jueves, 13 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 43

 


Desde que creara su propia empresa de limpieza de aviones privados, Paula Chaves había encontrado un sinfín de objetos que la gente se dejaba olvidados, y había de todo. La mayoría de las veces eran cosas como por ejemplo un smartphone, una tablet, una carpeta, un reloj… Siempre se aseguraba de hacérselos llegar a su dueño. Pero también había encontrado cosas más comprometidas, como unas braguitas, unos boxers, y hasta algún juguete erótico. Todas esas cosas las recogía con unos guantes de látex y las tiraba a la basura.


Sin embargo, el chupete que se encontró ese día junto a un asiento le recordó a los dos gemelos que se había encontrado en el avión de Pedro hacía ya casi dos semanas. Sintió una punzada en el pecho al pensar en ellos y en su padre y los ojos se le llenaron de lágrimas.


Bien sabía Dios que había llorado más que suficiente desde aquella noche en la que había salido corriendo del coche de Pedro tras la horrible discusión que habían tenido. Aquello era más doloroso que cuando se había divorciado de Alejandro. De hecho, el fin de su matrimonio había sido un alivio. El perder a Pedro, en cambio, la había dejado destrozada. No podía negar que lo amaba, muchísimo, y él la había dejado marchar.


Casi había esperado que la siguiera o que hiciera algo típico, como mandarle montones de ramos de flores, cada uno con una nota de disculpa. Pero no había hecho nada de eso; había permanecido en silencio. ¿Lo habría hecho para darle tiempo, como ella le había pedido? ¿O simplemente se había alejado de ella?


Claro que en los últimos días no había hecho más que pensar que se había comportado de un modo ridículo. Le había dicho a Pedro que ahora era más fuerte, pero la verdadera fuerza interior de una persona no estaba en discutir y marcharse enfadada. No, una persona fuerte lucharía, se comprometería, y encontraría una solución justa para ambas partes.


Además, ¿qué derecho tenía a condenarlo porque no le hubiese contado de inmediato todos sus secretos? No había sido justa. Sí, Pedro no se había abierto del todo, pero había sido honrado con ella y todo lo que le había prometido lo había cumplido. ¿Por qué no se habría dado cuenta de aquello hacía unos días? Podría haberse ahorrado tanto dolor…


Probablemente porque había escondido la cabeza en la arena, como las avestruces, se había hinchado a llorar, y se había volcado en el papeleo de la oficina para no pensar.


Paseó la mirada por el interior del lujoso avión privado del senador Landis, en el aeropuerto de Charleston, y luego bajó la vista de nuevo al chupete en su mano. Se preguntó cómo estarían Baltazar y Olivia. Los echaba mucho de menos.


Había sido a sí misma a quien había hecho más daño con su actitud, se dijo, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas de nuevo. Suspiró y arrojó el chupete en la bolsa de la basura. Luego, con un paño húmedo frotó el cristal de una de las ventanillas hasta dejarlo perfecto. Ojalá los problemas en la vida pudiesen solucionarse con tanta facilidad, se dijo.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 42

 


Hicieron el resto del trayecto en silencio, cada uno en sus pensamientos. ¿Cómo podía ser que de pronto todo se hubiera ido al traste?, se preguntó Pedro. De acuerdo, no le había dicho que Pamela lo había engañado, pero antes o después lo habría hecho.


Cuando detuvo el coche frente al bloque de Paula, ella no le dio opción a decir nada.


–Adiós, Pedro –murmuró.


Se bajó y echó a correr hacia el portal. Pedro hizo ademán de seguirla, pero para cuando salió del coche y rodeó ella ya había entrado en el edificio.


Se sentía tremendamente frustrado cuando volvió a sentarse al volante. No comprendía por qué de repente Paula se estaba comportando de esa manera. Había estado apretando su bolso durante todo el trayecto como si estuviese ansiosa por bajarse del coche y perderlo de vista. Debía haber estrujado por completo la carpeta que le había dado.


Un feo y oscuro pensamiento cruzó por su mente.


¿Y si Paula sólo había querido aquellos contactos, y ahora que ya los tenía estaba buscando la manera de zafarse de él? Lo había utilizado, se dijo, igual que Pamela.


