jueves, 8 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 49

 


—Querida, levántate. 


Paula murmuró algo incomprensible y se acurrucó un poco más al lado de su acompañante.


—Nos hemos quedado dormidos. Deben pensar que nos hemos fugado —dijo Pedro, consultando su reloj—. Son cerca de las ocho y media.


—No puede ser. Nunca me duermo por las mañanas —comentó Paula, sorprendida.


—Siempre hay una primera vez.


Paula se incorporó y se sentó sobre la manta, diciendo suavemente:

—¡Es de día!


—Es lo que te acabo de decir. Estoy seguro de que ya habrán organizado un pelotón de linchamiento o lo que sea necesario, por nuestra fechoría.


—No te has portado mal… Al revés, has sido un perfecto caballero.


Pedro creyó notar cierta decepción en su modo de pronunciar la palabra caballero.


—La verdad es que lo que más me apetecía era transgredir las normas del honor…


—Mmh —murmuró Paula bostezando y estirándose con gracia—. Si tener fantasías sexuales fuese un delito, la población masculina al completo debería estar encarcelada. Pero tú, sin embargo, estarías a salvo.


Pedro no quedó muy satisfecho con ese comentario de Paula.


«¿Hasta cuándo tendré que reprimir mis ardientes deseos?», pensó Alfonso, desesperadamente.


En efecto, el hecho de ver como se estiraba su acompañante, lo excitó y le hizo sentirse incómodo. La verdad era que durante toda la noche había sentido una necesidad de hacer el amor, prácticamente incontenible.


Paula tenía el cabello despeinado y no llevaba ni pizca de maquillaje, teniendo en cuenta que su cutis era perfecto. La camisa que llevaba era verde y realzaba más aún el color de sus ojos. Y los téjanos que llevaba eran anchos y cómodos.


—Más vale que volvamos pronto al rancho. No quiero que tus abuelos se preocupen por nosotros. Me caen bien y no quiero molestarlos.


—De acuerdo —dijo Paula, recogiendo los cristales rotos, la manta y lo que quedaba de la botella de champán.


Pero antes de buscar a su montura, Pedro la tomó por los hombros.


—Querida, respecto a lo que te dije anoche… no tuve la intención de herirte. Eres una persona realmente especial para mí.


Mientras cabalgaban, Paula lo escuchaba en silencio, mordiéndose la punta de la lengua para no deshacer el encanto del momento. Según Alfonso ella era especial, pero sin duda, no lo suficiente para su status. Por otra parte, el rancho era algo sólido y real, nada comparable a un amor pasional que le fuese a romper el corazón.


—No te preocupes. Yo tampoco quise herir tu orgullo, Pedro.


—Lo que pasa es que te deseo tanto, que mi cabeza no funciona bien —murmuró Alfonso acariciando sensualmente con sus pulgares, las mejillas y los labios de Paula.


—Por favor, no hablemos de eso, dijo la vaquera trotando con su montura al mismo ritmo que Pedro y la suya.


—¿Por qué? No somos un par de adolescentes condicionados por el comportamiento de nuestras hormonas desbocadas. Somos adultos y como tales, podemos hablar de nuestras necesidades sexuales con toda libertad.


—Sí, somos dos adultos, pero con unas hormonas incontrolables. Es como si pusiéramos una cerilla encendida en un charco de gasolina… Démonos prisa, aunque falta poco, no quiero que piensen que nos hemos fugado. En fin, lo más probable es que nos hayan visto desde la casa principal.


—Si yo fuera tu abuelo, no te habría dejado dormir conmigo antes de la boda.


—¿Sabes lo que te digo Pedro Alfonso? Eres un impostor y además, un mojigato —dijo Paula, sonriendo.


—Te equivocas.


—Por supuesto que estoy en lo cierto.


Paula le observó de arriba abajo: tenía el pelo revuelto, la barba le oscurecía la cara y los ojos todavía adormilados. Era todo un hombre. El sexo opuesto, por excelencia. La vaquera tuvo que admitir que realmente era perfecto, a pesar de su pizca de gazmoñería.


—No me gusta que me veas como un mojigato. Los hombres jamás son cursis en ese sentido.


—Eres muy moderno queriendo tener una aventura conmigo, pero si se tratase de tu hija, al mínimo problema llamarías a la policía.


—No pienso tener una hija —dijo Pedro, testarudamente.


Paula reaccionó con un gesto de desaprobación.


—Pues peor para ti.


—¡Hey! Tampoco es un crimen no querer tener hijos. Los chicos de la zona donde vivo me llaman el Ogro.


¿Acaso le gustaría a un crío que a su padre lo llamaran el Ogro?


Ya habían regresado al rancho.


