viernes, 5 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 15



Pedro se quedó sentado en la camioneta con el motor encendido, agarrando el volante con fuerza e intentando calmar su corazón. ¿Qué era lo que acababa de ocurrir? Era consciente de que Paula había estado bebiendo y de que él había estado calentándola en la pista de baile, pero no había esperado que se lanzase a sus brazos así. Y cuando lo había besado… Había sido increíble. Jamás había conectado tan bien con una mujer. Tanto física como emocionalmente. Por eso le había costado mucho decirle que no. Y había estado a punto de volver después.


Si hubiese estado sobria habría aceptado su invitación sin dudarlo y en esos momentos estaría en su cama, pero, por suerte, había bebido. Eso le había servido de excusa para no continuar.


¿En qué había estado pensando? ¿De verdad había pensado que tener una aventura con Paula podía ser buena idea? No tenía tiempo para algo así. No tenía tiempo para ella, ni para nadie. Tenía una misión: desenmascarar a Rafael Cameron, y no podía distraerse.


Aunque Paula habría sido una distracción muy estimulante. Y había estado en lo cierto al pensar que debajo de aquel traje de chaqueta había una mujer apasionada y salvaje deseando liberarse. Pero debía mantenerse alejado de ella, por el bien de ambos.


Al día siguiente la llevaría al trabajo y, después de eso, su relación sería estrictamente profesional.


************************************


Paula se despertó a la mañana siguiente con una horrible resaca, pero, sobre todo, avergonzada por su comportamiento del día anterior.


¿Cómo podía haber bebido tanto?


Y todavía peor que la humillación era tener que reconocer que se había divertido mucho. Charlando y bailando. Y coqueteando. No recordaba la última vez que había estado tan relajada, haciendo algo que no fuese trabajar. No podía olvidar cómo había bailado con Pedro, ni la suavidad de sus labios ni la fuerza de su erección.


Si no hubiese sido tan caballeroso y no hubiese echado él el freno, habría terminado acostándose con él. Y lo tendría allí tumbado en esos momentos, adormilado, despeinado…


Intentó apartar la imagen de su mente y le dolió más la cabeza.


Salió de la cama y fue a la cocina, donde se tomó tres pastillas y un vaso de agua fría. En el baño se asustó al ver su reflejo en el espejo. Menos mal que Pedro no estaba allí para verla, porque daba miedo.


Se duchó, se lavó los dientes y se vistió para ir a trabajar con sus pantalones vaqueros favoritos y una camisa de algodón. Los fines de semana siempre iba mucho más informal que durante la semana. Se secó el pelo y se lo recogió en una cola de caballo, se pinto los ojos y los labios. Y estaba pensando si poner la cafetera cuando llamaron a la puerta. No tenía ni idea de quién podía ser, dado que no solía tener visitas los sábados a las nueve y media de la mañana.


¿A quién pretendía engañar? Nunca iba nadie a verla. Últimamente no había tenido tiempo para amigos.


Abrió la puerta y se encontró con Pedro al otro lado.


–Buenos días –la saludó este sonriendo.


Iba vestido como el día anterior, con vaqueros, camisa y botas, pero había añadido un sombrero de cowboy al conjunto. Y estaba muy guapo.


Llevaba en las manos dos vasos de café de la cafetería favorita de Paula y cuando el aroma le llegó a la nariz no pudo evitar que la boca se le hiciese agua.


No se molestó en preguntarle qué hacía allí, dio por hecho que, después de lo sucedido la noche anterior, debía de pensar que estaban saliendo juntos. Le gustó que le hubiese llevado café, pero tendría que dejarle las cosas bien claras y decirle que lo de la noche anterior había sido un error que no volvería a repetirse.


Química sexual aparte, no estaban hechos el uno para el otro.


¿Por qué, entonces, tenía el corazón acelerado? ¿Por qué no podía dejar de mirarle los labios?


–¿No vas a invitarme a entrar?


