miércoles, 10 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 3

 


A pesar de todo, no iba a permitir que Pedro viera cómo se sentía. No iba a encogerse de miedo bajo aquella mirada incisiva y lacerante, y tampoco iba a permitir sentirse intimidada por él. Sólo estaba preparada para admitir que había sido una desagradable sorpresa darse cuenta de que la estaba esperando en el aeropuerto. Era algo que no había esperado nunca, aunque había escrito a los abogados para informarles de sus planes, planes que sabía que a él no le gustarían pero que no tenía intención de cambiar. Una sensación de triunfo le recorrió el cuerpo al pensar que le había derrotado en algo.


–No has cambiado, Pedro–le dijo armándose de valor–. Resulta evidente que sigues sin gustarte que yo sea la hija de mi padre. Es normal, ¿no te parece? Después de todo, fue en parte por tu culpa por lo que mis padres se separaron, ¿verdad? Tú fuiste el que los traicionó frente a tu abuela.


–Jamás se les habría permitido que se casaran.


Pau sabía que eso era cierto. Su propia madre se lo había dicho, con más tristeza que amargura en la voz.


–Si se les hubiera dado tiempo, habrían encontrado el modo de hacerlo.


Pedro apartó la mirada. En su pensamiento, había un recuerdo que no deseaba revivir. El sonido de su propia voz, a los siete años, contándole ingenuamente a su abuela el modo en el que su niñera y él se habían encontrado inesperadamente con su tío cuando ella llevó al niño a visitar la Alhambra. No se había dado cuenta de que se suponía que su tío estaba en Madrid para resolver unos negocios familiares ni había comprendido el significado de lo que parecía un encuentro completamente fortuito.


Sin embargo, la abuela de él lo había comprendido perfectamente. Felipe era el hijo de María Romero, su más antigua amiga, una viuda aristocrática pero empobrecida. Cuando María se enteró de que tenía un cáncer terminal y que sólo le quedaban unos meses de vida, le había pedido a su amiga que adoptara a Felipe, que por entonces sólo tenía doce años, después de su muerte y que lo cuidara como si fuera su propio hijo. Tanto la abuela de Pedro como la madre de Felipe habían compartido la creencia de que los miembros de ciertas familias deberían casarse única y exclusivamente con los que compartieran con ellos nobleza de sangre y tradición.


–Jamás se les habría permitido que se casaran –repitió él.


Era un hombre odioso, arrogante, con un orgullo tan frío como el hielo y tan duro como el granito. Técnicamente, la madre de Paula había muerto de un fallo cardiaco, pero, ¿Quién podría asegurar que parte de esos problemas de corazón no habían sido causados por un corazón roto y unos sueños destruidos? Su madre sólo tenía treinta y siete años cuando murió y ella, dieciocho. Seguía siendo una adolescente, a punto de ir a la universidad. Sin embargo, ahora, a sus veintitrés, era ya una mujer.


¿Era un cierto sentimiento de culpabilidad lo que creía ardiendo en la sangre heredada de nobles de alta cuna? Lo dudaba. Pedro no era capaz de tener tales sentimientos ni de ningún otro tipo hacia las personas. Su sangre no se lo permitía. Sangre que susurraba que, en el pasado, se había mezclado con la de una princesa mora a la que deseaba el orgulloso castellano que era enemigo de la familia de aquélla y de la que la había arrancado para su propio placer. Después, le dio a la esposa que compartía su línea de sangre el muchacho que nació de aquella relación prohibida y dejó que su concubina muriera de pena por la pérdida de su hijo.


Pau se podía imaginar muy bien que una familia que tuviera como descendiente al hombre que estaba frente a ella pudiera ser capaz de un acto tan terrible. Cuando a su madre le contaron por primera vez la historia de aquel duque castellano, lo había vinculado inmediatamente con el hombre que ostentaba el ducado en aquel momento. Los dos compartían la misma crueldad hacia los sentimientos de los demás, la misma arrogante creencia de que lo que eran les daba derecho a arrollar a los demás seres humanos, a hacer juicios sobre ellos y a condenarlos sin permitirlos que se defendieran siquiera. El derecho a impedir que una niña tuviera acceso a su padre, a impedir que lo conociera y lo amara simplemente porque no consideraban que aquella niña fuera digna de ser parte de la familia.


