miércoles, 12 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 40

 


Tal y como pensó Pedro le dijo que iba a pasar a ver a la esposa de su primo, y la dejó frente al cristal de la sala. Al bebé de Victor y Camila apenas se lo veía debajo de la mantita que lo cubría y el gorrito de rayas azules y amarillas que llevaba en la cabeza, pero desde luego era el más grande de todos. Había pesado casi cinco kilos, según le había dicho Pedro.


Una mujer rubia, de unos treinta años, se acercó también al cristal, y Paula se movió un poco para hacerle sitio.


–Es guapo, ¿eh? –dijo señalando hacia el bebé de Victor y Camila–. Y todo ese pelo rubio que tiene…


Paula ladeó la cabeza.


–¿Nos conocemos?


La mujer sonrió, y de pronto Paula reconoció el parecido con Pedro en sus facciones. Debía ser…


–Soy Clara, la prima de Pedro –dijo la mujer, confirmando su deducción. Te vi hablando con él cuando estaba sacando un café de la máquina. Mi hermano Victor es el padre del bebé.


Una cosa habría sido que Pedro la hubiera presentado a su familia, pero aquello resultaba, cuando menos, bastante incómodo.


–Ah, felicidades por tu nuevo sobrino, entonces.


–Gracias. Tenemos mucho que celebrar. Espero que vengas a la próxima reunión familiar –le dijo Carla mirándola a los ojos–. ¿Qué tal el viaje con Pedro y los niños? Son una monada, pero de vez en cuando también pueden ser un poco traviesos.


¿Pedro la había hablado a su familia de ella?


–Sí, bien, aunque una siempre se alegra de volver a casa, claro –respondió–. Y los gemelos ya están otra vez con su madre.


Paige asintió.


–Ya. Pamela es… –exhaló un suspiro–. En fin, Pamela es Pamela, y claro, es su madre. Pedro es un padre estupendo, y se merece tener a una buena mujer a su lado que lo quiera más que… en fin, ya sabes.


A Paula le parecía que no deberían estar hablando de aquello sin que Pedro estuviera delante.


–Bueno, yo no creo que esté en posición de juzgar… Paige se giró hacia ella y se quedó mirándola de un modo casi agresivo, como una leona que protege a sus cachorros.


–Sólo te estoy pidiendo que te portes bien con mi primo. Pamela le hizo mucho daño, y hay días en que me gustaría ir y ponerla verde, pero no lo hago porque quiero a esos niños, sean o no de nuestra sangre. Pero no querría ver que alguien vuelve a traicionarlo, así que por favor, si no vas en serio con él, te pediría que te alejaras lo antes posible de él.


¡Vaya! Paula no se había esperado aquello.


–No sé qué decir, excepto que creo que la lealtad que tienes hacia tu familia me parece admirable –murmuró.


Carla se mordió el labio, como avergonzada.


–Lo siento –se disculpó–. Debería cerrar la boca; estoy hablando de más y seguramente te estaré pareciendo muy grosera. Perdona, deben ser las hormonas: estoy embarazada. Además, es que me pongo furiosa cada vez que pienso en cómo utilizó Pamela a Pedro… y en cómo lo sigue utilizando –se le saltaron las lágrimas–. ¿Ves?


Carla sacó un pañuelo y se alejó, dejando a Paula patidifusa y confundida, pensando en lo que había dicho sobre que los niños fueran o no de su sangre. ¿Qué diablos…? ¿Significaba eso que Pamela había engañado a Pedro?


Pero si él había dicho que se habían divorciado antes incluso de que los gemelos naciesen… En fin, no era que una mujer embarazada no pudiese tener una aventura, aunque no podía imaginar… A menos que Pamela lo hubiese engañado antes de que se casasen y él no se hubiera enterado hasta más tarde.


La asaltó la horrible posibilidad de que los gemelos no fuesen en realidad hijos de Pedro. No, era imposible. Si así fuera Pedro se lo habría dicho. Además, aunque antes de conocerlo había dado por hecho que debía ser como todos esos ricos que no se preocupaban en lo más mínimo por sus hijos, había visto con sus propios ojos cómo los quería, y que trataba de pasar con ellos todo el tiempo que podía.


Además, si lo que sospechaba fuese cierto, ¿por qué no se lo iba a haber dicho? Bueno, no se conocían de hacía tanto, pero ella le había contado todo sobre su pasado. ¿Podía haberle estado ocultando él algo tan importante? Quería pensar que había malinterpretado las palabras de Carla.


En vez de elucubrar, lo mejor sería que le preguntase a Pedro cuando encontrase el momento para hacerlo. Probablemente se reirían por cómo había saltado a esas conclusiones.


Sus ojos se posaron en una familia que había en el otro extremo, mirando por el cristal de la sala. Había un abuelo y una abuela, con sus dos nietos en brazos para que vieran a su nuevo hermanito. Los vínculos familiares eran algo que no se rompía fácilmente.