Sin embargo, desechó aquel pensamiento de inmediato. Paula no era como Pamela. Procedían de entornos similares, sí, pero Paula se había liberado de las cadenas que la sofocaban, que hacían de ella una persona dependiente. Estaba abriéndose camino en el mundo a base de honradez y trabajo, y había sido sincera con él desde el principio.


De hecho, tenía razón en que era él quien no se había abierto del todo. Echó la cabeza hacia atrás, golpeándose contra el respaldo del asiento. Arrastraba tanto malestar por lo que le había hecho Pamela, que sentía aquello como un fracaso personal. Pensándolo bien, sentía celos en cierto modo de otras parejas que sí eran felices, como sus primos, y quizá fuera ése el motivo por el que de un tiempo a esa parte no tenía mucho trato con ellos. Sí, se había mudado a Charleston para estar más cerca de ellos, pero no se había abierto a ellos, sino que había construido un muro que lo separaba del mundo. No estaba siendo justo con sus primos, ni tampoco con Paula.


¿Qué podía hacer? Si intentaba hablar con Paula sólo conseguiría enfadarla aún más, o peor: hacerla llorar. No, tenía que esperar a que se calmase, y luego tendría que intentar acercase a ella con algo más que palabras. Tenía que demostrarle con hechos lo especial que era para él, lo importante que era para él, cuánto la amaba.


Amor… Aquella palabra flotó en su mente hasta posarse con firmeza. Sí, claro que la amaba, y ella merecía saberlo.


Pero… ¿y si a pesar de todo seguía sin querer saber nada de él? Entonces tendría que esforzarse más. Creía en lo que habían compartido en esos días, y si nunca se había rendido en lo profesional, por mucho que la gente había intentado hacerle renunciar a sus sueños, ¿por qué iba a hacerlo en lo personal? Estaba decidido a ganarse el corazón de Paula.



FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 41

 


Pedro quería a Paula en su cama pero también en su vida. Cuando la llevaba en coche a su casa, un apartamento en el centro de Charleston, después de ir a ver a su nuevo sobrino, no podía dejar de pensar en lo bien que se sentía con ella sentada a su lado en el coche en ese momento.


Esperaba poder persuadirla para que, cuando llegaran, metiera algo de ropa en una bolsa de viaje y se fuera con él a su casa.


La miró de reojo. Paula iba con la cabeza apoyada en la ventanilla, y de repente parecía muy seria.


–Dime, ¿en qué piensas? –le preguntó preocupado.


Paula sacudió la cabeza ligeramente, pero no se giró hacia él. Simplemente siguió con la vista fija en la ventanilla, aunque tenía la mirada perdida. Abrazó el bolso contra su pecho, y se oyó crujir dentro la carpeta que él le había dado.


–En nada –murmuró.


–Sea lo que sea quiero saberlo –le dijo Pedro–; no me creo que no sea nada.


–Los dos estamos cansados –contestó ella, bajando la vista–. Todo esto va muy rápido; necesito un poco de tiempo para pensar.


Pedro no podía creerse lo que estaba oyendo. Esa mañana Paulaa le había preguntado si estaba intentando zafarse de ella, y en ese momento tenía la sensación de que eso era precisamente lo que ella estaba haciendo.


–¿Estás dando marcha atrás?


–Tal vez –admitió ella.


–¿Por qué? –quiso saber él.


Pedro, me he esforzado mucho para recomponer mi vida; dos veces: una cuando era una adolescente, y otra después de mi divorcio. El salir victoriosa de esas dos batallas me hizo más fuerte, pero todavía siento que tengo que tener mucho cuidado para no volver a poner a poner en peligro mi autoestima.


¿Qué diablos…? No debería estar teniendo aquella conversación con ella cuando iba conduciendo, se dijo Pedro. Necesitaba mirar a Paula a la cara y poder centrar en ella toda su atención. Vio un local de comida rápida un poco más adelante y se salió de la carretera cruzando por dos carriles e ignorando las pitadas de los otros conductores. Estacionó el coche en el aparcamiento del restaurante, y se volvió hacia Paula apoyando el brazo en el volante.