Paula estaba a punto de decirle a Pedro que se merecía el apodo, cuando de repente, abrió la puerta de la casa su abuela.


Eva Harding era pura complicidad: no paraba de sonreírles y de guiñarles el ojo.


—Pasad y tomad el desayuno. Me preguntaba si todavía estaríais dormidos.


—Sentimos haberla preocupado, señora Harding —dijo Pedro, notando la mirada airada de su acompañante—. Quiero decir, abuela. La culpa de que nos hayamos quedado dormidos la ha tenido el champán.


Eva rió e investigó el interior de la cesta que les había dado la noche anterior: todavía quedaba vino espumoso.


—Os habéis embriagado mutuamente, sin apenas alcohol. ¡Cielos! Todavía me acuerdo de cuando Samuel y yo estábamos recién casados —dijo la abuela, sonriendo tiernamente—. Subimos a esa misma roca y estuvimos hablando durante horas y horas.


—Nosotros también estuvimos hablando… —comentó Paula, con la intención de aclarar cómo habían pasado la noche.


—¡Es la hora del desayuno! —les instó Eva, sin hacer caso de la puntualización de su nieta.


En la mesa había crujientes panecillos con jamón y patatas fritas del lugar. Además, de postre podrían tomar fresas y melocotones en conserva, así como mantequilla recién hecha de la casa. ¡Menudo festín! Pedro estaba realmente hambriento: el aire puro de Montana y el trabajo duro le habían abierto el apetito notablemente, en los últimos días.


Una sonrisa de satisfacción apareció en los labios de Alfonso, a pesar de estar molesto por tener que seguir con la comedia del compromiso. ¡Nunca había disfrutado tanto de un desayuno!




FARSANTES: CAPÍTULO 48

 


En el caso remoto de que ambos se enamoraran, Paula tendría que elegir entre vivir con Pedro, u ocuparse del rancho. Eso la hizo tiritar.


—No te preocupes, querida —dijo Alfonso—. Te prometí que no te daría ni un beso esta noche.


Paula, que estaba distraída, cayó en la cuenta de lo que le decía el joven.


—Échate de nuevo en la manta —le rogó el joven, tomándola esta vez en sus fuertes brazos. Paula se sentía muy bien con él, era tierno y sexual al mismo tiempo.


La joven lo abrazó a su vez, y cerró los ojos mientras respiraba el aire fresco de la noche y el distinguido aroma de Pedro. La otra copa que quedaba, cayó rodando por el suelo.


—No eran parte de tu herencia, ¿verdad? —preguntó Alfonso, irónicamente.


—No.


—Estupendo —contestó el joven, alisando con sus dedos los largos cabellos de la vaquera—. No querría haber destrozado algo verdaderamente importante para Eva Harding.


La familia… se quedó pensando Paula, sintiendo las pulsaciones aceleradas de su corazón.


Pedro, ¿cómo es que no viniste cuando Lorena te invitó a la cena de Navidad?


La vaquera pensó que de nuevo había tocado un tema difícil para él.


Alfonso se las arregló para contestar:

—Detesto tener que decirte que… aquello fue muy violento para mí.


—¿Porque te había invitado tu ama de llaves? —preguntó Paula, contando hasta diez, para no estallar de cólera, hasta que le diera una respuesta coherente. Alfonso no era un snob.


—No se trataba de eso, es que me costaba mucho relacionarme en un ambiente familiar relajado y normal. Habría chafado la cena de Navidad a todo el mundo.


Paula no se esperaba esa respuesta.


—Pero tú también tienes familia, por lo menos a tu hermano Saúl, ¿no es así?


—Sí, tengo un hermano, dos hermanas y a mis padres. Desafortunadamente, siguen casados, destrozándose uno al otro —le contó Pedro, con un hilo de voz, lo que hizo automáticamente que Paula tuviese ganas de llorar—. No creo que puedas entenderme, porque tu familia es maravillosa. ¡Os queréis tanto!


Con la palma de la mano, Pedro acarició la mejilla y los armoniosos labios de Paula.


Pedro… —susurró la vaquera.


—¿Quieres saber por qué necesito tanto triunfar en la vida? Es muy sencillo. Era el niño más pobre del colegio y que vivía en un barrio no muy recomendable. Mi padre, no es que estuviera en paro, es que no quería trabajar… Y teníamos a la policía en casa cada viernes y sábado por la noche, para intervenir en las peleas de mis padres, que bebían con bastante frecuencia.


El dolor de Pedro rompió el corazón de Paula. Ella lo besó suavemente, en la garganta. Tanto sufrimiento no produjo rechazo en la vaquera, sino todo lo contrario.


—No pasa nada, no te preocupes —dijo Paula, dulcemente.


—Sí que importa. No quería que supieses esas cosas tan desagradables de mi vida.