Por norma, Paula no invitaba a nadie a su casa. En especial, a clientes, porque siempre intentaba guardar las apariencias lo máximo posible.


Pero de todas las personas que conocía, Pedro debía de ser una de las que menos importancia daba a las apariencias. Además, le estaba sonriendo de manera muy sexy y el café olía estupendamente. No podía decirle que no. Así podrían hablar de lo de la noche anterior y establecer límites.


Se apartó y se preguntó qué estaría pensando Pedro mientras miraba a su alrededor. Qué le parecerían los muebles de segunda mano y la moqueta roída. No era un apartamento fuera de lo normal, pero el alquiler era asequible y la zona, tranquila, y tal vez los muebles fuesen viejos, pero eran suyos.


–Muy acogedor –comentó Pedro.


–Quieres decir que es pequeño –replicó ella, cerrando la puerta.


Él se giró a mirarla.


–No, quiero decir acogedor. Me gusta. Me gusta que no se parezca en nada a tu imagen profesional.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 14

 


Paula suspiró al notar los labios de Pedro en los suyos, besándola despacio, con ternura. Su barba le hizo cosquillas. Era la primera vez que besaba a un hombre que no estuviese afeitado, pero le gustó. De hecho, era el mejor beso que le habían dado. Con diferencia. Y eso que no había hecho más que empezar.


Pedro llevó una de las manos a su rostro y luego la enterró en su pelo antes de besarla más profundamente. Ella gimió al notar que le metía la lengua en la boca. Solo podía pensar en que quería más. Era tan maravilloso que no quería que terminase nunca.


Notó que la apretaba contra su cuerpo y cuando se dio cuenta de que estaba excitado, sintió calor por todo el cuerpo. Y tardó solo dos segundos en decidir que aquel beso tampoco iba a ser suficiente. Quería acariciarlo, sentirlo.


Quería acostarse con él. Quería notar el peso de su cuerpo apretándola contra el colchón mientras se movía en su interior.


No podía desearlo más.


Le sacó la camiseta de la cinturilla de los pantalones y metió las manos por debajo para apoyarlas en su estómago, y él gimió contra su boca. Todavía no había visto su cuerpo, pero estaba segura de que era perfecto. Empezó a retroceder, haciéndolo entrar en su apartamento, pero Pedro se detuvo de repente y rompió el beso.


–Paula, no puedo.


¿Cómo era posible? ¿No la deseaba? Pues la estaba besando como si la desease.


–No pienses que es porque no te deseo –le dijo él–. Te deseo más de lo que puedas imaginar, pero has bebido más de la cuenta. Me sentiría como si me estuviese aprovechando de ti.


«Aprovéchate de mí, por favor», quiso decirle ella, pero tenía razón. Había bebido demasiado. Y era probable que el alcohol le estuviese nublando el juicio.


¿Cómo que era probable? Claro que tenía nublado el juicio. Estaba invitando a un cliente a entrar en su apartamento con la intención de acostarse con él. Un hombre que no cumplía ni uno solo de los requisitos que, para ella, debía tener un hombre para salir con él. Aunque no tenía intención de salir con él.


Solo quería tener sexo con él.


–Tienes razón –admitió, retrocediendo y apartándose de él, agarrándose al marco de la puerta para poder guardar el equilibrio–. No sé qué estaba pensando.


–Si te sirve de consuelo, yo estaba pensando exactamente lo mismo.


Eso hizo que Paula se sintiese todavía peor.


–Gracias por haberme convencido para que saliese contigo esta noche –le dijo–. Me lo he pasado muy bien.


–Yo también.


–Espero que podamos ser amigos. Podríamos repetirlo algún día.


Pero sin el beso. Y con menos alcohol.


–Me encantaría.


Paula pensó que si no cerraba la puerta pronto, corría el riesgo de volver a lanzarse a sus brazos.


Él debió de pensar lo mismo, porque le dijo:

–Tengo que marcharme.


–Gracias por la cena, y el vino, y por haberme enseñado a bailar.


–De nada. Gracias a ti por haberme hecho compañía.


