trabajaba a la intemperie, o que, por lo menos, se pasaba mucho tiempo allí. El traje que llevaba estaba bien cortado y era caro, pero parecía como si no pegase con su gran tamaño. La miró directamente a los ojos cuando le ofreció la mano.


—Paula, éste es Dario Carmichael, un viejo amigo y socio de los Alfonso. Y esta adorable joven es Johanna Cassidy.


—Felicidades por tu matrimonio. Ya era hora de que atraparan al escurridizo Pedro. Ya pensábamos que era una causa perdida —dijo Johanna.


—Eso es que no conoces bien a Pedro si piensas que se puede dejar atrapar por alguien —contestó Eleonora—. Él no hace nada que no quiera. Sólo hay que verlos juntos para saber que ha sido cosa del amor. ¿Por qué habrá tenido que apartarlos Eduardo allá en el altar?


Paula casi se atragantó con el champán y se ruborizó hasta la raíz del cabello. Se maravilló por la rápida defensa de Eleonora y, cuando trataba de pensar cómo seguiría la cosa, observó un destello en los ojos de Dario.


—Perdonadme —dijo Johanna—. Ahí está Pedro y quiero darle mi enhorabuena personalmente.


Johanna se dirigió directamente hacia el bar, donde estaba Pedro hablando con un grupo de hombres. En ese mismo momento, una señora mayor saludó con un gesto a Eleonora.


—Vais a tener que perdonarme a mí también. Ahí está la señora Naughton y tengo que hablar con ella.


Antes de que Paula pudiera abrir la boca, Dario le contestó:

—Ve con ella, Eleonora. Me encantará entretener a la señora Alfonso, si ella me lo permite.


Paula asintió y Eleonora se marchó, dejándola con ese hombre bien parecido y bastante perturbador. Levantó la copa de champán y le dio otro sorbo. Se quedó helada cuando vio a Johanna. Tenía sus largos brazos pasados posesivamente por el cuello de Pedro y le sonreía mientras se apoyaba en él con todo el cuerpo. Pedro le había puesto las manos en la cintura, a la vez sujetándola y manteniendo cierta distancia entre ellos, aunque Paula no podía decir cuánta. De todas formas, a juzgar por su expresión, Paula no pensaba que alguna vez la hubiera echado de su cama. La cuestión era ¿lo haría ahora que estaba casado?


Trató de decirse a sí misma que eso no debía de preocuparle, que no tenía derecho para pedir o esperar algo así de él con el tipo de arreglo al que habían llegado. Si él tenía algo con Johanna ¿por qué no continuarlo? Su matrimonio era un trato de negocios, así de sencillo, y su vida privada era cosa suya, de nadie más.




EL TRATO: CAPÍTULO 10

 


Cuando Paula y Pedro volvieron al jardín, la fiesta estaba en todo su apogeo. La gente andaba por allí bebiendo champán y tomando canapés mientras unos camareros uniformados se movían entre la multitud.


Paula estaba impresionada. Sabía que la familia Alfonso era rica y, evidentemente, no les importaba gastarse el dinero. Pero ¿Por qué por esta razón? Eso era una celebración por todo lo alto. Bajo otras circunstancias, a ella le hubiera encantado que la familia de su marido aprovechara para presentarles a sus amigos y socios de esa manera tan espléndida. Pero, teniendo en cuenta todo lo que había pasado, esa fiesta lo único que lograba era despertar su suspicacia.


Pedro tomó dos copas de champán de una bandeja. Se dio cuenta de la expresión de extrañeza de Paula cuando le pasó su copa y le preguntó:

—Un montaje un poco impresionante ¿no?


—Sí. En realidad, demasiado impresionante.


—¿No crees que te lo mereces?


—Ése no es el caso —le contestó ella mirándolo a los ojos.


—¿Entonces cuál, señora Alfonso?


Paula lo miró cuando él la llamó por su nuevo nombre. Se dio cuenta del brillo de sus ojos y supo lo hábilmente que él la había puesto en su sitio.


—El caso es «señor Alfonso», que esta boda… y nuestro matrimonio, es una farsa. Lo que no veo es la razón por la que habéis querido celebrarlo.