Su padre... Saboreó las palabras. Había pasado una gran parte de su vida preguntándose por su padre, imaginando en secreto que se conocían, deseando íntimamente aquella reunión. En casa, en su elegante piso, tenía una caja en la que guardaba todas las cartas que le había escrito en secreto a su progenitor y que nunca había enviado. Cartas que había mantenido ocultas hasta de su madre para no herirla. Cartas que jamás había enviado... excepto una.


La familia de Felipe podría haber sido la que originalmente separara a sus padres, pero era Pedro quien había evitado que Paula mantuviera contacto alguno con su padre. Pedro le había negado el derecho de conocer a su padre porque no la consideraba lo suficientemente buena para ser reconocida como miembro de la familia.


Al menos su padre había intentado compensarla en cierto modo por haber permitido que la apartaran de su vida.


–¿Por qué has venido, Paula?


La frialdad de la voz de Pedro avivó el orgullo de Paula.


–Sabes muy bien por qué estoy aquí. He venido por el testamento de mi padre.




TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 2

 


Pedro frunció el ceño. Su mirada se había visto atraída inexorablemente a la sensualidad natural de aquel cabello rubio, lo que le recordó a la última vez que lo vio. El cabello de Paula, como su cuerpo, había estado extendido sobre el colchón de su cama, disfrutando de las deliciosas atenciones del muchacho que la había estado acariciando antes de que Pedro y la madre de ella interrumpieran aquella ilícita intimidad.


Muy enojado, apartó la mirada de ella. La presencia de Paula ni era deseada ni había sido requerida por nadie. Su moralidad era una afrenta para todo lo que él creía. A pesar de todo, no podía dejar de reconocer que había algo más. Había sido testigo de la sensualidad de su rostro, había visto el modo en el que ella, con sólo dieciséis años, era ya una seductora experimentada y le había restregado aquella sensualidad por el rostro, sin vergüenza alguna. Ese hecho debería haberlo llenado exclusivamente de repulsión, pero, muy a su pesar, había experimentado una tórrida oleada de deseo que había dejado una profunda marca en él y cuyas brasas jamás se habían apagado por completo.


Fuera lo que fuera lo que ella le había hecho sentir, jamás podía permitir que volviera a habitar en su corazón.


Paula se dijo que no debería haber ido a España sabiendo que tendría que enfrentarse con Pedro. Sabía muy bien lo que él pensaba de ella y por qué. Sin embargo, tenía que hacerlo. ¿Cómo podría haberse negado a sí misma la última oportunidad que tenía de saber algo del hombre que la había engendrado?


Al contrario de ella, Pedro tenía un aspecto impecable a pesar del calor. El traje que llevaba tenía un tono beige que sólo los hombres latinos parecían llevar con la suficiente seguridad. La camisa azul que vestía bajo la chaqueta enfatizaba el color dorado de sus ojos. Eran los ojos de un cazador, de un depredador, fríos de crueldad y amenaza. Pau sabía que jamás conseguiría olvidar aquellos ojos. Le provocaban pesadillas. Su mirada se deslizaba sobre ella como si fuera hielo. Su gélido desprecio le quemaba la piel y el orgullo.



TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 1

 



No había sentimiento alguno reflejado en la voz del aristócrata español, alto y moreno, que la dominaba con la mirada desde su más de metro ochenta de estatura. No había bienvenida de ninguna clase. Sin embargo, incluso sin la desaprobación y el desprecio que Paula notaba en su expresión, sabía que Pedro Alfonso, duque de Fuentualba, jamás se alegraría de la presencia de ella allí, en su madre patria, que en cierto modo era también la de ella, dado que su difunto padre había sido español.


Español y, por añadidura, tío adoptivo de Pedro.


Paula había necesitado de todo su valor y de muchas noches sin dormir para ir a España, aunque no iba a dejar que Pedro se enterara de eso bajo ningún concepto. No le pediría amabilidad alguna, dado que sabía que él no se la daría. Ya tenía pruebas de ello.