Lo había visto esa mañana, cuando había visto a Pedro hablando por el ordenador con Pamela acerca de sus hijos. Sí, se había abierto una brecha entre ellos, pero aquello que los unía no se había roto del todo, y había notado incluso una cierta ternura. Si de verdad ella le había sido infiel y Pedro seguía tratándola con cariño a pesar de todo… Paula se quedó pensativa. Daba la impresión de que había asuntos pendientes entre ellos que no habían resuelto.


Puso una mano en el cristal, sintiendo que la melancolía la invadía. Le habría gustado tanto que su familia hubiese sido una familia de verdad… Le gustaría tanto formar su propia familia… Sabía lo que era sentirse como una extraña, alienada, y no quería seguir sintiéndose así.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 39

 


Pedro aceleró los motores del Cessna, y el aeroplano avanzó por la superficie del agua más y más rápido hasta que finalmente se elevaron.


Le habría encantado poder pasar unos días más con Paula allí, en Carolina del Norte, y volver a hacer el amor con ella en aquel descapotable, pero no había tiempo.


Tenía que reunirse con Pamela al día siguiente para acordar el nuevo calendario de visitas. Cada vez que tenían una de esas negociaciones con sus abogados lo pasaba fatal. Le preocupaba que Pamela sacara a relucir sus dudas de que no fuera el padre biológico de los niños y que le pidiera que se hiciese una prueba de paternidad. Quería a Baltazar y a Olivia con toda su alma, y lo aterraba que resultase no ser el padre y le retirasen la custodia.


¿Por qué no podía ser la vida más sencilla? Lo único que quería era disfrutar viendo crecer a sus hijos, como cualquier padre. Igual que su prima Carla estaba haciendo con sus hijas. Igual que su primo Victor y su esposa Camila, que acababan de tener otro hijo. Aquello le recordó que ni siquiera los había llamado para felicitarlos. Tenía que pasarse a visitarlos.


Y también tendría que presentarle al resto de la familia a Paula. La familia era muy importante para él.


–Me cuesta creer todo lo que hemos hecho desde esta mañana. Nos levantamos en Florida, volamos hasta Carolina del Sur, fuimos a Carolina del Norte a almorzar, y ahora volvemos a casa de nuevo.


–Y aún te debo una cena, aunque me parece que vamos a cenar un poco tarde.


–¿Podemos tomarla desnudos?


–Siempre y cuando estemos a solas, por mí perfecto.


Paula se rió.


–Pues claro que me refería a cenar a solas. No puedo negar que me ha encantado hacerlo en el descapotable, pero no soy una exhibicionista.


–Me alegra oír eso –respondió él mirándola de un modo posesivo–, porque nunca se me ha dado bien compartir con otros lo que me gusta.


Paula bajó la vista a la falda de su vestido y la alisó con la mano.


–Te agradezco que no me miraras como a un bicho raro cuando te hice esa confidencia en el restaurante.


–¿Cómo iba a mirarte como un bicho raro? Te admiro por cómo fuiste capaz de levantarte y devolverle a la vida los golpes después de lo que pasaste –replicó él.


–Gracias. No pienso dejar que nadie más me quite nada más, ni mis padres, ni mi ex.


–Ésa es exactamente la actitud a la que me refería.


–Ya, aunque aún hay veces que tengo miedo de volver a caer –dijo ella volviendo la cabeza hacia él–. No te imaginas el poder que puede tener sobre ti algo tan insignificante como un trozo de tarta de queso. Supongo que sonará raro, pero es verdad.


–Explícamelo –le pidió él.


Paula miró al frente, al cielo cuajado de estrellas.


–A veces, cuando tengo delante un trozo de tarta de queso lo miro y recuerdo lo que era cuando me moría por comerme uno pero empezaba a pensar cuántas calorías había tomado ya ese día, y cuántos largos tendría que hacer en la piscina para quemar las calorías de ese trozo de tarta. Y luego pensaba en lo decepcionada que se sentiría mi madre si me subía a la báscula la mañana siguiente y veía que había engordado quinientos gramos.


¿Qué? ¿Su madre la pesaba cada mañana? Se esforzó por escucharla sin dejar entrever sus emociones, aunque en realidad lo que quería hacer en ese momento era ir donde estaban sus padres y… Ni siquiera sabía lo que les haría. ¿Cómo habían podido hacerle aquello?


–Ojalá te hubiera conocido entonces para haber podido ayudarte.


Ella esbozó una débil sonrisa, puso una mano sobre su brazo y se lo apretó suavemente para darle las gracias.


De pronto a Pedro se le ocurrió dónde podía llevar a Paula.


–¿Sabes qué? –le dijo–. Creo que vamos a hacer otra parada antes de que te lleve a casa.