–A ver si lo he entendido: ¿me estás diciendo que me consideras peligroso para tu autoestima? ¿Qué he hecho yo para que te sientas amenazada?


–Nuestra relación es… quiero decir… –balbució ella–. No lo sé, tengo miedo. Tal vez nos estemos equivocando; puede que lo nuestro no salga bien.


Pedro bajó el brazo del volante y tomó la mano de Paula entre las suyas.


–Toda relación conlleva riesgos –le dijo–, pero yo siento que hay algo especial entre nosotros.


–Yo… me siento confusa. Esta tarde… esta tarde me he abierto a ti como no lo había hecho nunca con nadie –murmuró Paula. Pedro notaba su mano fría entre las suyas–. Pero una relación tiene que ser como una carretera de dos direcciones. ¿Acaso puedes negar que no te estás dando por completo?


¿Que no se estaba dando por completo? ¿Qué más quería de él?


–No entiendo de qué me hablas.


–Tienes dudas respecto a nosotros como pareja –afirmó ella.


–Yo no… eso no es así… No puedo estar seguro al cien por cien de que todo va a salir bien, por supuesto, ¿pero quién podría estarlo? No sé, ¿habría sido mejor que nos hubiéramos conocido dentro de un año? Sí, claro que sí, pero…


–¿Por qué? –lo interrumpió ella.


Maldita sea, estaba cansado y lo único que quería era llevarse a Paula con él a su casa y dormir toda la noche con ella entre sus brazos. Aquélla no era la conversación que quería tener en ese momento. De hecho, preferiría no tenerla nunca.


–Porque dentro de un año mi divorcio no estaría tan reciente, igual que el tuyo. Mis hijos serían un año más mayores, tu negocio estaría más establecido… ¿No te parece que habría sido un momento mucho mejor para los dos?


Paula sacudió la cabeza lentamente.


–Sabes el motivo de mis inseguridades; he sido completamente sincera contigo, y creía que tú lo habías sido conmigo también.


Pedro frunció el ceño. ¿De qué estaba hablando?


–Tu prima Carla me contó lo de Pamela, que te había engañado. Entiendo que eso te haya hecho volverte receloso, pero me habría ayudado saberlo antes.


Pedro se sintió como si tuviera un enjambre de abejas furiosas dentro de la cabeza, sólo que el que estaba furioso era él.


–Carla no tenía ningún derecho a contarte eso –soltó la mano de Paula.


–No le eches la culpa. Ella creía que yo ya lo sabía.


–¿Y en qué momento se suponía que debía haberte contado eso? No es algo que salga así como así en una conversación. «Oye, ¿sabes qué? Resulta que mi ex no está segura de si los niños son míos o no». ¿Esperabas que te dijera eso? –le espetó Pedro apretando los puños–. Pues ya que tanto te interesa saberlo, no me enteré de que me había estado engañando hasta después de casarnos –apretó la mandíbula–. Y ahora dime: ¿dónde quieres ir a cenar? –masculló girándose hacia el frente.


Paula palideció, y una ola de compasión la invadió.


Pedro, yo… lo siento tanto…


–Soy su padre; me da igual lo que diga mi ex –gruñó Pedro, pegándole un puñetazo al volante–. Quiero a mis hijos… –dijo, y se le quebró la voz.


–Lo sé –murmuró ella.


–Me da igual que lleven mi sangre o no –dijo Pedro con pasión, volviéndose hacia ella–. Son míos –añadió golpeándose el pecho.


Paula vaciló antes de preguntarle:

–¿Te has hecho una prueba de paternidad? Se parecen mucho a ti.


Pedro la miró furibundo. No necesitaba ninguna prueba; quería a esos niños.


–No te metas; esto no es asunto tuyo.


Los ojos azules de Paula se llenaron de lágrimas.


–¿Lo ves? A eso me refería: los dos arrastramos problemas, pero yo estoy dispuesta a mirar de frente a los míos y tú en cambio no.


–Por amor de Dios, Paula. Apenas hace una semana que nos conocemos, ¿y ya esperas que te cuente algo así?