El pánico se le apoderó del estómago, acelerándole el corazón y el pulso al mismo tiempo. No debía pensar en eso y mucho menos en aquel instante, cuando necesitaba toda su fuerza. Sabía que todo su empuje se disolvería como si fuera un espejismo en el calor del sol de Andalucía si permitía que todos aquellos horribles y vergonzosos recuerdos salieran a la superficie y que se formaran aquellas repugnantes imágenes en el interior de su cabeza.


Pau jamás había echado más de menos el reconfortante apoyo y amor de su madre o el valor que le inducía la presencia de su trío de amigas que en aquella ocasión. Sin embargo, ellas, como su madre, ya no formaban parte de su vida. Podrían estar vivas, y no muertas como su madre, pero sus trayectorias profesionales las habían llevado a lugares muy distantes del mundo. Sólo ella había permanecido en su lugar de nacimiento, del que era directora de Turismo, un trabajo de mucha responsabilidad que le exigía un gran esfuerzo.


Un trabajo que significaba que estaba demasiado ocupada para tener tiempo de construir una relación especial con un hombre.


Tener tales pensamientos era como morder el nervio de un diente. El dolor que se experimentaba era inmediato y muy agudo. Era mucho mejor pensar por qué había decidido utilizar parte de los días libres que había ido acumulando a lo largo de mucho tiempo para desplazarse a España cuando la realidad era que el testamento de su padre podría haberse resuelto fácilmente en su ausencia. Eso era ciertamente lo que Pedro hubiera preferido.


Pedro.


Ojalá tuviera el valor de liberarse de su propio pasado. Ojalá no estuviera encadenada a ese pasado por medio de una vergüenza tan profunda, que le resultaba imposible escapar de ella. Ojalá... Había tantos ojalás en su vida, la mayoría de ellos causados por Pedro.


En medio de la concurrida terminal a la que había llegado, Pedro dio un paso hacia ella. Inmediatamente, Paula reaccionó. Su cuerpo se tensó de pánico y de ira. El cerebro se le paralizó de tal modo, que no pudo ni hablar ni moverse.


Habían pasado siete años desde la última vez que lo vio, pero ella lo había reconocido inmediatamente. Era imposible no hacerlo cuando los rasgos de él estaban tan profundamente grabados en sus sentimientos. Tan profundamente que las heridas causadas aún no habían curado. Pau se dijo que todo esto era una tontería. Pedro ya no tenía poder alguno sobre ella. Por eso estaba allí, para demostrárselo.


–No había necesidad alguna de que vinieras a buscarme –le dijo, obligándose a levantar la cabeza para mirarlo a los ojos. Los ojos que, en el pasado, la habían mirado de un modo que habían destruido por completo su orgullo y el respeto por sí misma.


Sintió de nuevo un nudo en el estómago al observar el altivo y aristocrático perfil de un hombre demasiado guapo y demasiado arrogante. La boca de Pedro reflejó un gesto de desdén al mirarla. El sol de media tarde se le reflejaba en el oscuro cabello. Paula no era una mujer baja de estatura, pero tenía que levantar bien la cabeza para mirarlo a los ojos. Sus ojos azules adquirieron un tono violeta al encontrarse con la mirada que los de él le estaban dedicando.


A pesar de estar cansada por el viaje y del calor que tenía, resistió la tentación de recogerse la espesa melena rubia. Notaba que se le estaba empezando a rizar alrededor del rostro, dejando en nada el esfuerzo que ella había hecho para darle una lisa y elegante apariencia. Por supuesto, su aspecto jamás podría competir con la verdadera elegancia de las mujeres que siempre rodeaban a Pedro. A Paula le gustaba la ropa informal e iba vestida con un par de vaqueros y una camiseta de algodón. La chaqueta que había llevado puesta antes de embarcar en el Reino Unido había desaparecido en el interior de su equipaje de mano.



TORMENTOSO VERANO: SINOPSIS

 


Obligado por el deber, rendido al deseo... 


Paula Chaves fue a España a reclamar su herencia.