De todos los sitios a los que Paula había pensado que Pedro podría llevarla, el último que se le habría ocurrido era un hospital.


Cuando aterrizaron Pedro le dijo que quería ir a ver al hijo recién nacido de su primo Victor. A Paula se le había subido el corazón a la garganta al oír eso. ¡Un recién nacido!


Se notó las manos frías y sudorosas cuando se frotó los brazos con ellas. ¿Le estaba entrando pánico porque iban a ver a un recién nacido, o porque los hospitales le recordaban a la clínica en la que había estado ingresada? En ese momento tenía las emociones tan a flor de piel que no habría sabido responder a esa pregunta.


Se estaba comportando como una tonta. Ella ni siquiera iba a entrar; entraría Pedro solo y ella se quedaría esperándolo. Además probablemente no estarían allí mucho tiempo, y en cuanto estuvieran fuera del edificio sus fosas nasales quedarían libres de ese penetrante olor a antiséptico que flotaba en el ambiente.





FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 38

 


El cuerpo de su vestido había quedado arremolinado en torno a su cintura. Se desabrochó el sujetador, pero no apartó las copas. Al mirar a Pedro a los ojos vio en ellos deseo, pasión… y ternura. Sus grandes manos empujaron suavemente las de ella, y apartó las copas, dejando al descubierto sus pechos. Luego comenzó a acariciarlos del modo más sensual posible, y Paula se arqueó hacia él mientras sus manos se aferraban a la cinturilla de su pantalón y echaba la cabeza hacia atrás. El calor del sol sobre su piel desnuda era tan agradable como los besos y las caricias de Pedro.


Luego las manos de Pedro tomaron el dobladillo de la falda y la levantó muy despacio hasta dejar al descubierto las braguitas amarillas de encaje que llevaba y el ombligo. No pudo resistirse a acariciarlo mientras la besaba, y cuando deslizó un dedo dentro de sus braguitas, entre sus piernas, la encontró húmeda y dispuesta.


Paula se notaba temblorosa, pero Pedro le pasó un brazo por la cintura para sujetarla. Ella le desabrochó la camisa, la abrió, y se regaló la vista con su torso bronceado antes de recorrerlo con sus manos.


Inspiró profundamente, y sus fosas nasales se llenaron con el aroma del mar y del cuero de la tapicería del coche. Aquella mezcla era como un potente afrodisíaco.


–Quizá deberíamos pasarnos atrás para tener más sitio –apuntó.


–O podríamos quedarnos aquí y dejar el asiento de atrás para luego –propuso él.


A Paula le pareció una buena idea y casi ronroneó cuando le pasó una pierna por encima para colocarse a horcajadas sobre él. El volante detrás de ella no hacía sino mantenerla apretada contra él. Le desabrochó los pantalones, y como por arte de magia apareció un preservativo en la mano de Pedro. No sabía cómo ni cuándo había llegado allí, pero tampoco le importaba. Tan sólo se sentía agradecida por que fuera tan previsor.


Le rodeó el cuello con los brazos, y Pedro le puso las manos en la cintura para hacerla descender muy despacio sobre él. Paula sintió cómo su miembro la penetraba y se movía dentro de ella. ¿O era ella la que se estaba moviendo? Fuera como fuera las deliciosas sensaciones que la sacudían, como las olas del mar, iban in crescendo. Era todo tan erótico: el blando cuero del asiento que cedía bajo el peso de sus rodillas, el roce de los pantalones de Pedro bajo sus muslos…


Y luego estaba el impresionante paisaje que los rodeaba, el océano extendiéndose ante sus ojos, el cielo azul…


Pedro enredó las manos en sus cabellos mientras le decía jadeante cuánto la deseaba. Sus palabras la excitaron aún más, y Paula se dio cuenta de que ya no le importaba si tenía o no el control. Estaban compartiendo aquel momento, aquella experiencia tan increíble. Pronto, demasiado pronto, alcanzó el clímax y a su grito de placer le siguió el de él. El eco entrelazó sus voces en medio del rugir del océano, y Paula se derrumbó sobre el pecho de él, los dos sudorosos y sin aliento. Perfecto… había sido perfecto, se dijo Paula cerrando los ojos.



martes, 11 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 37

 


Paula se soltó el cabello, dejando que el viento se lo despeinara mientras avanzaban por la carretera de la costa en el descapotable rojo que Pedro había alquilado, un Chevy Caprice de 1975. Le encantaba, igual que el restaurante que había escogido.


Giró la cabeza y estudió a Pedro, que iba muy serio y callado al volante. ¿Qué habría pensado de las revelaciones que le había hecho durante el almuerzo? Se había mostrado muy tierno con ella, pero era evidente que aún estaba dándole vueltas a lo que le había contado, y no podía evitar sentirse nerviosa por cómo la trataría a partir de ese momento. ¿Se comportaría de un modo distinto? ¿Querría replantearse su decisión de darle una oportunidad a lo suyo?