–¿Acaso piensas que voy a ir contándolo por ahí? Porque si es así, es que no me conoces en absoluto –le espetó ella–. ¿Sabes qué? Tienes toda la razón. Esto es un error; es un mal momento para ambos empezar una relación.


Pedro no se esperaba aquello.


–No hay nada que podamos hacer respecto a eso.


–Precisamente. Quiero que me lleves a casa y no quiero volver a saber nada de ti.


¿Así iba a acabar todo? ¿A pesar de la química que había entre ellos y de todo lo que habían compartido en esos días iba a cerrarle la puerta en las narices?


–Maldita sea, Paula, la vida no es perfecta. Yo no soy perfecto ni espero de ti tampoco que lo seas. No se trata de todo o nada.


Ella se mordió el labio, y Pedro creyó que tal vez aquello la hubiera hecho recapacitar, pero Paula giró la cabeza hacia la ventanilla de nuevo y no le contestó.


–¿Qué es lo que quieres de mí, Paula?


Ella se volvió hacia él con los ojos nublados por el dolor y las lágrimas.


–Lo que te he dicho: necesito tiempo.


Cerró la boca y giró de nuevo la cabeza hacia la ventanilla. Pedro esperó un buen rato, pero parecía negarse a mirarlo. Suspiró para sus adentros, arrancó el motor de nuevo.



miércoles, 12 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 40

 


Tal y como pensó Pedro le dijo que iba a pasar a ver a la esposa de su primo, y la dejó frente al cristal de la sala. Al bebé de Victor y Camila apenas se lo veía debajo de la mantita que lo cubría y el gorrito de rayas azules y amarillas que llevaba en la cabeza, pero desde luego era el más grande de todos. Había pesado casi cinco kilos, según le había dicho Pedro.


Una mujer rubia, de unos treinta años, se acercó también al cristal, y Paula se movió un poco para hacerle sitio.


–Es guapo, ¿eh? –dijo señalando hacia el bebé de Victor y Camila–. Y todo ese pelo rubio que tiene…


Paula ladeó la cabeza.


–¿Nos conocemos?


La mujer sonrió, y de pronto Paula reconoció el parecido con Pedro en sus facciones. Debía ser…


–Soy Clara, la prima de Pedro –dijo la mujer, confirmando su deducción. Te vi hablando con él cuando estaba sacando un café de la máquina. Mi hermano Victor es el padre del bebé.


Una cosa habría sido que Pedro la hubiera presentado a su familia, pero aquello resultaba, cuando menos, bastante incómodo.


–Ah, felicidades por tu nuevo sobrino, entonces.


–Gracias. Tenemos mucho que celebrar. Espero que vengas a la próxima reunión familiar –le dijo Carla mirándola a los ojos–. ¿Qué tal el viaje con Pedro y los niños? Son una monada, pero de vez en cuando también pueden ser un poco traviesos.


¿Pedro la había hablado a su familia de ella?


–Sí, bien, aunque una siempre se alegra de volver a casa, claro –respondió–. Y los gemelos ya están otra vez con su madre.


Paige asintió.


–Ya. Pamela es… –exhaló un suspiro–. En fin, Pamela es Pamela, y claro, es su madre. Pedro es un padre estupendo, y se merece tener a una buena mujer a su lado que lo quiera más que… en fin, ya sabes.


A Paula le parecía que no deberían estar hablando de aquello sin que Pedro estuviera delante.


–Bueno, yo no creo que esté en posición de juzgar… Paige se giró hacia ella y se quedó mirándola de un modo casi agresivo, como una leona que protege a sus cachorros.


–Sólo te estoy pidiendo que te portes bien con mi primo. Pamela le hizo mucho daño, y hay días en que me gustaría ir y ponerla verde, pero no lo hago porque quiero a esos niños, sean o no de nuestra sangre. Pero no querría ver que alguien vuelve a traicionarlo, así que por favor, si no vas en serio con él, te pediría que te alejaras lo antes posible de él.


¡Vaya! Paula no se había esperado aquello.