La miró como si fuese a volver a besarla. De hecho, dio un paso hacia ella, pero algo en su mirada debió de advertirle lo que ocurriría si lo hacía, porque se dio la vuelta y desapareció por el pasillo.


Cuando oyó el motor de la camioneta arrancando, Paula cerró la puerta y entró en casa.


Había estado a punto de cometer un enorme error. Había cruzado una línea que se había prometido que jamás cruzaría. Por suerte, Pedro había echado el freno, pero ¿por qué en vez de sentirse aliviada se sentía tan mal?



APARIENCIAS: CAPÍTULO 13

 


Paula miró el reloj que había encima de la barra y vio sorprendida que eran casi las doce de la noche, pero lo estaba pasando tan bien que no le apetecía marcharse. Aunque, si la llevaba a casa, tal vez le diese un beso de buenas noches. Sabía que no debía permitírselo. Lo suyo no tenía futuro, pero solo la idea hizo que le temblasen las rodillas.


Se puso los zapatos y la chaqueta y salieron al aparcamiento. Iba tan inestable con los tacones por la gravilla que Pedro tuvo que sujetarla.


–Tengo el coche en el despacho –le contó.


–Sí, pero no estás en condiciones de conducir.


–¿Y cómo iré a trabajar mañana?


–Me pasaré por tu casa por la mañana y te llevaré.


Aquella parecía la solución perfecta, porque, de ese modo, tendría que volver a verlo. Quizás él también quisiese volver a verla.


La ayudó a subir a la camioneta y luego dio la vuelta para sentarse al volante.


–¿Adónde vamos?


Ella le dio la dirección de su apartamento y, por el camino, pensó en lo raro que era que se sintiese tan a gusto en su compañía, teniendo en cuenta que solo se habían conocido unas horas antes. Normalmente le costaba acercarse a la gente y bajar la guardia. Le costaba confiar. Era una persona reservada por naturaleza, pero esa noche le había contado a Pedro cosas que no había compartido ni con sus mejores amigos. Incluso su secretaria, que llevaba trabajando para ella desde que había montado la empresa, no sabía nada de su niñez. Tal vez se había sentido cómoda confiando en Pedro porque él también había tenido un pasado complicado.


–Estás demasiado callada –le dijo este–. ¿Todo bien?


–Sí. La verdad es que me siento bien. De hecho, hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien. Me he divertido mucho esta noche.


–Yo también.


Al llegar a su casa, Pedro aparcó delante del edificio y salió a abrirle la puerta. Al bajar, Paula estuvo a punto de perder el equilibrio.


–¡Cuidado! –le dijo él, sujetándola del brazo–. ¿Estás bien?


–Creo que estoy un poco más contenta de lo que pensaba –respondió ella, aferrándose a su brazo y sintiendo su músculo duro y su calor.


No pudo evitar preguntarse cómo sería el resto de su cuerpo. Y cómo reaccionaría Pedro si intentaba averiguarlo.


Llegaron a su puerta y Pedro le quitó las llaves de la mano para abrirla, luego, se volvió hacia ella.


–Lo he pasado muy bien esta noche.


–Yo también.


«Ahora, bésame y hazme feliz».


–Gracias por hacerme compañía.


–De nada.


«Venga. Bésame», siguió pensando Paula.


Lo vio inclinar la cabeza y levantó la barbilla. Cerró los ojos y contuvo la respiración mientras esperaba a notar sus labios. ¿Le daría un beso lento y dulce, o apasionado y salvaje? ¿Tendría los labios tan suaves como parecían? ¿A qué sabrían?


Notó su aliento en la boca, el olor a limpio de su aftershave, y notó la caricia de sus labios… ¿en la mejilla?


Pedro estuvo así un par de segundos y luego se apartó, pero después de haber pasado toda la noche en un perpetuo estado de excitación, Paula supo que no iba a poder conformarse con tan poco.


