Por un momento, intentó imaginarse cómo sería tener un hijo con él. Cómo sería el bebé. Si tendría su pelo rubio oscuro y sus hoyuelos en las mejillas. Se preguntó qué clase de padre sería.
Entonces se dio cuenta de lo que estaba haciendo y sacudió la cabeza.
¿Tener un hijo con Pedro? ¿En qué estaba pensando? Una cosa era tener una aventura y otra muy distinta, considerar tener una relación seria con él. Eran demasiado diferentes. Y ella no estaba preparada para crear una familia.
Tal vez aquella aventura no fuese tan buena idea. Tal vez fuese mejor ponerle fin en ese momento, antes de que las cosas se le fuesen de las manos.
Pero entonces Pedro empezó a besarla otra vez y a acariciarla, y se derritió. Decidió que volvería a hacer el amor con él solo una vez, pero luego lo hicieron no una, sino dos veces más, y cuando terminaron estaba tan cansada que no tenía la energía necesaria para echarlo de la cama. Además, Pedro era muy cariñoso y hacía mucho tiempo que nadie la mimaba, así que se durmió entre sus brazos y a la mañana siguiente, cuando despertó, lo encontró a su lado, sonriendo y despeinado.
–Deberíamos levantarnos. He quedado con mi profesor a las once.
Ella se alisó el pelo con la esperanza de no parecer una loca.
–¿Y qué hora es?
–Las nueve y diez.
¿Las nueve y diez? Miró el reloj para asegurarse de que era esa hora. Ella nunca se levantaba más tarde de las seis de la mañana. Nunca. Y llevaba dos días haciéndolo. Aunque tampoco solía pasarle la noche con un hombre en la cama. Pero eso se había terminado y tenía que decírselo a Pedro lo antes posible.
–Tengo que irme al despacho.
–¿Qué tal si nos damos una ducha?
–Ve tú primero.
Él sonrió con malicia.
–Estaba pensando que, si queremos ser responsables con el medio ambiente y ahorrar agua deberíamos ducharnos juntos.
Su sonrisa era contagiosa. Tal vez pudiesen aplazar la conversación una hora más o menos.
–Totalmente de acuerdo.
–Con un poco de suerte –le dijo Pedro, tomando otro preservativo antes de ir hacia el baño–, hasta te frotaré la espalda.
El coche de Paula seguía aparcado en el trabajo, así que Pedro tuvo que llevarla.
Se habían entretenido frotándose la espalda el uno al otro, así que no llegaron hasta después de las diez. Y como Paula no había logrado decirle que debían terminar con aquello inmediatamente, decidió que tal vez continuar con su aventura unos días no fuese tan mala idea. Una semana o dos más. O tres.
Un mes como mucho.
–¿Por qué no entras conmigo y fijamos un día para hablar de todo lo relativo a la gala? –le sugirió.
–Claro.
Pedro apagó el motor y salieron de la camioneta. La siguió hasta la puerta y esperó a que la abriese.
Ella entró, encendió las luces y pensó que aquello era surrealista. Solo hacía dos días que había conocido a Pedro, en aquella misma habitación.
Desde entonces, toda su vida se había visto alterada. Tenía la sensación de haber cambiado para siempre.
O tal vez le estuviese dando demasiada importancia a aquello. Tal vez, cuando lo suyo hubiese terminado, las cosas volverían a la normalidad y pensaría en Pedro como en cualquier otro de los hombres con los que había salido.
Aunque, sin saber por qué, lo dudaba.
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