—Pedro, deberías sentirte muy orgulloso de ti mismo —repuso Paula—. Lograste ir a la Universidad y tienes un trabajo con prestigio. No es mi tipo desde luego, pero te ha permitido cambiar tu forma de vida… Desde luego, no todo el mundo es capaz de cumplir sus sueños.


El joven se quedó más tranquilo, después de contar sus confidencias a la vaquera.


—¿Sabes una cosa, Paula Chaves? Eres sorprendente.


—Soy simplemente yo.


—A eso es a lo que me refiero.






FARSANTES: CAPÍTULO 47

 


—Me gusta este lugar —dijo Pedro.


Habían estado en ese sitio durante cuatro horas, mirando las estrellas, mientras que en el rancho, todo el mundo dormía.


—¿De verdad? —preguntó Paula, medio dormida.


—Sí, no tanto como cuando nos besamos, pero al fin y al cabo es algo relajante —dijo Alfonso, dando un sorbito de champán y volviendo a mirar al cielo.


—Mmh —susurró Paula, tumbada al revés que Pedro—. A mí también me gusta.


Bandido estaba encantado de tener a aquellos humanos tan cerca, pero por si acaso no se despegaba del lado de Paula, cosa que Alfonso tuvo en cuenta por si decidía iniciar una incursión en dirección a la vaquera.


—Cuéntame Pedro —dijo Paula, poniéndose otra copa de champán sin apenas burbujas—, ¿por qué le tienes tanto miedo al matrimonio? Puede que tus padres tuviesen una experiencia nefasta en ese sentido, pero eso no tiene por qué repetirse contigo.


—¿Estás muy interesada en el tema?


Paula se atragantó y derramó parte del vino espumoso, sobre las piernas de Pedro.


—Noooo. Era una pregunta de interés general, del tipo de ¿…crees tú que hay vida inteligente en otros planetas…?.


—No te preocupes, tampoco creo que sea el peor marido del mundo —dijo Alfonso, realmente ofendido.


—Bueno, como ni fumas, ni eres amante del juego, ni asaltas comercios para vivir, se puede decir que tienes muchas bazas a tu favor.


—Claro —dijo Alfonso incorporándose—. Si alguna vez decido casarme, no sería con alguien como… —Pedro paró en seco, a pesar de ser de noche, la luz de la luna había iluminado la expresión de odio de la vaquera. Estaba claro que iba a meter la pata.


—¿Cómo yo, no es cierto? —continuó Paula, amargamente.


—Bueno, querría tener a mi lado a alguien tranquilo. No es que tú no lo seas. Pero, la experiencia me ha enseñado, que la unión entre personas de mucho carácter suele terminar mal.


—En otras palabras, quieres una esposa aburrida. Tendrás que actualizar tu lista cuando llegues a casa.


Pedro estaba harto de la famosa lista, que traía de cabeza a Paula.


«Maldita sea. Si no hubiera metido la pata con Paula, ahora estaríamos disfrutando del final del champán, contando estrellas», pensó Alfonso, molesto.


—Querida, creo que eres alguien muy especial. Quizá, si las circunstancias cambiasen… —balbuceó Alfonso, torpemente.


—No van a cambiar en absoluto. Además, recuerda: no cumplo los requisitos de la lista de tu hermano.


—¿Por qué te empeñas en seguir teniendo en cuenta esa estupidez? Cuando la escribió, Saúl acababa de divorciarse y no quería que yo cometiera los mismos errores que él.


—Muy bien, pues comete tus errores solo. Yo me voy a la cama. ¡Bandido, vamos a casa! —dijo Paula, intentando que el perro la obedeciera—. Bueno, quédate… Al fin y al cabo, los hombres sois todos iguales.


—Paula, por favor, no te vayas —le suplicó Pedro.


Aquel ruego, le llegó directamente al corazón. Estaba demasiado afectada por los treinta años que acababa de cumplir, había muchas decisiones importantes que tomar. De hecho, probablemente, sería la última vez que celebrara su cumpleaños bajo las estrellas, haciendo planes para el futuro.


—Lo siento, querida —susurró Alfonso, mientras le tomaba los brazos y la acariciaba lentamente; la copa de Paula se cayó sobre la hierba y ambos se juntaron en un abrazo—. Heriste mi orgullo y quise devolverte el golpe. La verdad es que eres maravillosa.


Pedro —susurro Paula, notando como el joven deslizaba sus brazos por su cintura y se pegaba a ella por completo. Alfonso se estaba poniendo cada vez más excitado…


—Nunca he deseado tanto a una mujer como a ti —dijo Pedro a su prometida—. Y sé que tú también me deseas a mí. En esto es en lo único que no hemos engañado a nadie, con nuestro compromiso.