–¿Dónde vamos? –le preguntó extrañada–. Creía que el aeropuerto estaba en la dirección contraria.


–Y lo está. He pensado que podríamos aprovechar el resto del día antes de irnos –respondió él, señalando un faro de ladrillo en la distancia–. Vamos allí, a aquel promontorio.


El viejo faro se alzaba orgulloso sobre la verde colina. Paula se imaginó llevando allí de picnic a los niños, como lo habían hecho días atrás en aquel parque histórico de San Agustín.


–Este sitio es precioso –murmuró–. No sabía que los paisajes en Carolina del Norte fueran tan bonitos.


–Pensé que te gustaría si no habías estado antes. Creo que eres de esas personas que aprecian lo exclusivo, de las que prefieren tomar el camino menos transitado.


–Tanto con el sitio como con el coche me encantan.


El que la conociera ya tan bien y el que hubiera sido tan detallista con ella hizo que el corazón le palpitara con fuerza. La serpenteante carretera los llevó hacia la colina, lejos del pueblo, lejos de todo, y de pronto, cuando Pedro detuvo el coche junto al faro, comprendió.


–Me has traído aquí para besarme en el coche, ¿verdad?


Él se rió.


–Así es, me declaro culpable, señoría.


–Por lo que dije en el restaurante de que no había podido tener un novio ni besarme con él en su coche… –murmuró ella conmovida.


–Culpable de todos los cargos –respondió él–. Me gustan los sitios solitarios como éste, con la naturaleza en estado puro. Da una sensación… liberadora el dejar atrás la civilización, ¿no te parece? –se quedaron los dos en silencio, mirándose el uno al otro, y la fuerte atracción que había entre ellos tejió una vez más su magia, aislándolos del mundo–. Cuando veo cómo el viento levanta tu cabello me entran ganas de tocarlo –murmuró él tomando un mechón entre sus dedos–; me hipnotizas. Antes de este fin de semana hacía ya seis meses que llevaba una vida de celibato. Han pasado varias mujeres atractivas por mi vida, pero ninguna me había tentado como tú. ¿Te han dicho alguna vez lo hermosa que eres?


Paula se sentía halagada, pero no estaba acostumbrada a que le dijeran cosas así, y sintió que las mejillas se le teñían de rubor.


–No es verdad, yo no…


Pedro le impuso silencio acercando un dedo a sus labios.


–Cuando te toco –murmuró bajándole los tirantes del vestido al tiempo que le acariciaba los brazos– me excita la suavidad de tu piel, las curvas tan femeninas que tienes…


Le bajó un poco el cuerpo del vestido, dejando al descubierto parte de su pecho, y Paula sintió que un cosquilleo de nerviosismo y excitación la invadía al comprender cuáles eran sus intenciones.


–¿Vamos a hacer el amor aquí?


–¿Creías que eras la única a la que le gusta hacerlo al aire libre?


–Pero era de noche, donde nadie podía vernos –replicó ella.


El nerviosismo de Paula iba en aumento. Allí no había una lámpara que pudiese apagar. Aunque le había dicho a Pedro que había superado sus problemas, no era cierto del todo. Hasta ese momento, de una manera u otra, había tenido bajo control la situación cuando habían hecho el amor, pero hacerlo en aquel lugar, a plena luz del día…


Pedro tomó su rostro entre ambas manos.


–He escogido este lugar porque sabía que estaríamos completamente a solas –le dijo.


A solas, sí, pero su cuerpo quedaría completamente expuesto cuando estuviese desnuda, pensó ella. Pedro le estaba pidiendo que confiara en él. Bajó la vista y deslizó un dedo por la hebilla del cinturón.


–Así que quieres hacerlo aquí, a plena luz del día… Bueno, parece que aquí no puedo correr las cortinas, ¿no?


–¿Quieres protector solar? –bromeó él.


Ella enarcó una ceja y le desabrochó el cinturón.


–¿Piensas tenerme desnuda tanto tiempo como para que me queme? Me parece que estás siendo un poco fanfarrón.


Paula se inclinó hacia él y murmuró contra sus labios.


–Sí, confío en ti.


Pedro la besó. ¿Por qué besaría tan bien? Desde luego sabía cómo hacer que una mujer se sintiese deseada. Paula se echó hacia atrás y acabó de bajarse lentamente el vestido, descubriendo su cuerpo centímetro a centímetro, casi como había hecho cuando se había desnudado para ella la primera vez que lo habían hecho. En cierto modo aquélla también era una primera vez para ellos; la primera vez que lo hacían sin barreras.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 36

 


Pedro aparcó el coche de alquiler junto al restaurante, y esperó el veredicto de Paula sobre el lugar que había escogido.


