lunes, 8 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 26

 



Se sentó en su sillón y encendió el ordenador. Pedro se sentó en una esquina del escritorio, a su lado.


–¿Cuándo vas a estar en la ciudad?


–He pensado que podría quedarme unos días por aquí, en vez de volver a casa esta tarde.


Paula no pudo evitar preguntarse si aquello tendría algo que ver con ella.


No quería que tuviese problemas con su jefe por su culpa.


–¿Estás seguro de que puedes hacerlo? ¿Que no va a importarle a tu jefe?


–No le importará, confía en mí.


–Bueno, entonces, ¿qué tal el miércoles a las cinco? Es para aprovechar que tengo que ir al club de tenis para ver las mantelerías.


Pedro frunció el ceño.


–¿Quieres que quedemos en el club de tenis?


–Es donde va a celebrarse la gala. ¿Tienes algún problema con ir allí?


–No, no, ninguno –contestó Pedro con poca convicción.


Eso la confundió. Quizás estuviese preocupado con sentirse fuera de lugar en el club, dado que era un lugar muy exclusivo. Hasta ella se sentía un poco intimidada.


–¿Sabes cómo llegar?


–Seguro que lo encontraré.


–Estupendo. Pues nos veremos allí a las cinco –le dijo, cerrando el ordenador y poniéndose en pie.


–Será mejor que me marche –dijo él.


Paula lo acompañó hasta la puerta.


–Anoche lo pasé muy bien –comentó Pedro, girándose a mirarla.


–Yo también.


Mucho más que bien.


–Podríamos repetirlo alguna vez.


–¿Qué haces el viernes por la noche? –le preguntó Paula sin pensarlo.


A él pareció sorprenderle un poco la pregunta.


–Creo que nada. ¿Por qué?


–Porque podría invitarte a cenar.


–Sé que tienes mucho trabajo. ¿Estás segura de que tendrás tiempo?


Si no lo tenía, lo sacaría de donde fuera, pero estaba segura de que quería volver a verlo, quería pasar la noche con él y despertar entre sus brazos. Y aunque el viernes estaba demasiado lejos, no podía permitir que un sexo estupendo, increíble, la distrajese de lo que era importante de verdad.


–Estoy segura.


Pedro sonrió.


–Entonces, encantado.


–¿A las siete te parece bien?


–Sí –contestó, levantando la mano para acariciarle la mejilla.


A Paula le temblaron las rodillas y se dio cuenta de que Pedro no quería irse.


–Tengo que dejarte trabajar –le dijo este.


Ella se puso de puntillas y le dio un rápido beso de despedida. Bueno, iba a ser rápido, pero sus labios sabían tan bien, olía tan bien, que sin querer le puso los brazos alrededor del cuello y se apretó contra él, que estaba excitado. Ella también lo estaba.


Pasó la mano por su erección y lo oyó gemir.


Luego le mordisqueó el labio inferior antes de preguntarle:

–¿A qué hora tenías que ver a tu profesor?


–A las once.


Solo eran las diez y cuarto, así que tenían un rato para divertirse.


–No sé tú, pero yo nunca lo he hecho encima de un escritorio –le dijo.


Pedro la miró con los ojos brillantes.


–Me estás poniendo muy difícil hacer las cosas bien.


–Sí –le respondió Paula sonriendo y sacándole la camisa de los pantalones–, pero a veces ser malo sienta muy bien.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 25

 


Por un momento, intentó imaginarse cómo sería tener un hijo con él. Cómo sería el bebé. Si tendría su pelo rubio oscuro y sus hoyuelos en las mejillas. Se preguntó qué clase de padre sería.


Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y sacudió la cabeza.


¿Tener un hijo con Pedro? ¿En qué estaba pensando? Una cosa era tener una aventura y otra muy distinta, considerar tener una relación seria con él. Eran demasiado diferentes. Y ella no estaba preparada para crear una familia.


Tal vez aquella aventura no fuese tan buena idea. Tal vez fuese mejor ponerle fin en ese momento, antes de que las cosas se le fuesen de las manos.