Paula sintió como algo se le helaba en el interior de su cuerpo. Por una parte, quería que el compromiso fuese auténtico en su totalidad. Pero eso le daba mucho miedo, enamorarse de Pedro sería lo más temerario que hubiese hecho en su vida. Era demasiado guapo e inteligente, su porvenir se encontraba en Nueva York.


La Gran Manzana significaba kilómetros y kilómetros de cemento, sin prados ni cielos abiertos. Hasta la nieve que caía no era blanca, sino gris. Sin duda, se trataba de una ciudad apasionante, pero ella se ahogaría allí, teniendo tan lejos la naturaleza.




miércoles, 7 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 46

 


Pedro se quedó pensando en la expresión que había notado en el rostro de la vaquera, mientras abrazaba y besaba a Karla. Sin duda, Paula quería tener varios hijos, y por eso le asustaba el hecho de cumplir los treinta. Ya no era tan joven y para hacer realidad ese otro sueño, tendría que darse un poco de prisa en casarse.


Eva Hading apareció con una botella de champán y un par de copas, sonriendo con complicidad.


—Deberíais hacer una celebración en privado. ¿Os apetece tomar esta botella, a la luz de la luna y contando las estrellas?


—¡Qué buena idea! —exclamó Pedro, mirando el interior de la cesta, con curiosidad—. Eres maravillosa, Eva.


—Reserva tus encantos para mi nieta. Ahora, marchaos antes de que alguien os retenga de nuevo —aconsejó la abuela a los jóvenes, mirando insistentemente hacia donde estaba Gabriela.


Aquello hizo reír a Alfonso.


Lo cierto era que, los familiares y los amigos de los Harding estaban poniendo todos los medios para que la pareja se alejara de la fiesta. De hecho, en más de una ocasión, cuando Gabriela había intentado acercarse a los jóvenes prometidos, alguien había interceptado su camino, de modo oportuno.


Por si fuera poco, aquella especie de conspiración incluía a Bandido, que se lanzó amenazadoramente sobre el vestido blanco de Gabriela, manchándoselo de barro.


¡Pobre Bandido! La histérica mujer lanzó un chillido tan agudo, que el perro se asustó tanto o más como si de una estampida se tratara. Cuando ya se calmó, Bandido se volvió a lanzar contra ella para lamerle la cara. Para variar, Gabriela gritó de nuevo, irritadamente.


Mientras tanto, Claudio había estado contemplando la escena desde una valla, mordisqueando una brizna de hierba.


—¿Por qué no me has ayudado? ¡Mira como me ha dejado ese maldito perro! —dijo la mujer, despechadamente.


Claudio siguió mascando, esta vez, un poco de tabaco.


—Por eso el rancho es tan apreciado. Cada día es distinto en este lado de Montana.


—Te pago para que te ocupes de mí.


—No señora, los Hardings son los que me pagan, en esta propiedad. Usted no es más que una turista que ha aparecido intempestivamente…


¡Gabriela y Paula eran tan distintas!, pensaba Pedro, mientras Paula trataba de aplacar la cólera de la mujer histérica.


Alfonso rió abiertamente. Cuando la vaquera volvió a su lado, le preguntó cuál era el motivo de su risa.


—Me estaba acordando de esta mañana, cuando Gabriela quiso empujarte dentro del abrevadero del establo.


—¡Oh, sí! Pero lo que ella no había advertido era que estaba pisando excrementos de vaca. Por eso no me tomé la molestia de decirle nada. Bastante tenía ya para entretenerse con sus zapatos de última moda… ¿No repercutirá en tu trabajo el hecho de que Gabriela las esté pasado canutas en el rancho? Como es la hija de tu jefe…


Pedro abrazó a Paula por los hombros y ambos salieron por la puerta.


—En la empresa, me necesitan más a mí, que yo a ellos —dijo Pedro, dándose cuenta por primera vez de lo que acababa de decir.


—Pero… —balbuceó Paula, sin terminar de hablar.


—Prefiero que no hablemos de trabajo. ¿Dónde encontraremos un lugar apartado para disfrutar de un poco de intimidad? Debemos hacer caso a tu abuela.


Pedro Alfonso, eres un oportunista. No pierdes la ocasión de utilizar todos los medios que sean para conquistar tus objetivos.


—No me negarás que te apetece salir del establo, o quieres que volvamos a la fiesta, con todo ese barullo…


Paula lo miró a los ojos y pudo comprobar que, bajo la luna, Pedro era tan sexy como a plena luz del día.


—Te mereces que te encierre con el semental —dijo la vaquera, divertida.


—Pero yo sé que ese toro tan apacible no es más que para las visitas —comentó Pedro, entre risas—. El rancho emplea el semen de un semental premiado varias veces, al que únicamente han visto en un vídeo…


—Ya veo que recuerdas con todo detalle, aquello que vas aprendiendo.


