Pedro sabía que la tenía.
Le tocó la mano y vio cómo le flaqueaba la fuerza de voluntad. Aunque no estaba seguro de por qué quería que se quedase con él, cuando estaba claro que no iba a poder sonsacarle nada de información acerca del funcionamiento de la fundación.
Tal vez porque no había exagerado cuando le había dicho que se sentía solo. Hacía tiempo que no tenía compañía femenina. Casi no había mirado a ninguna mujer desde que había sorprendido a Alicia con el que en esos momentos era su excapataz, dos días antes de su boda, el anterior invierno.
Pero le gustaba Paula. No era como había esperado que fuese nada más verla. No era una niña de papá. Y el hecho de que hubiese accedido a tomar algo con un hombre que, para ella, era pobre e inculto, decía mucho acerca de su carácter. Llevaba ropa de marca para impresionar a sus clientes, no porque fuese una esnob.
En cierto modo, Paula le recordaba a él mismo.
Aislado y obsesionado con su trabajo. Después de la ruptura con Alicia había pasado casi todo su tiempo encerrado en el rancho. Se había aislado del mundo. Y en los últimos tiempos había estado tan obsesionado con Rafael Cameron que casi no había pensado en otra cosa. Solo después de haber conocido a Paula había tenido ganas de tener compañía.
Pero tenía que tener cuidado con dónde y con quién se dejaba ver. No podía arriesgarse a que lo reconociesen si no quería tirar por la borda cuatro meses de trabajo. Tenía pensado descubrirlo todo en la gala.
Dado que Paula parecía estar aislada del mundo, no parecía representar una amenaza para su plan. Y nadie iba a reconocerlo en aquel bar.
Personalmente, prefería el club de tenis de Vista del Mar, donde su padre y otros hombres como él bebían whisky de ochenta años y hacían negocios. También prefería estar en el rancho, en la montaña, a estar encerrado en un despacho. Eso debía de haberlo heredado de su madre.
Paula se mordisqueó el labio inferior, pero no apartó la mano de debajo de la suya. Tal vez le gustase la sensación. A él le estaba gustando. Y, si se salía con la suya, iría mucho más allá. Quizás hubiese llegado el momento de terminar con su celibato voluntario.
–Supongo que no me pasará nada por no trabajar esta tarde –comentó ella–, pero tendré que hacerlo mañana por la mañana, así que no podré quedarme mucho rato.
–Te llevaré a casa antes de que la camioneta vuelva a transformarse en calabaza, te lo prometo.
–Que quede claro que esto no es una cita–dijo ella, apartando la mano–. Podemos ser amigos, pero nada más.
–Amigos –repitió él. Con derecho a roce, tal vez.
Paula se relajó y le dio otro sorbo a su copa. El bar se estaba empezando a llenar. Pronto empezaría a bailar la gente y, a las siete, comenzaría a tocar la banda de música. Y Pedro la sacaría a bailar. Un par de copas más y la convencería, estaba seguro.
Ella lo miró con los párpados caídos. Tenía unos ojos increíbles. En su despacho, a Pedro le había parecido que eran azules, pero con aquella luz parecían casi violetas.
–Me estás mirando fijamente –le dijo Paula.
Él se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en la mesa.
–Estaba intentando averiguar de qué color tienes los ojos.
–Depende de qué humor esté. A veces son azules, otras violetas.
–¿Y de qué humor estás cuando son violetas?
–Contenta. Relajada.
Pedro se preguntó de qué color se le pondrían cuando estaba excitada y si tendría la suerte de poder averiguarlo.
–Desde que nos hemos sentado solo hemos hablado de mí –añadió Paula–. ¿Por qué no me cuentas algo de ti? Y no me digas que no hay mucho que contar. Todo el mundo tiene una historia.
Pero él no podía contarle la suya. En cualquier caso, no la versión completa. No obstante, sabía que cuantas menos mentiras contase, menos tendría que recordar.
–Nací en California –empezó–. No muy lejos de aquí. Mi padre vive muy cerca.
–¿Y vas a verlo a menudo?
–No. No estamos de acuerdo en casi nada.
–Has dicho que tu madre murió cuando eras pequeño.
–De una sobredosis accidental –le dijo.
Nunca se había considerado oficialmente un suicidio, pero solo porque no había dejado nota de despedida. Cualquiera que hubiese conocido a Denise Alfonso sabía que había sido lo suficientemente infeliz como para quitarse la vida. Y aunque él tenía solo catorce años, su muerte había sido la gota que había colmado el vaso. Desde entonces, casi no había vuelto a hablarse con su padre.
Su madre siempre había sentido debilidad por él mientras que Emma había sido la princesita de su padre. Y, según tenía entendido, lo seguía siendo.
–¿Tienes hermanos? –le preguntó Paula.
–Una hermana, pero hace quince años que no nos vemos.
Desde el día que se había marchado al internado, en la costa este. Aunque había oído que Emma se había casado hacía poco tiempo y estaba embarazada de su primer hijo. Iba a ser tío, pero lo más probable era que no viese nunca al niño.
–Quince años es mucho tiempo.
–Es complicado.
–Debe de serlo, porque es difícil imaginarse a alguien tan sociable y agradable como tú enfadado durante quince años.
Él sonrió.
–Casi no me conoces. Tal vez solo esté fingiendo que soy agradable.
Ella lo pensó un segundo, pero enseguida negó con la cabeza.
–No, te estás olvidando de que soy asesora de imagen. Se me da bien analizar a la gente. La manera en la que has engatusado a la vendedora hace un rato es imposible de fingir. Se te da bien la gente. Eres un tipo agradable.
Tal vez demasiado agradable y, sin duda, demasiado confiado. De eso se había dado cuenta con Alicia y había sido un trago bastante amargo, pero en esos momentos no quería volver a pensar en ella.
–Entonces, supongo que te gusto –comentó sonriendo–. Dado que soy un tipo tan encantador.
–Tal vez no me gusten los tipos encantadores –respondió ella, vaciando la segunda copa de vino–. Y prefiera a tipos que no me convienen.
El vino debía de estar subiéndosele a la cabeza.
Estaba empezando a coquetear.
Pedro se inclinó hacia delante y clavó la mirada en la suya.
–Que sepas que puedo llegar a ser muy malo.
Tal vez se lo imaginase, pero tuvo la sensación de que a Paula se le estaban oscureciendo los ojos. La cosa parecía ponerse interesante.
–¿Cómo es que una mujer tan guapa como tú no tiene novio?
–¿Quién ha dicho que no lo tengo?
–Si lo tuvieses no tendrías planeado trabajar un viernes por la noche. Ni tampoco estarías aquí conmigo.
–Estoy centrada en mi carrera y no tengo tiempo para relaciones.
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