Unos minutos después, que parecieron horas, supo que él aún estaba despierto. Sentía la electricidad entre ellos. Decidió contar ovejas, pensar en algo bonito, cerrar los ojos y relajar conscientemente los músculos.
Falló.
–¿Pedro?
–¿Sí…?
–¿Estás despierto?
–Es evidente que sí.
–¿Les dijiste a tus padres que te habías casado? –ella sonrió y se tumbó de lado frente a él.
–¡Cielos, no! –él soltó una carcajada.
–¿Por qué no?
–Bueno, para empezar, me abandonaste antes de que pudiera hacerlo. Y por otro lado, ellos ya acumulan suficientes matrimonios fracasados como para que yo añadiera uno más al lote.
–¿Tus padres están divorciados?
–Tres veces cada uno. Mamá va por su cuarto matrimonio y papá no tardará en alcanzarla.
–¡Bromeas! –Paula desearía poder ver su rostro.
–¿Crees que me inventaría algo así?
–¿Cuándo se divorciaron entre ellos? –aquélla debía haber sido toda una experiencia.
–¿De verdad quieres saberlo? –él suspiró.
–Sí.
–Se separaron cuando yo tenía doce años. Mamá se volvió a casar ese mismo año y papá al año siguiente. Un año más tarde, ambos se divorciaron de nuevo. Para serte sincero, a partir de ese momento empecé a perder la cuenta.
–¿Y qué pasó contigo?
–¿A qué te refieres? –contestó Pedro a la defensiva.
–¿Con quién te fuiste a vivir?
–Repartía mi tiempo entre los dos.
Paula hizo una mueca. Ella al menos había tenido cierta estabilidad.
–¿Qué tal eran tus padrastros?
–Depende de cuál.
–¿Tuviste hermanastros?
–Ocasionalmente. Durante cierto tiempo –el tono indicaba el final de la conversación.
–¿No tienes hermanos? –ella hizo caso omiso. Dado lo poco explícito que se mostraba, debía haber sido muy duro para él.
–No.
Desde luego el tema de conversación había acabado y como para reforzar su intención, Pedro se apresuró a hacer él las preguntas.
–¿Y tú qué? ¿Cómo se lo tomaron tus tíos?
–No llegué a decírselo –contestó ella con la mente aún centrada en las revelaciones de Pedro.
–¿En serio? –exclamó él–. ¿Cuándo fue la última vez que los viste?
–Pues no sé. Hace más de un año.
–¿Hace más de un año? ¿Antes de lo nuestro?
–Sí –ella se encogió de hombros–. No estamos muy unidos.
–Es evidente –aún en la oscuridad se notó que fruncía el ceño–. Lo pasaste mal, ¿verdad?
–No tanto, Pedro –de modo que pensaba que a ella le había ido peor que a él–. Tenía mis necesidades cubiertas, pero no encajaba allí –no había sido desatendida físicamente, pero sí emocionalmente–. Yo no era lo que ellos querían y no conseguía serlo –lo había intentado durante mucho tiempo, pero ellos no la habían deseado ni amado–. No fue culpa suya. Ellos no pidieron cargar conmigo.
–Eres demasiado generosa. Deberían haber deseado tenerte con ellos. Deberían haberte amado –dijo él–. También fuiste demasiado generosa conmigo.
¿Por qué? ¿Por haber querido entregarle su corazón? ¿Por creer en la felicidad eterna? Al menos por fin comprendía un poco mejor la actitud que había mantenido con ella.
–Siento haberte hecho daño –insistió él.
–No fue todo culpa tuya –Paula sonrió y sacudió la cabeza. Aquello, en parte, había sido imposible de prever–. Yo acepté. De no haber sido tan estúpida no hubiera sucedido nada.
Había deseado tan desesperadamente creer que alguien podía amarla, que alguien podía enamorarse perdidamente de ella… Qué ingenua.
–Fuiste como un pirata, arrasando con todo y llevándote lo que querías a tu paso.
–Sí, pero he aprendido la lección.
Desde luego en esos momentos no estaba intentando conseguir lo que deseaba. Y aunque una parte de ella quería que lo hiciera, el resto lo respetaba por no hacerlo.
–¿Por eso te dedicas a casos de divorcios? –Paula siguió reflexionando sobre lo que le había contado–. ¿Por tus padres?
–En parte. Siempre quise ser abogado y la resolución de disputas me pareció una salida natural dada la práctica que tenía.
¿Práctica en resolución de disputas? Debió haber sido un ambiente muy desagradable.
–La gente necesita que alguien les salve de sí mismos –él suspiró.
–Te refieres a gente como nosotros… –Paula rió antes de sentir que algo aterrizaba sobre su rostro–. ¡Ay!
–Basta de charlas. Ahora a dormir.
Lo que le había golpeado era la camiseta de Pedro y ella la colocó bajo su cabeza junto al jersey mientras se decía que la felicidad que sentía era por la comodidad de la almohada, no por el mareo que le provocaban las deliciosas feromonas.