Olvidándose por completo de su sentido común, lo agarró por el cuello y le hizo bajar la cabeza para darle un beso en los labios.



jueves, 4 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 12

 


Paula parecía tan contenta que le hizo sonreír, pero entonces empezó una canción más rápida y Pedro prefirió no ponerla a prueba. Tenía que ir poco a poco.


La llevó de vuelta a la mesa, donde Billie les había dejado otra ronda y un par de cartas.


–Creo que Billie intenta decirnos algo –comentó Pedro.


–La verdad es que yo tengo hambre –admitió Paula, dando un sorbo a su copa, y después otro más.


Tenía que bajar el ritmo si no quería que Pedro tuviese que llevarla a casa.


Pidió una ensalada y Pedro, una hamburguesa. La pista de baile empezó a llenarse mientras esperaban la cena y él pensó que tal vez Paula se ponía nerviosa si le proponía bailar con tanta gente, pero entonces empezó a sonar una canción lenta y fue ella la que se levantó, descalza, y lo invitó a bailar. Cuando la apretó contra su cuerpo, no opuso resistencia, y Pedro no pudo evitar pensar que sus cuerpos encajaban a la perfección.


–Creo que, en realidad, me gusta bailar –comentó Paula sonriéndole.


Cada vez se le daba mejor y solo lo pisó una vez en toda la canción.


Cuando llegó la cena, volvieron a la mesa y Paula se quitó la chaqueta del traje antes de sentarse y la dobló con cuidado. Debajo llevaba una camiseta de seda color rosa claro que parecía tan suave y delicada como su piel. Tenía los pechos pequeños, pero proporcionados con el resto de su cuerpo. Todo lo contrario que Alicia, cuyos pechos operados siempre habían sido una fuente de sentimientos encontrados para él. Prefería las cosas naturales.


Paula pidió una cuarta copa de vino con la cena y Pedro pensó que se le tenía que estar subiendo a la cabeza, pero cuando intentó sacarla a bailar una de las coreografías en línea, se negó porque le daba vergüenza. Después de la quinta copa, Paula volvió a bailar una canción lenta entre sus brazos mucho más desinhibida.


Desde que había roto su compromiso, Pedro casi no se había fijado en ninguna mujer. Hasta que había conocido a Paula. Pero para ella era un hombre sin estudios que trabajaba de peón en un rancho. La cuestión era si estaba dispuesta a ver más allá.


Sería una prueba que le demostraría el tipo de mujer que era Paula Chaves en realidad.


Aunque Paula sabía que no estaba bien y que tenía muchas razones para no tener nada con un hombre como aquel, lo deseaba. Tal vez fuese el vino, o el hecho de no haber estado con un hombre en mucho tiempo, pero no podía evitar tener ganas de estar pegada a él. Normalmente se fijaba en hombres estudiosos, que no solían ser tan guapos, pero Pedro era fuerte y olía muy bien. Hasta la gustaba notar su barba en la frente cuando se apoyaba en su pecho.


–Ya lo tienes dominado –comentó Pedro con voz más ronca que un rato antes.


Paula levantó la vista y le sonrió, y vio que también había deseo en sus ojos.


–Me alegro de que hayas insistido.


–Yo también –le dijo él, alargando la mano para apartarle un mechón de pelo de la cara–. ¿Siempre llevas el pelo recogido?


–Para trabajar, sí.


–Seguro que estás muy sexy con él suelto –le dijo, pasando ambas manos por él para quitarle las horquillas–. Ves, tenía razón. Supongo que estás acostumbrado a oírlo, pero eres una mujer muy bella.


Lo cierto era que hacía mucho tiempo que no se lo decía nadie. Y si Pedro seguía diciéndole ese tipo de cosas y mirándola así, iba a empezar a olvidarse de por qué aquello estaba mal. Por qué solo podían ser amigos.


Se miraron a los ojos y Paula se preguntó si iba a besarla. Porque quería que lo hiciera.


Él inclinó la cabeza ligeramente y ella levantó la barbilla, pero Pedro se limitó a apoyar la frente en la de ella, decepcionándola.


