lunes, 21 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 12

 


Paula dedicó el resto de la tarde a leer a la sombra mientras ignoraba el partido de fútbol que Pedro había organizado entre los hombres. No necesitaba recordar la buena forma física de la que disfrutaba. Ya había pensado demasiado tiempo en su increíble atractivo sexual.


Pero durante la cena se sentó junto a ella y la obligó a conversar, a hablar sobre el viaje, sobre lo que había visto y hecho. Temas de conversación sin peligro… y aun así peligrosos dadas las oportunidades que ofrecían para sonreír, reír y relajarse. La oscuridad se adueñó de todo y la conversación se alargó hasta que perdieron la noción del tiempo.


No durmió mucho aquella noche, consciente de que él estaba a escasos metros de la tienda. Se despertó temprano, sudorosa y preocupada, y se sentó en la tienda para controlar sus hormonas y el acelerado latido del corazón. El problema no era sólo la proximidad física sino también las conversaciones mantenidas con él. Necesitaba urgentemente recuperar la confianza y adoptar una actitud que le advirtiera de que no le causara problemas. Rebuscó en el fondo de la mochila y sacó los ridículos zapatos que había acarreado durante semanas. Apenas podía creerse que se hubiera comprado eso, ni que fuera a ponérselos, pero la situación era desesperada. ¿De verdad opinaba que no era demasiado alta? Pues iba a sacarle de su error.


–Qué calzado más apropiado –él se fijó enseguida–. Tacones altos para ir de safari.


–Sí, lo es –ella lo miró desafiante–. ¿No te gusta lo alta que me hacen parecer?


–Sigo siendo más alto que tú –Pedro se encogió de hombros.


–Algún día encontraré unos que me hagan parecer más alta que tú.


–Prueba en el circo, allí tienen zancos.


–¿No temes tener que mirar hacia arriba?


–Tu estatura no me intimida –él sonrió–. En realidad resulta interesante –se inclinó hacia ella y susurró–. Muy adecuado en determinadas circunstancias. Me evita tener que contorsionarme.


Con ese hombre resultaba muy fácil pasarse de la raya y Paula continuó provocándole, acercándose a él, registrando con placer la expresión en sus ojos.


–¿Quieres saber lo mejor de estos zapatos?


Pedro abrió la boca, pero no consiguió producir el menor sonido.


–Los tacones son estupendos para aplastar los dedos de los pies de cualquiera que se acerque demasiado –se echó hacia atrás y lo miró con frialdad.


–Me doy por advertido.


–Estupendo –ella se volvió y se alejó ocultando una expresión triunfal.


Volvieron a subirse al Jeep y se dirigieron al interior del cráter. Paula llevaba años soñando con esa excursión y, a pesar de las pocas horas de sueño, estaba decidida a aprovecharla al máximo. No iba a permitir que sus hormonas lo estropearan todo.


De pie en el Jeep contemplaron la abundante fauna cuya magnificencia hizo que se olvidara de luchar contra él, o contra ella misma.


–¿Cuál es tu animal interior, Pedro? ¿El león? No, no, ya lo sé –sonrió–. El guepardo.


–Pues no –él la miró fijamente–. El elefante.


–¿Y eso? –preguntó ella con gesto inocente–. ¿Por tu enorme… trompa?


–Gracias por el elogio, cariño, pero no. Es por mi memoria. Puede que no supiera muchas cosas de ti, Paula, pero lo que aprendí no lo he olvidado –le susurró al oído–. Recuerdo lo que te gusta. Recuerdo cómo te gusta… lo rápido, lo intenso, cuántas veces.


Paula sintió el deseo arder en el estómago. Era su venganza por el asuntillo de los tacones.


–¿Sabes tú qué clase de animal alojas? –le recogió un mechón de los cabellos tras la oreja.


–Ni te atrevas a decir la jirafa –ella se obligó a respirar.


–Ni se me ocurriría –él la miró con ojos brillantes–. Pensaba más bien en una gacela.


–Debes estar de broma –Paula se sentía muy en peligro cuando él la miraba de ese modo. Estaba claro que era una jirafa, angulosa y torpe.


–Lo he dicho en serio. Saltas a la más mínima –él parecía cada vez más cerca–. Asustadiza.


–No soy asustadiza –ella se pegó al lado del Jeep en un intento de alejarse de él.


–Sí, lo eres –contestó él–. Y no me importa. Tengo paciencia de sobra para acechar a mi presa.


–Los elefantes son vegetarianos –ella se negaba a convertirse en su presa.


–Entonces sí que debo ser un león.


–En realidad, la que caza suele ser la leona –Paula alzó la barbilla desafiante.


–¿De verdad? –murmuró él–. Pues enséñame tus garras.


Ella se apartó un milímetro más.


–Yo tenía razón –Pedro parecía acaparar todo el espacio–. Una pequeña y asustadiza gacela.


Paula encogió el estómago y le dio la espalda, concentrándose en el paisaje. En la disputa verbal él siempre llevaba las de ganar.



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