—Vamos, querida. Hace una noche preciosa. Y tenemos que hacer un brindis especial con la botella de tu abuela.


Paula estaba deseando disfrutar de la noche bajo las estrellas con aquel hombre. Sin embargo, su mente no estaba tan de acuerdo con su corazón.


—Voy a casa un momento a recoger una manta —dijo Paula, dejando a Pedro inseguro.


—¿Vas a volver, no? Espero que no me dejes plantado esta noche.


—Esta noche no va a pasar nada y además, no te tengo miedo.


Cuando Paula se reunió de nuevo con Alfonso, le sugirió que se sentasen por la zona de las tiendas de campaña. Pero Pedro prefirió instalarse detrás de la colina que coronaba la casa principal del rancho.


—Me parece que allí arriba, estaremos solos —dijo Alfonso, alegremente.


—Créeme Pedro, no vamos a necesitar intimidad en absoluto.


—Claro que sí.


—Por favor, no me presiones más —se quejó Paula, agobiada.


—Querida —dijo Alfonso, tomando su barbilla y elevándole el rostro, seriamente—. No te preocupes, es tu cumpleaños y no voy a hacer nada que te contraríe.


—Seguro que no me mientes —dijo la vaquera, observando fijamente la expresión de su acompañante.


—Seguro.


Paula le creyó, pero por otra parte le parecía una tortura tener que estar a su lado, sin más. Por lo menos, cuando Pedro la besaba, dejaba de pensar automáticamente. Apenas podía respirar y no quería pensar en problemas trascendentales…


Alfonso le dio la mano y ambos empezaron a caminar. Probablemente el champán le adormecería las ideas.



FARSANTES: CAPÍTULO 45

 


—¡Sorpresa!


—¡Feliz cumpleaños! Paula se puso colorada mientras una lluvia de confeti les llovía a Pedro y a ella.


El establo que usaban para llevar a cabo celebraciones y fiestas, estaba decorado con guirnaldas y flores salvajes. Los asistentes iban vestidos con sus mejores galas de vaqueros.


—¡Feliz cumpleaños, querida! —dijo en alto su abuela—. ¡Y felicidades, Pedro, esto es una doble celebración, teniendo en cuenta que acabáis de comprometeros!


—Muchas gracias, señora Harding —contestó Alfonso, afectuosamente.


—Por favor, Pedro, llámame Eva o abuela. Sobre todo ahora que vamos a ser miembros de la misma familia.


—Estupendo —dijo Alfonso, cortésmente.


Paula comprobaba lo formal que podía ser Pedro, después de haber anunciado sin ningún reparo y a los cuatro vientos, la noticia del compromiso. ¡Parecía un auténtico novio, actuando de modo nervioso con su futura familia política!


Era posible que estuviese comenzando a encontrarse mal en el papel que él mismo había elegido.


Respecto a su abuela, Paula no pudo evitar pensar que Eva Harding había hecho caso omiso de las confidencias que le había hecho el día anterior. La nieta le había asegurado que no quería que Pedro se enamorara de ella. Y allí estaba, celebrando tranquilamente, un compromiso que, en teoría, tenía que haberla sorprendido.


De repente, una voz la hizo girar.

—¡Felicidades, querida!


—¡Hola Augusto! Te echamos de menos en la fiesta del sábado pasado.


—Lo siento por no haber acudido, pero un caballo se puso malo y tuve que ocuparme de él. ¿Es verdad que vas a casarte?


—Sí —contestó Paula, perforando con la mirada a Pedro—. Augusto Steele, te presento a Pedro Alfonso.


—Encantado de conocerte —dijo Augusto, educadamente.


—Lo mismo te digo —respondió Alfonso, con la pinta de un toro salvaje, a punto de salir de estampida.


Paula se excusó y llevó a su prometido al otro lado del edificio.


A la vaquera se le había olvidado que era su cumpleaños, y claro está, a su familia no se le había pasado el detalle. Para ella era difícil cumplir treinta años. Más aún, que hacer creer a todos los del rancho, que Pedro y ella estaban prometidos. A ella le divertía en cierto modo seguir con la mentira de Alfonso.


Había empezado a negociar con su abuelo el futuro del rancho. Pero ahora, Samuel Harding estaba completamente convencido de que el futuro matrimonio sería mucho más eficaz con la gestión de la finca, que la propia Paula estando soltera.


Pedro se dio cuenta y trató de excusarse con ella.


—De verdad que lo siento, querida. No era mi intención interponerme en tu futura vida de ranchera —dijo Pedro honestamente.