–No sé qué decir, excepto que creo que la lealtad que tienes hacia tu familia me parece admirable –murmuró.


Carla se mordió el labio, como avergonzada.


–Lo siento –se disculpó–. Debería cerrar la boca; estoy hablando de más y seguramente te estaré pareciendo muy grosera. Perdona, deben ser las hormonas: estoy embarazada. Además, es que me pongo furiosa cada vez que pienso en cómo utilizó Pamela a Pedro… y en cómo lo sigue utilizando –se le saltaron las lágrimas–. ¿Ves?


Carla sacó un pañuelo y se alejó, dejando a Paula patidifusa y confundida, pensando en lo que había dicho sobre que los niños fueran o no de su sangre. ¿Qué diablos…? ¿Significaba eso que Pamela había engañado a Pedro?


Pero si él había dicho que se habían divorciado antes incluso de que los gemelos naciesen… En fin, no era que una mujer embarazada no pudiese tener una aventura, aunque no podía imaginar… A menos que Pamela lo hubiese engañado antes de que se casasen y él no se hubiera enterado hasta más tarde.


La asaltó la horrible posibilidad de que los gemelos no fuesen en realidad hijos de Pedro. No, era imposible. Si así fuera Pedro se lo habría dicho. Además, aunque antes de conocerlo había dado por hecho que debía ser como todos esos ricos que no se preocupaban en lo más mínimo por sus hijos, había visto con sus propios ojos cómo los quería, y que trataba de pasar con ellos todo el tiempo que podía.


Además, si lo que sospechaba fuese cierto, ¿por qué no se lo iba a haber dicho? Bueno, no se conocían de hacía tanto, pero ella le había contado todo sobre su pasado. ¿Podía haberle estado ocultando él algo tan importante? Quería pensar que había malinterpretado las palabras de Carla.


En vez de elucubrar, lo mejor sería que le preguntase a Pedro cuando encontrase el momento para hacerlo. Probablemente se reirían por cómo había saltado a esas conclusiones.


Sus ojos se posaron en una familia que había en el otro extremo, mirando por el cristal de la sala. Había un abuelo y una abuela, con sus dos nietos en brazos para que vieran a su nuevo hermanito. Los vínculos familiares eran algo que no se rompía fácilmente.


Lo había visto esa mañana, cuando había visto a Pedro hablando por el ordenador con Pamela acerca de sus hijos. Sí, se había abierto una brecha entre ellos, pero aquello que los unía no se había roto del todo, y había notado incluso una cierta ternura. Si de verdad ella le había sido infiel y Pedro seguía tratándola con cariño a pesar de todo… Paula se quedó pensativa. Daba la impresión de que había asuntos pendientes entre ellos que no habían resuelto.


Puso una mano en el cristal, sintiendo que la melancolía la invadía. Le habría gustado tanto que su familia hubiese sido una familia de verdad… Le gustaría tanto formar su propia familia… Sabía lo que era sentirse como una extraña, alienada, y no quería seguir sintiéndose así.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 39

 


Pedro aceleró los motores del Cessna, y el aeroplano avanzó por la superficie del agua más y más rápido hasta que finalmente se elevaron.


Le habría encantado poder pasar unos días más con Paula allí, en Carolina del Norte, y volver a hacer el amor con ella en aquel descapotable, pero no había tiempo.


Tenía que reunirse con Pamela al día siguiente para acordar el nuevo calendario de visitas. Cada vez que tenían una de esas negociaciones con sus abogados lo pasaba fatal. Le preocupaba que Pamela sacara a relucir sus dudas de que no fuera el padre biológico de los niños y que le pidiera que se hiciese una prueba de paternidad. Quería a Baltazar y a Olivia con toda su alma, y lo aterraba que resultase no ser el padre y le retirasen la custodia.


¿Por qué no podía ser la vida más sencilla? Lo único que quería era disfrutar viendo crecer a sus hijos, como cualquier padre. Igual que su prima Carla estaba haciendo con sus hijas. Igual que su primo Victor y su esposa Camila, que acababan de tener otro hijo. Aquello le recordó que ni siquiera los había llamado para felicitarlos. Tenía que pasarse a visitarlos.