Pero entonces Pedro empezó a besarla otra vez y a acariciarla, y se derritió. Decidió que volvería a hacer el amor con él solo una vez, pero luego lo hicieron no una, sino dos veces más, y cuando terminaron estaba tan cansada que no tenía la energía necesaria para echarlo de la cama. Además, Pedro era muy cariñoso y hacía mucho tiempo que nadie la mimaba, así que se durmió entre sus brazos y a la mañana siguiente, cuando despertó, lo encontró a su lado, sonriendo y despeinado.


–Deberíamos levantarnos. He quedado con mi profesor a las once.


Ella se alisó el pelo con la esperanza de no parecer una loca.


–¿Y qué hora es?


–Las nueve y diez.


¿Las nueve y diez? Miró el reloj para asegurarse de que era esa hora. Ella nunca se levantaba más tarde de las seis de la mañana. Nunca. Y llevaba dos días haciéndolo. Aunque tampoco solía pasarle la noche con un hombre en la cama. Pero eso se había terminado y tenía que decírselo a Pedro lo antes posible.


–Tengo que irme al despacho.


–¿Qué tal si nos damos una ducha?


–Ve tú primero.


Él sonrió con malicia.


–Estaba pensando que, si queremos ser responsables con el medio ambiente y ahorrar agua deberíamos ducharnos juntos.


Su sonrisa era contagiosa. Tal vez pudiesen aplazar la conversación una hora más o menos.


–Totalmente de acuerdo.


–Con un poco de suerte –le dijo Pedro, tomando otro preservativo antes de ir hacia el baño–, hasta te frotaré la espalda.


El coche de Paula seguía aparcado en el trabajo, así que Pedro tuvo que llevarla.


Se habían entretenido frotándose la espalda el uno al otro, así que no llegaron hasta después de las diez. Y como Paula no había logrado decirle que debían terminar con aquello inmediatamente, decidió que tal vez continuar con su aventura unos días no fuese tan mala idea. Una semana o dos más. O tres.


Un mes como mucho.


–¿Por qué no entras conmigo y fijamos un día para hablar de todo lo relativo a la gala? –le sugirió.


–Claro.


Pedro apagó el motor y salieron de la camioneta. La siguió hasta la puerta y esperó a que la abriese.


Ella entró, encendió las luces y pensó que aquello era surrealista. Solo hacía dos días que había conocido a Pedro, en aquella misma habitación.


Desde entonces, toda su vida se había visto alterada. Tenía la sensación de haber cambiado para siempre.


O tal vez le estuviese dando demasiada importancia a aquello. Tal vez, cuando lo suyo hubiese terminado, las cosas volverían a la normalidad y pensaría en Pedro como en cualquier otro de los hombres con los que había salido.


Aunque, sin saber por qué, lo dudaba.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 24

 


Pedro pensó que era como si hubiese dado rienda suelta a un animal salvaje. Aquella no era la misma mujer a la que le había tenido que insistir para que se tomase una copa con él, ni a la que había tenido que llevar casi a rastras a la pista de baile. Aquella mujer era un ser puramente sexual. Una gata salvaje.


Respondía de tal manera a sus caricias, era tan fácil de excitar, que a Pedro le entraron ganas de golpearse el pecho con los puños cerrados y rugir.


Se colocó entre sus muslos y entonces le preocupó hacerle daño, porque era muy menuda, pero, a juzgar por su manera de gemir y moverse, estaba preparada para recibirlo.


Pensó en penetrarla despacio para darle tiempo a acostumbrarse a su erección, pero en cuanto empezó a entrar ella arqueó la espalda y se apretó contra él, rodeándolo con su calor. Entonces, abrió mucho los ojos y le clavó las uñas en la espalda.


–¿Te he hecho daño? –le preguntó Pedro, parando.


Ella negó con la cabeza y le dijo con voz entrecortada, pero firme.


–No pares.


Pedro le agarró las manos a Paula y se las sujetó a ambos lados de la cabeza antes de penetrarla profundamente. Ella dio un grito ahogado al notar como una descarga eléctrica nacía en su vientre y se le extendía por el resto del cuerpo.


Él retrocedió con la mirada clavada en la suya y volvió a penetrarla. La sensación era tan intensa que Paula se estremeció. Quería tenerlo más cerca, quería acariciarlo, pero Pedro no la soltaba y lo cierto era que el hecho de estar inmovilizada también la excitaba.


Pedro volvió a salir y a entrar, con más fuerza en esa ocasión. Ella gritó y arqueó la espalda.


–¿Te he hecho daño? –volvió a preguntarle él.