Alrededor de la pareja todo eran felicitaciones, y, hasta los que menos los conocían les ofrecían pequeños regalos, mientras el resto de la gente se disponía a probar la tarta de cumpleaños.


Paula comprendió las disculpas de Pedro y cambió de tema.


—Mira hacia allí —comentó la vaquera, riendo—. Creo que Gabriela no te va a perseguir nunca más ni en Seattle, ni en ningún otro lugar del mundo.


—Ya te advertí que Claudio iba a hacer un buen trabajo con su invitada —dijo Alfonso, muerto de risa.


En los últimos dos días, Gabriela y Claudio habían discutido, se habían insultado y se habían hecho la vida imposible. Pero Claudio tenía la ventaja de dominar el entorno…


En ese momento, alguien reclamaba la atención de la homenajeada a la altura de las rodillas.


—Hola, Paula. ¡Feliz cumpleaños!


La joven tomó en sus brazos a la niña que la estaba felicitando.


—Muchas gracias, Karla. ¡Me alegro mucho de verte! ¿Os habéis portado bien tu hermano y tú, este año?


—Sí. Papá me ha regalado un pony.


—¡Qué estupendo! —dijo Paula, aspirando el suave olor a colonia de la niña.


En aquel momento, sintió un gran pesar, porque aunque le encantaría tener hijos, no podía planteárselo en un futuro próximo.


—Ya soy toda una vaquera —se enorgulleció la cría.


Paula se volvió hacia Alfonso y dijo:

Pedro te presento a Karla, la hija de Augusto.


—¿Es su hija? Luego, está casado…


Paula le dio un beso a la niña y la acercó hacia donde se encontraban las bebidas. A continuación, siguió conversando con Alfonso.


—Augusto es viudo. Su mujer falleció al nacer Karla.


—Vaya por Dios, lo siento… —comentó Pedro, arrepentido de su tono impertinente.


—Nos hemos criado prácticamente juntos. En la actualidad, Augusto posee un rancho al sur de nuestra propiedad —dijo la vaquera, comiéndose un trozo de tarta.


Las fiestas informales eran muy frecuentes en el rancho… A los turistas les encantaban y los Harding disfrutaban reuniendo a sus colaboradores y amigos, de vez en cuando.


—No he visto a Augusto por aquí. ¿Trabaja como vaquero?


—No, pero suele venir a las celebraciones que hacemos los sábados con los crios. Ellos se divierten jugando con otros chicos y Augusto se relaja un poco. Ha sido muy duro para él, tener que enfrentarse solo a la educación de los niños.


—Me alegro de que viniera a tu fiesta de cumpleaños.


—Y de nuestro compromiso, no lo olvides —sonrió Paula, pícaramente.




FARSANTES: CAPÍTULO 44

 


Siete horas más tarde, los jóvenes estaban dirigiendo el ganado, mientras Paula disfrutaba de su caballo, excelentemente domado para ejercer las labores propias de su condición. Sin embargo, la montura de Pedro, estaba tan bien entrenada, que apenas necesitaba un jinete para hacer su cometido. Por si quedaba algún cabo que atar, para eso estaba Bandido, el mejor perro pastor del rancho.


Alfonso respiró profundamente, disfrutando mientras cabalgaba. Ya era capaz de reconocer cuál era el hierro del rancho, teniendo en cuenta que todas las reses lo llevaban marcado en una de las ancas. Además, la marca podía verse en las vallas bien cuidadas que rodeaban al ganado.


Paula llevaba una grapadora que marcaba, con un marchamo en las orejas, a las reses que así lo precisaban. Cuando realizaba esa tarea lo hacía con mucho cuidado para no hacer sufrir demasiado a los animales. Se notaba que estaba muy ligada a la naturaleza, y eso la enriquecía enormemente.


—¿Cuántos hectáreas tiene el rancho en total? —le preguntó Pedro a la vaquera, que acababa de juntar a un par de vacas rezagadas, al resto de la manada.


—Unas dos mil quinientas, aproximadamente —contestó Paula.


Alfonso tiró de las riendas en seco y paró a su caballo. La respuesta le había sorprendido, aunque pensándolo bien, se trataba de algo coherente.


—¿Qué es lo que ocurre? —dijo Paula, sin parar a su montura y mirándolo por encima del hombro.


—Pero Paula, es una extensión demasiado grande para que la puedas comprar con tu sueldo de profesora.


No le extrañaba que Samuel Harding, no tomara en serio a su nieta… Pedro sentía tener que hablar con Paula de sus proyectos más personales, porque no quería poner más trabas entre Paula y él.


—Como ya te he dicho en alguna ocasión, trabajo como profesora en el turno de noche, apenas tengo gastos y lo que he ahorrado está francamente bien invertido.