La canción terminó y él le dio la mano y la llevó de vuelta a la mesa.


–Se está haciendo tarde. Debería llevarte a casa.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 11

 


Exactamente la clase de mujer que necesitaba en esos momentos. Una mujer que no esperase compromisos, que no tuviese tiempo para él.


Aunque si se enterase de que era millonario, tal vez cambiase de opinión.


–¿Y tú, por qué no tienes novia?


Él sonrió.


–¿Quién ha dicho que no la tenga?


–Si la tuvieses no estarías aquí conmigo.


Cierto.


–Tuve una prometida hasta el año pasado.


Paula se puso seria.


–¿Y no salió bien?


–Que no salió bien sería una manera educada de decir que me engañó con el capataz del rancho.


Ella sacudió la cabeza.


–No entiendo a las personas que engañan a sus parejas. Si no eres feliz con alguien, déjalo.


Alicia había seguido con él solo por su dinero, pero, al parecer, jamás había pretendido ser feliz a su lado ni serle fiel. O eso le había dicho cuando había roto con ella.


–¿Lo dices por experiencia?


–No, pero mi madre tuvo varios novios incapaces de mantener la bragueta del pantalón subida. Aunque no fuese fácil estar con mi madre.


–¿Qué quieres decir?


Paula dudó antes de responder.


–Era alcohólica. Empezó a beber cuando mi padre murió y no paró hasta morirse ella también.


–Debió de ser muy duro.


–Era débil, patética.


Y parecía que Paula seguía enfadada con ella, por lo que Pedro supuso que lo último que querría era parecerse a ella. Por eso le parecía tan importante tener éxito y ser autosuficiente. No era el tipo de mujer que salía con un hombre por su dinero, aunque él tampoco estuviese buscando una relación.


Pensó que había llegado el momento de relajar un poco el ambiente. Le hizo un gesto a Billie para que les sirviese otra ronda y, aprovechando que estaba sonando una canción lenta, se puso en pie y le tendió la mano a Paula.


–Baila conmigo.


Ella abrió los ojos y negó con la cabeza.


–No. No bailo.


–Todo el mundo baila.


–En serio, Pedro. No sé bailar.


–No es tan difícil.


–Lo es para mí.


–¿Cuándo fue la última vez que lo intentaste?


–En el baile de fin de curso del instituto. Pisé tantas veces a David Cornwall que cuando fue a devolver los zapatos de alquiler le hicieron pagar de más.


–No me lo creo.


–De verdad que sí. Bailo fatal.


–Bueno, pues a mí puedes pisarme las botas todo lo que quieras –le dijo, agarrándole la mano para hacerla levantarse, pero ella se resistió.


–No hay nadie bailando.


–Seremos los primeros. Dentro de un par de horas la pista estará llena.


Paula miró a su alrededor mientras dejaba que Pedro la llevase hasta la pista de baile.


–Nos está mirando todo el mundo. Voy a hacer el ridículo.


–Relájate –le aconsejó Pedro, agarrándola y empezando a moverse lentamente al ritmo de la música.


Paula era menuda, tenía la cintura estrecha y las manos delgadas, pero, al mismo tiempo, era una mujer fuerte, tanto, que le hizo daño cuando le pisó el pie izquierdo.


–¡Lo siento! –le dijo, ruborizándose–. Te lo advertí.


Pedro se dio cuenta de que el problema era que estaba intentando llevarlo ella.


–Relájate y déjate llevar.


Durante los tres primeros cuartos de la canción, Pedro tuvo la mirada clavada en lo alto de su cabeza y ella, en sus botas, pero en cuanto la levantó, volvió a pisarlo.


–¡Lo siento!


–No pasa nada. Ya empiezas a dominarlo. Dentro de nada estarás haciendo coreografías en grupo.


–¿Coreografías? –repitió, volviendo a clavarle el tacón en la bota–. ¡Lo siento!


–Mira mis pies. Y sí, coreografías.


–Eso sí que no puedo hacerlo.