Desgraciadamente, eso significaba volver a ver a Pedro Alfonso, duque de Fuentualba. El apuesto español siempre le había dejado muy claro la mala imagen que tenía de ella. La última vez que Pedro la vio, la deseó y la odió al mismo tiempo. Sin embargo, unos años después, el honor le exigía ayudarla. A medida que la verdad sobre la familia de Paula se fue destapando, el poder de la atracción se hizo dueño de ellos. ¿Podría Pedro admitir alguna vez lo equivocado que había estado sobre ella?




martes, 9 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO FINAL

 


—Encontraremos la manera de estar juntos —le dijo Pedro sin dejar de abrazarla—. Me van a publicar un libro. Podré estar más tiempo en casa. Y no pienso vender Bellamy.


—Oh, Pedro.


—No sé cómo lo vamos a hacer, pero no voy a perderte. No puedo perderte.


—Pero tu trabajo…


—Es solo un trabajo. Me he dado cuenta de que llevo huyendo desde los catorce años, pero ahora ya no tengo motivos para huir.


—¿Señor Alfonso? —le dijo un policía de uniforme, acercándose.


—Sí.


—Vamos a tener que tomarles declaración en comisaría.


—¿Esta noche? —preguntó él—. ¿No pueden esperar a mañana?


—Lo siento, señor, pero…


—Por supuesto que se puede esperar a mañana —dijo una voz femenina.


Era una de las mujeres que habían estado cenando en el restaurante esa noche.


—Soy la juez Eleanora Hanover. Estas personas necesitan descansar. ¿Qué tal si pasan por la comisaría mañana a las nueve?


—Por supuesto, su señoría —dijo el policía.


—Muchas gracias —le dijo Paula.


Luego llegaron Julia y John.


Julia le dio un fuerte abrazo a su amiga.


—¡Cómo me alegro de que estés bien!


—Y yo.


—Y, Pedro, siento no haberte creído.


—No pasa nada, solo querías proteger a tu amiga.


—No nos han presentado, soy John —dijo este, dándole la mano.


Las sirenas dejaron de oírse. La mayoría de los coches de policía se habían marchado ya.


—¿Os llevo a casa? —preguntó John.


—Sí, por favor —respondió Pedro.


Cuando llegaron a Bellamy eran poco más de las once, pero Paula estaba agotada por el estrés.


Subieron como pudieron las escaleras para llegar a la habitación principal.


Pedro empezó a desnudarse y ella soltó un grito al ver la marca que el impacto de la bala le había dejado en la piel, a pesar del chaleco. Le dio un beso allí y Pedro la besó a ella en la muñeca, en la que Patricio también le había dejado marcas.


Se tumbaron en la cama, abrazados.


—Te quiero —le dijo Paula a Pedro después de un rato.


—Lo sé.


—Te quiero lo suficiente como para dejarte marchar —añadió ella con lágrimas en los ojos.


—Y yo a ti también te quiero como para quedarme.


—Entonces, si no vas a vender la casa, ¿me estás despidiendo otra vez?


Él rio.


—Sí, supongo que sí, pero te lo compensaré de alguna manera.


Ella lo acarició. Notó su erección.


—¿Cómo?


—Podría darte la mitad de Bellamy.


—¿Me estás diciendo…?


—Que quiero casarme contigo. Sí.


—Oh, Pedro —dijo ella antes de besarlo—. ¿Ves lo buena que soy en mi trabajo? Siempre encuentro a las personas adecuadas para cada casa.


—No hace falta que me respondas ahora, pero sé que encontraremos una solución. Si nos queremos, todo lo demás se solucionará.


—¿Y nos queremos? —le preguntó ella, sonriéndole con ternura.


—Por supuesto que sí —respondió Pedro, apretándola contra su cuerpo.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 62

 


Patricio la arrastró hasta una puerta de emergencia y le pidió que la abriese. El aparcamiento estaba en silencio y su coche, donde lo había dejado al llegar.


—Ve hacia el coche —le ordenó—. Vas a conducir tú.


—¡Patricio! —gritó Pedro, acercándose—. Déjala. Llévame a mí en su lugar.


—¿Para qué?


—Puedes utilizarme como rehén, puedes negociar conmigo tu libertad.


—Acércate más —le dijo Patricio.


—No, Pedro, no lo hagas —gritó Paula.


Pedro se aproximaba con las manos levantadas, cojeando.