Paula negó y lo abrazó con las piernas por la cintura. Pedro le soltó las manos, pero ella lo agarró para que siguiese sujetándoselas.


–Me gusta –le dijo.


Y la idea de que le gustase estar inmovilizada debió de excitarlo, porque a partir de ese momento ambos perdieron el control. Paula intentó aguantar, intentó que durase más, cosa que siempre había conseguido hacer con otros hombres, pero algo en la manera de moverse de Pedro, en el roce de su piel, en la fricción que habían creado… lo hizo imposible.


–Paula, mírame –le pidió él–. Quiero ver tus ojos cuando llegues al orgasmo.


Ella lo miró y el éxtasis, la emoción de sus profundos ojos azules terminó con ella. Su cuerpo empezó a sacudirse, presa del placer. Y fuese lo que fuese lo que Pedro vio en sus ojos hizo que él llegase al clímax también. Paula lo oyó gemir y se dio cuenta, por primera vez en su vida, de lo que era realmente hacer el amor. Lo que era conectar con un hombre del modo más íntimo posible. Y entonces, en vez de notar que el placer se iba calmando, este volvió a crecer por segunda vez, con más intensidad que la primera. Fue tan sobrecogedor que, durante un minuto, Paula se perdió por completo. No podía ver, ni oír, ni pensar.


Solo podía sentir.


Debió de cerrar los ojos en algún momento porque, cuando los abrió, Pedro le estaba sonriendo.


–¿Acabas de tener un orgasmo múltiple?


Ella asintió mientras recuperaba la respiración.


–¿Te pasa mucho?


Paula negó.


–Es la primera vez.


Él sonrió todavía más.


–¿No lo estarás diciendo para levantarme el ego?


–No creo que tu ego lo necesite.


Pedro la besó y luego se sentó al borde de la cama. Paula lo oyó jurar entre diente varias veces.


–¿Qué ocurre?


–Tenemos un problema.


–¿Qué problema?


–Se ha roto el preservativo.


A Paula se le detuvo el corazón. Y luego volvió a latirle a toda velocidad.


–¿Cómo es posible?


Pedro se encogió de hombros y se giró a mirarla.


–Son cosas que pasan. ¿Es mal momento para ti?


–¿Mal momento? –repitió ella, sin entender la pregunta.


–¿Estás en la época fértil de tu ciclo menstrual?


–No lo sé.


–¿Cuándo has tenido el último periodo? –le preguntó él.


Y ella debió de mirarlo con sorpresa, porque Pedro añadió:

–Después de lo que acabamos de hacer, creo que podemos ahorrarnos los eufemismos.


Tenía razón.


–Fue… hace más o menos una semana.


–Entonces, no debería haber problema –dijo él, bastante tranquilo.


–Sí, pero ¿cómo es que sabes tanto de este tema?


–Porque soy ranchero. Me dedico a criar animales.


–Pero estás… demasiado tranquilo.


–¿De qué serviría disgustarse? ¿Para qué perder el tiempo preocupándose antes de saber si tenemos algún motivo?


Paula pensó que tenía razón, y que Pedro era un hombre único.







domingo, 7 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 23

 


Violeta intenso.


Así era como tenía Paula los ojos cuando estaba excitada. Un color tan poco habitual que, de no haberla conocido, habría pensado que eran lentillas.


Paula era verdaderamente única. Y, al parecer, le excitaba verlo desnudo.


Acababan de entrar en la habitación cuando le desabrochó el cinturón y el botón del pantalón, pero Pedro tenía la intención de tomarse su tiempo.


Tiró la caja de preservativos encima de la cama que, por sorprendente que pudiese parecer, estaba deshecha, y la agarró de las muñecas, llevándoselas a la espalda. Luego la besó, le mordisqueó la oreja, el hombro, parecía gustarle que utilizase los dientes.


Quería probar todo su cuerpo, pero cada cosa a su tiempo. Dado que hacía mucho tiempo que ninguno tenía relaciones, quería que aquello durase.


Paula intentó zafarse y lo miró a los ojos con deseo.


–Quiero tocarte.


–Lo harás.


Pedro llevó la boca a sus pechos y ella arqueó la espalda y gimió. Con la mano que tenía libre, le bajó el tirante del sujetador y dejó al descubierto su pezón rosado y erguido. Lo lamió con la lengua y ella dio un grito ahogado, se lo metió en la boca y la hizo gritar.


