Él la condujo hacia las mesas de comida. Charlaron amigablemente con los invitados mientras se llenaban los platos de comida. Encontraron una mesa vacía y se sentaron, concentrándose en lo que tenían delante y la gente los dejó en paz por un rato.
Paula se sentía extrañamente contenta por estar a solas con Pedro. Cuando estaba tranquilo su presencia la confortaba. Había una fuerza innata en él que se transmitía hasta ella. Podía comprender perfectamente la consternación de Johanna ante su matrimonio. Si él fuera suyo, suyo de verdad, podría encontrar duro, casi imposible el perderlo. Pero no era suyo. Incluso a pesar de compartir su apellido, no tenía derecho a nada más. Ese era el trato.
Suspiró en su interior y dejó a un lado el tenedor. ¿Cómo terminaría todo eso? Sus pensamientos y sentimientos la preocupaban, pero al mismo tiempo, el año que tenía por delante le proporcionaba una excitación que nunca antes había experimentado.
En ese momento, Pedro la miró.
—¿Qué te ofreció Carmichael? —le preguntó de repente, las palabras le salieron de la boca antes de que pudiera evitarlo.
—¿Ofrecerme? ¿De qué me hablas?
—Vamos a dejar de jugar, Paula. Los dos sabemos que estaban hablando de las acciones.
La sorpresa de Paula se reflejó en su rostro. No tenía ni idea de lo que él quería decirle.
—No hablamos de las acciones. Yo no le dije que las tuviera y no creo que él lo supiera. A no ser que tú se lo hayas dicho.
—¡No seas ridícula! Carmichael ha estado detrás nuestro durante años, tratando de conseguir un sitio en el consejo de administración.
—Bueno ¿y cómo demonios se suponía que yo iba a saber eso?
—Pues ahora te lo estoy diciendo.
—¿Es eso lo que hay entre vosotros? ¿Por lo que te has mostrado tan hostil con él?
—Tú también te mostrarías hostil con él si le hubiera hecho a tu familia lo que le ha hecho a la mía.
—¿Como qué?
—No me apetece hablar de eso ahora.
—¿Por qué no? Lo que haya sucedido en el pasado ahora me afecta a mí también. Creo que tengo derecho a saber.
Pedro apretó los dientes y ella se dio cuenta de que estaba sopesando cuánto debía de contarle.
—Él nos quitó una compañía. Era un negocio por el que mi padre había trabajado mucho y duramente durante años. Encontró de alguna manera la forma de apoderarse de ella y mi padre nunca se recuperó de esa pérdida. Murió de un ataque al corazón un poco después —le dijo Pedro mientras apartaba su plato; se le había pasado el apetito—. Ése es tu «agradable» señor Carmichael.
De alguna manera, Paula sabía que había más que eso, pero pensó que era una sabia medida el aceptar de momento esa explicación. Ya conocería el resto en otra ocasión.
—Entonces. ¿Qué es exactamente lo que me estabas diciendo, Pedro?
—Te estaba diciendo que te mantuvieras apartada de él. Si descubre que tienes una parte de la compañía, te seguirá los pasos de cerca.
—A mí no me digas con quién debo o no debo de hablar, Pedro. No voy a tolerar que me supervises mis amistades.
—Carmichael no es un amigo. Sólo lo parece para conseguir lo que quiere.
—Ya veremos —le contestó ella volviendo a comer, dando por zanjado el tema.
Pedro le dio un puñetazo a la mesa.
—¡No «veremos» Paula! ¡Mantente apartada de él!
Ayyyyyyyyyyy, qué carácter ese Pedro. Menos mal que Pau no se achica.
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