La expresión de Pedro no mostró enfado, sino sólo resignación.


—Es cosa de Eleonora. Es así de romántica. Edu y yo no tuvimos corazón… o valor, para evitarlo. Ella no pudo hacerlo la primera vez y siempre se sintió un poco frustrada.


—¿La primera vez? —preguntó Paula.


—Sí, estuve casado antes. Creía que lo sabías.


Paula agitó la cabeza; no confiaba en su voz. ¿Por qué la preocupaba el que él hubiera estado casado antes?


—¿Qué pasó?


—Nos divorciamos. Hace años. Nos conocimos durante un partido de fútbol en la universidad y la familia nunca me lo perdonó.


—¿La querías?


Y ahora ¿por qué decía eso? Paula se quedó mirando a la multitud, incapaz de mirarlo a la cara, temerosa de lo que pudiera ver allí.


Pedro le tomó la barbilla con la mano y la hizo mirarlo a los ojos.


—¿Te importa?


—No ¡por supuesto que no! ¿A mí qué más me da el número de esposas o amantes que hayas tenido?


Ella volvió el rostro de nuevo y él dejó caer la mano.


—Entonces ¿por qué me lo has preguntado?


—No lo sé. Era una forma de hablar.


—Eres una mujer extraña, señora Alfonso.


—¿Que yo soy extraña? —le dijo casi gritando.


Dándose cuenta de que estaba en medio de la gente, bajó la voz y continuó:

—¡Es para reírse! Esto —dijo abarcando con un gesto el jardín—, es lo más extraño que he visto en mi vida. ¡Esta boda os debe de haber costado el dinero suficiente como para mantenernos a Mateo y a mí durante un año entero! ¿Por qué no os habéis ahorrado esto y me habéis dado el dinero en vez de… ¿esta farsa?


Pedro tenía la mandíbula apretada y la expresión dura. La agarró por la muñeca y se la acercó hasta que estuvieron separados sólo por algunos centímetros.


—Dinero. Es eso lo que te interesa ¿no? ¡Tengo que estármelo recordando continuamente para no olvidarlo!


Ella se liberó de su sujeción.


—¡No te preocupes! ¡Me encantará recordártelo yo misma!


Paula se dio la vuelta para apartarse tanto como le fuera posible de toda aquella multitud sonriente, pero Pedro la siguió de cerca.


—¡Espera!


Ella se detuvo y se dio la vuelta. Estaba enfadada y, aunque una pequeña parte de ella estaba como arrepentida por ello, veía que tenía razón.


Pedro la llevó a un sitio un poco apartado para tener un poco de intimidad.


—¿Qué pasa? —le preguntó ella.


El fuego de sus ojos era solamente el barómetro de sus sentimientos. El enfado de ella se disipó. Era tan bien parecido. Tan masculino. Sentía la tentación de tocarlo, de tratar de borrar ese gesto de su barbilla. Sin querer, su mano le acarició esa tensa barbilla, pero él se la agarró a medio camino.


—Toma —le dijo poniéndole algo en la mano—. Te has olvidado de algo, señora Alfonso.


Luego, se dio la vuelta y la dejó sola.


Ella abrió la mano y los ojos se le llenaron de lágrimas cuando vio lo que contenía. Era el anillo de bodas de J.C.



EL TRATO: CAPÍTULO 9

 


Paula estaba físicamente convulsa. Tenía las manos como el hielo y colgaban a sus costados mientras una gente a la que no conocía se le acercaba para felicitarla. Sonreía y aceptaba las felicitaciones tan amablemente como le era posible, mientras trataba de evitar la mirada de Pedro. Sabía que si él le veía la cara, se daría cuenta de lo profundamente que le había afectado ese beso.


Nadie la había besado antes de esa forma; y lo que era peor ¡ella nunca le había devuelto un beso a nadie! La había cogido completamente por sorpresa. Eso la había confundido y, más que nada, la había excitado.


Pedro estaba al otro lado, recibiendo también las enhorabuenas de los invitados, y Eduardo estaba con él.