Podría haberla llevado a Le Cirque, en Nueva York, o a City Zen, en Washington. Incluso podría haberla llevado al Savoy, en Las Vegas, pero al pensar en el mundo en el que se había criado sabía que no la impresionarían esos sitios lujosos y exclusivos.


Era algo que aplaudía el chico de Dakota del Norte que aún llevaba dentro. Por eso había llenado el depósito de su Cessna 185 y la había llevado a un pequeño restaurante en un pueblo de Carolina del Norte donde servían pescado fresco y hamburguesas además de una cerveza estupenda.


Una amplia sonrisa asomó a los labios de Paula.


–Es perfecto –le dijo.


Pedro rodeó el coche para abrirle la puerta y la condujo a una mesa para dos en la terraza, donde soplaba la brisa del mar. Al poco de sentarse se acercó una camarera a atenderles.


–Me alegra volver a verlo, señor Jansen –saludó a Pedro–. Enseguida le traigo lo de siempre: dos cervezas de la casa y dos lomos de atún con ensalada y patatas.


–Estupendo, gracias, Carola –dijo él. Cuando la camarera se hubo alejado, se dio cuenta de que Paula estaba jugueteando con los botes de la sal y la pimienta, como si estuviera incómoda o nerviosa–. ¿Ocurre algo? ¿Prefieres que vayamos a otro sitio?


Ella alzó la vista de inmediato.


–No, este sitio es estupendo, de verdad. Es sólo que… bueno… me gusta poder escoger lo que quiero tomar.


–Lo comprendo, y te pido disculpas. Perdona, ha sido presuntuoso por mi parte pensar que querrías tomar mi plato favorito –le dijo Pedro–. Podemos pedir que nos cambien lo que hemos pedido.


–No es necesario –replicó ella–. De verdad, no importa. Lo decía sólo para la próxima vez. Además, tu plato favorito suena bien, así que quizá no debería haber dicho nada –luego, con una sonrisa vergonzosa, añadió–: Supongo que te has dado cuenta de que estoy un poco… obsesionada con tener las cosas bajo control.


–Bueno, no creo que haya nada de malo en querer hacer las cosas uno mismo y que haya orden en tu vida –respondió él.


En ese momento regresó la camarera con dos platos de lomo de atún, dos cervezas, y dos vasos de agua.


–Es una manera inconsciente de revolverme contra mi infancia y mi adolescencia –le explicó Paula cuando se quedaron a solas de nuevo.


–¿En qué sentido? –inquirió él, después de tomar un sorbo de su cerveza.


–Mi madre es una persona hipercontroladora, y nada de lo que yo hacía le parecía bien. Siempre estaba machacándome con lo que esperaba de mí –dijo Paula.


–¿Y qué esperaba de ti?


–Unas notas excelentes, porque quería que estudiara en la mejor universidad del estado; también quería que estuviese siempre en mi peso y bien arreglada, que fuese la más popular de mi clase, y que tuviese al novio perfecto. Lo normal.


–Pues a mí no me parece que sea algo normal, ni gracioso –replicó él muy serio.


De pronto acudió a su mente una imagen de Pamela sentada en el coche junto a su madre, las dos vestidas con una rebeca y un suéter de punto y unos pantalones.


–Obviamente estaba siendo sarcástica –respondió ella–. Esa clase de hipercontrol suele hacer que los adolescentes se rebelen, pero yo era más bien del tipo pasivo-agresivo. El problema fue agravándose con el tiempo: empecé a controlar lo que comía, cuándo comía, y cuánto comía.


Pedro no sabía qué decir, así que puso su mano sobre la de ella y permaneció callado.


–Creyendo que haría feliz a mi madre con eso, me apunté al equipo de natación del instituto, y descubrí que aquello me ayudaba a quemar calorías. Hasta que un día, cuando me quité el chándal, vi las caras de espanto de mis compañeras.


Pedro le apretó la mano suavemente, deseando haber podido estar allí para ayudarla.


–Tengo suerte de estar viva. Aquel día, cuando mis compañeras me miraron de ese modo intenté correr a esconderme en el vestuario, pero mi cuerpo estaba sin fuerzas y me desplomé allí mismo –Paula bajó–. Tuve un paro cardíaco.


Pedro le apretó la mano de nuevo.


–Suerte que nuestro entrenador sabía cómo se hacía la reanimación cardiopulmonar –dijo ella medio en broma, pero pronto la risa murió en sus labios–. Fue entonces cuando mis padres y yo tuvimos que enfrentarnos al hecho de que tenía un serio trastorno alimentario –se echó hacia atrás en su asiento–. Me pasé el siguiente año en un centro de recuperación para bulímicas y anoréxicas –se peinó el cabello con mano temblorosa–. Pesaba poco más de cuarenta kilos cuando ingresé.


