–No me digas que ya te quieres divorciar –Pedro levantó la vista hacia la alta figura que acababa de entrar en su despacho.
–Muy gracioso –contestó su padre antes de cerrar la puerta.
–¿No deberías estar de luna de miel? –preguntó sorprendido.
–Sólo nos fuimos el fin de semana –el hombre se encogió de hombros–. París.
–Seguro que fue muy romántico –Pedro no sentía ningún interés en conocer los detalles.
–Janine está embarazada.
Durante un largo rato, Pedro fue incapaz de mover un músculo.
–Enhorabuena –su esfuerzo por mostrarse contento era evidente–. Hace mucho que lo deseabas.
–Sí –el otro hombre sonrió encantado.
Pedro rodeó el escritorio para estrechar la mano de su padre antes de fundirse en un abrazo con él.
Una sensación de opresión en el pecho fue haciéndose más fuerte, y el ardor también.
No eran celos, ¿no?, pero no pudo evitar pensar que si Paula no hubiera sufrido un aborto, en esos momentos serían padres. De un bebé que habría tenido un tío más joven que él…
–¿Lo sabe mamá?
–Aún no –su padre lo miró con gesto culpable mientras se movía inquieto.
Pedro sabía muy bien qué sería lo siguiente.
–Me preguntaba si no podrías hablar tú con ella.
–¿Quieres que se lo comunique yo por ti?
–No quiero herirla.
–Ni yo tampoco –al fin había descubierto la razón de la visita.
–Eres su hijo.
–¿Y?
–Lo eres todo para ella.
Respuesta equivocada. Pedro no era ni de lejos lo que ella hubiera deseado, sólo una fracción, y no había bastado. Nunca.
Su padre reparó en uno de los recortes de prensa que la secretaria le dejaba sobre el escritorio. Una reseña de uno de sus más recientes casos ganados: la desagradable ruptura entre una estrella del rock y una modelo en declive. Entre ellos juntaban un par de hijos y varios millones de libras.
–Tu madre y yo la fastidiamos, ¿verdad? –su padre rió tímidamente–. Menuda estupidez siendo tú lo más valioso para ambos. Esta vez no permitiré que suceda.
Pedro desvió la mirada.
–Luché por ti, hijo. Siempre lucharé por ti.
Pero no lo suficiente. Se había esforzado mucho por ser el hijo perfecto, deportista, estudiante y profesional, por ser todo lo que ellos habían buscado en un hijo. Pero ambos habían deseado más.
Por eso sabía que no era hombre para Paula. Si no había sido suficientemente bueno para sus padres, ¿Cómo podría serlo para ella? ¿Qué pasaría si no lograban formar la familia que ella deseaba? ¿No les destrozaría como había sucedido con sus padres?
Porque ella sí quería una familia. Lo había visto en sus ojos, lo había sentido al verla estremecerse de dolor, de tristeza, por su pérdida. Por supuesto, lo negaba siempre, pero le había bastado con ver los zapatitos que aún conservaba. El deseo seguía allí, y algún día se manifestaría. ¿Podría soportar verla sufrir si esos niños no llegaban?
No, no podría. No soportaría estar con ella y verla alejarse de su lado poco a poco.
Lo mejor sería acabar de inmediato. La agonía ya lo desgarraba sólo con pensarlo.
Ir más allá de una aventura jamás había formado parte de su plan. Nunca había deseado tener hijos a los que hacer vivir el drama que él había vivido. Aun así, sabiendo lo cerca que había llegado a estar, sintió una punzada de pérdida.
–Hablaré con mamá –rechazó esos pensamientos, miró a su padre y suspiró.
No entendía bien cómo podría serle de ayuda. Nunca había sabido qué hacer al oírle llorar en su dormitorio por las noches cuando, mes tras mes sufría la desilusión. Cambiaba de marido, pero sin suerte. Siempre había querido tener otro hijo más. Por mucho que él lo había intentado, no había sido capaz de hacerle feliz. Y se negaba a fallarle a Paula.