—¿A qué ha venido eso? —le preguntó Eduardo.


Pedro no pretendía evitar responder á la pregunta de su hermano y, sacando un poco de orgullo masculino, le contestó:

—Le estaba enseñando una pequeña lección.


—¡Pues algunas lecciones más como ésa y ya podemos despedirnos de anular el matrimonio!


Al cabo de un rato apareció por allí un tipo con un montón de equipo fotográfico y Eleonora tomó de los brazos a Paula y a Pedro y los puso delante del trípode.


¿Una foto de boda? Paula agitó la cabeza, sin poder creerse que alguien de la familia quisiera seriamente que ese día pasara a la posteridad. Pero debía de ser así, ya que Eleonora se puso entre ellos.


El fotógrafo les dijo cómo debían ponerse y que sonrieran. Tardó un rato en estar preparado y en hacer una foto detrás de otra, hasta que a Paula le dio la impresión de estar haciendo una sesión de fotos para publicidad, en vez de un álbum de bodas. Le dolía la mandíbula de tanto sonreír. Todas esas sonrisas eran artificiales y sabía que, cuando revelaran las fotos, la imagen sería lo mismo. Se preguntó cómo se sentiría Pedro después de ese beso devastador, ya que no se había atrevido a mirarlo mucho para que él no se diera cuenta de su mirada. ¿Y qué reflejaba esa mirada? ¿Deseo? ¿Pasión? ¿Miedo?




domingo, 16 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 8

 


Paula observó el jardín a través de los visillos del ventanal. Patricio Bradly estaba cerca, hablando de algo con Eleonora. No podía ver a dónde había ido Pedro después de que saliera como una furia del estudio con Eduardo siguiéndolo. Los invitados ya estaban listos para conocer a la novia.


Cerró un momento los ojos para tratar de recobrarse. No podía seguir con eso, especialmente después de la escena del estudio con Pedro.


Sintió cómo Patricio le tocaba un brazo. Ya era el momento. No había forma de escaparse. Dentro de pocos minutos sería la esposa del señor Pedro Alfonso durante un año. Para bien o para mal, estaba explorando de nuevo un territorio desconocido, empezando una nueva vida como había hecho hacía ocho años, cuando conoció a Mateo y a J.C. Sólo que esta vez no era una joven huérfana, sino una mujer madura que iba a encontrarse con el extraño que iba a ser su marido.


Aceptó el brazo de Patricio y se dirigieron al jardín siguiendo los acordes de la famosa marcha nupcial. Las sillas estaban meticulosamente ordenadas en filas y cada una estaba decorada por un ramillete de orquídeas blancas. La impecable alfombra que cubría el suelo hacía que la hierba de primavera crujiera bajo los pies al caminar.


Mantuvo baja la mirada, levantándola sólo ocasionalmente mientras Patricio la guiaba. Cada vez que la levantaba, se encontraba con un montón de ojos interrogantes observándola.


«Deben de estar preguntándose la razón por la que él me ha pedido en matrimonio. ¡Si supieran!», pensó.


Si Paula se preguntaba lo que estarían pensando de ella los invitados, Pedro no lo hacía. Lo sabía. Tenía la mirada fija en ella mientras se aproximaba como si fuera en cámara lenta. Aunque quisiera no podía apartar la mirada. Era preciosa. Y parecía tan vulnerable. La vio mirar levemente a los invitados y luego volver a bajar los ojos. Dentro de pocos minutos esa mujer sería su esposa. Una especie de amargura le recorrió el cuerpo cuando lo pensó; el corazón empezó a latirle fuertemente. Hubiera querido alcanzarla a medio camino y tomarla en sus brazos. También quería castigarla de alguna manera por lo que le estaba haciendo.


Ella llegó a su lado y Patricio les hizo juntar las manos. Pedro se quedó mirándola y ella hizo lo mismo. Por un momento, Pedro se quedó como encantado por esos grandes ojos azules olvidándose incluso de quién era ella, él y lo que iban a hacer.