Pedro no habría imaginado jamás que Paula hubiera podido pasar por algo tan terrible. Se le hizo un nudo en la garganta de sólo pensar en ello.


–Lo siento mucho; debió ser muy duro para ti.


Ella asintió.


–Gracias a Dios lo superé, por completo. Lo único que me queda de aquello son las estrías que me produjo el perder y ganar peso.


–¿Por eso prefieres hacer el amor con las luces apagadas?


Paula asintió de nuevo.


–No me sentía preparada para contarte esto, aunque supongo que es una tontería. Esas marcas son el recuerdo de que logré superar aquello –tomó un sorbo de su vaso de agua–, el año que estuve internada no pude hacer fiestas de pijama con mis amigas, como otras chicas, ni tener una de esas citas con un chico en las que te lleva a casa en su coche, y te quedas allí sentada, besándote con él. Ni tampoco pude ir al baile de graduación.


–¿Y qué pasó cuando terminaste el instituto?


–Mi padre pagó para que pudiera ir a la universidad a la que querían que fuera, y me casé con el hombre que ellos querían –respondió Paula–. A-1, mi pequeña empresa, es lo primero que he hecho por mí misma.


La admiración que Pedro ya sentía por ella aumentaba cada vez más. Paula había sido capaz de romper esas cadenas de dependencia que la ataban a sus padres y de forjar su propio destino. Apartarse de su familia debía haber sido muy duro para ella, por tirante que hubiese sido su relación con ellos. Había huido de la clase de mundo que parecía estar sofocando a Pamela.


–Pero tampoco quiero que pienses que me siento desgraciada –le dijo Paula–. Las cosas que lamento haberme perdido… me he hecho a la idea de que tengo que aceptar que no puedo tenerlas, que no puedo volver atrás y cambiar cómo fue mi adolescencia. Tengo que aceptarlo y seguir adelante.


La tristeza en su voz, a pesar de que decía que no se sentía desgraciada, hizo que Pedro sintiera deseos de hacer algo por ella. De darle esas cosas que sus padres le habían robado al intentar hacer de ella la clase de hija que querían que fuera. No podía cambiar el pasado, pero quizá pudiera darle alguna de esas cosas que se le habían negado.




FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 35

 


Una sensación de déjà vu invadió a Paula ante aquel parecido. Podrían haber sido su madre y ella años atrás. Además, a Paula le había parecido ver en Pamela la misma fragilidad que ella había tenido hacía años, la misma falta de confianza en sí misma.


Tener unos padres ricos hacía que vivieses rodeada de lujos, pero también podía hacer que una persona sintiese que no valía nada, que no podía hacer nada por sí misma. A ella sus padres se lo habían dado todo; incluso habían sobornado al director de su instituto para que obtuviese buenas notas, y aquello no había estado bien.


Igual que no estaría bien disculpar el comportamiento imprudente de Pamela, que había dejado a sus hijos porque necesitaba un descanso. Sí, entendía que se hubiese sentido abrumada, pero su familia tenía dinero; podría haber contratado a una persona que la ayudase con los niños en vez de esperar a que se lo propusiese Pedro. Había cientos de opciones mejores a dejar a sus hijos solos dentro de un avión.


Paula apretó los puños, llena de frustración. Aquello no era asunto suyo, ni había nada que ella pudiera hacer. No eran sus hijos. Era a Pedro a quien le correspondía solucionar aquella situación. Se sentó en un sofá decidida a no pensar más en eso, y trató de distraerse fijándose en lo que la rodeaba, pero los minutos parecían pasar muy despacio.


Cuando por fin se abrió la puerta se levantó como un resorte. Pedro se detuvo ante ella muy serio, y dejó caer los brazos junto a sus costados.


Paula le puso una mano en el hombro y se lo apretó suavemente.


–¿Estás bien? –le preguntó.


–Un poco preocupado, pero se me pasará –respondió él en un tono algo seco, apartándose de ella.


Hacía sólo unos minutos la había besado, y ahora de repente se mostraba distante. ¿Habría sido el beso sólo una pantomima? No, no creía que lo hubiese sido. Si no la quería allí, si necesitaba estar a solas, lo dejaría tranquilo, se dijo dirigiéndose hacia la puerta.


–Paula, espera –la llamó él–. Aún tenemos asuntos pendientes; los negocios son los negocios.


¿Negocios? No era precisamente lo que había esperado oír.


–¿A qué te refieres?


Pedro fue hasta su escritorio y sacó una carpeta de un cajón.


–Te hice una promesa cuando accediste a ayudarme con los niños. Esta mañana, antes de hablar con Pamela, hice algunas llamadas. Os he conseguido a tu socia y a ti cuatro entrevistas con cuatro clientes potenciales –dijo pasándole la carpeta–. El primero de la lista es el senador Matthew Landis.