Y también tendría que presentarle al resto de la familia a Paula. La familia era muy importante para él.


–Me cuesta creer todo lo que hemos hecho desde esta mañana. Nos levantamos en Florida, volamos hasta Carolina del Sur, fuimos a Carolina del Norte a almorzar, y ahora volvemos a casa de nuevo.


–Y aún te debo una cena, aunque me parece que vamos a cenar un poco tarde.


–¿Podemos tomarla desnudos?


–Siempre y cuando estemos a solas, por mí perfecto.


Paula se rió.


–Pues claro que me refería a cenar a solas. No puedo negar que me ha encantado hacerlo en el descapotable, pero no soy una exhibicionista.


–Me alegra oír eso –respondió él mirándola de un modo posesivo–, porque nunca se me ha dado bien compartir con otros lo que me gusta.


Paula bajó la vista a la falda de su vestido y la alisó con la mano.


–Te agradezco que no me miraras como a un bicho raro cuando te hice esa confidencia en el restaurante.


–¿Cómo iba a mirarte como un bicho raro? Te admiro por cómo fuiste capaz de levantarte y devolverle a la vida los golpes después de lo que pasaste –replicó él.


–Gracias. No pienso dejar que nadie más me quite nada más, ni mis padres, ni mi ex.


–Ésa es exactamente la actitud a la que me refería.


–Ya, aunque aún hay veces que tengo miedo de volver a caer –dijo ella volviendo la cabeza hacia él–. No te imaginas el poder que puede tener sobre ti algo tan insignificante como un trozo de tarta de queso. Supongo que sonará raro, pero es verdad.


–Explícamelo –le pidió él.


Paula miró al frente, al cielo cuajado de estrellas.


–A veces, cuando tengo delante un trozo de tarta de queso lo miro y recuerdo lo que era cuando me moría por comerme uno pero empezaba a pensar cuántas calorías había tomado ya ese día, y cuántos largos tendría que hacer en la piscina para quemar las calorías de ese trozo de tarta. Y luego pensaba en lo decepcionada que se sentiría mi madre si me subía a la báscula la mañana siguiente y veía que había engordado quinientos gramos.


¿Qué? ¿Su madre la pesaba cada mañana? Se esforzó por escucharla sin dejar entrever sus emociones, aunque en realidad lo que quería hacer en ese momento era ir donde estaban sus padres y… Ni siquiera sabía lo que les haría. ¿Cómo habían podido hacerle aquello?


–Ojalá te hubiera conocido entonces para haber podido ayudarte.


Ella esbozó una débil sonrisa, puso una mano sobre su brazo y se lo apretó suavemente para darle las gracias.


De pronto a Pedro se le ocurrió dónde podía llevar a Paula.


–¿Sabes qué? –le dijo–. Creo que vamos a hacer otra parada antes de que te lleve a casa.


De todos los sitios a los que Paula había pensado que Pedro podría llevarla, el último que se le habría ocurrido era un hospital.


Cuando aterrizaron Pedro le dijo que quería ir a ver al hijo recién nacido de su primo Victor. A Paula se le había subido el corazón a la garganta al oír eso. ¡Un recién nacido!


Se notó las manos frías y sudorosas cuando se frotó los brazos con ellas. ¿Le estaba entrando pánico porque iban a ver a un recién nacido, o porque los hospitales le recordaban a la clínica en la que había estado ingresada? En ese momento tenía las emociones tan a flor de piel que no habría sabido responder a esa pregunta.


Se estaba comportando como una tonta. Ella ni siquiera iba a entrar; entraría Pedro solo y ella se quedaría esperándolo. Además probablemente no estarían allí mucho tiempo, y en cuanto estuvieran fuera del edificio sus fosas nasales quedarían libres de ese penetrante olor a antiséptico que flotaba en el ambiente.





FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 38

 


El cuerpo de su vestido había quedado arremolinado en torno a su cintura. Se desabrochó el sujetador, pero no apartó las copas. Al mirar a Pedro a los ojos vio en ellos deseo, pasión… y ternura. Sus grandes manos empujaron suavemente las de ella, y apartó las copas, dejando al descubierto sus pechos. Luego comenzó a acariciarlos del modo más sensual posible, y Paula se arqueó hacia él mientras sus manos se aferraban a la cinturilla de su pantalón y echaba la cabeza hacia atrás. El calor del sol sobre su piel desnuda era tan agradable como los besos y las caricias de Pedro.


Luego las manos de Pedro tomaron el dobladillo de la falda y la levantó muy despacio hasta dejar al descubierto las braguitas amarillas de encaje que llevaba y el ombligo. No pudo resistirse a acariciarlo mientras la besaba, y cuando deslizó un dedo dentro de sus braguitas, entre sus piernas, la encontró húmeda y dispuesta.


Paula se notaba temblorosa, pero Pedro le pasó un brazo por la cintura para sujetarla. Ella le desabrochó la camisa, la abrió, y se regaló la vista con su torso bronceado antes de recorrerlo con sus manos.


Inspiró profundamente, y sus fosas nasales se llenaron con el aroma del mar y del cuero de la tapicería del coche. Aquella mezcla era como un potente afrodisíaco.


–Quizá deberíamos pasarnos atrás para tener más sitio –apuntó.


–O podríamos quedarnos aquí y dejar el asiento de atrás para luego –propuso él.


A Paula le pareció una buena idea y casi ronroneó cuando le pasó una pierna por encima para colocarse a horcajadas sobre él. El volante detrás de ella no hacía sino mantenerla apretada contra él. Le desabrochó los pantalones, y como por arte de magia apareció un preservativo en la mano de Pedro. No sabía cómo ni cuándo había llegado allí, pero tampoco le importaba. Tan sólo se sentía agradecida por que fuera tan previsor.


Le rodeó el cuello con los brazos, y Pedro le puso las manos en la cintura para hacerla descender muy despacio sobre él. Paula sintió cómo su miembro la penetraba y se movía dentro de ella. ¿O era ella la que se estaba moviendo? Fuera como fuera las deliciosas sensaciones que la sacudían, como las olas del mar, iban in crescendo. Era todo tan erótico: el blando cuero del asiento que cedía bajo el peso de sus rodillas, el roce de los pantalones de Pedro bajo sus muslos…


Y luego estaba el impresionante paisaje que los rodeaba, el océano extendiéndose ante sus ojos, el cielo azul…


Pedro enredó las manos en sus cabellos mientras le decía jadeante cuánto la deseaba. Sus palabras la excitaron aún más, y Paula se dio cuenta de que ya no le importaba si tenía o no el control. Estaban compartiendo aquel momento, aquella experiencia tan increíble. Pronto, demasiado pronto, alcanzó el clímax y a su grito de placer le siguió el de él. El eco entrelazó sus voces en medio del rugir del océano, y Paula se derrumbó sobre el pecho de él, los dos sudorosos y sin aliento. Perfecto… había sido perfecto, se dijo Paula cerrando los ojos.



martes, 11 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 37

 


Paula se soltó el cabello, dejando que el viento se lo despeinara mientras avanzaban por la carretera de la costa en el descapotable rojo que Pedro había alquilado, un Chevy Caprice de 1975. Le encantaba, igual que el restaurante que había escogido.


Giró la cabeza y estudió a Pedro, que iba muy serio y callado al volante. ¿Qué habría pensado de las revelaciones que le había hecho durante el almuerzo? Se había mostrado muy tierno con ella, pero era evidente que aún estaba dándole vueltas a lo que le había contado, y no podía evitar sentirse nerviosa por cómo la trataría a partir de ese momento. ¿Se comportaría de un modo distinto? ¿Querría replantearse su decisión de darle una oportunidad a lo suyo?


–¿Dónde vamos? –le preguntó extrañada–. Creía que el aeropuerto estaba en la dirección contraria.


–Y lo está. He pensado que podríamos aprovechar el resto del día antes de irnos –respondió él, señalando un faro de ladrillo en la distancia–. Vamos allí, a aquel promontorio.


El viejo faro se alzaba orgulloso sobre la verde colina. Paula se imaginó llevando allí de picnic a los niños, como lo habían hecho días atrás en aquel parque histórico de San Agustín.


