miércoles, 30 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 39

 


Al fin llegaron a la playa y caminaron en silencio por la arena durante una eternidad, simplemente estirando las piernas y oyendo a las gaviotas. Normalmente era una actividad que la calmaba, pero estaba demasiado inquieta para que surtiera efecto.


–Tomaremos un helado –exclamó él lleno de vitalidad.


–Demasiado frío.


–El helado suele estarlo.


–No. Me refiero al tiempo.


–Pero estamos en la playa y en la playa…


–Debemos terminar con esto, Pedro –interrumpió ella apresuradamente.


–Anoche… –Pedro dejó de hablar y de caminar y sus miradas se fundieron.


–Fue un error –volvió a interrumpir ella–. Debemos terminar con esto.


No había nada más que decir y Paula se dirigió de vuelta al coche. La cabeza le iba a estallar. Necesitaba cerrar los ojos y tumbarse. ¿Por qué estaba tan lejos el coche?


–¿Paula? –Pedro la agarró del brazo en el preciso instante en que se tambaleaba.


–Estoy bien.


–No, estás… –los juramentos de Pedro no hicieron más que aumentar el dolor de cabeza.


–Sólo es una migraña –en segundos el dolor alcanzó proporciones intolerables–. Vámonos.


Entornó los ojos para bloquear la hiriente luz. Pedro le rodeó la cintura con un brazo y ella se dejó conducir hasta el coche, y dejó que la sentara y le abrochara el cinturón.


–Lo siento.


–No digas tonterías –él cerró la puerta y en escasos segundos estuvo sentado al volante.


El horrible dolor no hizo más que empeorar y apenas conseguía respirar. Cada vez respiraba más deprisa y, presa del pánico, sintió cómo la boca se le llenaba de babas.


–¡Pedro! –consiguió advertirle justo a tiempo.


Pedro paró a un lado de la carretera mientras ella abría la puerta y se inclinaba junto a la cuneta. El vómito fue violento y hediondo.


El sentimiento de vergüenza se sumó a su estado general mientras él le frotaba la espalda delicadamente. Pero el dolor de cabeza era tan fuerte que ya no le importaba nada.


–En mi bolso tengo toallitas –murmuró–. Un paquete pequeño.


–Toallitas húmedas –el tono de voz evidenciaba que Pedro sonreía.


Un estallido de granadas resonó en sus oídos antes de sentir la refrescante caricia.


–Ya puedo yo –Paula se movió demasiado deprisa e hizo un gesto de dolor.


Pedro le apartó la mano.


Pedro –susurró ella sintiéndose mortificada.


Con suma ternura, él le pasó la toallita húmeda por la frente. Paula abrió los ojos, pero la expresión de ese hombre era demasiado dulce para poderla soportar y los cerró de nuevo.


Pedro le abrochó de nuevo el cinturón mientras ella apoyaba la cabeza contra el respaldo del asiento, incapaz de moverse. Cualquier intento provocaba un intenso dolor.


Tras lo que pareció una eternidad, al fin oyó que se apagaba el motor del coche. Abrió los ojos y miró al frente… Estaban en casa de Pedro, no en la de Felipe.


–Vamos, cariño –él abrió la puerta y la levantó en vilo.


Pedro, vas a romperte la espalda.


–Cállate.


Y eso fue exactamente lo que hizo, apoyando la cabeza en el amplio torso, demasiado dolorida para disfrutar del hecho de que la llevara en brazos como si fuera una princesa, femenina y ligera. Entraron en un enorme dormitorio con cuarto de baño. Pedro la sentó en una silla y ella le oyó caminar por un suelo de baldosa y abrir y cerrar un cajón.


–Paula –Pedro le entregó un cepillo de dientes nuevo y un tubo de pasta antes de dejarla sola.


Por lo visto ese hombre estaba siempre preparado para un huésped nocturno. Sin embargo, el dolor de cabeza era demasiado fuerte para sentirse molesta por ello.



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