Abrió y entró, sorprendida de que todas las luces estuvieran apagadas. Por el resplandor de la chimenea, pudo distinguir la forma de Pedro en el sofá. Había parecido extenuado al llegar. Debía de haberse quedado dormido.
Como se tambaleaba con los tacones altos, se quitó las botas y cruzó la habitación para no despertarlo. Pero al acercarse, vio que Matías estaba acurrucado contra su pecho, con la cabeza bajo su barbilla y profundamente dormido.
Unas lágrimas súbitas afloraron a sus ojos y un nudo le atenazó la garganta.
Era, de lejos, lo más dulce que había visto en su vida.
Se sentó en el borde del sofá, y acarició la mejilla suave de su hijo. Estaba frío, igual que Pedro. Le frotó el brazo para despertarlo.
Él abrió los ojos y la miró somnoliento.
–¿Qué hora es?
–Poco más de medianoche. Doy por hecho que Matias no podía dormir.
Pedro acarició la espalda del pequeño.
–Se despertó a eso de las diez –musitó–. Creo que lo inquietaba que tú no estuvieras aquí. No volvió a dormirse, así que me lo traje otra vez aquí conmigo.Supongo que los dos nos quedamos dormidos.
–Espero que no te haya planteado muchos problemas.
–En absoluto. ¿Te lo has pasado bien?
–Sí, ha sido estupendo –mintió–. Siempre es agradable pasar una noche con las chicas.
–Supongo que debería llevarlo a la cama.
Paula se puso de pie y los siguió a la habitación de Matías. Lo observó acostarlo sin que Matías moviera siquiera una pestaña. Ella lo arropó y le apartó el pelo de la frente.
–Buenas noches, cariño. Que tengas felices sueños.
Cerraron la puerta y regresaron al salón.
–Gracias por cuidar de él.
–No ha sido ningún problema. Nos divertimos –miró su reloj de pulsera–. Debería irme a casa. Tienes que madrugar.
Tuvo ganas de invitarlo a quedarse. Ofrecerle una copa, quizá arrojarse a sus brazos y suplicarle que le hiciera el amor.
Mayor razón para dejar que se marchara.
Fueron al recibidor.
–Quizá podría venir mañana por la tarde para ver a Matías –dijo Pedro–. Podríamos cenar juntos.
Verlo dos días seguidos era una mala idea, pero se oyó responder:
–Claro. Llegaremos de la casa de mi padre a eso de la una.
–Te llamaré entonces –se puso el abrigo, dio media vuelta y con la mano en el pomo, se detuvo. Dejó caer la mano y giró hacia ella–. No quiero irme.
Debía decirle que tenía que hacerlo. No podía tentar al destino.
–Iba a prepararme una taza de té –explicó a cambio–. ¿Te apetece una?
–Me encantaría.
–¿Qué habéis hecho Beatriz y tú esta noche? –preguntó.
–Fuimos con un par de amigas a un local que está de moda en la parte baja de la ciudad.
–¿Y qué tal?
–Tenían un DJ decente y las copas no estaban aguadas.
–Pero, ¿os lo pasasteis bien?
–Fue… divertido.
La tetera comenzó a hervir.
–¿Con qué quieres el té?
–Azúcar –quizá había conocido a alguien, pensó. O lo más probable era que estuviera dejando volar su imaginación. No había visto atisbo alguno de un hombre en la vida de Paula… aparte de Matías.– ¿Vas a menudo a bares? –preguntó sin quererlo.
Puso la taza, el azucarero y una cuchara ante él sobre la encimera.
–Últimamente, no, pero estoy pensando que es hora de volver al juego.
–¿Qué juego?
–El de las citas.
¿Le estaba diciendo que se largara o quería ponerlo celoso? ¿O llevaba eso de la amistad demasiado lejos, confiándole cosas que él no quería oír?
–¿Crees que ir a bares es un buen sitio para conocer hombres?