Tenía los pechos firmes y suaves. Perfectos. Todo en ella lo era.


Se sentó en el borde de la cama para tener la cabeza al nivel de sus pechos e hizo que Paula se colocase entre sus piernas. Le soltó las muñecas para desabrocharle el sujetador y quitárselo y luego volvió a acercarla para jugar con el otro pecho. Ella gimió de placer y enterró los dedos en su pelo.


Él fue bajando por su cuerpo a besos hasta llegar a la cinturilla de los vaqueros. La vio ponerse todavía más nerviosa mientras se los desabrochaba y descubría que llevaba también las braguitas de encaje negro. Le gustaba la lencería sexy. El color le daba igual: negro, rojo, morado, pero sentía debilidad por el encaje.


Le bajó los vaqueros y ella se los terminó de quitar a patadas. Luego, la miró. Su piel parecía de delicada porcelana y tenía las curvas perfectas para una mujer de su tamaño.


Pasó los dedos por el encaje de las braguitas y observó su reacción. La vio cerrar los ojos y notó cómo le clavaba las uñas en los hombros. Cada vez respiraba con mayor rapidez y tenía la piel del pecho sonrojada. No le hacía falta mucho para excitarse, pero a él, tampoco. Estaba deseando terminar con cinco meses de celibato.


Metió la mano por debajo de las braguitas y no le sorprendió ver que Paula estaba húmeda, preparada. La acarició e hizo que se estremeciese.


–Si sigues haciendo eso, no podré aguantar –le advirtió ella.


–¿Y no se trata de eso?


–Todavía no estoy preparada.


Pedro introdujo un dedo en su sexo y ella se estremeció de nuevo.


–Pues tu cuerpo opina lo contrario.


–Mi cuerpo está preparado, pero yo, no. Quiero tenerte dentro. Me gusta más así.


Él no pudo llevarle la contraria porque opinaba lo mismo.


Sacó la mano y ella se arrodilló entre sus piernas para desabrocharle los vaqueros y tirar de ellos, llevándose también los calzoncillos y dejando su erección al descubierto.


–Vaya –comentó, acariciándosela.


–¿Demasiado grande?


–Espero que no –respondió, metiéndosela en la boca.


Pedro tuvo que apartarla para no perder el control.


–Yo tampoco estoy preparado.


Paula sonrió y fue a por la bolsa en la que estaban los preservativos. Abrió una caja y rasgó uno de los envoltorios con los dientes.


–Deja que haga yo los honores –le pidió él, porque necesitaba un minuto para recuperar el control–. ¿Por qué no te tumbas?


Paula se tumbó y Pedro fue a su lado en cuanto se hubo puesto el preservativo. Por sexys que fuesen, había llegado el momento de deshacerse de las braguitas. Se las bajó y, aunque tenía ganas de separarle los muslos y probarla, se tumbó a su lado. Ella lo abrazó por el cuello y le dio un beso lento, profundo, que volvió a llevarlo al límite.


–Vas a tener que bajar el ritmo, cielo –le dijo Pedro.


–No puedo –contestó Paula–. Te deseo.


Y para demostrárselo, le agarró por el trasero y se frotó contra él.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 22

 


Al aparcar delante de su edificio se acordó de que su coche seguía en el trabajo, pero ya irían a por él después. O al día siguiente.


–Deberías meter el coche en el aparcamiento que hay detrás del edificio –le dijo a Pedro–. Está prohibido aparcar en la calle de 2 a 6 de la madrugada.


Él comprendió lo que quería decir eso y sonrió, dirigiéndose a la parte de atrás.


Paula se metió la bolsa del supermercado en el bolso y salieron. Pedro la agarró de la mano para llegar hasta la puerta. Estaba tan excitada que el corazón se le iba a salir del pecho.


¿Le haría el amor lentamente, con dulzura, o de manera salvaje? Ambas posibilidades la excitaban.


Abrió la puerta y entraron. Cerró la puerta y echó el cerrojo, tan nerviosa que le temblaban las manos.


Se preguntó si debía ofrecerle una copa o si debía ir directa al grano, pero nada más girarse hacia él, Pedro la agarró por la cintura y la besó apasionadamente.