–Todo el mundo puede hacerlo. Solo requiere práctica.


–No tengo coordinación.


–No te hace falta. Son solo movimientos repetitivos.


Paula lo miró y volvió a pisarlo. A ese paso, iba a destrozarle las botas.


–¡Lo siento!


–Tengo una idea –dijo Pedro–. Dame tu pie.


–¿Qué vas a hacer con él? –le preguntó Paula con el ceño fruncido.


–No te preocupes, te lo devolveré.


Paula levantó la pierna y él se agachó, le quitó el zapato y lo tiró debajo de su mesa.


–Pero…


–El otro –dijo, repitiendo la acción.


–¿Por qué has hecho eso?


–Porque nos estaban molestando.


–Me siento demasiado bajita sin los tacones.


–¿Cuánto mides?


–Un metro sesenta si me pongo muy recta. Siempre he querido ser más alta.


–¿Por qué? ¿Qué tiene de malo ser baja?


Ella puso los ojos en blanco.


–Esa pregunta solo la puede hacer una persona alta.


–Solo mido un metro ochenta y cinco.


–Solo. ¡Veinticinco centímetros más que yo!


Él sonrió.


–¿Te das cuenta que desde que te he quitado los zapatos no me has pisado ni una sola vez?


–¿No?


–Ya te he dicho que podías hacerlo




APARIENCIAS: CAPÍTULO 10

 


Pedro sabía que la tenía.


Le tocó la mano y vio cómo le flaqueaba la fuerza de voluntad. Aunque no estaba seguro de por qué quería que se quedase con él, cuando estaba claro que no iba a poder sonsacarle nada de información acerca del funcionamiento de la fundación.


Tal vez porque no había exagerado cuando le había dicho que se sentía solo. Hacía tiempo que no tenía compañía femenina. Casi no había mirado a ninguna mujer desde que había sorprendido a Alicia con el que en esos momentos era su excapataz, dos días antes de su boda, el anterior invierno.


Pero le gustaba Paula. No era como había esperado que fuese nada más verla. No era una niña de papá. Y el hecho de que hubiese accedido a tomar algo con un hombre que, para ella, era pobre e inculto, decía mucho acerca de su carácter. Llevaba ropa de marca para impresionar a sus clientes, no porque fuese una esnob.


En cierto modo, Paula le recordaba a él mismo.


Aislado y obsesionado con su trabajo. Después de la ruptura con Alicia había pasado casi todo su tiempo encerrado en el rancho. Se había aislado del mundo. Y en los últimos tiempos había estado tan obsesionado con Rafael Cameron que casi no había pensado en otra cosa. Solo después de haber conocido a Paula había tenido ganas de tener compañía.


Pero tenía que tener cuidado con dónde y con quién se dejaba ver. No podía arriesgarse a que lo reconociesen si no quería tirar por la borda cuatro meses de trabajo. Tenía pensado descubrirlo todo en la gala.


Dado que Paula parecía estar aislada del mundo, no parecía representar una amenaza para su plan. Y nadie iba a reconocerlo en aquel bar.


Personalmente, prefería el club de tenis de Vista del Mar, donde su padre y otros hombres como él bebían whisky de ochenta años y hacían negocios. También prefería estar en el rancho, en la montaña, a estar encerrado en un despacho. Eso debía de haberlo heredado de su madre.


Paula se mordisqueó el labio inferior, pero no apartó la mano de debajo de la suya. Tal vez le gustase la sensación. A él le estaba gustando. Y, si se salía con la suya, iría mucho más allá. Quizás hubiese llegado el momento de terminar con su celibato voluntario.


–Supongo que no me pasará nada por no trabajar esta tarde –comentó ella–, pero tendré que hacerlo mañana por la mañana, así que no podré quedarme mucho rato.


–Te llevaré a casa antes de que la camioneta vuelva a transformarse en calabaza, te lo prometo.


–Que quede claro que esto no es una cita–dijo ella, apartando la mano–. Podemos ser amigos, pero nada más.