Paula tomó la carpeta. El senador Landis… Llevaba mucho tiempo ambicionando una oportunidad así, pero de pronto tenía la sensación de que Pedro estaba intentando zafarse de ella. Bueno, sí, era lo que habían acordado, pero era como si quisiera acabar con aquello cuanto antes para perderla de vista. Apretó la carpeta entre sus manos.


–Gracias. Es… es estupendo; te lo agradezco.


–Bueno, tendrás que conseguir convencerlos, naturalmente, que es la parte más difícil. Pero le pedí a mi secretaria que preparara unas notas que pueden ayudarte a mejorar tu propuesta.


No le había dejado dinero en la cómoda, como a una prostituta, pero era como Paula se sentía con aquella transacción, teniendo en cuenta lo que habían compartido y lo que podía haber habido entre ellos.


–No sé cómo darte las gracias, de verdad –murmuró Paula.


Apretó la carpeta contra su pecho, preguntándose por qué aquella victoria parecía tan vacía. Hacía sólo unos días habría dado lo que fuera por la información que contenía esa carpeta.


–No, soy yo quien tiene que darte las gracias. Es lo que acordamos, y yo me he limitado a cumplir mi palabra –respondió él–. Y aunque siento de verdad no poder hacer un contrato con tu empresa, he dado instrucciones para que a partir de ahora sea la primera opción cuando sea necesario subcontratar los servicios de limpieza.


Paula no sabía si sentirse dolida o furiosa.


–Ya veo. Bueno, entonces supongo que nuestros asuntos han concluido.


–Yo diría que sí.


No estaba dolida; estaba furiosa. ¿Cómo tratarla de esa manera? Habían dormido juntos, y él la había besado delante de su ex. Se merecía algo mejor que aquello. Plantó la carpeta sobre la mesa y le preguntó:

–¿Estás intentando zafarte de mí?


Él dio un respingo y parpadeó.


–¿Qué diablos te hace pensar eso?


–Para empezar lo frío que llevas conmigo todo el día –le espetó ella, cruzándose de brazos.


–Sólo quería dejar cerrado este asunto porque a partir de este momento, si vamos a seguir viéndonos, será sólo por motivos personales.


Pedro la asió por los hombros.


–Ahora que ya no hay intereses de por medio; no tenemos por qué reprimir lo que sentimos.


Paula alzó la vista hacia él.


–Entonces… ¿me estás diciendo que quieres que pasemos más tiempo juntos?


–Sí, eso es lo que estoy intentando decirte. Tú te has tomado el fin de semana libre y aún no es siquiera la hora de comer, así que… ¿por qué no pasamos el día juntos, sin niños, y olvidándonos del trabajo? –le propuso Pedro, echándole hacia atrás el cabello–. No sé si lo nuestro llegará a alguna parte, y hay mil razones por las que éste no es el momento adecuado, pero no puedo dejar que te alejes de mí sin que al menos nos hayamos dado una oportunidad.


Estar con aquel hombre era como una montaña rusa. En un momento se mostraba muy intenso, al siguiente, malhumorado, luego feliz, después sensual… Era verdaderamente intrigante.


–De acuerdo. Entonces, invítame a comer.


Pedro suspiró aliviado, como si hubiera estado conteniendo el aliento, y le rodeó la cintura con los brazos.


–¿Dónde te gustaría ir? Puedo llevarte a cualquier parte del país. Hasta podría llevarte a cualquier parte del mundo si vas a por tu pasaporte.


Ella se rió.


–Por esta vez creo que me conformaré con un sitio dentro del país.


¿Por esta vez?, se repitió a sí misma? El pensar que de verdad lo suyo pudiera funcionar, y que pudiesen haber otras veces la hizo estremecerse de placer.


–Y en cuanto a dónde… tú eliges; eres tú quien va a pilotar el avión.


Esas palabras fueron un paso tangible que convertía sus anhelos en realidad, y Paula, aunque ilusionada, no pudo evitar sentir algo de aprehensión. Ya no estaban los negocios de por medio, ni los hijos de Pedro; aquello ya sólo tenía que ver con ellos dos. Había estado explorando cada capa de aquel hombre tan complejo, y ahora ella debía abrirse a él también. Tendría que dar un salto de fe y ver cómo reaccionaría él cuando lo supiese todo sobre ella, cuando le mostrase su lado inseguro, que tan parecida la hacía, en cierto modo, a su ex esposa.




lunes, 10 de mayo de 2021

FANTASÍAS HECHAS REALIDAD: CAPITULO 34

 

Paula sintió que los nervios le atenazaban el estómago cuando bajó la escalerilla del avión privado de Pedro. Ya estaban de regreso en Charleston.


Durante el vuelo no habían tenido oportunidad de discutir qué iba a ser a partir de entonces de lo que había surgido entre ellos. Los niños habían estado revueltos durante la mayor parte del viaje, lo cual no era de extrañar teniendo en cuenta cómo estaban alterando su rutina, y Pedro no había podido dejar la cabina ni un momento porque había bastantes turbulencias.