–No sé dónde has aprendido a besar así –le dijo cuando la dejó respirar–, pero lo haces muy bien.


–Aprendí con Marcia Hudson, en octavo.


–Pues recuérdame que le envíe una nota de agradecimiento.


Él sonrió y la besó en el cuello, haciendo que se estremeciese.


–Aparte de besarte, ¿hay algo más que te guste hacer con tus amigos? –bromeó, apartándole la camisa para mordisquearle el hombro.


–Muchas cosas –respondió ella, quitándole la camisa–, pero solo las hago con los amigos especiales.


Él le quitó la camisa también y gimió de deseo al ver el sujetador de encaje negro que llevaba puesto. Al parecer, no le importaba que tuviese los pechos algo pequeños.


Tomó ambos con sus fuertes manos y le acarició los pezones con el dedo pulgar. La sensación, a pesar de llevar el sujetador, fue increíble.


–¿Y yo soy uno de esos amigos especiales?


–¿Por qué no vamos a mi habitación y te lo demuestro?




APARIENCIAS: CAPÍTULO 21

 


Se tumbó en la manta, llevándoselo con ella. Solo quería besarlo y besarlo, hasta que le doliesen los labios. Quería acariciarle todo el cuerpo, pero cuando lo intentó, él le sujetó las manos y se las puso en su pecho.


Sin palabras, le estaba diciendo que aquello no iba a ir más lejos. Al menos, allí. Y eso estaba bien, porque Paula no se acordaba de la última vez que había estado con un hombre y, sin esa presión, podía disfrutar más de los besos.


No supo cuánto tiempo habían estado allí tumbados, besándose, pero de repente oyó que alguien se aclaraba la garganta y se dio cuenta de que habían dejado de estar solos.


Levantaron la vista y vieron a un guardia del parque a unos metros de ellos, con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.


–No sé si no han visto los carteles, pero no pueden estar aquí –les dijo en tono molesto.


–Lo siento –le respondió Pedro–. Ya nos marchamos.


El guarda asintió y volvió al jeep, que Paula ni siquiera había oído llegar.


–Así que no te habían pillado nunca –dijo entre dientes mientras se levantaban.


Pedro se encogió de hombros.


–Siempre hay una primera vez.


Paula no se sintió culpable por haber incumplido las normas, como habría hecho en cualquier otra ocasión. Todo lo contrario, le pareció… divertido.


Pedro recogió la manta, la dobló y la metió debajo de su asiento antes de ayudarla a subir a la camioneta. Paula se sintió decepcionada al ver que, antes de sentarse delante del volante, volvía a ponerse la camisa.


Se subió a la camioneta, arrancó el motor y volvió a tomar el camino por el que habían llegado, pasando al lado del jeep del guarda que, al parecer, estaba esperando a que se marchasen.


Fueron en silencio varios minutos hasta que, ya en la carretera, Pedro le preguntó con una sonrisa:

–¿Besas así a todos tus amigos?


–¿Y si te dijese que sí?


–Entonces, creo que me va a gustar ser tu amigo.


A ella también.


–Creo que lo de quitarme la camisa ha funcionado –añadió.


–¿Qué quieres decir?


–Que necesitabas un empujoncito para echar a rodar.


–¿Me estás diciendo que me has traído aquí para seducirme?


Él se limitó a sonreír.


Paula no supo si darle las gracias o un golpe en la cabeza.


–Supongo que lo de ser amigos no era del todo realista –comentó.


–Es difícil luchar contra la naturaleza.


Era cierto.


–Eso no significa que quiera una relación seria. Pienso que deberíamos tener algo informal.


–Me parece bien –admitió Pedro.


Paula se sintió aliviada, aunque era normal que a Pedro le pareciese bien. ¿Qué hombre en su sano juicio habría rechazado una relación sin ataduras?


–¿Adónde vamos? –le preguntó él, mirándola con deseo.


–Podríamos volver a mi casa.


–¿Estás segura?


Nunca había estado tan segura ni había deseado tanto algo en la vida. Si Pedro hacía el amor la mitad de bien de lo que besaba, podían pasarlo muy bien.


–Por supuesto.


–Siempre y cuando seas consciente de que vamos a terminar en la cama.


–Esa era mi esperanza.


–Entonces, vamos a tu casa.