—Siento meterme en tus asuntos, pero creo que por mucho dinero que hayas reunido…


—No sabes de lo que te estoy hablando, Pedro.


Cuando Paula le dijo a cuanto ascendía la suma de sus ahorros, Alfonso dio un brinco en su caballo. Una vez más, había subestimado a la joven vaquera. Desde luego, alguien capaz de plantearse de ese modo la conquista de su sueño dorado, merecía ser tomado muy en serio.


—De acuerdo, me has dejado impresionado. Pero creo que tu abuelo podía arreglar las cosas de manera que en cuanto las cifras no cuadrasen, él pudiese recuperar el control de la propiedad. Incluso después, podría venderle la finca a algún extraño.


—Sí, claro —contestó Paula, calándose un poco más el sombrero que llevaba.


Aquello irritó a Pedro, que deseaba saberlo todo de aquella deliciosa vaquera emprendedora. Alfonso le retiró ligeramente el sombrero, tal y como lo tenía antes. No podía soportar la idea de que ella le ocultase algo de su vida… por muy pequeño que fuese el detalle.


—Dime, Paula. ¿Tu abuelo no quiere venderte la finca por una cuestión exclusivamente de dinero?


—Por supuesto que no —respondió la vaquera, mordiéndose un labio e incluso haciéndose sangre—. Lo que pasa es que el rancho es muy importe no sólo para nosotros. Llevar una finca hoy en día no es un negocio de mucho rendimiento. Por eso algunos rancheros que necesitan cubrir gastos extras colaboran con nosotros en verano, atendiendo a los turistas. De esa manera todos salimos ganando. Ésa es la razón por la que Samuel Harding considera que no puede tener pérdidas: para no dejar en la calle a los otros vecinos que trabajan con él.


—O sea, que no se trata únicamente de una cuestión de orgullo —dijo Pedro, con interés.


Paula dio un suspiro y contestó:

—Sí y no. Creo que el abuelo confiaría la propiedad a alguno de mis hermanos, pero nunca a una mujer, teniendo en cuenta los riesgos que implica este negocio.


—¡Oh, Paula, lo siento!


Paula sintió un escalofrío, a pesar del calor que hacía.


—En estas circunstancias, Samuel Harding, confiaría en algún inversor ajeno, pero bien respaldado económicamente, por si vinieran malos tiempos.


Alfonso se secó el sudor de su frente con un pañuelo. El rancho podía hacer pensar en que todo era fácil y divertido. Y sin embargo, constituía una parte importante de la economía local.


—Querida, creo que tu abuelo tiene razón.


—¿Tú crees? —preguntó Paula atentamente, en vez de enfadarse—. Adoro este rancho… Amo cada árbol, cada animal e incluso cada roca. Haría cualquier cosa por la gente que depende de nosotros, porque son parte mía. ¿Crees que estaría mejor en otras manos, teniendo todo el dinero del mundo?


Pedro pensó que tenía razón, pero que no dejaba de ser una tremenda cabezota como Samuel Harding.


—¿Entonces?


—No sé qué decirte… —balbuceó Alfonso.


De pronto, Bandido se puso frente a ellos con un ladrido. ¡Ya era hora de que volvieran al trabajo!


Ambos jóvenes se pusieron en marcha y Pedro fue consciente de lo importante que empezaban a ser los sueños de Paula para él. Más importantes aun que sus propias aspiraciones.




martes, 6 de abril de 2021

FARSANTES: CAPÍTULO 43

 


Claudio acompañó a Gabriela hacia su lujoso coche, completamente empolvado, para que sacara ropa cómoda para cabalgar. En el caso de que no tuviera nada apropiado, los otros vaqueros podrían prestarle algo.


Gabriela miró con auténtico odio a Claudio, Paula y Pedro, antes de ocuparse de su equipaje.


—¿Vas a poder arreglártelas con ella, Claudio? —preguntó solícita, su hermana pequeña.


—No te preocupes, Red. He tratado con muchos animales salvajes. Mira mis cicatrices…


—Seguro que dominas la situación perfectamente —le susurró Pedro a Paula.


Molesta, la vaquera dijo:

—Todavía no puedo creer que hayas dicho una mentira así, delante de todo el mundo. ¿Qué van a pensar mis abuelos?


—Que tienes muy buen gusto, por haberme elegido como marido.


Mientras se introducía en el establo, Paula dijo:

—Verdaderamente, seguirte la corriente ha sido la tontería más grande de mi vida. Tenía que haberle dicho la verdad a Gabriela.


—Pero querida, no querrás estropear el resto de mis vacaciones.


—No me llames querida. Si yo fuese como Gabriela, estarías encantado, dejándote acosar día y noche.