Apenas había pisado el asfalto de la pista con Olivia en su cadera, cuando se oyó un gritito que provenía de donde estaba el edificio principal del aeropuerto privado, propiedad de la compañía de Pedro. Paula alzó la vista y vio a una mujer pelirroja. Pamela Alfonso.


Llevaba un conjunto de rebeca, suéter de punto y pantalón, y el mismo collar de perlas y los pendientes que le había visto esa mañana, cuando había mantenido aquella conversación por Skype con Pedro.


Pamela echó a correr hacia ellos con los brazos abiertos y una amplia sonrisa, al tiempo que Olivia estiraba sus manos diciendo: «Ma-má, ma-má…».


Pamela la tomó en brazos y la levantó girando con ella.


–¡Cómo te he echado de menos, mi niña! ¿Lo habéis pasado bien con papá? Me he traído vuestro DVD preferido de Winnie the Pooh para que lo veáis en el coche camino de casa.


Dejó de girar y se quedó mirando a Paula con curiosidad. A lo lejos un avión despegó, y Baltazar, que iba en brazos de Pedro, lo señaló con una sonrisa y se puso a dar palmas. Distraída por el entusiasmo de su hijo, Pamela se olvidó de ella un momento y se volvió hacia él.


–Hola, mi niño guapo –dijo besándolo en la frente.


–Creía que íbamos a vernos más tarde para hablar –dijo Pedro, visiblemente tenso.


–Lo sé, pero después de oír las voces de los niños esta mañana estaba deseando verlos. Los echaba tanto de menos que tomé el primer vuelo que pude y me vine para acá. Tu secretaria me dijo a qué hora llegabais –le explicó antes de volverse de nuevo hacia Paula–. ¿Y quién eres tú?


Pedro dio un paso hacia ella.


–Ésta es Paula, una amiga. Como no podía cancelar este viaje ha tenido la amabilidad de tomarse unos días libres para poder echarme una mano con los gemelos. En tu nota decías que ibas a estar fuera dos semanas.


–Sí, pero después de descansar el fin de semana me siento como nueva y lista para ocuparme otra vez de los niños. Además, me toca tenerlos a mí.


Pedro suspiró cansado, y condujo a su ex y a Paula hacia el edificio principal, lejos del ir y venir de camionetas y personal de mantenimiento.


–Pamela, no quiero empezar una pelea, pero lo que te dije esta mañana iba en serio: quiero estar seguro de que no dejarás otra vez a los niños solos sin avisarme si vuelves a sentirte abrumada de nuevo.


–Mi madre está en el coche –dijo Pamela señalando un vehículo aparcado a unos metros, un Mercedes plateado–. Voy a quedarme con ella una temporada, así que no tienes que preocuparte, estaré bien. Pero lo he estado pensando y voy a aceptar tu oferta de buscar a alguien que me ayude con los niños, y también quiero que renegociemos los derechos de visita. Ya hace un par de meses que dejé de darles el pecho, así que creo que tú podrías tenerlos contigo más a menudo.


Pedro no pareció satisfecho al cien por cien con su respuesta, pero asintió.


–De acuerdo, podemos vernos mañana por la mañana en mi despacho, sobre las diez, para empezar con los trámites.


–Estupendo. No sabes cómo me alivia volver a ver a los niños. Este fin de semana me ha dado una nueva perspectiva sobre cómo organizarme mejor –le aseguró Pamela–. ¿Me acompañas a llevarlos al coche? ¿No te importa que te lo robe un momento, verdad? –le preguntó a Paula.


–No, por supuesto que no –respondió ella.


–Será sólo un momento –le dijo Pedro–, pero puedes esperar en mi despacho; hace menos calor –añadió sacándose unas llaves del bolsillo para abrir la puerta que estaba a su derecha.


¿Tenía un despacho allí? Creía que las oficinas de Aviones Privados Alfonso estaba en el centro de la ciudad. Claro que tenía sentido que allí también tuviese un despacho, ya que era su aeropuerto.


–De acuerdo.


Pedro la besó en los labios. No fue un beso largo, ni sensual, pero sí una manera de darle a entender a su ex que había algo entre ellos, y Paula, que no lo esperaba, se quedó un poco sorprendida.


Pamela la miró con creciente curiosidad.


–Gracias por ayudar a Pedro con los niños.


Paula, que no sabía que decir, optó por responder:

–Baltazar y Olivia son un amor; me alegro de haber podido ayudar.


Luego se despidieron, y Paula entró en el despacho mientras ellos se alejaban. Paula cerró la puerta tras de sí y se quedó mirándolos por la ventana. Al volante estaba sentada la que debía ser la madre de Pamela, aunque casi parecía su gemela.