Paula no pudo evitar darse cuenta de que Pedro pisaba el acelerador, tal vez tuviese miedo de que cambiase de opinión, pero eso no iba a ocurrir. Según iban pasando los segundos, más ganas tenía de acostarse con él. Ya estaban en su calle cuando Pedro detuvo la camioneta en el aparcamiento del supermercado en vez de ir directo a su casa, que estaba a treinta segundos de allí.


–Tengo dos preservativos en la cartera, pero me temo que no van a ser suficientes –comentó–. Ahora vuelvo.


Pedro entró y salió de la tienda en treinta segundos. Subió a la camioneta y le dio la bolsa con la compra. Paula no pudo evitar mirar dentro, había una caja de treinta y seis preservativos, tamaño extra grande.


«Dios mío», pensó.



sábado, 6 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 20

 


Se sentaron en la manta. Paula tuvo la esperanza de que volviese a ponerse la camisa, pero no fue así. Y no podía evitar mirarle al pecho. Estaba tan fascinada con él que, en un momento dado, en vez de meterse el tenedor con la ensalada en la boca, se pinchó el labio inferior. Le habría encantado pasarse así el resto del día, mirándolo, pero en cuanto hubieron terminado de comer, Pedro se puso en pie para darle la segunda parte de la clase.


Después de aproximadamente otra hora más, Paula empezó a acostumbrarse a ver su pecho desnudo y al embriagador olor de su aftershave. Y cada vez chocaban menos, así que ya no se sentía tan inútil. Entonces Pedro anunció que había llegado el momento de poner música. Bajó las ventanillas de la camioneta y encendió la radio.


El principal problema de bailar con música era que iba demasiado rápida y Paula empezó a confundirse otra vez.


–Tal vez la música no haya sido buena idea –admitió Pedro.


Ella suspiró con frustración.


–Tal vez la idea de enseñarme a bailar haya sido una tontería. Estoy harta.


–Pues estás mejorando.


–¿Podemos hacer otro descanso? Estoy agotada.


–Cinco minutos.


Paula se dejó caer sobre la manta y cerró los ojos.


Cuando abrió los ojos con la intención de darle las gracias, vio que un enorme gusano estaba cayendo del árbol sobre su cabeza.


–¡Quítamelo! –gritó, sin parar de moverse.


Pedro la agarró de los hombros.


–Tranquilízate, te lo quitaré.


Y Paula tuvo que hacer un enorme esfuerzo para estarse quieta.


–Era solo una libélula –le dijo él, enseñándosela–. Se supone que da buena suerte.


–Lo siento, es una manía. La caravana siempre estaba llena de cucarachas. Era imposible deshacerse de ellas y, cuando me despertaba a media noche, siempre tenía alguna por el pelo.


Él no dijo nada. Tal vez no supiese qué decir. En su lugar, la abrazó con fuerza.


La pilló tan desprevenida, le gustó tanto, que notó que los ojos se le llenaban de lágrimas.


¿Qué le pasaba? Nunca se emocionaba. Y nunca lloraba. Era una mujer dura. Una mujer luchadora.


Aunque tal vez estuviese cansada de luchar, cansada de ser dura. Tal vez pudiese ser vulnerable y débil durante un minuto o dos. Tal vez no estuviese tan mal dejar que Pedro la reconfortase, en vez de intentar fingir que no le importaba haber tenido aquella niñez.


Se apoyó en él y enterró la cara en la curva de su cuello, respirando hondo.


Pedro olía a aire fresco, a sol y a hombre. Paula retrocedió y lo miró a los ojos, tan azules y profundos que podía perderse en ellos. Deseó besarlo. Probar sus labios y sentir su barba acariciándole la piel. Deseó pasar las manos por su pelo, acariciarle los hombros fuertes. En esos momentos, era lo único en lo que podía pensar.


¿Qué le estaba pasando? ¿Cómo podía sentir tanto por alguien a quien casi no conocía? ¿Por un hombre que le convenía tan poco?


Alargó las manos para ponerlas alrededor de su cuello y él se inclinó hacia delante, anticipando el beso, y cuando sus labios la tocaron, fue tan dulce, tan perfecto, que a Paula le entraron ganas de gritar.


¿Por qué no se habían besado antes, nada más llegar? ¿Por qué había intentado que no ocurriese cuando era tan… estupendo?