Paula sonrió, como si le ofreciera la paz, pero al mismo tiempo, de una forma tremendamente sensual y seductora, Pedro se quedó helado, interpretando mal la sonrisa, no la tomó como un truco, sino como una señal de triunfo. Su corazón latió con más fuerza. Volvió rápidamente la cabeza y le hizo un gesto al sacerdote para que empezara con la ceremonia.


Paula respiró profundamente. Por un momento, todos los problemas desaparecieron. El rostro de Pedro estaba tranquilo y su mirada receptiva. El hombre encantador del estudio había vuelto por un segundo. Luego volvió a transformarse en algo pétreo. Él separó su mano de la de ella y a Paula no le quedó más remedio que prestar atención a lo que estaba diciendo el sacerdote, pero las palabras carecían de significado. Hablaba de amor, de respeto mutuo, de una unión completa, de una vida en común… y nada de eso tenía nada que ver con ese matrimonio. Lo que tenían en común, si se le podía llamar así, estaba en las acciones y el dinero y, probablemente, no duraría más que un año. Le parecía estar desperdiciando las palabras y ese bonito y despejado día.


Ella respondió de la forma esperada, sin que le temblara la voz, a pesar de que su mente estaba en otra época, en otro día, cuando se casó con J.C. En contraste, ese día le había producido un sentimiento de alegría. Ahora no era así, solamente había vacío y miedo, en especial por el futuro y por lo que podría significar vivir con ese hombre.


Cuando Pedro puso su mano sobre la de ella, se dio cuenta de que era el momento de los anillos. Oyó cómo decía algo y se dio cuenta de a lo que se refería. Se le había olvidado quitarse su propio anillo de boda, el que le había puesto J.C. Rápidamente, Pedro se lo quitó antes de ponerle el suyo. Le quedaba un poco grande, pero era muy bello. Debía de haber pertenecido a su madre. Mientras lo admiraba, se dio cuenta de que, antes de que pasara un año iba a tener que devolvérselo. Como el apellido Alfonso, eso era sólo un préstamo.


Cuando el sacerdote les dijo que eran marido y mujer, sintió cómo se le agolpaban las lágrimas en los ojos. El sacerdote sonrió y tocó a Pedro en el brazo.


—Puede besar a la novia.


Pedro hizo que se diera la vuelta hasta que estuvo frente a él, tratando de darle un beso en la mejilla. Pero cuando Paula levantó el rostro y esos enormes ojos color zafiro aparecieron con sus brillantes lágrimas, algo parecido a una explosión se produjo en su interior. Una especie de urgencia protectora surgió de alguna parte que él no conocía y se encontró abarcándola en sus brazos. Sus labios se encontraron, suavemente, sin estar seguro de su respuesta. La notó relajarse contra él y la sujetó más firmemente mientras ella le pasaba las manos por el cuello.


Se encontraron muy levemente al principio y ella suspiró muy cerca de su boca. Pedro le apretó los labios con los suyos, de una forma que ya no era amable, sino exigente, tomando todo aquello que ella quería darle. Se quedaron así, abrazados el uno al otro mientras sus sentidos se relajaban.


Nadie le había sabido nunca así, pensó Pedro, nadie le había hecho sentir lo mismo. Se estaba ahogando y no le importaba.


En alguna parte se oyó una tos persistente que hizo volver rápidamente a la realidad a Paula, pero Pedro no reaccionó hasta que una mano le dio unos golpecitos en el hombro. Abrió los ojos y se dio cuenta de dónde estaba.


Doscientos invitados lo miraban sonriendo. Dio un salto atrás y se soltó de Paula tan rápidamente que ella perdió el equilibrio y él tuvo que agarrarla por un brazo para que no se cayera. Eduardo se les acercó y les pasó un pañuelo, con el que Pedro se limpió de los labios los restos de carmín mientras trataba de mirarla a ella a los ojos.


Necesitaba ver su expresión, saber si ese magnífico beso la había afectado tanto como a él. ¿Qué demonios había sucedido?


Pero ya era demasiado tarde. Las manos de Paula estaban como el hielo y Eleonora estaba al lado de Paula, arreglándole el maquillaje mientras la arrastraba hacia donde estaban los invitados.