—No podrías ser como ella. Pero por otra parte, no estaría mal casarse contigo. Existen cosas mucho peores en el mundo…


Por supuesto que había cosas malas en la vida, pero Alfonso se estaba aprovechando de ella con su mentira, para zafarse de la turista improvisada.


—No podría ser la esposa perfecta. Recuerda que no sé cocinar —dijo Paula, con falsa dulzura.


—Es cierto, no podrás tocar un fogón ni encender el aspirador. Por cierto, ¿cómo conseguiste hacerlo explotar?


—No hice nada. Simplemente esa pieza de diseño se las ingenió para reventar sólita.


—Ahora no es más que un montón de basura —comentó Pedro, recordando que Lorena la había utilizado durante los últimos cuatro años, sin ningún problema.


—Bueno, no quiero discutir más sobre ese tema. Hoy tenemos trabajo de verdad. El ganado tiene que dirigirse hacia la esquina noroeste de la hacienda. No habrá tiempo para picnics relajantes —ordenó Paula, mientras acariciaba el morro de su montura.


A lo lejos apareció Samuel Harding.


—Paula, querida, ¿Qué es eso de que os habéis comprometido, Pedro y tú? Me lo podrías haber dicho tú, en vez de tener que enterarme de la noticia por uno de los vaqueros.


—Abuelo, comprendo que esto te haya molestado, pero puedo explicártelo…


—No hay nada que explicar. No podrías haberme hecho más feliz, querida —dijo Samuel encantado, mientras le daba una palmada en la espalda a Pedro, cuando pasó por su lado—. O sea, que estás haciendo planes para el futuro lejos del rancho. ¡Me parece estupendo!


Paula se quedó blanca, ante tal respuesta. Alfonso estaba tan dolido, como si el golpe se lo hubieran dado a él. Para la vaquera el rancho no era una cuestión de divertimento, sino la ilusión de su vida.


—Señor, creo que no lo ha entendido bien. Paula sigue queriendo ocuparse del rancho en un futuro próximo —intentó explicar Pedro, desesperadamente.


—Ya lo sé, hijo.


Los dos jóvenes se miraron desconcertados.


—He sido muy testarudo en los últimos tiempos, pero en cuanto tengamos tiempo ya hablaremos del rancho. Ahora, ¡a trabajar, que tenéis que cuidar del ganado!


Paula se puso el pelo detrás de una oreja y dijo:

—Necesito ver a la abuela antes de que nos marchemos, para contarle la verdad.


—No te preocupes, yo se lo explicaré. Hemos querido tener nietos desde hace tanto tiempo que estará encantada con la noticia —dijo Samuel Harding, sonriendo amablemente.


Pedro silbó y a continuación dirigió una mirada indagadora hacia Paula. De ella se esperaba cualquier reacción.


—¿Querida? —intentó hacerla hablar, Alfonso.


—No me llames así —se quejó la vaquera, mientras ponía las dos monturas a punto e iniciar la jornada de trabajo.


—Pero Paula, la situación que se ha creado puede ser algo bueno para ti, ¿no te parece?


—Se trata de una mentira.


—Pero, ya has oído a tu abuelo. Va a escuchar tus propuestas. Eso es lo que anhelabas desde hace tanto tiempo…


—Sí, por supuesto, pero nunca he mentido a mi familia. Acabo de intentar contarle la verdad, pero me ha resultado imposible. Al fin y al cabo, era la primera vez que se proponía entablar un diálogo conmigo respecto a la propiedad familiar.


—¿Y si le dices la verdad, es decir, que no estamos comprometidos realmente, tú crees que se echará atrás? —preguntó Pedro, rascándose la nuca con brío.


—No lo sé. ¿Tú qué opinas?


Alfonso, apoyaba plenamente la posición de Paula. Sin embargo, coincidía con el abuelo, en el hecho de que la joven llevaría mejor la dirección del rancho con un marido que la apoyara y aconsejara en todo momento. Además, físicamente, Paula tendría que sobrepasar de vez en cuando sus límites, como en la doma de caballos. En esos momentos, sería bueno que tuviera a su lado a alguien como él…


—Paula, creo que deberías esperar unos días para ver qué pasa. Te admiro porque quieres contar la verdad, pero puede que esto sea una buena oportunidad para que Samuel y tú podáis entenderos.


—Puede que todo se vaya al garete.


—No tienes nada que perder y todo que ganar —le animó Pedro, con entusiasmo—. Además, puede que resulte divertido.


Pedro que te conozco… Con un compromiso falso o no, lo tengo claro: no me voy a acostar contigo.


—Ya veremos —dijo Alfonso, sin dar su brazo a torcer.


—Te advierto que, después de una jornada cabalgando, el romanticismo se habrá evaporado…


—Pues eso no parece afectarle a Claudio —dijo Pedro, irónicamente, dejando a Paula desconcertada.