–Amigos –repitió él. Con derecho a roce, tal vez.


Paula se relajó y le dio otro sorbo a su copa. El bar se estaba empezando a llenar. Pronto empezaría a bailar la gente y, a las siete, comenzaría a tocar la banda de música. Y Pedro la sacaría a bailar. Un par de copas más y la convencería, estaba seguro.


Ella lo miró con los párpados caídos. Tenía unos ojos increíbles. En su despacho, a Pedro le había parecido que eran azules, pero con aquella luz parecían casi violetas.


–Me estás mirando fijamente –le dijo Paula.


Él se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en la mesa.


–Estaba intentando averiguar de qué color tienes los ojos.


–Depende de qué humor esté. A veces son azules, otras violetas.


–¿Y de qué humor estás cuando son violetas?


–Contenta. Relajada.


Pedro se preguntó de qué color se le pondrían cuando estaba excitada y si tendría la suerte de poder averiguarlo.


–Desde que nos hemos sentado solo hemos hablado de mí –añadió Paula–. ¿Por qué no me cuentas algo de ti? Y no me digas que no hay mucho que contar. Todo el mundo tiene una historia.


Pero él no podía contarle la suya. En cualquier caso, no la versión completa. No obstante, sabía que cuantas menos mentiras contase, menos tendría que recordar.


–Nací en California –empezó–. No muy lejos de aquí. Mi padre vive muy cerca.


–¿Y vas a verlo a menudo?


–No. No estamos de acuerdo en casi nada.


–Has dicho que tu madre murió cuando eras pequeño.


–De una sobredosis accidental –le dijo.


Nunca se había considerado oficialmente un suicidio, pero solo porque no había dejado nota de despedida. Cualquiera que hubiese conocido a Denise Alfonso sabía que había sido lo suficientemente infeliz como para quitarse la vida. Y aunque él tenía solo catorce años, su muerte había sido la gota que había colmado el vaso. Desde entonces, casi no había vuelto a hablarse con su padre.


Su madre siempre había sentido debilidad por él mientras que Emma había sido la princesita de su padre. Y, según tenía entendido, lo seguía siendo.


–¿Tienes hermanos? –le preguntó Paula.


–Una hermana, pero hace quince años que no nos vemos.


Desde el día que se había marchado al internado, en la costa este. Aunque había oído que Emma se había casado hacía poco tiempo y estaba embarazada de su primer hijo. Iba a ser tío, pero lo más probable era que no viese nunca al niño.


–Quince años es mucho tiempo.


–Es complicado.


–Debe de serlo, porque es difícil imaginarse a alguien tan sociable y agradable como tú enfadado durante quince años.


Él sonrió.


–Casi no me conoces. Tal vez solo esté fingiendo que soy agradable.


Ella lo pensó un segundo, pero enseguida negó con la cabeza.


–No, te estás olvidando de que soy asesora de imagen. Se me da bien analizar a la gente. La manera en la que has engatusado a la vendedora hace un rato es imposible de fingir. Se te da bien la gente. Eres un tipo agradable.


Tal vez demasiado agradable y, sin duda, demasiado confiado. De eso se había dado cuenta con Alicia y había sido un trago bastante amargo, pero en esos momentos no quería volver a pensar en ella.


–Entonces, supongo que te gusto –comentó sonriendo–. Dado que soy un tipo tan encantador.


–Tal vez no me gusten los tipos encantadores –respondió ella, vaciando la segunda copa de vino–. Y prefiera a tipos que no me convienen.


El vino debía de estar subiéndosele a la cabeza.


Estaba empezando a coquetear.


Pedro se inclinó hacia delante y clavó la mirada en la suya.


–Que sepas que puedo llegar a ser muy malo.


Tal vez se lo imaginase, pero tuvo la sensación de que a Paula se le estaban oscureciendo los ojos. La cosa parecía ponerse interesante.


–¿Cómo es que una mujer tan guapa como tú no tiene novio?


–¿Quién ha dicho que no lo tengo?