Ella se encogió de hombros y respondió:
–Supongo que no. A ti te conocí en un lugar de esos y mira lo que me dejó.
No cabía duda de que sabía dar golpes bajos.
–Aunque pudiera no cambiaría nada –añadió Paula–. Matías es lo mejor que jamás me ha pasado.
–Es a mí a quien te gustaría eliminar de la ecuación –dijo él.
–No me refería a eso. La cuestión es que los hombres no van a los bares en busca de relaciones largas y monógamas. Lo único que tengo que hacer es mencionar que tengo un hijo para que huyan despavoridos. Luego están los hombres que fingirían que son los mejores amigos de Matias con tal de tener acceso a mi fideicomiso. Cuesta saber en quién confiar.
–Hasta que Matías se hiciera un poco mayor, quizá sería mejor que solo te concentraras en cuidarlo.
Ella rio, pero fue un sonido amargo y frío.
–Para ti es muy fácil decirlo.
–¿Cómo lo sabes? ¿Por qué das por hecho que para mí sería más fácil?
Era evidente que había tocado un punto delicado. Ella lo miró furiosa.
–Tú puedes hacer lo que quieras, cuando quieras y estar con quien te apetezca. Con un bebé al que cuidar las veinticuatro horas de los siete días de la semana, yo no dispongo de ese lujo.
Él se acercó un paso.
–Para que quede constancia, solo hay una mujer con la que quiero estar. Pero ella cree que sería demasiado complicado.
–Por favor, no digas cosas así –se volvió hacia la oscuridad de la ventana.
Se situó detrás de ella y sintió que los hombros se le tensaban al apoyar las manos sobre ellos.
–¿Por qué no?
–Porque sabes que no puedo.
Bajó las manos por sus brazos y luego las volvió a subir.
–¿Ya no me deseas?
Sabía que sí, pero quería oírselo decir. Quizá… quizá en ese momento las cosas podían ser diferentes. Tal vez realmente había cambiado.
–Te deseo –susurró ella– Demasiado. Pero sé que volverás a hacerme daño.
–Al fin estás dispuesta a reconocer que te hice daño. Es un comienzo.
–Creo que deberías marcharte.
–No quiero hacerlo –le apartó el cabello y le besó el cuello. Ella gimió suavemente y moldeó el cuerpo contra el suyo.
–No puedo dormir contigo, Pedro.
Le apartó el jersey y le dio un beso en el hombro.
Sintió que se derretía, que cedía.
–¿Quién ha mencionado algo sobre dormir?
–Por favor, no hagas esto.
–¿Y si las cosas pudieran ser diferentes esta vez?
La hizo girar hacia él.
–Quiero estar contigo, Paula. Contigo y con Matías.
–¿Y qué me dices de tu trabajo? De tu carrera.
–Durante un tiempo deberíamos mantener nuestra relación en secreto. Al menos hasta que me ofrezcan el puesto de presidente ejecutivo. Una vez que esté bajo contrato, les costará mucho deshacerse de mí. Además, no tardarán en darse cuenta de que en lo referente al trabajo, mi lealtad es para ellos.
–¿Cuándo?
–Adrian va a dimitir a principios de primavera. Doy por hecho que el nuevo presidente ejecutivo se anunciará con un mes de antelación.
–¿O sea que estamos hablando de tres o cuatro meses de movernos a hurtadillas?
–En el peor de los casos, sí. Pero podría ser antes –le acarició la mejilla–. Pasado eso, me importa un bledo quién lo sepa. Creo que al menos le debemos a Matías intentarlo, Paula. ¿No estás de acuerdo?
–Imagino que si lo hacemos por Matías… –le rodeó el cuello con los brazos–. Siempre que prometas no volver a hacerme daño.
–Lo prometo –y era una promesa que pensaba cumplir. Mientras la besaba, la alzó en vilo y la llevó al dormitorio.