—No aguanto a este tipo —dijo Patricio Thurgood antes de disparar.


—No —gritó ella, viendo cómo la bala le daba en el pecho y lo hacía caer.


Sin saber cómo, agarró la pistola y le dio a Patricio un rodillazo entre las piernas. No obstante, este no soltó el arma. Paula se dijo que tenía que actuar rápidamente y lo único que se le ocurrió fue morderle con fuerza la muñeca.


No pensó en su propia seguridad, sino solo en que tenía que salvar a Pedro.


De repente, se dio cuenta de que no estaba sola.


Vio una sombra, un movimiento. Un golpe.


Patricio gimió y dejó caer la pistola.


—Ya puedes soltarle el brazo —le dijo Pedro.


Y ella lo hizo y vio a Pedro con la pistola en la mano, apuntando a Patricio.


Se acercó a él y vio cómo sacaba el teléfono para avisar a la policía.


Unos minutos después, Patricio estaba detenido y ellos, abrazándose.


Pedro hizo un gesto de dolor y ella se acordó de que acababan de dispararle.


—¿Cómo es que…?


Él se levantó la camisa y le enseñó un chaleco negro.


—Suelo llevarlo cuando estoy en sitios peligrosos. Casi nunca hace falta, pero a veces…


—Te salva la vida. Podía haberte matado.


—Sí.


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas.


—¿Qué habría hecho yo sin ti?


—Por suerte, no vas a tener que averiguarlo.


Ella levantó la vista y lo vio sonriendo. Un segundo después la estaba besando.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 61

 


Pedro se quedó inmóvil nada más ver el arma.


—Sentaos —dijo Patricio, dirigiéndose a Julia y a John.


Estos obedecieron.


Patricio hizo un gesto a Pedro, para que se sentase en la silla en la que había estado Paula.


Este dudó, pero se sentó.


—Lo que vamos a hacer es salir todos juntos del restaurante. Tú —le dijo Pedro—, el primero. Nos abrirás la puerta a todos. Luego vosotros dos. Paula y yo saldremos los últimos. No hace falta que os diga que actuéis con normalidad. No quiero que nadie salga herido.


—¿Y luego, qué? —inquirió Pedro.


—Yo llevaré a mi chica a casa, como un caballero. Y vosotros os marcharéis a las vuestras.


—No… —empezó Paula, pero notó que Patricio le clavaba la pistola en las costillas y se interrumpió.


—No es negociable.


—Está bien —dijo Pedro—. Está bien.


Luego, se levantó muy despacio y se dirigió hacia la puerta. Julia y John lo siguieron.


—Ahora, levántate despacio y no hagas ninguna tontería —le advirtió Patricio a Paula.


Ella asintió. Estaba enfadada y se sentía indefensa. Buscó al camarero con la mirada, pero no lo encontró.


Estupendo.


Se dijo que no estaba sola. Tenía a Julia, su mejor amiga. Y tenía a Pedroque haría cualquier cosa por ayudarla.


Estaban llegando a la puerta cuando su camarero apareció.


—Disculpe, señor, se le ha olvidado pagar la cuenta —le dijo a Patricio en voz alta.


Este se puso tenso y se giró.


—Mi novia no se encuentra bien. Vamos un momento fuera a que tome el aire. Ahora vuelvo.


El camarero la miró con escepticismo.


—Que salga con sus amigos mientras usted paga la cuenta —respondió.


Pedro dijo algo a Julia y a John y empezó a abrir la puerta.


Un coro de sirenas inundó el restaurante. A Patricio se le aceleró la respiración.


—Cierra esa puerta y venid aquí —ordenó.


John cerró la puerta y se colocó delante de Julia.


Paula notó que la pistola dejaba de presionarla y oyó un estallido.


—Este restaurante está cerrado —gritó, llevándose a Paula lejos de la puerta y de Pedro, hacia la cocina—. Quien llame a la policía que no se olvide de decirle que tengo un rehén.


Paula miró a Pedro y lo vio salir por la puerta. «No», dijo para sí. «No seas un héroe, Pedro».


Supo que iba a intentar dar la vuelta al restaurante y cortarles el paso por la puerta de atrás.