–Si lo tuvieses no tendrías planeado trabajar un viernes por la noche. Ni tampoco estarías aquí conmigo.


–Estoy centrada en mi carrera y no tengo tiempo para relaciones.




miércoles, 3 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 9

 


Aunque no estaba siendo fácil. Los clientes grandes de su anterior trabajo habían preferido quedarse con una empresa de prestigio. Y en los dos años que llevaba como empresaria, la fundación era la cuenta más importante que había conseguido. La gala sería muy importante, porque asistirían a ella políticos y personajes famosos.


–Parece que te ha ido bien –comentó Pedro.


–He trabajado mucho.


–¿Cuánto tiempo llevas haciéndolo con la fundación?


–Desde febrero.


–¿Y eres amiga de Ana Rodríguez y Emma Alfonso?


–No, conocí a Ana porque organicé la boda de una amiga suya. Le impresionó mi trabajo y, al buscar a alguien para organizar la gala, pensó en mí. Y a Emma casi no la conozco.


–¿Y qué sabes de la fundación?


–A parte de lo que hacen por la comunidad y de la información que me han dado para la gala, no mucho. ¿Por qué me lo preguntas?


–Por curiosidad –le dijo él, llamando a Billie, que estaba atendiendo a otra mesa, con la mano–. ¿Y qué haces en tu tiempo libre?


–La verdad es que no tengo tiempo libre.


–¿Y qué haces en tus días libres?


–No tengo días libres.


Él arqueó las cejas.


–¿Me estás diciendo que trabajas siete días a la semana?


–Normalmente, sí –contestó Paula, levantando la copa y dándose cuenta de que la tenía completamente vacía.


–Todo el mundo necesita tomarse un día libre de vez en cuando.


–Me tomo algún día, pero mi negocio está en estos momentos en una etapa crucial. La gala de la fundación va a servir para darle un impulso a mi carrera, o para terminar con ella.


Eso pareció sorprenderle.


–¿Tan importante es?


–Sí. El prometido de Ana, Guido Miller, está implicado en la organización, así que asistirán personas muy importantes. Justo la clientela que necesito para que mi empresa crezca.


–No pensé que fuese tan importante –comentó Pedro, como si la idea lo pusiese nervioso.


–No te preocupes. Lo harás bien. Te prepararé tan bien que nadie se dará cuenta de que es la primera vez que hablas en público.


Billie apareció con otra copa de vino y otra cerveza.


–Gracias –le dijo Pedro.


–Habías dicho una copa –le recordó Paula, mirando la hora en el teléfono móvil.


–¿No estás disfrutando de mi compañía?


Sí que estaba disfrutando. Estaba disfrutando de lo lindo. De hecho, se sentía cómoda hablando con él.


Tal vez porque la escuchaba de verdad. Hasta le gustaba ponerse nerviosa cuando la miraba fijamente con sus ojos azules.


Sabía que aquello no estaba bien, pero todo el mundo tenía derecho a soñar. Podía imaginarse cómo sería estar cerca de él. Aunque eso no fuese a ocurrir.


Tenía un plan.


Su vida ya estaba organizada y no había lugar en ella para un hombre como Pedro.


Aunque estaba segura de que sería divertido estar con él una noche o dos, todo en su interior le decía que no era buena idea.


–Yo no he dicho eso –le respondió–. Es solo que tengo mucho trabajo.


–¿Y qué pasaría si no lo hicieses esta noche?


Paula se sorprendió.


–¿Qué quieres decir?


–¿Se vendría abajo tu negocio? ¿Se terminaría el mundo?


Aquello era ridículo.


–Por supuesto que no.


Pedro alargó la mano por encima de la mesa y tomó la de Paula mientras la miraba a los ojos.


Paula se sintió aturdida. ¿Cuánto tiempo hacía que un hombre no la hacía sentirse así?


Demasiado.


–No vuelvas al trabajo –le pidió Pedro, derritiéndola con la mirada–. Pasa el resto de la tarde conmigo.