–Este sitio es precioso –murmuró–. No sabía que los paisajes en Carolina del Norte fueran tan bonitos.


–Pensé que te gustaría si no habías estado antes. Creo que eres de esas personas que aprecian lo exclusivo, de las que prefieren tomar el camino menos transitado.


–Tanto con el sitio como con el coche me encantan.


El que la conociera ya tan bien y el que hubiera sido tan detallista con ella hizo que el corazón le palpitara con fuerza. La serpenteante carretera los llevó hacia la colina, lejos del pueblo, lejos de todo, y de pronto, cuando Pedro detuvo el coche junto al faro, comprendió.


–Me has traído aquí para besarme en el coche, ¿verdad?


Él se rió.


–Así es, me declaro culpable, señoría.


–Por lo que dije en el restaurante de que no había podido tener un novio ni besarme con él en su coche… –murmuró ella conmovida.


–Culpable de todos los cargos –respondió él–. Me gustan los sitios solitarios como éste, con la naturaleza en estado puro. Da una sensación… liberadora el dejar atrás la civilización, ¿no te parece? –se quedaron los dos en silencio, mirándose el uno al otro, y la fuerte atracción que había entre ellos tejió una vez más su magia, aislándolos del mundo–. Cuando veo cómo el viento levanta tu cabello me entran ganas de tocarlo –murmuró él tomando un mechón entre sus dedos–; me hipnotizas. Antes de este fin de semana hacía ya seis meses que llevaba una vida de celibato. Han pasado varias mujeres atractivas por mi vida, pero ninguna me había tentado como tú. ¿Te han dicho alguna vez lo hermosa que eres?


Paula se sentía halagada, pero no estaba acostumbrada a que le dijeran cosas así, y sintió que las mejillas se le teñían de rubor.


–No es verdad, yo no…


Pedro le impuso silencio acercando un dedo a sus labios.


–Cuando te toco –murmuró bajándole los tirantes del vestido al tiempo que le acariciaba los brazos– me excita la suavidad de tu piel, las curvas tan femeninas que tienes…


Le bajó un poco el cuerpo del vestido, dejando al descubierto parte de su pecho, y Paula sintió que un cosquilleo de nerviosismo y excitación la invadía al comprender cuáles eran sus intenciones.


–¿Vamos a hacer el amor aquí?


–¿Creías que eras la única a la que le gusta hacerlo al aire libre?


–Pero era de noche, donde nadie podía vernos –replicó ella.


El nerviosismo de Paula iba en aumento. Allí no había una lámpara que pudiese apagar. Aunque le había dicho a Pedro que había superado sus problemas, no era cierto del todo. Hasta ese momento, de una manera u otra, había tenido bajo control la situación cuando habían hecho el amor, pero hacerlo en aquel lugar, a plena luz del día…


Pedro tomó su rostro entre ambas manos.


–He escogido este lugar porque sabía que estaríamos completamente a solas –le dijo.


A solas, sí, pero su cuerpo quedaría completamente expuesto cuando estuviese desnuda, pensó ella. Pedro le estaba pidiendo que confiara en él. Bajó la vista y deslizó un dedo por la hebilla del cinturón.


–Así que quieres hacerlo aquí, a plena luz del día… Bueno, parece que aquí no puedo correr las cortinas, ¿no?


–¿Quieres protector solar? –bromeó él.


Ella enarcó una ceja y le desabrochó el cinturón.


–¿Piensas tenerme desnuda tanto tiempo como para que me queme? Me parece que estás siendo un poco fanfarrón.


Paula se inclinó hacia él y murmuró contra sus labios.


–Sí, confío en ti.


Pedro la besó. ¿Por qué besaría tan bien? Desde luego sabía cómo hacer que una mujer se sintiese deseada. Paula se echó hacia atrás y acabó de bajarse lentamente el vestido, descubriendo su cuerpo centímetro a centímetro, casi como había hecho cuando se había desnudado para ella la primera vez que lo habían hecho. En cierto modo aquélla también era una primera vez para ellos; la primera vez que lo hacían sin barreras.