miércoles, 30 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 38

 


Pedro aporreó la puerta del apartamento de Felipe hasta que, al fin, oyó las pisadas de Paula. Al verla, enarcó las cejas. El bronceado parecía haberse vuelto más cetrino durante la noche.


–¿Tan mala es la resaca? –él entró sin más.


Había pasado toda la noche despierto reviviendo los maravillosos momentos en el coche. El corazón aún le martilleaba al recordarlo. Por primera vez en varios días, se sentía vivo. Sin embargo, ella parecía intranquila, y eso le puso nervioso.


–¿Qué haces aquí?


–¿Has comido algo? –Pedro ignoró la pregunta. Ya hablarían después.


Paula sacudió la cabeza con aspecto horrorizado ante la perspectiva de comer.


–Deberías…


–No, gracias, Pedro.


Al menos se tomaría una taza de café, decidió él mientras se dirigía a la cocina.


–¿Qué haces aquí? –Paula se dejó caer en el sofá y miró las botas negras que tenía enfrente.


Pedro se sentó a su lado y tamborileó sobre una rodilla. Mejor acabar cuanto antes.


–No sé si habrás caído en la cuenta, Ana, pero anoche no utilizamos preservativo.


–No te preocupes –ella soltó una carcajada.


¿No te preocupes? ¿Después de todo lo que había sufrido?


–Tomo la píldora, Pedro –ella sacudió la cabeza–. Soy inflexible al respecto. Además, sólo me queda una trompa… no hay muchas posibilidades de embarazo.


Estupendo. La píldora. Eso era bueno.


Había pocas posibilidades de embarazo.


El silencio se hizo denso y él la vio hundirse más en el sofá. De repente supo que tenían que salir de allí. Aire fresco y agua salada para que ambos pudieran aclarar sus ideas.


–¿Nos vamos a dar una vuelta en coche?


–No quiero dar una vuelta en coche.


La intranquilidad de Paula no se debía al alcohol de la noche anterior. Sólo había bebido un par de copas, pero había dejado que Pedro creyera que tenía resaca para poder echarle la culpa al alcohol por el momento de lujuria.


Se había arrojado en sus brazos. Literalmente, para cabalgar sobre él. Y no le había bastado, lo cual la ponía enferma. Seguía deseando más. Un vistazo a ese hombre vestido con vaqueros y un jersey gris había reavivado el fuego en su interior y despertado unos deseos que ninguno de los dos quería tener. Por eso tenía que hacerlo sin perder tiempo.


Tenía que dejar de ver a Pedro.


Y había llegado el día.


Pero lo acompañó, sonrojándose al sentarse en el coche. Pedro aligeró el momento con un alegre y constante parloteo. Era increíble cómo podía mantener una conversación él solito.


–¿Aún estás viva?


–Estaba disfrutando de tu monólogo.


Y no era lo único que estaba disfrutando de él, ése era precisamente el problema, ¿no? No era sólo el sexo lo que le gustaba sino también todo lo demás. Aquello era muy peligroso.



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