miércoles, 10 de marzo de 2021

TORMENTOSO VERANO: CAPÍTULO 2

 


Pedro frunció el ceño. Su mirada se había visto atraída inexorablemente a la sensualidad natural de aquel cabello rubio, lo que le recordó a la última vez que lo vio. El cabello de Paula, como su cuerpo, había estado extendido sobre el colchón de su cama, disfrutando de las deliciosas atenciones del muchacho que la había estado acariciando antes de que Pedro y la madre de ella interrumpieran aquella ilícita intimidad.


Muy enojado, apartó la mirada de ella. La presencia de Paula ni era deseada ni había sido requerida por nadie. Su moralidad era una afrenta para todo lo que él creía. A pesar de todo, no podía dejar de reconocer que había algo más. Había sido testigo de la sensualidad de su rostro, había visto el modo en el que ella, con sólo dieciséis años, era ya una seductora experimentada y le había restregado aquella sensualidad por el rostro, sin vergüenza alguna. Ese hecho debería haberlo llenado exclusivamente de repulsión, pero, muy a su pesar, había experimentado una tórrida oleada de deseo que había dejado una profunda marca en él y cuyas brasas jamás se habían apagado por completo.


Fuera lo que fuera lo que ella le había hecho sentir, jamás podía permitir que volviera a habitar en su corazón.


Paula se dijo que no debería haber ido a España sabiendo que tendría que enfrentarse con Pedro. Sabía muy bien lo que él pensaba de ella y por qué. Sin embargo, tenía que hacerlo. ¿Cómo podría haberse negado a sí misma la última oportunidad que tenía de saber algo del hombre que la había engendrado?


Al contrario de ella, Pedro tenía un aspecto impecable a pesar del calor. El traje que llevaba tenía un tono beige que sólo los hombres latinos parecían llevar con la suficiente seguridad. La camisa azul que vestía bajo la chaqueta enfatizaba el color dorado de sus ojos. Eran los ojos de un cazador, de un depredador, fríos de crueldad y amenaza. Pau sabía que jamás conseguiría olvidar aquellos ojos. Le provocaban pesadillas. Su mirada se deslizaba sobre ella como si fuera hielo. Su gélido desprecio le quemaba la piel y el orgullo.



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